Si existe algo que deben saber sobre mí es que odio los Viernes 13. Por supuesto que yo no creo en cosas sobrenaturales ni nada por el estilo, pero como quien dice: hay que estar prevenido. Ya saben, evitar esas tonterías como caminar debajo de las escaleras o pisar las vías de tren. No pasar el salero de mano en mano. Y si se llegara a caer un poquito de sal en la mesa, esparcir una pizca por arriba del hombro izquierdo. Colgar una cinta roja en un auto nuevo para evitar la envidia. O tener una trenza de ajo al lado de la puerta del departamento. No crean que alguna vez hice algo de eso; son pequeñas boludeces que me contaron. Aunque los ajos deben estar secos, para evitar el mal olor ¿yo supersticioso? Claro que no. No vayan a hacerse una mala impresión sobre mi.

Este tema del buen y el mal augurio, me tiene cansado. El otro día, me resbalé en la bañera. Para no caerme, sujeté la cortina con ambas manos pero no aguantó mi peso. Así que en un segundo intento para evitar partirme la cabeza con el inodoro, rompí el espejo del baño con el codo. Cuando vi los pedazos de vidrio dije: la cagaste Juan, esta vez sí que la cagaste. Ignorante del ritual que impide multiplicar los años de mala suerte, prendí la computadora. Busqué en internet y seguí al pie de la letra todos y cada uno de los pasos.

Desempolvé el viejo mortero de porcelana que me había regalado mi vieja cuando me mudé al departamento y comencé el ritual. Primero, molí los trozos de vidrio hasta convertirlos en polvo. Luego lancé ese polvo por la ventana para que el viento se lleve mi desgracia. Por supuesto que, de la desesperación, no me di cuenta que estaba desnudo en la ventana del departamento. Yo calculo que al ritual tendría que haberlo hecho con la ropa puesta. Pero en internet no se especificaba nada sobre eso. Aunque a los pocos minutos me di cuenta que todo fue al pedo ya que me llamaron para dar una charla, y adivinen para qué día era…

Así es como viajé en tren, un jodido Viernes 13. Me transpiraban las manos y agitaba, de manera ansiosa, una de mis piernas. Había una señora gorda sentada cerca de mí: en su mano izquierda llevaba un rosario y movía los labios como invocando alguna cosa. Estaba pensando que si seguía haciéndolo iba a decirle algo, cuando se escuchó un chillido agudo.

El tren salió de las vías, suspendiéndose en el aire y perdiéndose en dónde sea que me encuentre ahora… De momento, sólo me permiten bajar a la Tierra los jodidos Viernes 13.

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