Lo supe esa mañana cuando tu mano suave ya no rozó mi cara al despertar, lo supe y el corazón se detuvo, esa sombra gris, agrietada y fría se hizo presente dentro de nuestra casa, las flores, su aroma, todo marchitó, mi voz se había quebrado, mis ojos se habían hinchado, caminé unas calles antes de caer adolorida frente al lugar donde nos conocimos, donde nos hicimos, donde dejé mis besos para ti inmortales.

Me guardé el dolor en el ático ese fin de semana, dos días completos. Te miraba reír y se me iba el mundo, la vida, las ganas, tus palabras vacías mientras me abrazabas calcinaban mi alma, ese lunes muy temprano, cuando te despedías, te encontraste en la puerta con dos maletas repletas con todo lo que un día fue.

Me miraste sorprendido, intentaste tomar mi mano, no entendías, no creías hasta que te mencioné el nombre de aquella que por las noches ocupaba mi lugar, te describí su imagen , y enmudeciste, lo entendiste, lo creíste, y me mataste.

Cerré la puerta, subí a nuestro ático, y al fin reinó el silencio.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS