Colgué el teléfono, tomé las llaves y mi bata. Me eché cinco analgésicos con cafeína a la boca y salí a la calle.Desde hace tres días ya me había propuesto ser más ordenado y eso me ayudó. Había leído en internet que los nipones eran productivos porque siempre dejaban las cosas en el mismo lugar y que vivían ordenada y metódicamente para no andarse preocupando por nimiedades, yo no sé si eso sea cierto, pero a mí me funcionó; desde que empecé a hacer aquello empecé a cumplir mejor con mis deberes, a veces me daba tiempo para fumarme un cigarrillo mientras leía un libro en el baño, incluso me empecé a dormir más temprano y a despertar con más energía.

Le di vuelta a las llaves y luego me arranqué a toda velocidad, me eché hacia atrás como Vin Diesel en sus películas, miré el pavimento y luego pisé el acelerador hasta el fondo. Mucha gente me dijo que debía de cambiar de automóvil, pero a mí siempre me gustó el mío, nada se comparaba con la sensación de que los cojones se me iban a la garganta cuando el acelerador se quedaba trabado.

Al llegar a la avenida principal me detuve en un semáforo, me sequé el sudor de la frente con el dorso de la mano y me limpié en el pantalón, otra vez la tenía parada, debía llegar lo antes posible o no podría cumplir con mi deber. La sangre corría por mi miembro como un torrente de cuchillas microscópicas y cada palpitación hacía que me doliera más, la necesitaba y para eso debía cumplir con mi deber.

Cerré los ojos y al abrirlos me encontré con que el semáforo había cambiado así que me arranqué. Lo único que me calmaba era la velocidad, no había otra forma de quitarme las ganas, cada curva, cada coche que pasaba me hacía sentir algo, un golpe de adrenalina, una explosión en todo mi cuerpo.

Un mensaje de texto llegó a mi celular, cada vez quedaba menos tiempo y en la calle del hospital había una fila de coches gigantesca. Me saqué el cinturón de seguridad como pude, salí del auto y me eché a correr. No podía dejar que esa persona muriera, no sin mí a su lado tomando su mano, no sin cumplir con mi deber.

La chica de recepción me pidió mi identificación y me puse a buscarla en cada bolsa de mi bata y mi pantalón. Luego la credencial cayó y se fue debajo de su escritorio. Cuando ella se agachó a buscarla salí corriendo sacándome el celular de la bolsa y vi el mensaje “Camilla 14 terapia intensiva”. Ya no me importaba mi erección, tenía que llegar y cumplir mi deber. Los números de los cuartos desfilaban uno tras otro. Veía los rostros de las personas, demacrados y ojerosos, peores que los de los internos.Estaba yendo por el camino al cielo.

Cuando por fin llegué la tomé de los hombros y la miré compasivo, luego la hice pasar a la habitación. Adentro ella tomó la mano del anciano, mientras yo preparaba la jeringa con aire. Cumplí con mi deber y luego me senté en la sillita, me bajé el zíper y me quedé quieto viendo como caía su vestido rojo y como se subía encima de él para comer. Mientras me tocaba pensé que los demonios tienen muchas formas.

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