El cajero Automático

Me ocurrió hace pocos días. No lo había contado porque tenía los ojos hinchados, no veía mucho…

Sucedió frente a mi cajero automático regalón. Llegué, rápido como un rayo, saqué mi tarjeta la introduje en la ranura esperé el sonido típico del contador de billetes.

Marco mi clave, escribo la cantidad y por el reflejo de la pantalla del cajero aparece una imagen.

Era un señor amigo de lo ajeno, me invitó amablemente de un tirón a entregar el dinero.

Yo, hombre tranquilo, apegado a la familia que solo sale cuando lo mandan a comprar.

Con más miedo a mi señora que al truhan.

¡Me resisto! Me niego rotundamente a hacerlo.

Él con toda su educación me da un golpe muy suave en el mentón. Trastabillo medio grogui; logro apenas mantenerme en pie.

Ahí me sube una hombría por las piernas oiga, de envidiar; dispuesto a resistir con todo el ataque. Me pongo el traje de héroe y ¡Zas! Le doy un cornete espectacular que hasta yo me desconocí. Algunas piezas dentales fueron al piso; intentó evadirme sin éxito.

Me puso un palmetazo en la oreja a mano abierta.-¡¡Cresta!! Eso dolió y fui por más.

A todo esto; la gente empezó a arremolinarse alrededor de nosotros.

Yo, estoico resistía; él con todo me daba por donde cayera.

Todo este ruido por unas monedas que eran mías, aclaro este punto para los escépticos.

Empecé a darle de narizazos, ojazos y todo lo que tenía para recibir golpes.

Aún así, no lo solté…recuperé mi dinero.

Redujimos al malandra, mi cara parecía pelota de fútbol después de un partido.

Los señores de la ley nos tomaron declaración. Lo llevaron detenido y a mí al hospital.

Me dolía todo, pero “contento señor contento” reitero, no me quitó el dinero.

Mi señora no podría regañarme por eso.

A los días me llega una citación del Juzgado de policía local.

Debía presentarme acusado de agresión y no respetar los derechos humanos del ladrón.

Yo, cual chapulín colorado expresé:- “¿y ahora quién podrá ayudarme?”

¡Yo! Dijeron como seis abogados.

-“¡Hum! Estoy salvado “me dije”… salvé veinte mil y los abogados me cobran sesenta mil

Ahí me quedó la duda. – ¿ quién es el ladrón?

Digno, me dirijo al estrado; el juez con cara de parlamentario sin dieta, me dice: “Ha sido acusado de atentar contra este hombre golpeándolo con la cara en sus manos”.

¿¿??¿¿??…¿¿Qué??

Las manos del pobre ladrón (continúa el juez) están hinchadas de tanto pegarle a usted en el rostro. Debido a esto no puede trabajar.

Golpea el escritorio dando por sentada la acusación. ¡¡He dicho!!

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