Desde el otro lado

¿Cuándo? ¿Dónde?

Paso de gato, furtivo, el tiempo (repetido) el espliego, olor, el trigo, oro, el azul colgado de los cipreses.

Y el sol.

Y tú te cubres los ojos con una mano, una vez más tu gesto, repetido, y con la otra señalas la promesa de frescura del laurel, la otra orilla de las ondas, suaves, ocres, esperando.

Siempre esperando.

Caminamos pisando cantos de cigarra, en este verano que se resiste a abandonar mi calendario. Dejas en el suelo que no hemos pisado, sobre la sombra del laurel, la mochila, destocas de la gorra tu pelo que se derrama una vez más, sobre tu frente, hasta tus hombros. Yo te contemplo, llenándome con tu cuerpo, de la sonrisa que me dedicas desde el otro lado, hasta sentirme rebosada de ti, mientras, tú, parada, bebes de esa botella que compartimos.

Tú siempre sedienta, ella siempre mediada

Me dices que estás hambrienta, eternamente, que la caminata te ha abierto el apetito, que tienes un hambre de lobo, y abres la boca para devorarme, como haces día a día desde el otro lado, y entre risas te contesto que tú no necesitas caminar para tener un hambre lobo, y rodamos, aplastando con nuestros cuerpos, la yerba que nunca hemos aplastado, que otra vez huele a yerba aplastada, que otra vez, o son las yemas de tus dedos, cosquillea mi piel.

Tan sola.

Amortiguas mis risas con la sordina de tu boca (siguen sonando en su eco) y me preguntas, una vez más, si soy feliz contigo, las dos compartiendo, libres, el aire de este día, repetido, que no ha sido. Y te contesto que no, que disfrutaría mucho más sin tu impaciencia, sin tus prisas por verlo todo al mismo tiempo, que habría disfrutado mucho más del viaje si hubiera venido sola.

Cuando cierro los ojos cada noche se abre, una vez más, la puerta.

Desde el otro lado, entras tú, una vez más, como cada noche, con la alegría en tu cara, por delante, con las palabras atropelladas, hasta que consigo calmarte y que me cuentes y me abrumes con la ilusión que te hace ese viaje, las dos juntas y que en un plano de la Toscana, me señales el itinerario, atropelladamente, los lugares que no podemos dejar de visitar.

Tantos lugares que han quedado al otro lado.

Y no he podido, cariño, hacer yo ese viaje que no hicimos. No he podido matar lo que me hace vivir durante el día, esperándote.

Así que cierro los ojos y me hablas, yo, bajo la sombra del laurel que no ha sido, tú, desde el otro lado sin espalda, sin reverso. Tu silueta ha rebrotado, una vez más, ahí, justo al borde de los olores que no olimos, que no nos trajo el aire de ese día, de ese lugar que no habitamos.

Te empeñas en revisitarme, en revivirme el dolor que quedó, solar vacío, cuando se me derrumbó, grano a grano, la ilusión del viaje que haríamos, que nunca hicimos.

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