Chantaje en Tokio

Acostumbraba a recorrer países a raíz de las invitaciones que me hacían las distintas universidades y los medios informativos para dar notas sobre el desarrollo económico de la Argentina. Esta vez, desde la Universidad de Tokio me habían convocado a dar una conferencia para dos mil estudiantes interesados en saber y conocer la crisis a la que se estaba sometiendo nuestro país, y sobre de la relación con Japón.

Preparé las maletas, ya tenía el pasaje de ida, y no estaba en mis planes tener un pronto regreso. Quería aprovechar y conocer, disfrutar de un lugar al que nunca había ido, pero siempre había querido.

Los intermediarios se habían encargado de todo, dos meses antes del encuentro, se comunicaron constantemente conmigo para mantenerme informada sobre la estación, el clima que iba a hacer, sobre los tema que les gustaría que desarrolle, sobre cuánto costaban algunas cosas por si quería salir de compras, me sugirieron que debía hacer una parada en el Hotel Shinagawa, que quedaba a pocos kilómetros de la Universidad de Tokio, incluso ya me lo habían reservado.

Corroboré todos los datos que me pasaban, todas las características que me mencionaban, leí toda la información que encontré sobre los lugares. ¡Estaba tan entusiasmada! Iba a hacer un largo viaje, pero ya tenía todo programado.

Las 26 horas parecieron 3 días, que entre el fuerte dolor de cabeza y náuseas debido al vuelo, me encontraba desbastada. Pero ya había llegado a mi primer parada. Sólo debía descansar para mañana poder emprender el viaje a destino: Tokio.

A las tres de la mañana me despiertan fuertes ruidos provenientes de alguna de las habitaciones cercanas. En un principio sólo pensé que era una pareja teniendo sexo, entonces no me alarmé y traté de seguir durmiendo, lo cual me resultó bastante fácil debido al cansancio que tenía.

Bonito, delicado, todo color rosa pastel combinado con un gris melange, el único defecto que pude advertir del Hotel Shinagawa fue el de las finas paredes de durlok. Se escuchaba todo de habitación en habitación.

Volví a despertarme al escuchar no sólo gritos, también golpes, que ya no parecían sexo, sino que parecía violencia. Asi es como desde mi dormitorio recurrí mediante un llamado de teléfono, a la recepción del hotel, que nunca me respondió.

Media hora después, sin haber obtenido respuestas de alguien a cargo del hotel, intenté escuchar intuitivamente que era lo que pasaba, ya que español no hablaban, decidí levantarme e ir a tocarle la puerta a un vecino para que me acompañase a la habitación donde a mi entender, alguien estaba en peligro.

Para mi sorpresa, luego de tocar mas de 29 puertas de diferentes habitaciones, y bajar a buscar a alguien de la recepción, me di cuenta que no había nadie, nadie mas que los del escandaloso dormitorio, y yo.

Algo no andaba bien. Yo no había reservado el hotel, lo habían hecho quienes me invitaron de aquella Universidad que en pocas horas se suponía que conocería.

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