Despertó con ganas de comerse el mundo.

Ese sentimiento hizo que Pedro se tirara de la cama, calzara las pantuflas y fuera en busca de Manuela.
Salió del dormitorio rumbo a la cocina. Preparó el mate, agarró el diario y leyó los titulares del 21 de Junio de 1984. Esperanzado en que las cosas se iban a acomodar ahora que su temor más grande había sido neutralizado. Ya nadie vendría por lo que era suyo, lo que había ganado con el sudor de su frente.
—¡Comunistas! —decía— no hacen otra cosa que buscar la manera de joder a la gente de bien.
Las manos de Manuela se posaron sobre sus hombros, con un beso le dio los buenos días.
—¿Tomaste la pastilla?
—No, todavía no, vieja. No me gustan esas cosas.
—Ya estás mejor, reconocé que no son malas, Pedro.
—Está bien, por vos lo hago nomás, porque esos botijas están cada vez más impertinentes. No sé que les dio por andar todo el día vestidos de blanco. Me molestan cada vez que pueden.

—Quedate tranquilo Pedro, vos sabés que están acá para ayudarte, teneles paciencia.

—¡Ma’ que paciencia me pedís! ¿A esta altura del partido?

Se levantó y fue hacia el jardín. Se sentó bajo su árbol favorito, en el banco de madera a charlar con los pajaritos.
—¿A vos te parece? Lo que uno tiene que aguantar estos días es inaudito. Mientras daba una vuelta al mate vio acercarse a Manuela con esa sonrisa que tanto amaba.
—¿Cómo te sentís hoy abuelo?
—De maravilla Fernanda. Contame ¿cómo están los nietos?
—Bien. Susana y María te mandan saludos, Pedrito vino a vistarte, está en la puerta, esperando. ¿Querés recibirlo acá?
—Sí. Pero si vino con ese amigo tupamaro* que tiene decile que ¡se vaya a la mierda!
—Siempre lo mismo contigo, Pedro. El muchacho te quiere.
—Los tupamaros solo quieren sacarme el auto y la casa en la playa para dársela a los atorrantes esos que no quieren progresar, ser alguien de bien. ¡No quiero asesinos cerca!
—¡Callate la boca que ahí viene! Tratalo bien.

—Hola, abuelo, ¿cómo estás? Traje bizcochos para el mate.
—¡No quiero nada de ustedes! ¡Váyase! Prefiero morirme antes de darle nada de lo que me gané trabajando. ¡Asesino! ¿Qué hizo con mi nieto? Lo secuestró para que yo les de plata.

Los enfermeros llegaron con una jeringa y con fuerza lo sostuvieron hasta que el sedante hizo efecto.
Pedrito, con lágrimas en los ojos, vio como se llevaban a su abuelo.

En su habitación, Pedro aún luchaba para escaparse de sus raptores. Antes de perder la conciencia notó que algo no andaba bien. No pudo hilar detalles y llevó los brazos detrás de la cabeza mientras Manuela leía “La casa de los espíritus” a su lado, sobre la arena de las Toscas.
—Esta novelista nueva es muy buena Pedro, cuando termine el libro te lo paso.
A él no le llamaba mucho la atención las novelas y no conocía a esa chilena que tenía el mismo apellido que el subversivo ese.
Pedro amaba a su mujer, ella era lo más importante en su vida.
Esa noche se acurrucó a su lado, disfrutando del aroma de su piel, de su pelo. Esperaba todo el día que llegara ese momento, pero nunca lo admitía. Se dispuso a abrazar a Manuela y notó que no podía mover el brazo. Su muñeca pesaba mucho. Extrañado intentó levantar la otra mano, tampoco la podía mover. Quiso levantarse de la cama y una fuerza enorme sobre su pecho se lo impidió. Abrió los ojos con un gran esfuerzo, vio una luz blanco-azulada que lo cegó. Vencido por el cansancio, hundió la cabeza en la almohada.

Despertó con la sensación que podía comerse al mundo.
Se levantó, fue a la cocina y junto al diario del 22 de Julio de 1983 estaba el libro de Isabel Allende y una nota de Manuela: “Dale una oportunidad, te va a gustar a pesar de todo.”
Ese día todo era diferente, él era más vital, más joven. Miró por la ventana y notó que estaba muy sucia. Pensó que Manuela se distrajo con eso. Afuera la vió, junto a Pedrito, conversando con el vecino nuevo. Escuchó que decían:
—Hace mucho tiempo que está así, solo podemos medicarlo y sostenerlo. Luego del último episodio no tuvimos otra opción.
—Pero es mi abuelo —dijo Pedrito.
—No m’hijo, el abuelo ya no está ahí —contestó Manuela.
—¿Cómo que no? Estoy acá ¿no me vés? —decía Pedro desde el interior, golpeando la ventana.
Pero la vida de afuera ya no oía la vida de adentro.

*Tupamaros es un movimiento político de Uruguay que tuvo una etapa de actuación como guerrilla urbana de izquierda radical durante los años 1960 y principios de los 70.

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