El Regente:

El líder había perdido su séquito, quizá por balbucear discursos sinuosos y estólidos o a lo mejor por ausencia de benevolencia, austeridad y exceso de petulancia; también estaría en su contra la inerme actuación de su plañidero ejército el cual fracasaba en las escaramuzas y no se apechugaba la culpa ante la derrota. O tal vez por sus tratos inicuos hacia sus súbditos correosos los cuales se rebelarían ante la aversión.

Todo empezó un día en el cual uno de esos rebeldes gamberros le propinaría a ese regente un par de sopapos con el fin de concretar un pugilato. No obstante, el líder peripuesto y en su proceder desaforado determinaría enervarlo, descoyuntarlo y ejecutarlo de manera intrépida y vehemente bajo el mutismo de la muchedumbre.

Con el transcurrir del tiempo las ejecuciones se volvieron imprescindibles y atiborradas por el desdén. Sin embargo, el regente se negaba a abdicar su cargo puesto que no se consideraba un amilanado y su falaz ahínco preponderaba sobre los jaleos de la caterva; su altivez le hacía divisar a su pueblo como algo fútil y cuando sus asesores suscitaban alguna consideración de su parte los ignoraba a punta de siseos.

La funesta neblina se iba marcando paulatinamente en el territorio promoviendo el advenimiento de una peste endémica pero la desidia del regente fue tan crasa que a duras penas protegió a sus familiares; los enfermos y gangosos por la gripe caían difuntos a mansalva sobre los suelos y eran arrebujados en magnos hoyos bajo las fauces de la tierra.

En los países colindantes se había promovido el exordio del caos, los informes y sus facsímiles eran repartidos a diestra y siniestra por los heraldos quienes anunciaban una guerra la cual influiría abruptamente en el declive del régimen; esta vez las taimadas y excéntricas estrategias del ominoso regente no funcionarían, su carácter fatuo, su pernicioso y desmañado proceder lo conducirían al epílogo de su vida; guiados por la inminencia, los líderes enemigos enviaron agentes furtivos en búsqueda de la sublevación de los sobrevivientes desvaídos y famélicos por la endemia; tras conseguirlo, los ciudadanos se fueron en contra del inerme ejército obligándolo a claudicar. En su palacio, el regente podía percibir los vertiginosos pasos de las personas que añoraban su decapitación y engatusarlas en esta ocasión no serviría para nada; intentó darse a la fuga, pero no pudo escapar a su lúgubre fin y así e incrustada en una estaca en la entrada del pueblo quedaría la testa cadavérica del regente.

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