Azul y Rojo

Azul y Rojo

Betty Font

23/04/2018

AZUL Y ROJO

Constanza escuchaba la charla vacía del grupo de personas en la sala de urgencias; parecía casi cómico ver al sujeto en pijama tratando de aclarar su situación.

Leía las últimas páginas del Diario Íntimo de su amiga, mientras los brazos de su esposo Lucián trataban de confortarla:

“En la mañana del primer día de enero desperté sorprendida: una extraña cicatriz cubría mi brazo izquierdo. Parecía una quemadura aunque no recordaba haberla sufrido. No le di importancia y continué pintando el cuadro que mostraba una escena de mi primer novela”

El hospital era público porque la regresión de la salud en los que no tienen dineronunca pasa, ya sea en décadas, años o días. El señor del pijama caminaba por el comedor sombrío cruzándose con pocas enfermeras.

Constanza y Lucián fueron hacia el pequeño patio en que algunas plantas crecían olvidadas a susuerte.

-Recuérdame que les traiga agua-dijo triste Constanza- Se lo prometí a ella. ¡Me resisto a perder esta amistad de almas!. Me siento tan impotente…

-¿Qué más podías hacer?-trató de razonar Lucián- Somos el resultado de la ignorancia organizada. Has visto que tuvimos que buscar ayuda en elextranjero para que siquiera se interesaran en el caso. Ella fue la primera en todo el mundo en sufrir esta enfermedad. Perdió novedad al extenderse a otros lugares y culturas. Aún hoy nadie sabe qué es, menos cómo curarla.


“Para el cuarto día de enero comencé a preocuparme. Aunque nunca me agradaron los médicos acudí a un clínico. En pocos días, además de la cicatriz de una supuesta quemadura que nunca sufrí, apareció otra en el centro de mi frente y una más en el puente de la nariz. Además de la cercana al esternón, decolor azul”.

En diez días la piel comenzó a ponerse traslúcida, como nacarada. Nuevas cicatrices y moretones cubrieron sus piernas. Lo extraño era que pese al aspecto general no sentía dolor. Se pidió consulta por todas las redes sociales del omnipotente internet a cada hospital del planeta, pero sólo tres médicos mostraron interés. Decenas de estudios sumierona María Nélis en la miseria, arrastrando consigo a su amiga. En noches interminables pintaba con frenesí y seguía escribiendo su segunda novela, presintiendo que estaba transitando el tiempo final de su vida. ¿La certeza?. Era un callejón sin salida. Sola, como siempre. Figuraba en su historia clínica como paciente ambulatoria porque se desconocían los síntomas y no había dolencias…Y las camas se cotizan sólo para el dolor y una buena obra social o quien pueda pagarla. Cada mancha azul o roja dejaba pocos centímetros de piel intacta.


“Hoy empieza el otoño. Anoche soñé algo que quizá pueda ser un indicio de lo que me pasa. Comencé a analizar las manchas y cicatrices rojas. Llegué a la conclusión de que eran producto de todos los golpes que provenían de la infancia. Todo estaba allí: un mapa histórico de cicatrices. Pero…¿el rosario de tonos azules y lavandas que se esparcían alrededor del corazón?. Eran las cicatrices del Alma. Los gritos, las continuas peleas, golpes de palabras y físicos entre mis padres y conmigo. La marginación de la escuela primaria por ser pobre, gorda y amiga de la “negra”. Adolescencia en una Torre de Tormentas continuas. Amores nunca correspondidos. Soledad, siempre”

El drama se acercaba al cierre del telón: las manchas azules comenzaron a atenazar al corazón. Aurículas, ventrículos y músculos cardíacos se aliaron en la muerte.

Constanza, ante lo inevitable decidió emprender otra de sus tantas cruzadas: a través de las redes sociales buscaría el Alma del hombre que su amiga siempre esperó. Lo haría con un poema que María Nélis había escrito años atrás. En aquel momento le supo decir que si Él lo viera o escuchara, pues aún las radios tenían cabida en la audiencia, se produciría el encuentro y así terminarían tantas décadas de espera.

El poema recorrió el mundo mientras el último latido de la paciente “cero” como supieron designarla se extinguía. Por temor a contagiarse de lo desconocido una hora después del hecho sólo la pareja lloraba su muerte. Algo los sacó de su dolor: un hombre llegaba sin aliento a la puerta de la habitación. Llevaba una tablet en su mano y la esperanza en su expresión. No necesitó entrar. Cubrían con una sábana blanca el cuerpo de la mujer, amortajándola que había buscado toda su vida.

-¿La conocías?-preguntó Lucián. El hombre lo miró sin brillo en los ojos y en inglés preguntó: “¿Qué?”. Lucián reiteró y tradujo luego para su esposa:

-Ella pensó siempre que lo entenderías-dijo Lucián,mirando a Constanza se adelantó a su pensamiento, como siempre que dos almas se encuentran-Lo intentamos demasiado tarde, lo sé.

-¿Cómo era? ¿Vivió feliz y plena?-preguntó el inglés.

-Agonizó de esperas toda su vida. De haberlo encontrado…¿De dónde viene?-completó Lucián.

-Soy del oeste de Londres, pero estoy haciendo una experiencia de intercambio en la Universidad de Chile-costándole pronunciar el nombre del país vecino.

Constanza y su esposo se miraron luego de traducido lo dicho. Lucián fue traduciendo para el extranjero a medida que su esposa hablaba:

-Ella supo escribir que, pese a amar Europa y nunca haber podido conocerla… “sentía” que el amor la arrastraba hacia Chile.

El extraño arrojó la tablet destrozando con ese gesto su ahora perpetua espera…

Los siete casos similares a este de un hospital en Argentina, presentados en diferentes lugares del mundo siguieron la partida de María Nélis en poco tiempo.

Fueron en aumento los nuevos afectados a medida que más se extendían las “relaciones cibernéticas” en lugar de las reales. Pasó a ser “la” enfermedad del siglo veintiuno hasta que a finales de ese mismo año descubrieron la causa, gracias al Diario de María N. Logró así desterrarse para siempre el mal llamado “soledad”, reencontrándose la humanidad en el contacto y la mirada.

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