CASO 03 – “El político que confundió poder con legado”

CASO 03 – “El político que confundió poder con legado”

LuFer

06/12/2025

El Tribunal del Tiempo abre sesión.

La sala vibra con un silencio distinto.

No es silencio de cansancio como en el Caso 01.

Ni silencio de abandono como en el Caso 02.

Es un silencio cómplice.

Un silencio que ha visto demasiados discursos y muy pocos actos.

El político entra con paso firme, pero su sombra tiembla.

No tiene rostro definido: podría ser cualquiera.

Un ministro, un diputado, un alcalde, un asesor, un líder de algún comité.

Un hombre que creyó que el cargo lo hacía eterno.

El Juez Tiempo lo observa desde arriba.

Su mirada no acusa:

recuerda.

I. Recepción de Testigos

El primer testigo es un discurso arrugado, uno de esos escritos de campaña que hablaban de “cambio”, “transparencia” y “la gente primero”.

—Prometió escuchar —dice el papel—. Pero fui recitado tantas veces que perdí sentido. Nunca cumplido. Nunca abierto. Nunca honrado.

El segundo testigo es un sobre cerrado, sin remitente y sin destinatario.

Oscuro. Pesado.

—Yo existo —dice con voz opaca— cada vez que un favor se paga sin palabras. Cada vez que un voto se negocia sin conciencia.

El tercer testigo es un micrófono apagado.

—Hubo injusticias que pudo denunciar —declara—. Yo esperaba encenderme. Pero él eligió el silencio. Un silencio conveniente. Un silencio que alimentó dolores ajenos.

El cuarto testigo es una mano alzada del pueblo, desdibujada, casi transparente.

—Yo voté confiando —susurra—. Y en mí se construyó una esperanza que él olvidó apenas se sentó en la silla del poder.

El político aprieta los dientes.

Quiere defenderse.

Pero las palabras se le enredan en la garganta.

II. Examen de los Hechos

El Tiempo despliega la cinta de su mandato.

Se ven proyectos iniciados con entusiasmo…

y abandonados al primer obstáculo.

Se ven comisiones sin concluir.

Decisiones tomadas por conveniencia electoral.

Promesas traducidas en excusas.

Turismo de inauguraciones vacías.

Propuestas guardadas en gavetas selladas.

—Yo solo hice lo que hacían todos —dice el político con una sonrisa rota—. Es la regla del juego.

El Tiempo se acerca.

—No estabas para jugar —responde—. Estabas para servir.

La cinta muestra rostros:

madres que esperaron leyes,

estudiantes que creyeron en él,

trabajadores que confiaron,

comunidades que votaron pensando que su voz sería escuchada.

Cada rostro se diluye hasta convertirse en una sombra decepcionada.

—El poder no es poseer el tiempo de otros —dice el juez—.

El poder es no desperdiciar el que te dieron.

El político baja la mirada.

Por primera vez parece humano.

III. Sentencia

La sala se queda quieta.

El Tiempo respira profundo antes de dictar sentencia:

—No te condeno por ascender.

Te condeno por olvidar para qué ascendiste.

El político se encoge.

—Te culpo —continúa el juez— de confundir un cargo con un legado.

De pensar que tu nombre importa más que los nombres que debiste proteger.

De creer que poder significa impunidad, cuando en realidad significa responsabilidad.

La sentencia final cae como un golpe seco:

—Perderás lo único que el poder no puede comprar: memoria.

La historia te recordará por lo que omitiste, no por lo que dijiste.

Tu legado será aquello que no hiciste cuando más te necesitaban.

Un último susurro concluye el veredicto:

—El tiempo despoja.

El tiempo revela.

El tiempo escribe el verdadero récord de un líder.

El caso queda cerrado.

El reloj marca 03:17.

La hora en que los espejos políticos se rompen.

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