María Escalona, luego de la trágica muerte de su esposo, se mudó a un pueblito andino llamado Colón. Compro una vieja pero hermosa casa colonial, de esas con patio central. Junto con su hijo Pablito, de siete años apenas, pensaba dejar el pasado atrás y empezar una nueva vida en aquel lejano lugar. Pero que equivocada estaba la pobre María.

El clima de montaña, los pastos verdes y el candor de sus habitantes, le daban al espíritu de María un aire de sosiego. Y con Pablito las cosas no eran diferentes. Gracias a su encantador carácter, el niño, hizo amistades muy pronto con sus vecinitos que venían siempre a su casa a jugar en aquel patio central. María no podía ser más feliz con todos esos niños corriendo por su casa. Poco a poco el triste pasado se iba borrando.

Entre los amigos de Pablito había uno en especial que llamaba la atención de María, su nombre era Marcos: un niño de la misma edad de Pablito pero que contrastaba totalmente con su hijo. Mientras Pablo era moreno de cabello liso y negro como el azabache, Marcos era blanco como la nata, con unos enormes ojos verdes y risos dorados que le daban cierta apariencia de cupido.Sin embargo lo que más llamaba la atención de María era que Marcos siempre estaba desnudo de cintura para arriba y a pesar de eso no parecía molestarle el frio.

Una tarde, María, salió a visitar a su vecina Sofía que vivía frente a su casa. Sofía era una anciana que María solía visitar por recordarle a su abuela y además, la señora conocía a todas las personas del pueblo y tenía historias sin tiempo con las que María se deleitaba oyendo.

Aquella tarde María le comentó a Sofía sobre Marcos.

-¿Sofía conoces a un niñito rubio llamado Marcos?-

¿Marcos? Preguntó Sofía con una expresión de temor en su rostro.

-Si Marcos ¿lo conoces?

– Ese nombre no es común por aquí respondió la anciana. –¿Cómo es ese Marcos? Pregunto la anciana a Sofía.

-Es un niño rubio de ojos verdes y siempre anda sin camisa el pobre, y con ese frío que hace por estos lares.

-Ay mija eso es un encanto- respondió la anciana persignandose.

¿Un encanto? Preguntó María con escepticismo, pero sin ocultar cierta curiosidad -¿Cómo así?

-Bueno se cuenta que cada cierto tiempo aparece un niño sin camisa para otorgarle un regalo a una persona en especial. Pero se debe tener mucho cuidado, estos encantos suelen ser engañosos.

A María le pareció fascinante la leyenda, y quiso saber más.

-¿Y cómo hace uno para recibir el regalo?

-Bueno mija. En este caso es muy sencillo. Solo debes quitarle la camisa que lleve puesta tu hijo y colocarse al encanto.

-¿En serio eso es todo?- preguntó María más escéptica aún

-pues si mija, así nada más-

¿ Y que clase de obsequio es?

-Oro- dijo la anciana con solemnidad – el peso del niño oro.

María se fue a su casa meditando en la conversación que había tenido con Doña Sofía. Todo le parecía sólo supersticiones de viejos pueblerinos. Sin embargo ¿Cómo se explica el origen de Marcos y su increíble tolerancia al frío?

Cuando entró a su casa; despidió a la domestica y fue a ver a la habitación de su hijo. Y allí encontró a Pablo jugando con su amigo Marcos. Como siempre, Marcos estaba sin camisa. En ese momento María, llena de curiosidad, quiso probar si lo que le había contando Doña Sofía era cierto. Y quitándole la camisa a Pablito se la colocó a Marcos y éste al instante cayó al suelo entre violentas convulsiones.

María estaba aterrorizada, pero al poco tiempo quedó estupefacta al ver como Marcos se desvanecía convirtiéndose en pequeñas monedas de oro.

María no podía creerlo. Pablito chillaba desconsolado de miedo y tristeza, pero su madre sólo podía vet el pequeño montículo de oro en que se había convertido Marcos.

María lo recogió todo del suelo y lo guardo en un saco. Pesaba como veintidós kilos aproximadamente. Y le pareció que lo más sensato sería ir vendiéndolo poco a poco.

Pero lo que pudo haber sido un evento feliz, para Pablo no era más que otra tragedia. El niño ya no jugaba, lloraba a menudo y comenzó a enfermarse.

María lo llevó al médico, al psicólogo, incluso al psiquiatra. Pero ninguno supo curar a Pablito. Doña Sofía decía que era el encanto reclamando el alma del niño.

María no se daba por vencida y llevó a su hijo a otros médicos pero sin encontrar resultados. Al fin decidió escuchar a la anciana Sofía y acudió a brujos y chamanes para ver si podían deshacer el maleficio. Pero nadie ni nada pudo salvar a Pablo.

El niño adelgazó terriblemente, y María gastó casi toda la fortuna que le dejara el encanto en tratar de salvar a su hijo. Sin embargo, a solo seis meses de recibir el supuesto regalo, Pablito murió.

María no soportó el sufrimiento y se quitó la vida.

Los familiares de María pusieron la casa en venta, pero debido a lo ocurrido en ella nadie se atrevía a comprarla.

Un día,pasado diez años de la tragedia de Maria y Pablito, una madre joven y soltera llegó al pueblo con su único hijo. Y decidió comparar aquella casa pues el precio era absardamente bajo en comparación con el tamaño y la belleza de la casa.

La joven se sentía dichosa junto a su pequeño que rápidamente hizo un amigo. Un niño moreno de cabello negro como el azabache y que extrañamente andaba sin camisa.

A la joven le llamó la atención aquel niño y le preguntó a su hijo:

-¿Cómo se llama tu amigo?

A lo que el niño respondió.

-Pablito mami, se llama Pablito.

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