VIDA NOVELESCA

VIDA NOVELESCA

Sergio Neveu

17/04/2018

Como una conmoción colectiva, o bien una histeria endémica. Así se podía definir el estado en que se encontraba la población de la villa al saber que sus plegarias habían sido oídas y atendidas por los señores del conglomerado de las comunicaciones establecido en el centro financiero del país. Los potentados las habían atendido no porque sus oídos fuesen altruistas, o sus corazones generosos, sino porque percibieron que podrían capitalizar regiamente el anecdótico e inusitado hecho acontecido en aquel pueblo del cual no sospechaban su existencia hasta escuchar las suplicas de sus habitantes y los ratings de audiencia.

Dichas plegarias, preces y rogativas, sin mencionar las ofrendas recitadas en el idioma oficial del país y en el dialecto autóctono de la región, obedecían a la necesidad de mantener a Feyentun – la más ingenua habitante de la comunidad – aferrada al nivel terreno.

Todo comenzó un jueves o un viernes que no tenían nada de especial o diferente, a no ser que marchaban inexorablemente al inicio de otro fin de semana como todos los anteriores y, posiblemente, como todos los posteriores no fuera la llegada de una camioneta con dibujos en sus laterales y escaleras en su techo. Operarios vestidos uniformemente, contratados por la sempiterna autoridad local, retiraron una gran caja del vehículo, depositándola en la pérgola de la plaza central. La abrieron, la acomodaron en lugar estable, protegido de la intemperie y de prestímanos, para conectarle una serie de gruesos cables en su parte posterior que se erguían al cielo, como buscando contacto celestial, o por lo menos, contacto extraterrestre.

Sonidos, imágenes difusas y muchas líneas puntilladas indescriptibles salieron de su interior, desconcertando y atemorizando a la multitud que se congregó alrededor de la plaza. Lo que vieron y oyeron era algo inverosímil. Una aparición fantasmagórica -o un pecado virtual, como dijo el párroco- sin explicación plausible fue el primer pensamiento que se manifestó en sus asustadas mentes, porque lo veían con sus propios ojos, que nunca les habían mentido o traicionado.

Figuras de personas y cosas surgían de la nada para proyectarse en un cajón mágico, como peculiarmente lo llamaron al inicio. Con un poco de deducción y mucho de imaginación concluyeron que los cables elevados al infinito transmitían la voluntad de la divinidad, eran la manifestación del ser superior en forma de imagen y audio para vigilar sus actos y absorber sus almas en caso de que las normas celestiales no fuesen acatadas en su integra. Era el ojo omnisciente que todo veía y la voz de la sabiduría que todo transmitía que nada dejaban escapar, ninguna minucia, por menor que fuera el impacto del pecado o por más oscuro que estuviera el lugar donde se cometía la herejía contraria a su voluntad.

El imaginario colectivo los llevó a los extremos de considerar la caja como de pandora que podría desatar todos los males sobre la población, o como la panacea que iría a curarlos de los mismos males. La realidad se encargó de desmitificar tanto lo uno como lo otro. Lo que veían por primera vez era un aparato de televisión que transmitía sus imágenes en blanco y negro dándole una condición más sombría aun a su enigmática capacidad de comunicarse con los terrenos. La llegada de la televisión a la localidad marcó una inflexión en las vidas de los habitantes de la villa. En todos, sin excepción.

Feyentun, cuyo nombre en la lengua nativa significa creer, obedecer y convenir, asimilaría literalmente la idea de que su alma estaba amarrada, vinculada cósmica e inevitablemente a esta caja sonora y visual. Su nombre ahora incorporaría la profecía de su simbolismo.

Cuando nació sus padres observaron los astros, los machis, el diccionario nativo y las señales que la naturaleza exhibía en aquel día para llegar a la conclusión que todo confabulaba para un estado de entendimiento y asenso universal. Por lo tanto, su nombre debía incorporar en su grafía las características observadas a fin de cumplirlas en un futuro incierto.

Y el futuro llegó transmutado de tecnología, vestido de “cajón mágico” Este onomástico le impuso, la sometió inapelablemente, a valerse de la credulidad como medio de relacionarse con todos y con todo, aunque también contribuyó para esto – con menor intensidad – el aislamiento de la villa, la ingenuidad natural que la impelía a confiar en lo que sus sentidos percibían y por último, pero no menos importante, contribuyó la simplicidad de la cultura local de no cuestionar ni las determinaciones de la dinastía dominante, ni los designios superiores profesados por su gente desde tiempos ancestrales, remotos, perdidos en la historia, en el tiempo y en la geografía del lugar.

El día en que el misterioso aparato posó en la plaza matriz de la desconocida localidad, Feyentun se encontraba en los faldeos de los cerros próximos cuidando del escaso ganado perteneciente a los pobladores. Le dijeron que un famélico león de la montaña merodeaba el lugar y que era su turno de custodiarlo por el bien de todos. Como medio de defensa depositaron en sus manos un silbato capaz de provocar sordez temporaria en el felino lo que abriría un hiato suficiente para escapar en caso de aparecer. Como era de costumbre, lo creyó sin hesitar ni cuestionar. Era la profecía en funcionamiento.

No era inusual colocarla en situaciones de candonga o de hazmerreir. Su condición de creer y acatar lo que se le decía sin discutir o emitir opinión diferente, era fuente de burla e ironía por parte de toda la población con excepción de sus padres. Convivía con el riesgo y el sarcasmo diario de los graciosos inescrupulosos que se divertían a costa de su ingenuidad con bromas de pésimo gusto realizadas a la luz del día y en las sombras de la noche también. El día en que le pidieron que comprara tiempo en la farmacia para aumentar su expectativa de vida, fue emblemático para los “brillantes” motejadores acéfalos. Si fuera un reino, ella sería el personaje cómico encargado de divertir reyes y cortesanos conocido vulgarmente como bufón. Solo que en este caso no existía la realeza, sino solamente el personaje burlesco.

Necesariamente su camino de retorno del pastoreo circundaba la plaza central que en función del avanzado horario ya no albergaba almas encandiladas por la caja mágica. No obstante, la transmisión no cesaba. Continuaba intacta enviando sus imágenes como si todavía hubiera platea para asistirla.

Deslumbramiento, asombro, estupefacción. Cualquier adjetivo de esta índole calificaba exactamente el estado emocional en que se encontró Feyentun cuando se deparó con el misterio de oír voces y ver figuras que dialogaban animadamente con ella. Dada su condición de credulidad, creyó piamente en lo que veía y ciegamente en lo que oía.

Era el horario de la novela nacional, el programa de mayor audiencia de la estación transmisora en toda su existencia. Su audiencia era mayor que la novela cubana “El derecho de nacer” o la colombiana “Betty la fea” o la argentina “Vidas robadas” juntas. Sin embargo, como dicha telenovela aún no hipotecaba las mentes de los lugareños para el fenómeno que hipnotizaba al resto del país, Feyentun no encontró a nadie a quien preguntarle sobre este acontecimiento inusitado pero creíble. Como era su característica – y no se podía esperar reacción diferente de ésta – se dejó llevar por sus sentidos que la guiaron calmadamente por entre las líneas horizontales de la pantalla del aparato.

Realizó un viaje analógico, un tour por células voltaicas y canales electrónicos que la transportaron al umbral de la condensación entre la materialidad y la virtualidad.

En ese instante de privacidad absoluta, de reservada intimidad, de silencio consentido, se miraron por un par de segundos y en la secuencia ocurrió un espectáculo singular y señero, que se mantiene sin explicación racional, irracional o mística hasta los días actuales. Una especie de comunión virtual, de sincretismo binario se estableció entre ella y la protagonista principal de la telenovela que condujo a ambas a un estado de torpor y abertura sensorial sin límites o condiciones. Un estado de receptividad total, un estado narcótico que las dejó susceptibles a las volátiles variables físicas y químicas circundantes.

Y fue ahí, exactamente en ese momento que la extraña simbiosis de moléculas y pixeles se concretó. No hubo dificultades para mezclarse y transferirse ya que ambas variables, moléculas y pixeles, obedecen a las leyes de la física en el nivel atómico, por lo tanto, el lenguaje usado fue reconocido por los dos componentes. Por una extraordinaria convergencia de factores y por condiciones muy peculiares de causas y efectos, como también de atracción y repulsión, consiguieron la proeza de intercambiar sus elementos constitutivos básicos auxiliados por la magia de la tecnología y de la fe. Un prodigio de la naturaleza hizo que parte de la estructura molecular de Feyentun se depositara en la protagonista principal asumiendo sus características innatas, así como el proceso inverso también fue verdadero.

Curioso es que no se puede atribuir a una tormenta eléctrica este milagro de las conversiones, o a un estado de catarsis mutua. Liviano sería atribuirlo al efecto de alcaloides. Nada de eso ocurrió. Fue un proceso natural, si se puede llamar así. Tanto la protagonista como Feyentun asimilaron el impacto de manera no traumática, parecía previsto o predeterminado a acontecer. Los respectivos metabolismos aceptaron esta alteración celular sin restricciones o efectos colaterales. La metamorfosis virtual fue integrada naturalmente a sus respectivos procesos biológicos y conductuales como se evidenciaría en el futuro cercano.

Esta alianza molecular provocó modificaciones en el cotidiano de ambas mujeres con efecto directo en sus futuros. De esta forma, la transmisión de la novela pasó a ser crucial para Feyentun, ya que mientras no era interrumpida, su vida continuaba sin alteraciones o percances de ningún tipo. Sin embargo, si se sintonizaba otro canal o el aparato era desconectado, iniciaba una desintegración corporal que la desvanecía lentamente junto con el extinguir de los pixeles en la pantalla, lo que perduraba hasta el momento en que retornasen a la estación transmisora o conectasen nuevamente el aparato.

De alguna manera, un invisible cordón umbilical cibernético la conectaba al cajón mágico. Estas sensaciones de disgregación eran vivenciadas también por la protagonista de la novela, aunque su impacto se materializó notoriamente en el personaje que encarnaba, modificándolo transversalmente: de escéptico e incrédulo por definición y principios, pasó a ser un personaje crédulo y confiado de un momento a otro, desvirtuando completamente su concepción original.

No hubo conjuro o esfuerzo suficiente para retornarlo a sus características tan bien definidas en el guion. Un fenómeno inexplicable para la protagonista y los guionistas. La actriz fue incapaz de asociar el evento del encuentro mágico, casi ficcional con Feyentun y su consecuente transferencia molecular, con la transmutación de su personaje. Feyentun tampoco consiguió establecer esa relación por completo. Lo único que percibía con seguridad era que este incidente no ocurría durante el tiempo en que la novela estaba en el horario de transmisión.

Ese era el único hecho conclusivo que las afectaba simultáneamente, aunque su origen fuera desconocido para las inestables mujeres.

Un acaso, un evento totalmente fortuito, como la manzana de Newton, le permitió a sus padres vincular la relación entre la irradiación de partículas y Feyentun. Como ya todos en el pueblo, frecuentaban la plaza en el horario de la telenovela sobre la cual emitían comentarios y exclamaciones de aprobación o desaprobación determinadas por sus emociones. El capítulo de aquel día suscitó participaciones más acaloradas y vehementes que lo usual, lo que redundó en el cambio del canal a fin de apaciguar los ánimos.

Al igual que un teletransporte, el cuerpo de Feyentun comenzó a pulverizarse ante los atónitos espectadores que allí se encontraban. La población dijo tratarse de la absorción de su alma, el párroco de una maldición diabólica e infernal, el médico de una virosis contagiosa y el policía de una mujer bomba. Descartando el sensacionalismo y el alarmismo infundados, solamente sus padres percibieron la estrecha relación entre las ondas electromagnéticas y la estructura molecular de Feyentun ya que bastó que alguien volviera a la emisora original para que ella se reconstituyese hasta alcanzar su apogeo físico.

Como la discordia referente al desarrollar de la novela continuó volvieron a cambiar de canal y nuevamente el proceso de fisión se manifestó como un círculo vicioso. Cual panel luminoso de propaganda del tipo que enciende y apaga para mostrar su producto, reaccionaba el cuerpo de Feyentun, solo que para ella significaba recuperar su complexión física y no mostrar un producto a ser consumido. Lo único que se consumía era su vitalidad cada vez que se suspendía la transmisión. La relación entre la cesación de las imágenes y la desintegración de Feyentun estaba consagrada.

Convencidos de su singular ligación con la novela, sus padres elaboraron una petición destinada a los dueños del canal solicitando la prorrogación indefinida de la difusión del programa, a fin de mantener a su hija en el estado sólido que les era querido y conocido.

En primera instancia no consiguieron ser leídos por representar una cuantía ínfima de espectadores escondidos en algún lugar desconocido de una región encubierta. Concomitante con este apelo y de manera providencial, los índices de audiencia crecieron exponencialmente en función de la revirada del personaje principal. Estos se tradujeron en clamor popular en cuestión de horas para depositarse en la mesa del director que, como buen capitalizador de preferencias, mandó alterar definitivamente los rasgos del personaje para atender a la reivindicación nacional.

La protagonista adhirió de cuerpo y alma a esta mudanza ya que la identificaba con su estado actual, que era emulación de la credulidad de Feyentun. Entusiasmada, comentó su transfusión virtual con el director que fugazmente vislumbró la correlación entre la petición recibida relatando el acontecimiento inimaginable y el aumento indescriptible de espectadores. No satisfecho buscó la causa de este fenómeno excepcional. Rescató el papel arrugado del cesto de basura a fin de encontrar a sus remitentes.

Tuvo que solicitar la ayuda de cartógrafos para encontrar la localidad y estos, por su vez, recurrieron a los satélites más precisos y sofisticados para descubrir sus coordenadas. Se atribuye a un zahorí, que fue consultado discretamente para no exponer a la ciencia a críticas o cuestionamientos de difícil solución, la localización exacta del pueblo espectral.

Como sea, el director se dirigió hasta la villa para cerciorarse de lo narrado en la petición. No se decepcionó. Lo presenció en vivo y en directo: Feyentun desvanecía en las situaciones descritas. Eran los últimos capítulos de la interminable novela que prendiera al país en estado de suspensión catatónica, como también los últimos capítulos de la fuente de utilidades de la emisora, motivo de preocupación y angustia.

El final era insospechado hasta ese momento. Al comienzo no consiguió concatenar bien sus ideas. Imágenes desconectadas envolviendo cifras y audiencia se acopiaron en su mente a una velocidad superior a la del pensamiento. Sin embargo, una ocupó lugar destacado: hacer un programa en vivo con énfasis en los momentos de desvanecimiento, a fin de crear el contexto de sensibilización indispensable al desprendimiento financiero para apelar a donaciones voluntarias cuya finalidad sería mantener la novela en el aire indefinidamente con el “noble” objetivo de sustentar la energía vital de Feyentun. Infalible. Apelar al lado emocional de la población para disimular el egoísmo y la ambición desmesurada. No había como errar. Unir descarada y cínicamente una acción disfrazada de bondad al aumento del lucro. Un único detalle no fue previsto por considerarlo irrelevante: desestimó la simbiosis de Feyentun…

La incredulidad del personaje de la protagonista se evidenció robusta, fuerte y decidida en Feyentun exactamente en la oportunidad en que el director contaba con su ingenuidad y su credulidad. Por su parte, Feyentun apostó todo en la solidez de su fe y de su nueva personalidad parcial, así como en la superación de su dependencia de la alianza molecular. Fortaleció su convicción en la superioridad de la espiritualidad sobre la virtualidad para vencer la dualidad y unificar su existencia que le era preciosa y única.

El director, con dudosa honestidad propuso su idea a Feyentun quien, por primera vez en su vida, se posicionó antagónicamente a una idea, negándose rotundamente a participar del circo mórbido y sórdido que le planteaban.

Sueños deshechos antes de ser soñados, utilidades en caída antes de subir, índices de audiencia desplomando antes de solidificarse. Un fuerte sentimiento de vértigo se apoderó del director ya que todas sus intenciones tanto las declaradas, como las implícitas se vieron agostadas por la determinación casi obstinada de Feyentun de mantener su decisión sin quitarle una coma o agregarle puntos suspensivos.

Irónicamente, las características conductuales originales especialmente creadas para ser representadas por el personaje de la actriz de la novela, destituidas en su totalidad después de la simbiosis binaria, fueron la causa de la derrota del conglomerado de las comunicaciones en general y del director en particular. No obstante, también se constituyeron en la victoria personal de Feyentun contra la impostura de su nombre. Con este acto se había independizado de la tiranía de la transmisión televisiva definitivamente, de la burla constante de sus coterráneos y del despotismo esclavizador oriundo de su nombre.

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