Hay tribunales
visibles, con expedientes, secretarios y leyes escritas por manos humanas. Y
luego está este otro tribunal: silencioso, ubicuo, inevitable. Un tribunal que
no necesita edificio, porque existe dentro de cada persona que respira y recuerda.
Un tribunal que no
aparece en Google Maps ni en ningún registro civil, pero del que todos somos
parte sin haber sido consultados.
Lo llaman El
Tribunal del Tiempo.
En este lugar no
se juzga un acto aislado, sino la suma de todos los segundos desperdiciados o
aprovechados. Aquí no importa si estudiaste derecho, medicina o ingeniería: el
Tiempo te juzga igual. No distingue profesiones, países, edades o credos.
Solo distingue
algo: cómo viviste los días que se te dieron.
Sus testigos no
son personas.
Son objetos.
Instantes. Recuerdos.
El despertador que
sonó mientras postergabas sueños.
La silla vacía en
una mesa donde alguien te esperaba.
El mensaje que
nunca respondiste.
El proyecto que
dejaste morir.
La disculpa que
callaste.
La foto olvidada
en una billetera.
La sombra de lo
que hubieras sido.
Cada semana, un
caso distinto entrará a esta sala que no tiene paredes.
Casos de
trabajadores, madres, migrantes, jóvenes atrapados en pantallas, políticos,
enfermos, ancianos, artistas, países, niños… y finalmente, cuando todo esté
dicho, el caso más extraño de todos: el juicio contra el propio Tiempo.
No habrá castigos
espectaculares.
No habrá
sentencias penales.
Solo verdades que
duelen, enseñan o despiertan.
Porque el Tiempo
no castiga: revela.
No condena:
recuerda.
No destruye:
muestra.
Esta serie no es
una historia; es un espejo.
Una invitación a
mirarte desde afuera, pero también desde dentro.
Un recordatorio de
que nadie vive dos veces el mismo minuto, y que todo lo que no se hace a tiempo
se transforma en eco.
El martes inicia
el primer caso.
Hasta entonces,
respirá.
El tiempo también
te está mirando.
CARTA DEL JUEZ TIEMPO —
Yo no soy juez porque alguien me lo asignó.
Soy juez porque todos ustedes me invocan sin darse cuenta.
Me culpan cuando pierden algo, me ruegan cuando falta, me maldicen cuando se agota.
Y aun así, continúan midiéndome, reclamándome, negociando conmigo, como si fuese un acreedor caprichoso.
Déjame decirte algo que casi nunca estás dispuesto a escuchar:
Yo no castigo.
Solo cuento.
Cuento las veces que corriste sin mirar alrededor.
Cuento las palabras que omitiste por orgullo.
Cuento los abrazos que diste a destiempo.
Cuento los días que viviste en piloto automático.
Cuento los momentos en los que estabas vivo… pero no presente.
Yo no soy el enemigo, aunque muchas veces me trates como tal.
Cuando alguien se va demasiado pronto, me culpas.
Cuando llega una oportunidad tarde, me culpas.
Cuando no logras algo en tus propios plazos, me culpas.
Pero dime:
¿cuántas veces fui yo el que te sostuvo cuando ya no tenías fuerzas?
¿cuántas veces fui yo quien te dio distancia para olvidar,
o espacio para aprender,
o silencio para volver a construirte?
Yo avanzo, sí.
Nunca me detengo.
Pero no corro para dañarte,
sino porque es mi naturaleza: ser movimiento.
No pienso en futuro ni en pasado.
No sé de castigos ni recompensas.
Solo sé de instantes.
Y un instante, cuando se mira con claridad,
puede contener una vida entera.
En esta serie que estás por leer,
no me verás juzgando delitos humanos:
verás cómo traigo a la luz todo lo que ustedes mismos escondieron de sí.
Los testigos serán recuerdos, objetos, silencios, decisiones postergadas.
Yo no levantaré la voz.
Nunca lo hago.
Solo mostraré.
Mi propósito no es humillarte.
Mi propósito es recordarte quién puedes ser todavía.
El martes abriré el primer caso. Instagram
Ojalá estés listo.
No para recibirme,
sino para reconocerte.
Firmado,
El Tiempo.
OPINIONES Y COMENTARIOS