EL JUICIO DEL TIEMPO
(Poema en cuatro actos con lenguaje jurídico y tono filosófico)
ACTO I – APERTURA DEL JUICIO UNIVERSAL
En el salón sin techo del universo,
donde los relojes callan y las eras se inclinan,
se abre la audiencia del Juicio Final.
Preside Su Señoría: El Tiempo,
impagable, incorruptible,
único magistrado sin reemplazo ni apelación posible.
La Secretaría la conforman los siglos,
y como fiscal comparece la Tierra,
madre agraviada y víctima perpetua.
Se hace constar que el acusado, la Humanidad,
comparece con rostro múltiple,
cubierto de gloria, petróleo y arrepentimiento.
Declara conocer los cargos,
aunque finge no recordar los hechos.
El Juez dicta solemnemente:
“Iníciese la vista pública de la causa número infinita:
Tierra contra Humanidad, por los delitos de abuso existencial,
explotación reiterada y omisión del alma.”
Se llama a declarar a los testigos.
ACTO II – TESTIGOS Y ACUSACIÓN DE LA TIERRA
Primer testigo: el Agua.
Comparece con voz líquida y memoria transparente.
“Fui río, lluvia y océano,
pero el hombre me envenenó con su prisa.
Me hizo llorar petróleo y morir en plástico.
Soy la víctima más clara del progreso turbio.”
Segundo testigo: el Aire.
Su testimonio se extiende con olor a humo.
“Fui aliento y ahora soy asfixia.
Llevo en mis pulmones los pecados de las fábricas.
Los pájaros se retiraron de mi custodia.
El cielo, otrora libre, hoy es un archivo gris de culpa.”
Tercer testigo: el Fuego.
Habla con voz de volcán domesticado.
“Fui chispa sagrada,
pero me convirtieron en arma, en consumo, en guerra.
Yo iluminaba el camino del hombre,
hoy incendio sus errores.”
Cuarto testigo: la Tierra.
Sube al estrado con pies de montaña y mirada de abismo.
“No presento pruebas:
cada grieta es mi testimonio,
cada desierto una confesión del acusado.
Lo amé sin medida,
y me pagó con maquinaria.”
El Fiscal concluye:
“La Humanidad, en su soberbia, olvidó que habitaba un cuerpo vivo.
Se creyó dueño del suelo que la sostenía,
y hoy comparece ante la eternidad, sin coartada posible.”
ACTO III – DEFENSA DE LA HUMANIDAD
El acusado solicita la palabra.
Su tono es vacilante, pero altivo:
“Construimos ciudades,
inventamos la música, el arte, la justicia.
Hemos llorado por amor y levantado templos al cielo.
No somos monstruos, solo aprendices del error.”
El Tiempo lo interrumpe.
“Aprendices que olvidaron la lección.”
La defensa insiste:
“Hemos descubierto curas, detenido guerras,
creado conciencia y buscado redención.”
Pero el Fiscal responde:
“Toda redención llega tarde cuando la víctima sangra.”
El Juez consulta el expediente:
una carpeta infinita de siglos,
donde constan las pruebas —no de papel, sino de memoria—:
mares acidificados, bosques calcinados,
especies extintas y horas robadas al silencio.
ACTO IV – SENTENCIA DEL TIEMPO
El tribunal se pone de pie.
El martillo no suena:
solo cae un grano de arena en la clepsidra universal.
El Tiempo dicta:
“No existe absolución para quien confunde creación con propiedad.
El hombre no será condenado a muerte,
porque ya se la ha impuesto a sí mismo.
Mi fallo es simple:
Que cada segundo le recuerde su deuda.
Cuando mire el reloj, que vea su espejo.
Cuando escuche el viento, que oiga su propio juicio.
La Tierra no busca venganza:
busca memoria.
Este tribunal no cierra:
sus puertas son los días,
y su sentencia se ejecuta al ritmo de cada amanecer.”
Y el acta final se firma con tinta de aurora.
El sello es un reloj detenido en 3:17,
hora exacta en que el Tiempo decidió que aún era posible el perdón.
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