LA ESCRITORA DE BECQUER

LA ESCRITORA DE BECQUER

Esther

26/10/2025

Nunca fui de creer en fantasmas, aunque mi corazón siempre latía con la misma emoción con que leía a Becquer: la fascinación por lo sombrío y lo silencioso, por la delicada frontera entre la vida y aquello que parecía acecharnos desde el otro lado. Esa noche de octubre, con la lluvia golpeando los cristales y la lámpara ardiendo con un parpadeo vacilante, decidí sentarme a escribir. Quería algo que fuera mío, pero inspirado en aquella atmósfera que Becquer lograba con tanta precisión, un relato donde los muertos y los vivos se rozaran sin apenas darse cuenta.

Comencé con una frase sencilla: (El viento traía consigo un perfume antiguo que parecía envolver la colina y sus árboles dormidos…) Apenas la puse en el papel, sentí un escalofrío, como si la habitación hubiera escuchado y reaccionado a mi voz de tinta. No le di importancia, era octubre, hacía frío, y mi imaginación siempre había sido demasiado vívida.

Mi protagonista era un joven que debía ir al monte de las ánimas aquella noche, guiado por la curiosidad y el atrevimiento que solo los vivos poseen. Mientras escribía, sentía que sus pasos resonaban en mi mente, asi como un eco que parecía coincidir con un crujido leve detrás de la puerta cerrada. Abrí los ojos no habia nada, solo sombras proyectadas por la luz oscilante.

La historia avanzaba, y con cada frase mi pulso se iba acelerando. Describí la niebla que ascendía desde el valle, envolviendo la iglesia abandonada, y una bruma ligera comenzó a filtrarse por la ventana. Me levanté, confundida, y al volver a mi escritorio, la hoja mostraba palabras que no recordaba haber escrito:

(Ella no debería estar sola.)

Una punzada recorrió mi espalda. ¿Quién era “ella”? Si yo no había mencionado a ninguna mujer!!. Y sin embargo, sentí un estremecimiento que no podía atribuir solo a la corriente de aire.

Continué escribiendo, con manos temblorosas. Mi protagonista entraba en la iglesia, y con él, yo me sentía desplazándome en un espacio paralelo: podía escuchar el eco de sus pasos, o tal vez los míos, y no distinguía ya dónde terminaba la ficción y comenzaba la realidad.

De repente, la lámpara parpadeó con fuerza y se apagó un instante. Cuando volvió la luz, la hoja frente a mí estaba cubierta de tinta que no había puesto: (El monte lo reclama.)

oh dios mio!!mi respiración se aceleró y la verdad no podía negar lo evidente: algo de la historia se filtraba a mi vida. Cerré los ojos y respiré profundo intentando calmarme. Cuando los abrí, la ventana estaba cubierta de una bruma espesa que no había estado allí antes. La lluvia golpeaba con insistencia, pero ahora parecía un murmullo de advertencia.

Avancé en la escritura a pesar del miedo. Cada escena que narraba, cada sombra que describía, se manifestaba a mi alrededor. El viento traía hojas secas que giraban en el salón, como un eco de mi relato. Escribí sobre un lobo fantasmal que recorría la colina y, un segundo después, escuché un aullido lejano que me erizó la piel.

Llegué al punto donde el joven protagonista se enfrentaba con el espíritu de su amigo desaparecido, y justo ahi sentí un escalofrío tan intenso que pensé que mi corazón se congelaría. Entonces en la esquina de la habitación, la sombra de un hombre apareció, apenas perceptible, y parecía observarme. Intenté convencerme de que era imaginación, pero sabía que estaba equivocada.

Mi pluma empezó a moverse por sí sola, la tinta trazaba frases que no había concebido, pero que parecían , imprescindibles:

(Si sigue escribiendo, ella también quedará atrapada.)

Una sensación de pavor me recorrió por todo el cuerpo comprendiendo quizás, que ya no estaba narrando la historia: la historia me estaba narrando a mí. El monte de las ánimas, los espectros, la niebla… todo parecía formar un laberinto del que yo era parte y es que cada palabra que ponía en la página se transformaba en un hilo que me unía a la colina y a sus secretos.

Quise detenerme, incluso tiré el cuaderno al suelo, pero la tinta seguía fluyendo, trazando líneas que describían mi propia figura, de pie junto a la iglesia, con los ojos abiertos y paralizados de terror. Intenté gritar, pero la voz no salió. En la hoja estaba escrito:

(No hay retorno una vez que cruzas el umbral de la historia)

Mis manos temblaban, pero sentí que algo dentro de mí me obligaba a continuar. Porque cada palabra que escribía era una cuerda que me ataba más al relato, pero también era un camino para entenderlo, para enfrentar la presencia que ahora se sentía viva dentro de mi casa y de mi mente.

Describí mi propio movimiento hacia la puerta del salón, siguiendo la dirección de la sombra y cada paso que relataba en la página se materializaba en la habitación: los muebles crujían, el suelo parecía hundirse ligeramente bajo mis pies. La lluvia golpeaba más fuerte, como insistiendo en que no retrocediera.

Finalmente, llegué a la puerta, la abrí y la niebla me envolvió. La historia y la realidad se habían fundido por completo. Sentí los pasos del protagonista a mi lado, escuché su respiración. No podía distinguir si era él, yo, o ambos y entonces la pluma, por última vez, se movió sola y escribió:

(Quien escribe aquí, camina con los muertos y los vivos… ahora solo queda aceptar o dejar el relato )

Comprendí entonces que el don de Becquer ,esa fascinación por lo oculto, por los límites de la vida y la muerte, no era solo un artificio literario: era un espejo. Si quería escapar, debía escribir el final, pero nunca podría dejar de escribir del todo. Cada palabra que pusiera en el papel tenía poder, y ese poder, ahora, incluía mi propia existencia.

Tomé un respiro profundo y escribí la última frase:

(El monte guarda sus secretos, y yo me quedo aquí, parte de la historia que creé y que me creó.)

Un silencio profundo llenó la habitación, la niebla se disipó lentamente, y por primera vez, sentí que podía respirar con normalidad. El cuaderno estaba frente a mí, abierto, limpio de tinta nueva, la historia había terminado, pero algo en el aire me decía que no sería la última vez.

Me levanté, cerré la ventana y apagué la lámpara ,fuera, la lluvia continuaba, pero ahora era solo era eso… lluvia. Sin embargo, sabía, con una certeza aterradora y hermosa, que siempre quedaría una conexión entre la escritora, su historia y aquel monte donde las ánimas esperaban, paciente, para volver a cruzarse en la vida de quien se atreva a escribir su historia…

Esther Rodriguez

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