Desidia del desinterés

Suele dolerme y entristecerme cuando la gente ataca sin razón. Normalmente deciden criticar y atacar mi manera de relacionarme. En el último tiempo pasé por tanto que es como si tuviera un piano constantemente en mi cabeza; me parece incoherente tener que pedir disculpas porque no estuve atento a problemas ajenos sin siquiera saber que existían. Creo fervientemente que la mejor manera de mantener una relación es la comunicación, mientras que el silencio es generador de desidia, confusión, enojo, incertidumbre y desconocimiento.

Consideraría que todos tenemos nuestras rachas, nuestros momentos y nuestras maneras. Pretender que el otro sepa y esté obligado a conocer nuestros problemas sin siquiera haberlos comunicado roza lo absurdo. Hablemos, sentate, enviame un mensaje, pedime una charla, expresame de manera fuerte y clara: “no estoy bien y necesito que me escuchen”.

Personalmente, me considero una persona que sabe escuchar, conozco a mis cercanos e intento cuidarlos. No soy psicólogo y me puedo limitar a brindar un mínimo consejo, si así me lo pidiesen. Lamentablemente, la carga mental que tengo durante el dos mil veinticinco es indomable, me llega a desesperar y anula toda posibilidad de pensar. Dado que estoy viviendo mi vida, me veo en la obligatoriedad de priorizarla ante todo. ¿Puedo tener baches de preocupación y ayuda con mis más cercanos? Obviamente, y no lo consideraría dos veces. Ahora, no esperen de mí una atención constante de veinticuatro horas mediante mensajes, porque no prometo darla.

Amo a mis allegados y siempre les daré todo lo que pueda mientras mi vida se mantenga estable y normalizada. En cuanto mi estantería se encuentre débil y deba remodelarla, debo dejar la de los otros y priorizar que mi estantería no se caiga. Si permito que mi construcción se desmorone, ¿dónde voy yo?

Atte

Facundo Verardo D’Agostino

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