La Cartera Infinita 37

La Cartera Infinita 37

Mateo Arriz

13/09/2025

Capítulo 37: El inicio de una guerra de corazones

El sol se alzaba sobre la ciudad, bañando los rascacielos con tonos dorados. La inauguración de los primeros hospitales de Kaito había dejado al mundo entero conmovido; por primera vez en mucho tiempo, la humanidad sentía que alguien poderoso usaba su influencia no para destruir, sino para salvar vidas. La figura de Kaito se había convertido en un símbolo. Sus discursos transmitidos en vivo, sus viajes a distintos países y la manera en que trataba a cada paciente con calidez habían traspasado cualquier frontera.

Pero mientras la opinión pública se llenaba de esperanza, en otro plano más íntimo comenzaba a gestarse algo diferente: una guerra silenciosa. No una guerra de armas ni ejércitos, sino de corazones.

Cinco mujeres, distintas en personalidad y origen, habían decidido que no iban a quedarse de brazos cruzados. Airi, Lena, Miyu, Reina y Sofía, cada una con su propio pasado y sentimientos, habían caído rendidas ante el magnetismo de Kaito. Su visión, su fuerza y su humanidad las habían conquistado de formas distintas, pero intensas. Y ahora, con la confirmación de que él no era un simple líder, sino un hombre con sueños casi imposibles que hacía realidad, todas tomaron la misma decisión: acercarse a él… sin importar que eso significara entrar en competencia directa.

Airi siempre había sido la más extrovertida del grupo. Su carácter vivaz y un poco descarado contrastaba con la serenidad de otras, pero era justamente eso lo que le daba ventaja: ella no temía hablar, no temía mostrarse.

—Si no me muevo ahora, alguien más se adelantará —se dijo frente al espejo mientras se peinaba, decidiendo dejar su cabello suelto, brillante bajo la luz de la mañana.

Ese mismo día, se presentó en una de las visitas de Kaito a un hospital en construcción. No fue con excusas complicadas, simplemente apareció con una sonrisa radiante y un termo de café en mano.

—Sé que no has dormido bien en días —le dijo, extendiéndole el termo como si fuera lo más natural del mundo—. Al menos prueba esto, yo lo preparé.

Kaito arqueó una ceja, sorprendido por la espontaneidad, pero aceptó. La calidez de Airi era como una ráfaga de aire fresco en medio de la seriedad que siempre lo rodeaba. Ella no buscaba esconder sus intenciones: quería estar cerca, quería ser notada.

Y vaya que lo estaba logrando.

Lena, por el contrario, era estrategia pura. Su forma de conquistar no era con risas o palabras directas, sino con gestos medidos y apoyo silencioso. Ella entendía que Kaito cargaba una presión inmensa, y decidió convertirse en alguien confiable, alguien que pudiera estar a su lado cuando los demás lo agobiaran.

En las juntas de planificación de hospitales, Lena tomaba notas, proponía ideas prácticas y resolvía detalles que pasaban desapercibidos para todos menos para él. Una noche, cuando Kaito revisaba documentos en su oficina, Lena apareció sin previo aviso.

—Te ves cansado.

—Lo estoy. Pero aún quedan demasiadas cosas por ajustar.

Sin decir nada más, Lena dejó sobre el escritorio una caja con comida que había preparado personalmente. Nada lujoso: arroz, pescado, verduras. Sencillo, pero nutritivo.

—Si no comes, no podrás sostener todo lo que estás levantando —susurró, con esa calma firme que la caracterizaba.

Kaito la miró por unos segundos, y en su interior sintió una oleada de gratitud. No era solo comida, era un recordatorio de que no estaba completamente solo en esa carga.

Lena no sonrió, no hizo un gesto coqueto. Simplemente le dio la espalda y se marchó, dejándolo con un silencio extraño en el pecho.

Miyu era diferente. Había sido siempre la más reservada, la que hablaba poco y observaba mucho. Sin embargo, el amor, incluso cuando nacía en silencio, podía empujar a alguien a dar pasos inesperados.

Una tarde, mientras Kaito visitaba a un grupo de niños enfermos en uno de los hospitales recién inaugurados, Miyu apareció con una caja de libros ilustrados. No lo hizo para impresionar a Kaito directamente, sino para alegrar a los pequeños pacientes. Se sentó en el suelo con ellos, narrando cuentos con una voz suave que llenaba la habitación de ternura.

Kaito entró justo en ese momento, y la escena lo dejó inmóvil. Los niños reían, abrazaban a Miyu, y ella parecía irradiar una calidez maternal que rara vez mostraba en público.

Cuando sus miradas se cruzaron, Miyu se sonrojó intensamente, bajando la vista. No dijo nada, pero Kaito comprendió que aquella acción había sido más para él de lo que aparentaba.

Y en su corazón, un pequeño hilo invisible comenzó a tensarse.

Reina nunca había sido de medias tintas. Si algo quería, lo perseguía sin miedo. Y en este caso, lo que quería era claro: Kaito.

Decidió que su estrategia sería la más frontal de todas. Durante un evento en el que Kaito daba un discurso público, Reina se acercó al escenario sin dudar, aprovechando un momento de pausa. Los guardias intentaron detenerla, pero Kaito levantó la mano, permitiendo que pasara.

Ella subió con paso firme y le entregó una flor blanca.

—No soy buena con discursos —dijo, mirando a la multitud que murmuraba confundida—, pero sí sé reconocer a alguien que merece ser apoyado. Esta flor es símbolo de vida, y tú… estás devolviendo vida al mundo.

El público estalló en aplausos. Kaito no esperaba ese gesto, mucho menos de alguien tan directa, pero había algo en los ojos de Reina que lo desarmaba: una pasión que ardía sin miedo al qué dirán.

Reina no buscaba ser discreta. Su conquista sería abierta, como un desafío tanto para él como para las demás.

Finalmente, estaba Sofía. Refinada, enigmática, de palabras medidas pero miradas intensas. Su forma de acercarse a Kaito fue tan sutil que al principio casi parecía que no estaba compitiendo, pero era todo lo contrario.

Sofía eligió los momentos más inesperados para brillar. Durante una reunión diplomática con representantes de distintos países, ella apareció vestida con un porte impecable, actuando como traductora y asesora cultural. Nadie entendió cómo había conseguido esa posición, pero ahí estaba, ayudando a Kaito a comunicarse con líderes extranjeros.

Su inteligencia y su elegancia dejaron claro que ella no solo era belleza, sino también un apoyo invaluable en escenarios donde se requería diplomacia.

En un instante privado, cuando todos se retiraban, Sofía se inclinó cerca de Kaito y le susurró:

—El mundo te mira, Kaito. Pero recuerda… lo que más importa es quién te acompaña cuando las luces se apagan.

Esa frase, tan simple, quedó grabada en la mente de él más de lo que quiso admitir.

Y así, casi sin proponérselo, Kaito se encontró rodeado por una atención que jamás había buscado. No eran simples gestos aislados: era una competencia creciente, silenciosa, entre cinco mujeres que se habían decidido a ganar su corazón.

Cada vez que una de ellas estaba cerca, las demás observaban con detenimiento, midiendo los movimientos, analizando gestos, preparando sus propios avances. En reuniones, los roces eran inevitables: miradas cruzadas, sonrisas cargadas de doble filo, silencios tensos que hablaban más que las palabras.

Un ejemplo claro ocurrió una noche, cuando Airi bromeó con Kaito durante la cena:

—¿Ves? Te dije que necesitabas alguien que te cuide de tanto estrés. Podría ser tu enfermera personal.

Antes de que él pudiera responder, Lena intervino con un tono suave, pero cargado de intención:

—No necesita bromas, necesita estabilidad. Y eso requiere compromiso verdadero.

El ambiente se tensó, y Miyu, incómoda, intentó desviar el tema hablando de los niños que habían sonreído gracias a los hospitales. Reina, por su parte, rió abiertamente.

—Entonces que decida él, ¿no? Al final, Kaito sabe lo que quiere.

La mirada de todas se clavó en él, y aunque intentó mantener la compostura, Kaito sintió el peso de aquella guerra silenciosa.

Él no era ingenuo. Sabía perfectamente lo que estaba ocurriendo. Pero lo que lo desconcertaba no era la competencia en sí, sino la intensidad con que cada una de ellas demostraba sentimientos genuinos. No era superficialidad: todas habían visto lo peor del mundo y, aun así, lo habían escogido a él como la persona en la que querían volcar su corazón.

Kaito, que había cargado tanto tiempo con una misión imposible, se encontraba ahora frente a un dilema aún más complejo: cómo responder a un amor que llegaba de cinco direcciones distintas, todas con la misma fuerza.

Mientras se acostaba aquella noche, mirando el techo de su habitación, una única certeza le golpeó: la guerra que había iniciado no era de ejércitos… sino de emociones. Y tarde o temprano, debería enfrentarla.

Etiquetas: sistema

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