La Cartera Infinita 31

La Cartera Infinita 31

Mateo Arriz

07/09/2025

Capítulo 31: El rugido del nuevo líder

La noche caía sobre la ciudad como un manto de guerra. A lo lejos, se escuchaban explosiones, disparos y gritos desgarrados que resonaban en el aire. La organización de Kurohime estaba al borde del colapso: pasillos ardiendo, muros perforados por la metralla, soldados caídos en cada rincón. Los enemigos se habían coordinado con precisión para aniquilarla de una vez por todas.

Y, sin embargo, en medio de esa desesperanza, un nombre era repetido con fervor silencioso: Kaito.

Las cinco asesinas lo habían conducido hasta el corazón de la batalla. Vestía ropa sencilla, pero en su mirada ardía un fuego que nadie podía apagar. Al poner un pie en el territorio devastado, el aire mismo pareció tensarse.

—¿Es aquí? —preguntó Kaito con calma, mirando las ruinas.

—Sí… —respondió una de las asesinas, aún jadeando. Su rostro estaba manchado de sangre, pero en sus ojos brillaba algo que nunca había mostrado antes: fe.

Kaito cerró los ojos un instante. El sistema se activó en su mente.

【Misión activa: Ayuda a Kurohime y su organización a sobrevivir.】
Recompensa: Respeto absoluto y fidelidad eterna de Kurohime y toda su organización.

El joven exhaló profundamente. Un hombre que había sido humillado, despreciado, echado a la basura como si no valiera nada… ahora estaba frente al campo de batalla de cientos de guerreros. El destino lo había colocado allí no como víctima, sino como juez.

—Bien. —abrió los ojos, y en ellos ardió un brillo de acero—. Es hora de que sepan con quién se metieron.

Los enemigos irrumpían como enjambres en el patio principal de la base. Estaban armados hasta los dientes, organizados en escuadrones con rifles automáticos y espadas forjadas para la muerte. Sus líderes, hombres de traje y cicatrices, observaban desde atrás con sonrisas de victoria anticipada.

—¡Esta noche Kurohime caerá! —rugió uno de ellos, levantando el puño.

El grito fue respondido con vítores ensordecedores.

Pero entonces, las puertas destrozadas del recinto crujieron. Y por ellas, avanzó una figura solitaria.

Era Kaito.

Su andar era lento, pero cada paso resonaba como un tambor de guerra. Los reflectores que iluminaban el patio lo bañaron en luz, mostrando su rostro sereno, casi imperturbable.

Los enemigos dudaron.

—¿Quién… es ese? —murmuró un soldado.

—¿Un aliado de Kurohime? —otro apretó el arma, inseguro.

De pronto, uno de los líderes estalló en carcajadas.

—¡Ja! ¿Ese mocoso es todo lo que les queda? ¡Acaben con él!

Cientos de armas se levantaron al mismo tiempo. El sonido metálico de los seguros bajando retumbó en el aire.

Y en ese instante… Kaito desapareció.

Un silbido cortó el aire. Antes de que los enemigos pudieran reaccionar, un proyectil atravesó la oscuridad. Luego otro, y otro más. Cada disparo de Kaito era como un rayo: preciso, letal, imparable. Las balas impactaban en las armas enemigas, destrozándolas en pedazos, desarmando a decenas en cuestión de segundos.

El caos estalló.

—¡¿Qué demonios…?! —gritó un soldado al ver cómo su rifle se partía en dos.

Kaito se movía como una sombra, sus pasos fluidos, sus disparos acompañados de un ritmo imposible de seguir. Cada vez que apretaba el gatillo, una decena de enemigos caía sin vida o era incapacitado con precisión quirúrgica.

Pero no todo eran balas.

Cuando los combatientes intentaban rodearlo con espadas y lanzas, Kaito se lanzó al frente. Sus artes marciales, potenciadas al nivel divino, brillaron como una tormenta perfecta.

Un puño suyo rompió el aire, enviando a tres hombres volando por los aires con huesos quebrados. Una patada giratoria impactó con tal fuerza que destrozó el casco metálico de un mercenario. Sus movimientos eran tan veloces que parecían coreografías divinas: cada ataque, cada bloqueo, cada esquiva estaba impregnada de perfección absoluta.

Uno de los líderes intentó detenerlo, blandiendo un sable brillante.

—¡Muere, maldito!

Kaito levantó la mano y atrapó el filo con sus dedos desnudos. El metal chirrió, incapaz de moverse. Con una calma aterradora, lo partió en dos con un simple gesto, y luego hundió el puño en el estómago del hombre, que cayó de rodillas sin aire.

La batalla se transformó en un infierno… pero un infierno controlado por Kaito.

Cada enemigo que caía aumentaba el silencio atónito de los que quedaban. No era un humano lo que veían frente a ellos, sino una fuerza imparable, una tormenta encarnada en carne y hueso.

Y entonces, sucedió lo inesperado.

Desde los balcones en ruinas, Kurohime lo observaba todo. Sus labios temblaban, su corazón golpeaba en su pecho. Jamás había visto algo así. El respeto que ya sentía por él se convirtió en algo más: reverencia.

Las voces de sus subordinados, debilitados y heridos, comenzaron a alzarse:

—¡Es él…!
—¡Ese hombre… está salvándonos…!
—¡Kaito! ¡Kaito!

El nombre resonó primero como un susurro, luego como un coro, y finalmente como un rugido ensordecedor.

“¡KAITO! ¡KAITO! ¡KAITO!”

Los enemigos, atónitos, comenzaron a retroceder. Algunos arrojaron sus armas, incapaces de seguir enfrentándose a esa fuerza sobrenatural.

Uno de los líderes intentó reagrupar a sus tropas.

—¡No retrocedan, cobardes! ¡Son cientos contra uno!

Pero su grito fue interrumpido por un disparo. Kaito le apuntó directamente a la pierna, derribándolo de inmediato. El silencio absoluto cayó de nuevo.

Kaito alzó la voz, fuerte y clara:

—Si quieren seguir respirando, váyanse de aquí.

Su tono no era una súplica, ni un grito de guerra. Era una orden. Y como si el mismo destino hablara a través de él, los enemigos obedecieron. Uno tras otro, comenzaron a huir, dejando atrás cadáveres, armas rotas y la certeza de que habían enfrentado algo mucho más allá de lo humano

Cuando el último invasor desapareció en la oscuridad, Kaito bajó el arma y respiró hondo. El campo de batalla quedó en silencio, roto solo por los gemidos de los heridos y el crepitar de las llamas.

Entonces, sucedió lo inevitable.

Los sobrevivientes de la organización de Kurohime, uno por uno, comenzaron a arrodillarse ante él. Guerreros curtidos, asesinos entrenados, mujeres y hombres que habían dedicado su vida a las sombras… todos inclinaban la cabeza.

—Gracias… —susurró uno.
—Nos salvaste… —dijo otro.
—Nuestro líder… —terminó una voz quebrada.

Kurohime descendió lentamente del balcón. Sus pasos eran vacilantes, pero sus ojos estaban fijos en Kaito. Se detuvo frente a él, y para sorpresa de todos, inclinó la cabeza profundamente.

—Kaito… —su voz era suave, pero cargada de solemnidad—. Hoy no solo salvaste mi vida, sino la de cada uno de los que me siguen. A partir de este momento, toda mi organización se inclina ante ti.

Las cinco asesinas, que habían estado a su lado, cayeron de rodillas al mismo tiempo.

—Kaito… líder.

El sistema retumbó en la mente del joven:

【Misión completada: Ayuda a Kurohime y su organización a sobrevivir.】
Recompensa: Respeto absoluto de Kurohime, de sus cinco asesinas y de toda su organización. Desde este momento, te servirán fielmente en todo.】

Un brillo envolvió a Kaito por un instante, como si el universo mismo reconociera su nuevo papel.

El joven miró a todos a su alrededor: hombres y mujeres que ahora lo contemplaban con ojos de fe, respeto y devoción. Personas que hasta esa noche habían estado dispuestas a morir por otra… y que ahora estaban dispuestas a vivir para él.

—Levántense. —ordenó con firmeza.

Todos obedecieron de inmediato.

—No vine aquí a buscar seguidores. Vine porque odio que alguien intente pisotear lo que me pertenece. Pero ya que se han inclinado ante mí… entiendan esto: bajo mi mando, nadie volverá a vivir con miedo.

Sus palabras resonaron como un juramento.

Kurohime lo miraba con una mezcla de admiración y algo más profundo, algo que no se atrevía a poner en palabras. Las cinco asesinas apretaban los puños, con lágrimas contenidas: lo odiaban, lo habían temido, pero ahora lo respetaban como nunca antes habían respetado a alguien.

La organización entera rugió en respuesta:

—¡KAITO! ¡KAITO! ¡KAITO!

Mientras el sol comenzaba a asomar en el horizonte, iluminando las ruinas del campo de batalla, Kaito alzó la mirada hacia el cielo. El chico pobre, humillado, despreciado, se había transformado en el líder de una organización poderosa, no por imposición, sino por respeto absoluto ganado en sangre y fuego.

El mundo todavía no lo sabía… pero esa noche había nacido una nueva sombra que cambiaría el equilibrio del poder para siempre.

Kaito Takahashi, con una calma que contrastaba con la magnitud de lo ocurrido, susurró para sí mismo:

—Este es solo el comienzo.

Etiquetas: sistema

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