Capítulo 22: El juego de los corazones
Las luces de la ciudad brillaban como diamantes incrustados en la piel de un gigante. Desde el balcón del lujoso hotel en el que Kaito se hospedaba, podía contemplar el movimiento incesante de las avenidas, donde el lujo y la ambición se entremezclaban en un espectáculo que parecía diseñado para alguien como él: un joven que, de la nada, había conquistado tanto poder, riqueza y ahora también el mundo de la música.
Pero en su vida personal, las cosas estaban a punto de volverse mucho más complicadas.
La fama de Kaito había atraído la atención de miles, pero había cinco mujeres que destacaban por encima de todas: cada una poderosa a su manera, cada una con una estrategia diferente para acercarse a él.
Airi provenía de una familia aristocrática europea, con una elegancia innata que se notaba en cada paso que daba. Se acercaba a Kaito con una sonrisa refinada y un aire de misterio.
—Kaito —dijo una tarde mientras lo invitaba a un té privado en el jardín del hotel—, el talento que posees es único. Si estuvieras en mi país, las cortes reales se pelearían por tenerte como protegido. Me gustaría que me acompañaras en un concierto privado en mi mansión familiar. Solo tú, yo… y un piano.
Su estrategia era clara: usar la seducción sutil, el encanto de lo prohibido y el romanticismo clásico.
Kaito, aunque halagado, se removió incómodo en su asiento.
—Eh… gracias, Airi. No estoy seguro de que sea buena idea…
Ella rio con suavidad, acercándose más de lo que a él le resultaba cómodo.
—No lo pienses ahora. Solo déjate llevar, Kaito.
Selena era una cantante mundialmente famosa, acostumbrada a que todos los reflectores apuntaran hacia ella. Su forma de acercarse a Kaito era directa, explosiva y sin filtros.
En una gala, lo tomó del brazo frente a las cámaras, ignorando las miradas de todos.
—Kaito, ¿te das cuenta de lo que lograríamos si uniéramos nuestras voces? —le susurró al oído, mientras posaban juntos para las fotos—. Tú y yo podemos reescribir la historia de la música.
Kaito se sonrojó, intentando soltarse, pero ella apretó con más fuerza.
—Además —continuó con una sonrisa desafiante—, no creo que seas del tipo que se deja intimidar. Vamos, demuéstrame que tienes el valor de compartir más que un escenario conmigo.
Era intensa, audaz y sabía exactamente cómo incomodarlo frente al público.
Mei era una pianista japonesa reconocida en todo el mundo, con una belleza serena y una personalidad enigmática. No competía en desplantes ni en dramatismos, sino que buscaba conquistar a Kaito con lo que ambos compartían: la música.
Una noche, lo invitó a una sala privada donde había colocado dos pianos de cola enfrentados.
—Kaito —dijo suavemente—, quiero escuchar lo que sientes. Sin palabras, solo música.
Ambos comenzaron a tocar, improvisando una melodía que parecía entrelazarse como si hubieran ensayado mil veces. Cada nota de Mei era un suspiro oculto, cada acorde un sentimiento que no se atrevía a expresar con la voz.
Cuando terminaron, Mei lo miró con una ternura que lo dejó sin aliento.
—¿Lo ves? —dijo con un rubor apenas perceptible—. Tú y yo hablamos el mismo idioma.
Valeria era hija de uno de los magnates más influyentes de Latinoamérica. A diferencia de las demás, no trataba de seducir a Kaito con romance o música, sino con negocios.
—Kaito —le dijo en una reunión privada en la terraza de un rascacielos—, sé que tienes Harmonía Records y que estás expandiéndote rápido. Yo puedo ser tu socia, pero más que eso… puedo ser tu aliada en todo.
Le mostró carpetas con proyectos, cifras, contactos estratégicos, todo con un profesionalismo impecable. Pero al mismo tiempo, mientras le servía una copa de vino, lo miró a los ojos con intensidad.
—No soy una mujer que se conforma con observar desde lejos. Lo que quiero, lo tomo. Y te quiero a ti, Kaito.
Hana era diferente a todas. Una joven cantante emergente, humilde y llena de sueños, a quien Kaito había apoyado en un concurso musical. Para ella, Kaito no era solo un ídolo, sino un héroe.
—Kaito… —dijo una tarde, con voz temblorosa—, gracias por creer en mí cuando nadie más lo hizo.
Se inclinó levemente hacia él, con un rubor inocente en el rostro.
—No busco fama ni riquezas a tu lado. Solo… quiero estar cerca de ti.
Su sinceridad era desarmante, y fue lo que más confundió a Kaito, porque no había dobles intenciones en sus palabras.
En cuestión de semanas, las cinco comenzaron a rodear a Kaito en diferentes eventos, cada una usando su estrategia: Airi con su encanto aristocrático, Selena con su intensidad arrolladora, Mei con su delicadeza musical, Valeria con su pragmatismo poderoso y Hana con su ternura genuina.
El joven empresario y músico se encontró atrapado en una situación inesperada. En cada gala, cada presentación, cada conferencia, siempre había una de ellas a su lado. Y, a veces, incluso las cinco al mismo tiempo.
—Kaito, acompáñame esta noche —decía Selena.
—No, es mi turno de mostrarle mi mundo —intervenía Airi.
—Él ya tiene un compromiso conmigo en el piano —replicaba Mei con calma.
—Lo siento, pero tenemos una reunión de negocios pendiente —añadía Valeria.
—Yo… yo solo quería hablar contigo un rato —susurraba Hana, casi sin fuerzas para competir.
Kaito sudaba frío, con una sonrisa nerviosa que intentaba mantener mientras todas lo miraban expectantes.
—Chicas… yo… esto…
La situación llegó a un punto crítico en una fiesta posterior a la subasta internacional. Kaito, rodeado por las cinco chicas, trataba de mantener la compostura mientras todas intentaban llamar su atención de diferentes maneras.
Fue entonces cuando Haruka, su hermana, apareció entre la multitud. Sus ojos se abrieron de par en par al ver a Kaito rodeado por cinco bellezas, cada una claramente interesada en él.
Un sentimiento extraño le recorrió el pecho, una mezcla de celos, incomodidad y algo que no quería admitir ni a sí misma.
Se acercó con pasos firmes y, sin dudarlo, tomó la mano de Kaito frente a todas.
—Kaito —dijo con una voz firme, aunque su mejilla estaba ligeramente sonrojada—, ven conmigo.
Las cinco chicas la miraron sorprendidas, algunas con molestia, otras con una sonrisa desafiante. Selena incluso cruzó los brazos, arqueando una ceja.
—¿Y tú quién eres para llevártelo así?
Haruka apretó más fuerte la mano de su hermano, con una mirada que podría atravesar el acero.
—Soy su hermana. Y no pienso dejar que lo rodeen como si fuera un trofeo.
Kaito tragó saliva, nervioso por la tensión que se había creado.
—Chicas… por favor… no es lo que parece…
Pero ninguna de ellas parecía dispuesta a ceder.
Después de arrastrar a Kaito lejos de ellas, Haruka lo miró con el ceño fruncido.
—¿Qué estabas haciendo ahí con esas cinco encima de ti?
—¡Yo no hice nada! —respondió Kaito nervioso, levantando las manos—. Ellas… ellas se acercan solas. Yo solo… trato de ser educado.
Haruka bufó, apartando la mirada, aunque no soltó su mano.
—Pues empieza a ser menos educado. No me gusta cómo te miran.
Kaito la observó en silencio. Había algo extraño en su voz, algo más allá de la simple preocupación fraterna.
Antes de que pudiera decir algo, escuchó nuevamente las voces de las cinco chicas que los habían seguido, cada una con determinación en sus ojos.
—Esto no se acaba aquí, Haruka —dijo Valeria con una sonrisa fría.
—Kaito tendrá que elegir tarde o temprano —añadió Airi.
—Y yo no pienso perder —sentenció Selena con fuego en la mirada.
—No es una competencia —dijo Hana con tristeza, aunque en el fondo sabía que lo era.
—… La música decidirá —susurró Mei.
Kaito sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Por primera vez, no estaba enfrentando magnates, empresarios ni mafiosos… sino algo aún más peligroso: el corazón de cinco mujeres decididas a conquistarlo.
Y en medio de todo, Haruka, que no pensaba dar un paso atrás.
El joven, nervioso y confundido, se preguntó en qué clase de batalla lo había metido el destino esta vez.
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