Capítulo 21: La Sinfonía de un Imperio
El día amaneció con un aire distinto. El mundo parecía estar expectante por algo que ni siquiera podía describir. Desde los rascacielos de Tokio hasta las avenidas más modestas, la atención estaba puesta en un único nombre: Kaito Arashi.
El joven millonario, ahora convertido en una leyenda en ascenso, había anunciado un concierto benéfico global, donde por primera vez mostraría sus cinco habilidades musicales de rango SSS. No era solo un concierto: era un evento que cambiaría la historia de la música, del entretenimiento y, sin saberlo aún, del poder en sí mismo.
El estadio internacional de Tokio estaba repleto. Más de 150 mil personas llenaban cada rincón, mientras millones más lo seguían en transmisión simultánea en más de cien países. En primera fila se encontraban figuras de poder: presidentes, primeros ministros, magnates, artistas legendarios y familias influyentes que alguna vez habían intentado subestimarlo.
Todos habían acudido a presenciar el debut oficial de las habilidades divinas de Kaito.
Las luces se apagaron. Un silencio sepulcral se apoderó del lugar. Entonces, una única melodía de piano comenzó a sonar.
Kaito apareció en el escenario, vestido con un traje negro con bordados plateados, elegante pero sobrio, y sus manos se deslizaron sobre las teclas del piano con una perfección sobrenatural. Cada nota vibraba en el aire como si hablara directamente a los corazones de los presentes. Los espectadores sintieron que cada recuerdo, cada emoción reprimida, emergía en su pecho. Algunos lloraban sin entender por qué. Otros reían recordando momentos de felicidad olvidada.
Era la primera demostración de su habilidad Divina de tocar el piano.
De pronto, la melodía se transformó en acompañamiento, y Kaito comenzó a cantar. Su voz era tan pura y tan poderosa que el estadio entero quedó hipnotizado. Los políticos endurecidos sintieron cómo sus convicciones se tambaleaban, los magnates percibieron la fragilidad de sus ambiciones, y las estrellas de la música presentes quedaron eclipsadas por un joven que ni siquiera era oficialmente un cantante.
Esa era su habilidad Divina de canto, que tocaba no solo los corazones, sino las mismas almas de quienes lo escuchaban.
“Con solo cantar… puede derribar reinos, unir pueblos y doblegar incluso a los dioses”, murmuró un magnate europeo, impactado.
La música cambió a un ritmo vibrante, y Kaito se levantó del piano. Comenzó a bailar con una precisión imposible para un ser humano. Cada movimiento parecía narrar una historia, uniendo arte y perfección técnica en algo que trascendía la lógica. Sus pasos eran suaves pero poderosos, su ritmo impecable, y pronto el público entero se levantó de sus asientos para acompañar el momento.
Esa era su habilidad Divina de baile.
Las cámaras mostraban cómo la gente en las calles, frente a las pantallas, incluso en hogares, no podían resistirse a imitarlo, atrapados por la sincronía perfecta de su cuerpo con la música.
El espectáculo no se limitó a mostrar lo ya conocido. Kaito sorprendió a todos al componer en vivo una pieza musical frente al público. Su mente, conectada directamente con el alma del mundo, creó una sinfonía única, irrepetible, que combinaba instrumentos tradicionales de diferentes culturas, electrónica moderna y ritmos tribales.
El público sintió que estaba escuchando la creación de una obra maestra que marcaría a generaciones. Era la manifestación de su habilidad Divina de composición musical.
Finalmente, demostró su habilidad Divina de entrenamiento auditivo. Kaito escuchaba cada sonido a su alrededor, desde el murmullo de los espectadores hasta el más leve roce de una cuerda de violín desafinada, y lo corregía al instante. Dirigió una orquesta completa con una precisión sobrehumana, logrando que cientos de músicos tocaran como si fueran una sola entidad.
El estadio entero estaba en trance. No solo habían visto música: habían presenciado algo divino.
Cuando la última nota resonó, un silencio reverente llenó el estadio. Nadie se atrevía a aplaudir, como si romper ese instante fuera un sacrilegio. Pero pronto, el rugido de la multitud estalló en aplausos, gritos y lágrimas.
Kaito no era ya un joven prodigio: se había convertido en un icono mundial, una fuerza que trascendía fronteras y culturas.
Las figuras de poder comprendieron que aquel muchacho de apenas 18 años no solo era un genio financiero, sino un ser capaz de dominar el corazón de las masas. Algunos lo veían como un aliado imprescindible, otros como una amenaza imposible de detener.
Entre los miles de espectadores, hubo cinco mujeres que no pudieron resistirse al impacto de aquella noche.
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Aria Montblanc, hija de una familia europea influyente en la música clásica. Pianista prodigio, al ver a Kaito tocar, sintió que por primera vez alguien la superaba, y esa admiración se transformó en fascinación.
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Sakura Hoshino, una idol japonesa de fama mundial, conocida por ser inalcanzable y fría con todos. Pero al escuchar la voz de Kaito, su corazón, que siempre había estado blindado, se derritió sin remedio.
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Camila Rivera, cantante latina que había luchado contra mil obstáculos en la industria. Al ver que Kaito quería apoyar a los necesitados a través de su música, no pudo evitar sentir una conexión especial con él.
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Elizabeth Crownwell, heredera de una familia inglesa multimillonaria. Siempre rodeada de lujos, jamás había sentido que algo la conmoviera… hasta esa noche, cuando descubrió que Kaito despertaba en ella algo que ni todo el dinero del mundo podía comprar.
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Miyu Tanaka, violinista japonesa y amiga de la infancia de Kaito. Siempre lo había apoyado desde la distancia, sin confesarle sus sentimientos. Al verlo en el escenario, transformado en un dios de la música, comprendió que lo amaba desde siempre.
El evento terminó, pero las repercusiones apenas comenzaban. El mundo de la música estaba de rodillas ante Kaito. Las figuras de poder lo veían como un fenómeno imposible de controlar. Y, sin que él lo supiera aún, cinco mujeres de orígenes y sueños distintos habían quedado prendadas de su ser.
El concierto de Tokio no solo fue un espectáculo: fue el nacimiento de una leyenda que marcaría para siempre la historia de la humanidad.
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