Capítulo 2: La primera misión
La luz del sistema aún flotaba frente a los ojos de Kaito cuando el silencio del parque lo envolvió. Apenas podía creer lo que veía. Cada palabra brillaba en el aire como un fuego imposible de apagar. Quiso apartar la mirada, pero sus ojos se aferraban a la pantalla como si temieran que al parpadear todo desapareciera.
De pronto, nuevas letras comenzaron a desplegarse:
[Misión de inicio activada]
Objetivo: Gasta 10,000,000 de yenes.
Recompensa: Habilidad SSS – Inversión.
Tiempo límite: 7 días.
Kaito abrió la boca, pero ninguna palabra salió. Diez millones. La cifra era tan grande que apenas podía comprenderla. Nunca en su vida había visto semejante cantidad. En su familia, juntar unas cuantas monedas ya era motivo de celebración; diez mil yenes parecían un sueño. ¿Diez millones? Era como pedirle a una hormiga que cargara una montaña.
El corazón le golpeaba el pecho con fuerza. No entendía si era miedo o ilusión lo que sentía.
—Esto… esto es imposible —susurró, mirando sus manos vacías.
Y entonces, como respondiendo a su duda, el sistema volvió a hablar en su mente:
—Anfitrión, recuerde. Usted posee la Cartera Infinita. El dinero no es un límite.
En ese instante, un objeto apareció flotando frente a él. Una billetera de cuero negro, pulida, como nueva, descendió lentamente hasta sus manos. No era gruesa ni pesada, pero al abrirla, Kaito vio algo que lo dejó sin aire: billetes. Billetes nuevos, incontables, que parecían multiplicarse apenas los tocaba.
Temblando, sacó uno. Lo sostuvo entre los dedos, esperando que se deshiciera, que se transformara en polvo. Pero no: era real. El olor del papel, la textura, todo era auténtico. Kaito lo guardó en el bolsillo, como si temiera perderlo.
—Dinero infinito… —murmuró, con la voz quebrada.
De pronto, imágenes de su vida desfilaron en su mente: la casa podrida, los sillones destrozados, las noches sin cenar, las lágrimas silenciosas de su hermana. El uniforme escolar sucio, lleno de manchas, que ella usaba con la cabeza agachada para que nadie la mirara demasiado.
Su hermana.
El pensamiento lo golpeó con fuerza. Ella estaba en casa, seguramente esperando con hambre, quizás repasando los libros viejos que alguien le había regalado. Una niña de catorce años, en una vida que no le daba ni siquiera la oportunidad de soñar.
Kaito cerró la cartera con fuerza. No sabía cómo, no sabía por qué, pero tenía algo. Algo que podía cambiarlo todo.
El camino de regreso a casa fue distinto esa tarde. Por primera vez no bajaba la cabeza. Cada paso era un recordatorio de lo que había ocurrido. En el bolsillo, aquel billete parecía arder, como si cargara con el poder de un nuevo destino.
La puerta de la casa crujió como siempre. El olor a madera húmeda lo envolvió. Su hermana estaba allí, sentada en el suelo con un cuaderno desgastado entre las manos. Su uniforme escolar, alguna vez azul, estaba manchado de polvo y grasa. Los bordes estaban deshilachados, y el lazo de su cuello apenas se sostenía con un nudo improvisado.
—Onii-chan… —levantó la vista, sonriendo apenas lo vio entrar—. Llegaste.
Kaito sintió un nudo en el estómago. Esa sonrisa, tan frágil, era como una flor creciendo en medio del barro. Siempre había querido protegerla, pero nunca pudo. Ella había ido a la escuela porque el gobierno obligaba a los menores, pero todos sabían que no duraría. Sin dinero, tarde o temprano tendría que abandonarla, igual que él.
—¿Cómo estuvo tu día? —preguntó, intentando sonar tranquilo.
La niña bajó la mirada.
—Bien… —murmuró—. Aunque… los demás se rieron de mí. Dijeron que mi uniforme parece un trapo.
Kaito sintió cómo la rabia lo consumía, pero no la mostró. Se acercó, acariciándole el cabello.
—No escuches esas cosas. No eres menos que ellos.
Ella asintió débilmente, pero su sonrisa no volvió.
En ese momento, el sistema se activó de nuevo. Las letras brillaron ante los ojos de Kaito, aunque solo él podía verlas:
[Recordatorio de misión]
Objetivo: Gasta 10,000,000 de yenes.
Tiempo restante: 6 días, 22 horas.
La respiración de Kaito se aceleró. Tenía que gastar esa cantidad, pero… ¿cómo? Ni siquiera sabía cómo caminar en un mundo donde el dinero no era un problema. Durante toda su vida, cada moneda había sido una decisión: comer o no, estudiar o no, sobrevivir o ceder. ¿Y ahora debía gastar millones?
El sistema, como si leyera sus pensamientos, mostró una línea más:
Nota: El anfitrión no necesita comprender la riqueza para usarla. Solo debe atreverse a hacerlo.
Kaito apretó los puños. Miró a su hermana, con ese uniforme roto y los ojos cansados, y comprendió algo: el dinero infinito no era para él solo. Era para ella, para su familia, para devolverles lo que les habían arrebatado desde el principio.
—Haruka —dijo de pronto, usando el nombre de su hermana—. ¿Quieres un uniforme nuevo?
Ella lo miró sorprendida.
—¿Eh? Pero… no tenemos dinero…
Kaito sonrió, aunque su corazón latía desbocado.
—Yo me encargaré de eso.
Esa misma noche, Kaito salió con la cartera en el bolsillo. El barrio pobre donde vivían parecía aún más miserable comparado con lo que sentía dentro. Cada paso estaba cargado de nerviosismo. Si realmente podía gastar todo lo que quisiera, si el dinero nunca se acababa… entonces todo podía cambiar.
Llegó a una tienda de ropa escolar en el centro. Apenas cruzó la puerta, la dependienta lo miró con desdén. Su ropa sucia y su olor lo delataban.
—Lo siento —dijo ella, con frialdad—. Aquí no regalamos nada.
Kaito no respondió. Metió la mano en la cartera y sacó un fajo de billetes. Lo colocó sobre el mostrador. El silencio que siguió fue absoluto.
Los ojos de la mujer se abrieron como platos.
—¿D-de dónde sacaste…?
—Quiero el mejor uniforme que tengan. —Su voz fue firme, aunque por dentro temblaba.
La dependienta obedeció de inmediato, como hipnotizada por el dinero. Kaito eligió no uno, sino varios uniformes. Zapatos nuevos, mochilas, cuadernos. Todo lo que su hermana jamás había tenido. Al salir de la tienda, cargaba varias bolsas en las manos.
El sistema volvió a activarse.
[Monto gastado: 250,000 yenes.]
[Saldo restante de misión: 9,750,000 yenes.]
Kaito respiró hondo. Era apenas el comienzo. Tenía que gastar millones, y ni siquiera sabía cómo hacerlo. Pero mientras pensaba en la sonrisa de Haruka al ver todo aquello, comprendió que por primera vez en su vida el futuro no era un muro, sino un camino abierto.
La noche lo envolvió mientras regresaba a casa. Las bolsas pesaban, pero su corazón estaba ligero.
El sistema brilló una vez más ante sus ojos, recordándole que la verdadera prueba aún no había empezado.
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