Entonces lo dije… te amo

Entonces lo dije… te amo

Aristella

11/07/2025

Tu mi hermosa señorita,

Una piel de azúcar mascabado cubriendo tu precioso organismo, una figura tan delgada que observo ligeramente tus huesos sobresaliendo, ojos oscuros como frijol pinto bajo la luz de la cocina, tus rizos voluminosos que, estoy seguro, si los viera desde arriba serían como ver la concha de un caracol, a pesar de que tu cabello sea corto. Una nariz chata que resalta en comparación con tus labios gruesos y morenos que parecen higos jugosos y maduros, aquellas cejas pobladas que parecían gritar cada una de tus emociones cuando decidías verter tu tiempo en mi momentánea existencia.
Estoy seguro de que eres una diosa. Tu belleza me asusta y me hace anhelarte. Quiero tocar tu rostro y sentirme pleno. ¿Me dejarías? No lo sé, pero sí sé que me cautivaste totalmente.

Ni hablar de tus pensamientos, creo que es lo que más deleite me da. Eres más libre de lo que puede ser el viento. Siempre describías tu hogar, San Luis, como el lugar más perfecto para vivir. Describías tus paseos por el rancho de tu papá cerca de Ciudad Valles, recordando los frondosos árboles bajo los que te cubrías del sol para llegar al Río Valles. Aún recordabas cuando tu mamá estaba en la cocina con tus tías en la ranchería haciendo los tamales para Navidad, mientras tú y tus primas buscaban un árbol que decorar para ese tan especial día. También me comentabas que no todo era tan fácil: subías al cerro junto a tu mamá y tu abuela para recolectar leña antes del invierno. Lo odiabas, pero tu mamá lo veía más como un pasatiempo.
Además, también ibas a limpiar el frijol y el maíz en los campos de cultivo para después empaquetarlo en sacos, ya que, estando en situación de escasez, tu familia no podía permitirse descansar. Si me lo preguntaras, eres una mujer tan increíble que no creo que tan siquiera yo pudiera haber realizado tales hazañas.

No solo me hablabas de tus tiempos en el rancho, también en cada encuentro me hablabas de tus libros. Aún recuerdo cuando hablabas de Elena Garro; me relatabas alguno de sus poemas mientras yo me recostaba en el pasto junto a ti ayudándote a sostener el libro Los recuerdos del porvenir. En aquel entonces te habías interesado en la Revolución Mexicana y comenzaste a buscar libros sobre eso. Me encantaba ver cómo tus ojitos brillaban ante cada suceso y cada personaje. Parecía que tú misma estabas en el libro viviendo las aventuras. No sabes cuánto me encantas.

Cuando tu madre consentía (de vez en cuando) mi presencia en tu hogar, recuerdo cuando cocinaste aquella sopa de calabaza para mí. Cortabas con aquel cuchillo la calabaza, chile, tomate, cebolla y ajo a una velocidad impresionante. Cuando doraste las verduras, se escuchó el característico chillido al estar en contacto con el aceite caliente. Curiosamente, yo sería aquellas verduras reaccionando a ti. Cuando colocaste la salsa que habías preparado para este platillo, aquel lugar se inundó de un olor delicioso que hacía que mi estómago y mi mente vibraran ante ese escenario.

En todo esto que te cuento, quizás no te haya descrito los años de vida que me da ver tu preciosa sonrisa mostrando tus dientes mientras arrugas tu nariz, tus ojos se contraen casi para cerrarse y tus cejas se levantan; créeme, es de las imágenes que supongo nunca me van a cansar. Te acercas a mí y a tu madre con los platillos en mano, y sí, probablemente no presté atención a la conversación con tu madre, pero tú eres la culpable por ser el Sol en esta casa.

Después de decir todo esto, y creo que no se me ha pasado nada, ya te habrás hecho la idea de que me enamoraste. Si me lo pides, te daré mi cuerpo y alma. No tendría ningún arrepentimiento. Quisiera ser consumido por ti y formar parte de ti lo más que pueda. Eres una deidad a la que adoraré eternamente en vida. Viviré por ti, para verte sonreír, enfurecer o llorar, porque me enamoré de cada faceta tuya.
Quiero seguir escuchando tus libros y tus ocurrencias. Quiero poder seguir recostándome bajo la sombra de aquel árbol, jugando con uno de tus rizos mientras me cuentas tu día moliendo la harina en el molino, separando los frijoles de las piedritas, lavando la ropa o cocinando todo el día.
O, si lo prefieres, yo puedo ser el amo de casa y tú la mujer que trabaje. Pero quiero seguir a tu lado. Me gustaría seguir siendo a quien corras cuando el mundo se apague. Quiero ser el hombre elegido por ti, al que abraces cada que el mundo sea muy malo. No, no quiero ser tu media naranja. No creo que debamos complementarnos, porque eres tan perfecta para este mundo. Quiero ser tu apoyo y formar parte de tu felicidad.
Quiero ver un futuro donde los dos estemos abrazados o tomados de las manos, caminando por el pasto descalzos mientras nuestros hijos corren a nuestro lado, implacables. Quiero acostarme contigo de la forma más inocente. Quiero abrazarte mientras recuestas tu cabeza en mi pecho y escucho tu respiración mientras trato de coordinar la mía con la tuya. Quiero observar tu rostro dormido mientras agradezco por tener ese tiempo contigo.

Entonces te lo dije… te amo. Me arrodillé frente a ti bajo la sombra del mismo árbol que nos cubría en todas nuestras aventuras, con un par de anillos de oro por los cuales trabajé cinco meses en la ferrocarrilera. Levanté la cabeza y dije las palabras:

«¿Puedo ser tu esposo?»

Me observaste sorprendida, perpleja. Supongo que no estabas preparada para esta propuesta. En ese entonces te conté todo lo que redacto aquí. Sonreíste, te acercaste a mí y dejaste un lindo beso en mis labios. Estoy seguro de que mi rostro era un tomate, pues estaba hirviendo. Tomaste uno de los anillos y lo colocaste en mi dedo anular, extendiste tu mano hacia mí. Créeme cuando digo que en ese momento me hiciste tan feliz.
Pero también me convertiste en tu más fiel seguidor. Gracias por aceptarme y amarme, mi preciosa señorita.

Etiquetas: amor romántico

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS