Crónica de un alma enterrada viva en la tundra soviética
Siberia, 1948.
Un exsoldado alemán sobrevive entre cadáveres y nieve mientras construye el ferrocarril más maldito de la historia soviética. Sin nombre, sin patria, sin esperanza. Solo el frío y el hierro. Relato crudo basado en testimonios reales del Gulag.
Erich Stahl ya no recuerda qué día es. No hay días aquí. Solo blanco. Un blanco tan sucio, tan cruel, que lo devora todo. Le dijeron que iba a Siberia a pagar sus crímenes de guerra. Pero el único crimen que cometió fue no morir en Stalingrado como los otros.
Ahora trabaja doce horas al día clavando raíles congelados sobre tierra que respira vapor helado, que gime. Dice que el suelo gime cuando entierran cuerpos aún tibios entre la grava.
Hoy, uno de los suyos —un rumano llamado Ionescu— murió de pie. Simplemente se detuvo, la pala en la mano, la mirada al vacío, y su cuerpo se endureció como piedra. No cayó. Murió erecto, con los ojos abiertos. Lo tuvieron que romper a golpes para meterlo en la fosa común. Erich no lloró. Nadie lo hace.
Siberia Oriental. Enero de 1948.
La nieve aquí no cae. Ataca.
Y cuando cae, no cubre… entierra.
Erich Stahl no tiene edad. La guerra lo convirtió en un anciano a los veintiséis. Su carne tiene la textura del cuero viejo, su mirada no busca nada. No hay nada que buscar. Está en la tundra, trabajando en el Baikal-Amur, el tren maldito. El que dicen que Stalin quería que llegara al Polo Norte o al infierno, lo que viniera primero.
Tiene hambre.
Tiene frío.
Pero sobre todo, no tiene nombre. El guardia soviético lo llama simplemente «trozo».
—Muévete, trozo.
—Excava, trozo.
—Vive… trozo.
Los hombres aquí ya no caminan, se arrastran como sacos de carne.
Los cuerpos se doblan por el peso del acero, pero también por el del silencio.
Nadie grita. Aquí no se grita. Aquí se muerde el labio hasta sangrar antes que pedir auxilio.
Las barracas tienen literas de tres pisos.
Los que duermen arriba se mean encima del del medio.
El del medio le vomita encima al de abajo.
El de abajo no se queja. Porque el que se queja, desaparece.
💀 La rutina: El Infierno tiene horario
03:00 AM – Golpes. Alguien no se levantó. Se lo llevan. No lo vuelven a ver.
04:00 AM – Sopa aguada con sabor a óxido.
05:00 AM – Marcha en fila sobre hielo negro. Algunos caen. No los levantan.
06:00 AM – 18:00 PM – Excavar, cargar rieles, martillar. Congelar.
19:00 PM – El recuento. Si falta uno, castigan a cinco.
20:00 PM – Rezos, risas histéricas, gente que habla sola. Uno se arranca las uñas. Otro se corta la lengua.
21:00 PM – Silencio. Pero no es paz.
El silencio aquí tiene dientes. Muerde desde dentro.
🧠 La mente: Todo se pudre
Erich escucha voces en la nieve.
Le hablan desde los árboles. Desde los cadáveres.
Uno le dice que mate a Maksim, el oficial soviético.
Otro le dice que se deje morir.
A veces ve a su hermana Anneliese.
Ella le lleva un tazón caliente.
Pero cuando lo prueba, sabe a sangre.
Y ella ríe, con los dientes negros, los ojos vacíos.
Una noche, despierta y su compañero de litera está sentado sobre él.
Le lame la frente.
Erich no se mueve.
El otro le dice:
—Tienes sal. Necesito sal.
🩸 El horror absoluto
Un día, traen a 17 nuevos prisioneros. Polacos. Jóvenes. Apenas niños.
A las dos semanas, 8 están muertos.
Uno se cuelga de una viga con su propio intestino.
Otro se arranca los dientes con una piedra.
Maksim se burla:
—Los alemanes son duros. Los polacos… son pasto.
Cuando el río se congela del todo, los prisioneros almacenan cadáveres debajo del hielo, para luego comer la carne putrefacta al mes siguiente. Le llaman el «almacén».
Erich jura que un pedazo de costilla que le dieron tenía un tatuaje desvanecido.
🪓 El momento final
Un día, Maksim se acerca a Erich. Le da una pala. Le dice:
—Hoy entierras a tu compañero.
—Está vivo —dice Erich.
Maksim sonríe. Le falta medio rostro.
—Lo estará… hasta que empieces.
Erich cava.
Su compañero —un lituano con ojos tristes— tiembla, llora, no suplica. Solo le mira.
Erich tiembla.
Cava.
Y cava.
Y cava.
Lo entierran con cuidado, como quien guarda una carta vieja.
Esa noche, Erich rompe su último recuerdo: una foto de su madre. La quema en la vela de grasa humana que alguien fabricó.
Mañana será igual.
Y pasado mañana también.
Hasta que el hierro le sustituya los huesos.
❄️ Epílogo: La fusión con el hielo
Erich ya no se mueve.
Los guardias piensan que está muerto.
Pero su cuerpo no se pudre.
Lo dejan en el bosque.
Meses después, lo usan como columna de soporte en una torre de vigilancia.
Su carne se convierte en permafrost endurecido. Su rostro queda congelado, con la mirada al horizonte.
Los cuervos anidan en su cráneo.
El viento silba a través de su caja torácica.
Los rieles pasan a centímetros de sus restos.
Cada tren que cruza el BAM lleva sobre sus ruedas el peso de miles de almas.
Hierro bajo el Hielo.
No es solo un ferrocarril.
Es una tumba infinita.
Una línea recta al corazón de la deshumanización.
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