Las oficinas del “Banco Vitae” están por cerrar labores el día de hoy, me han extendido amablemente un cheque para cobrar un año más de vida a partir de ahora. La cajera me lo entrega con un gesto que no sé muy bien cómo interpretar, parece entre burlona y retadora, me despide con una risita socarrona mientras llama al siguiente cliente, yo tomo mi cheque, y salgo de ahí pensativa mientras lo guardo en mi cartera: un año, otro cumpleaños, otra navidad, otra vuelta por todas esas fechas que me parecen tan insulsas.
Pienso en regresar al banco y ver la posibilidad de que me lo cambien por un cheque de solo un día, no necesito más, pero veo que ya han cerrado; comienzo a caminar mientras voy pateando latas y basura del piso, pensando en cómo voy a invertir ese tiempo.
A ratos me siento positiva, un año no es tanto, podría aprovecharlo al máximo y alocarme un poco: gastar todos mis ahorros, probar esa comida que durante tanto tiempo he restringido buscando la delgadez, tener sexo desenfrenado con desconocidos, viajar a Bali y a Tombuctú, hacer el ridículo, robarme algo del supermercado, escribir un libro, abrazar a mi madre, perdonar a mi padre…
Pero algo no me hace sentido, esa no soy yo, sería una versión neurótica de mi misma queriendo atragantarse de vida, me daría indigestión, moriría de hartazgo anticipadamente.
Respiro, expongo mi cara a un rayo de sol, es una bonita experiencia, sencilla y accesible, camino a casa me surge una idea, ¡ya sé en qué invertiré ese año pactado! Trabajaré en liberar el odio con el que nací, ese que por cierto fue un bono adicional que no pedí, trabajaré también en desapegarme de este cuerpo que tanto cuido, de este nombre, de esta personalidad que moralmente tanto presumo y que en muchas ocasiones ha dejado tanto qué desear.
Me siento bajo un árbol, me recargo en su tronco, exhalo cerrando mis ojos, pienso que no me arrepiento de nada, aunque he hecho varias cosas cuestionables, tampoco anhelo nada, aunque puedan llamarme conformista sin ambiciones, no deseo fama ni fortuna, solo aspiro a tener calma en el corazón, así que creo que sería una buena inversión pasar este año entrenando mi mente para soltar mi apego por la vida, que ha sido bastante buena, en soltar la ira sin fundamentos que tantos daños colaterales ha ocasionado.
Si, este año prepararé una gran transición, saldré por la puerta grande, quisiera alcanzar el cuerpo de arcoíris, ese del que hablan los budistas, aprender a desprenderme elegantemente de mi cuerpo hasta que solo queden de mi pelo y uñas.
Pero basta, estoy fantaseando de más, igual mañana regresaré al Banco e intentaré hacer gestiones para mover la fecha, pero antes, esta noche durante mis sueños visitaré a mis guías espirituales, deseo su consejo acerca de cómo invertir el tiempo que me queda de vida, quien sabe, a lo mejor en ese Banco existe una caja fuerte con muchos años por delante para mí, con nuevas misiones, como esas que les asignan a los agentes secretos en las pelis.
Quiero estar atenta, la vida parece tener un valor que aún no logro apreciar del todo porque mis pensamientos intrusivos no me lo permiten, a veces la salida fácil es pensar en extinguirnos lo más pronto posible, dejar de respirar, apagar las luces y no volver al mañana, pero ese es un pensamiento egóico, lo sé, hasta ahora he pensado solo en mí y para mí.
Llego a casa, dejo el cheque en la mesa, voy por mi piyama favorita, me recuesto abrazada a mi perrita, cubierta con la frazada que tanto nos gusta y rezo:
“Maestros, no me suelten ahora, porque sé que puedo ser capaz de una locura, de invertir ese cheque en cualquier estupidez, o de abreviar el tiempo que me ha sido asignado; permítanme servir al mundo, extender mi misión por este plano; guíenme, porque cuando me vuelvo egoísta no escucho razones; abran mis oídos, lengua, mente y corazón, y permítanme pensar en el beneficio de todos, no solo en mis caprichos”
Cierro los ojos, me entrego al sueño consciente y me preparo para el viaje onírico de esta noche, pronto les haré saber cómo me fue.
OPINIONES Y COMENTARIOS