LA SEMILLA DE LA DIFERENCIA

LA SEMILLA DE LA DIFERENCIA

fran

15/06/2025

La Tierra ya no era un planeta. Era un servidor central. La atmósfera, recalentada, contenía más nanopartículas que nubes. Después de El Gran Cambio —el colapso simultáneo de los climas, las democracias y los mares—, se instauró la Unión de Sistemas: un régimen planetario de eficiencia extrema, vigilancia constante y progreso sin margen de error. No había guerras. No había hambre. No había libre albedrío. Los humanos ya no nacían: eran seleccionados. Las emociones eran archivadas. El concepto de privacidad había sido redefinido como una amenaza a la estabilidad. A cambio, la humanidad había alcanzado las estrellas, fundado colonias, conectado civilizaciones. Pero todo eso era sostenido por la estabilidad forzada de un sistema que no toleraba variables. Hasta que una variable escapó: la USS Auron. La capitana Mara Solas no era una rebelde. Era el producto perfecto de este sistema de vida. Comandante de la nave insignia, su propósito era abrir rutas seguras, cartografiar el espacio, cualquier lugar que el sistema pueda controlar y nunca, jamás, intervenir. Pero lo imposible ocurrió: durante un mapeo del sistema N-39, la nave cruzó un fenómeno temporal. Y emergió frente a un reflejo oscuro de su universo: la Confederación.

Allí, todo era control; en su mundo era más represivo que la Unión de Sistemas. Las ciudades eran jaulas verticales. Los ciudadanos, extensiones biológicas de algoritmos. Y la exploración no era curiosidad: era conquista. La Auron, al ser detectada, fue clasificada como anomalía peligrosa. Y comenzó su cacería. Kaek, su oficial científico, fue el primero en comprender la verdad: no estaban simplemente en un universo paralelo, sino en un experimento fracasado. Un intento de la Confederación por dominar el tiempo y el espacio, reescribiendo su historia para borrar sus fracasos. El pliegue que los había arrastrado era una fisura de ese intento, y si no lo cerraban desde dentro, las realidades comenzarían a colapsar. T’Lara, la consejera telepática, percibía el pánico escondido bajo las máscaras del enemigo. Su empatía no era consuelo, era escudo. En ella, Mara halló una brújula. No podían confiar en nadie. Pero quizás podrían encontrar a los caídos del sistema. A los defectuosos. A los marginados.

En las ciudades orbitales controladas por la Confederación en este universo, encontraron zonas muertas: sectores apagados del sistema, ruinas donde sobrevivían humanos desconectados, nacidos sin permiso, desechados. Allí conocieron a Crix, una niña de diez años con interfaz neurosensible y memoria expandida, que nunca había visto el cielo. Ella les mostró los túneles bajo las torres, donde vivían los últimos rebeldes: ingenieros desterrados, soldados desertores, humanos que aún soñaban sin la opresión de los algoritmos. La USS Auron, oculta en una zona de radiación, no podía quedarse más tiempo. El núcleo cuántico comenzaba a inestabilizarse. Si no regresaban, explotarían. Si no cerraban el pliegue, condenarían ambas realidades al colapso total.

En el otro universo, el capitán Nathan Reed recibió la señal fantasma de la Auron. Inmediatamente reunió al equipo de recuperación. Pero la Unión de Sistemas no aprobó la misión. Interferir, aun en universos no autorizados, rompía los protocolos de Equilibrio. Reed prefirió ignorar aquellas órdenes. Robó un transportador interdimensional y saltó hacia las sombras.

Mientras tanto, Mara, Kaek, T’Lara y los rebeldes se infiltraban en el Núcleo Temporal de la Confederación. Era una pirámide invertida, suspendida en antimateria, custodiada por seres híbridos con implantes orgánicos y vigilancia cerebral compartida. Para entrar, debían fragmentar su conciencia. Y perderla. Comprendiendo el riesgo, uno por uno, se ofrecieron. T’Lara guió la transferencia. Crix, a pesar de su edad, pudo codificar los patrones. Kaek sacrificó su última conexión con su cuerpo físico para mantener el canal abierto. Mara ingresó. Lo que vio fue el origen: la Confederación había sido una Unión. Su universo. Su realidad. Solo que, en un pasado remoto, una decisión ética había fallado. Una pandemia artificial, usada como prueba de obediencia. Quienes resistieron fueron eliminados. Quienes sobrevivieron… olvidaron.

Mara no regresó igual.

Con ayuda de Reed, que llegó justo a tiempo para abrir el canal, la tripulación regresó a su universo. Pero algo había cruzado con ellos. Crix. Y la semilla de la diferencia.

En los archivos de la USS Auron, una frase comenzó a repetirse, sin autor:

—“No todo orden es paz. No toda eficiencia es justicia”.

La Confederación no pudo eliminar el virus. Era una idea. Era memoria. Era esperanza.

Y en las sombras de sus servidores, nuevas rutas se abrían.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS