UN EPISODIO DE GENIALIDAD EFÍMERA

UN EPISODIO DE GENIALIDAD EFÍMERA

Roland Gerson

13/06/2025

La palabra efímero expresa brevedad o algo pasajero; cualquier situación excepcional ligada a esta característica, se puede convertir en un deleite que sobrecogerá a cualquier espíritu sensible, más que por su belleza técnica, por su fugacidad. El genial compositor Virgilio Expósito dijo alguna vez que “Es mejor aquel arte que ya no existe”, y en parte lleva mucho de razón, es quizá el anhelo y la impotencia de no haber llegado a apreciar una pintura de la que se dice fue grandiosa, o no haber leído los versos de aquel poeta que la desgracia hizo que se perdieran, o de aquellas sinfonías que abandonaron el mundo junto con su creador; todo ello aviva aún más en nuestras almas, esa llama insatisfecha que busca, en este mundanal lugar, un espacio para conmoverse.

La intención que hoy tengo, es rescatar un episodio de genialidad efímera que, más que estar envuelto por la tragedia común que rodea este tipo de obras, está ligada al terreno de lo anecdótico. En Florencia, durante los tiempos de Lorenzo de Medici “El Magnífico”, los artistas gozaron de un apoyo sin igual, dado su fino gusto y pasión por las artes. Pero tras su muerte temprana a los 43 años, sus herederos asumieron el control de la ciudad, siendo su primogénito, Piero, quien tomara la batuta. Piero de Medici se caracterizaba por no tener el mismo gusto que su padre, mucho menos su temple y comportamiento, llegando en poco tiempo a ser un tirano. Dentro de los artistas a quien Lorenzo había servido de mecenas estaba un joven Michelangelo Buonarroti, quien habría quedado desamparado tras la muerte de su protector y sumido en un profundo desprecio por aquel sucesor tan bellaco. La noche del 20 de enero de 1494, una tormenta helada sacudió Florencia, dejando gran parte de la ciudad cubierta por un espeso manto blanco. Piero, que había observado por largo rato los jardines de su palacio cubiertos totalmente por la nieve, llamó a uno de sus sirvientes para que buscara de inmediato a Michelangelo, ya que quería hacerle un encargo. Tan pronto supo del mensaje, sumamente extrañado, pero aún con ansias de volver a trabajar en el palacio de los Medici, Buonarroti se dirigió presto a escuchar las exigencias de Piero, quien aún miraba por la ventana, y aún desdeñando la presencia del artista, le exigió una muestra de su destreza, en un tono déspota, que le construyera un muñeco de nieve. Pero la habilidad innata y el carácter fuerte de Michelangelo no se resignarían a tan burdo encargo, por lo que decidió aplicar toda su maestría en aquella obra. Se dice que trabajó con tal delicadeza la fría materia, que llegó a esculpir con fino detalle una estatua de Hércules, simbolizando el poderío de los Medici. La obra encantó a Piero, aunque poco tiempo después el artista comprendería que con un gobernante tan nesciente no llegaría muy lejos, partiendo a Roma donde explotaría verdaderamente sus dotes. Aquella escultura permaneció por algunos días adornando los jardines del palacio, muchos florentinos lograron apreciarla antes de que el cambio de temperatura terminara derritiéndola y perdiendo para siempre la que fuera la obra más efímera de Michelangelo.

Lo breve de este arte, no obstante, tampoco lo hace perecedero; mientras viva en las mentes de quienes pudieron ser testigos de aquella magia y escriban y sigan cantando su grandeza, quedará indeleble una pizca de aquella magia y también en la imaginación de aquellos que por alguna casualidad del destino llegamos a saber de ellas y ayudamos incondicionalmente a perpetuar su leyenda.

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