EL ÁRBOL SAGRADO. CAPÍTULO 3. MARÍA (REVISIÓN)

EL ÁRBOL SAGRADO. CAPÍTULO 3. MARÍA (REVISIÓN)

Tete

27/05/2025

La pequeña niña, a diario, contemplaba absorta el cristal del escaparate tras el cual una guitarra se ofrecía a la venta. Que ella recordara, siempre estuvo allí. Junto a la guitarra, violines, violonchelos y demás instrumentos de cuerda, componían lo expuesto en la tienda llamada: “CARLOTE E HIJOS”. Le entusiasmaba ese instrumento, aunque no tuviera claro el motivo. Tener la posibilidad de contemplarla a diario le resultaba un privilegio. Sin duda, era el instrumento que más le gustaba de todos los que allí se mostraban.

“CARLOTE E HIJOS” era un reconocido taller de reparación, mantenimiento y construcción de instrumentos de cuerda. También se dedicaban a la venta. Había pasado de padres a hijos por varias generaciones, pero ahora solo quedaba Carlote al frente. Los hijos se marcharon lejos, a las nuevas tierras que ofrecían promesas de prosperidad y futuros prometedores. Carlote se negó a cerrar para marcharse con ellos. No por eso consintió en cambiar el nombre a su negocio.

–Algún día volverán cuando no consigan que su guitarra suene como han soñado– Se decía haciendo alusión a su particular desgracia.

Adoraba su trabajo, su ciudad, la rutina de saber qué era lo que le esperaba la mañana siguiente, pero sobre todo el olor a madera. Un Geppetto atemperado por los reveses menos previstos. Tal cual era su aspecto.

Una tarde, Carlote se percató de la rutinaria visita de aquella niña que miraba fijamente la guitarra como hipnotizada. Desde aquel día, estuvo pendiente de ella, admirando la forma en que pasaba las tardes pegada al escaparate. Se convirtió en un espectáculo para él, casi una costumbre. De reojo y escondido para no ser visto, trataba de entender el interés inusual hacia el instrumento que había supuesto para él un desastre a nivel profesional y una tragedia en lo personal. Observaba cómo de forma sutil se sentaba en el bordillo del escaparate y pegaba su diminuta nariz al cristal, entonces se quedaba absorta, paralizada casi, mirándolo. Tras las cortinas que daban al taller, intentaba entender la obsesión de aquella niña.

En ocasiones se le pasaba por la cabeza animarse a salir y preguntarle por qué hacía eso, por qué ese interés tan inusitado por la guitarra, por esa guitarra. Recordaba el día que, para salir de dudas, la cambió por otra de las muchas que almacenaba en el taller de similar aspecto. La pequeña mostró una mueca de desagrado al que siguió un conato de llanto. Se repuso, conteniendo con una profunda respiración su malestar. Al día siguiente, no fue necesario indicarle que todo estaba de nuevo en su lugar, como siempre lo había estado. Llegó y esbozando una sonrisa volvió a colocar ligeramente su nariz frente al cristal, evadiéndose de todo cuanto la rodeaba.

Fueron pasando los meses y un día Carlote decidió intervenir. Tomó la guitarra, salió a la puerta y le dijo:

–¿Te gusta?

Ni lo escuchó, absorta como estaba en su mundo. Sorprendentemente continuó diciendo:

–Te la regalo, es tuya. –Se sintió mejor pensando que acababa de realizar una buena acción. En definitiva, la guitarra era un trasto que le había ocasionado muchos quebraderos de cabeza y muy pocos beneficios económicos. Llevaba años en el escaparate. Todos cuantos se interesaron alguna vez por ella, la habían devuelto, reclamando la cuantiosa cifra que habían desembolsado. Tras esto, se preguntaba a qué músico le podría ofrecer una guitarra empeñada en desafinar y cuyas cuerdas se rompían tan fácil. No fueron pocas las veces que ideó hacer una hoguera enorme para verla arder, desprenderse de ella al fin. Pero eso fue justo antes de ver a esa niña.

María no podía creer lo que le estaba pasando, la tomó contra su pecho y agarrándose al cuello de Carlote lo besó y le dijo:

– ¡Gracias!¡gracias!

Por primera vez escuchaba su voz, le resultó curiosa. Temblaba de alegría mientras lo abrazaba.

Sintió sin un atisbo de duda que la guitarra estaba en las manos correctas, es como si todo encajara y hubiera un motivo para todo. Limpiándose las lágrimas le dijo:

–Cuídala mucho, tiene carácter. Me atrevería a decir que es una guitarra rebelde, como si eso fuera posible ¿verdad? Solo sé que he dedicado muchos años de mi vida a ella. Es tozuda como una mula vieja, te lo digo yo que la conozco bien.

Hablaba de ella como si fuera su novia o su mujer. Una mujer a la que adoraba pese a la diferencia de caracteres. El primer día que vio a la niña junto al escaparate comprendió que tal vez debía dejarla marchar, que su parte en esa historia había concluido, –“todo fluye” –se dijo.

–Seguro que sabrás hacerla sonar – intuía que ella podría conseguirlo sintiéndose feliz y contrariado al mismo tiempo. Dejaba marchar el instrumento que debía haberle dado la fama necesaria para alcanzar la gloria, habría resuelto su jubilación y proporcionado el viaje de sus sueños.

–Solo una cosa más, me encantaría saber tu nombre.

–Me llamo María–dijo mientras sonreía.

Ya no parecía tan excesivamente delgada, ni tan descuidada de aspecto. No mostraba la palidez de otros días o incluso el instante anterior. El gesto de Carlote había iluminado la vida de la María, la había colmado devolviendo el brillo a sus enormes ojos miel.

–¿Querrás tocarme alguna pieza cuándo aprendas a tocar?, me alegrarías la vida –quería comprobar que no todo estaba perdido, que tal vez, solo tal vez, aquella niña podría dar sentido a tanto sin sentido.

–Algún día, señor, no lo dude–afirmó la pequeña mientras se alejaba saltando. Era la primera vez en su vida que abría la boca para decir algo.

María recordaría siempre este día como uno de los más felices de su vida.

Al volver a casa nadie la vio entrar a su habitación. Con sumo cuidado guardó el instrumento debajo de la cama tapando con la colcha la visión. Bajó a cenar como lo hacía todas las noches. Tan solo su hermano pequeño se dio cuenta que algo había sucedido, cuando notó el leve temblor en la comisura de los labios tratando de evitar que se le escapara una traviesa sonrisa. Nunca la había visto sonreír hasta ese momento, le pareció enormemente feliz. No dijo nada por miedo a que volviera a ser la de siempre, triste y perdida en sus pensamientos, dada por imposible por todos cuantos la rodeaban.

No necesitó de maestros para descubrir que tenía un don que desconocía para la música, o ¿quizás fuera otra cosa? Lo cierto es que las notas venían directamente a su cabeza sin saber muy bien por qué, y sus dedos algo torpes al principio, se mostraron muy ágiles sin esfuerzo. Cuando tocaba se relajaba de manera que la música que su cabeza percibía pasaba directamente a sus dedos, intérpretes involuntarios. No era dueña de sus sentidos, el instrumento la inducía a un estado de semiinconsciencia donde la música se fundía con visiones extrañas que no llegaba a entender pero que se convirtieron en cotidianas a fuerza de repetirse en su cabeza. Veía un barco nuevo, enorme, muy lujoso abandonado en un muelle abarrotado de barcos oxidados. Otras veces, eran parajes exóticos donde la naturaleza configuraba formas caprichosas y los árboles lo cubrían todo. Veía siluetas de niños, parecían un grupo, pero no sabía qué significado dar a todo ello.

La evidencia de su don hizo imposible ocultar sus destrezas. Era capaz de interpretar cualquier partitura por compleja que fuera a la perfección de forma autodidacta.

Como no pudo ser de otra manera, los rumores acerca de su música se empezaron a extender. María asombró a su entorno más cercano, para continuar llenando teatros en los alrededores. Todos querían escuchar a la niña prodigio de la guitarra atraídos por la curiosidad y los cotilleos.

La fluidez y calidad con la que componía mantenía fascinados a maestros de todos los lugares que acudían a observar los logros de la niña por si había algún tipo de estafa en todo ello. Después de meses de seguimiento, no pudieron más que rendirse al virtuosismo de la pequeña. Los sonidos de la guitarra evidenciaban que la música tenía poder en sí, tenía la capacidad de hacer vibrar los tejidos más profundos, alterando estados de ánimo.

Quien la escuchaba proclamaba que era de una enorme belleza, incluso hubo quien se aventuraba a afirmar que esa música podría sanar enfermos.

Carlote también se hizo eco de sus éxitos, de incógnito presenciaba sus actuaciones y aunque orgulloso al principio por sentirse partícipe, empezó a mascullar en su cabeza ideas sobre cómo beneficiarse de ello. Si no hubiera sido por su intervención ella jamás habría llegado tan alto. Esa guitarra era obra suya, él encontró la madera y él malgastó su salud en construirla, los largos años dedicados a ella lo habían marchitado físicamente y como pago no tenía nada, perdió un gran cliente y su fama se vio afectada tras el descalabro con la guitarra. Merecía parte de beneficio, lo exigiría.

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