CRONICAS DEL DESPERTAR FINAL – II

BAJO LA TIERRA NADIE LLORA
Año: 1995
La ciudad había dejado de respirar.
Eran las 4:23 a.m. cuando la primera explosión sacudió el edificio. Las ventanas temblaron, los car alarms gritaron todos a la vez y una luz celeste rompió el cielo como una grieta abierta por los dioses. Bajé corriendo por las escaleras sin mirar atrás. Afuera, los vecinos se agolpaban, todos mirando hacia lo alto.
Estaban aquí.
Naves. Decenas. Oscuras, colosales, siniestras. Descendían como parásitos sobre la ciudad de Panamá. Disparaban a lo que se moviera. No era una guerra. Era una caza. Vi cómo el fuego envolvía el Super 99. Cómo un rayo desintegró a una mujer con bata. Cómo los gritos se mezclaban con el zumbido metálico de las naves.
Corrí. Corrí por instinto.
Vi un puente. No sé si fue Vía Brasil o Vía Cincuentenario. Me metí debajo como si el concreto pudiera protegerme del fin del mundo. Y entonces escuché la voz. No era humana. No era alienígena. Era antigua. Como si la tierra misma me hablara:
—Baja más.
Unos tubos rotos me guiaron hacia una boca de cloaca abierta. Me dejé caer. Aterricé en agua pestilente y fría. Las cloacas de Panamá Viejo me tragaron como si me esperaran. Y allí, entre la oscuridad, los ecos de muerte, y el hedor de siglos…
Lloré.
No por miedo.
Lloré porque sabía que no era la primera vez que moría. Lloré porque algo dentro de mí decía que eso ya lo había vivido. Que la ciudad cayendo, el juicio, las explosiones, eran parte de un ciclo que había comenzado cuando yo tenía tres años.
Debajo de la tierra, descubrí algo que nunca podré explicar.
Una pared respiraba.
Una roca brillaba.
Y una palabra se grabó en mi mente:
RECUERDA.
Cuando desperté, estaba otra vez en mi cama.
Pero el olor a cloaca seguía en mis manos.
Y la palabra… tatuada en mi pecho invisible.
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