CRONICAS DEL DESPERTAR FINAL – I

CULPABLE
Año: 1993
Nadie me advirtió. Nadie dijo que el fin llegaría como un susurro convertido en truenos. Me desperté una madrugada cualquiera, abrí la ventana de mi apartamento y vi que el cielo había muerto. No había estrellas, no había luna. Solo una nube negra que latía como si fuera un corazón maligno en lo alto del firmamento.
Las calles estaban llenas de gente. Vecinos salían de sus casas, todos en silencio, caminando hacia una sola dirección: el cementerio Jardín de Paz, en Parque Lefevre. Nadie hablaba. Algunos lloraban, otros rezaban. Yo bajé por instinto. Algo me jalaba desde adentro, como si ya conociera el camino.
A medida que avanzábamos, los lamentos se hacían más fuertes. El olor a muerte era real, denso, como si la tierra ya hubiese exhalado sus últimos muertos. Y entonces escuché el primer trueno. No era clima. Era una voz. No tenía idioma, pero cada palabra se sentía en el alma. Una vibración que desgarraba la carne sin tocarla.
—MIREN HACIA ALLÁ—gritó alguien.
La luz apareció al fondo del cementerio. No era blanca. Era una mezcla brutal de dorado, sangre y ceniza. Como si el alma del sol hubiese sido partida y derramada sobre los difuntos. Las voces se multiplicaron. Eran muchas, miles, como si los profetas de todas las eras estuvieran juzgando a cada alma con una sola palabra.
CULPABLE.
Pero no lo dijeron en español.
Lo dijeron en arameo.
Y lo entendí.
Cada vez que esa palabra era pronunciada, una explosión sacudía la realidad. Gente caía al suelo, se disolvía en polvo, o simplemente desaparecía con un grito que quedaba flotando. Estaba a tres personas de la luz. Tres almas antes de saber mi destino.
Quise correr.
No pude.
Los pies se me endurecieron como piedra.
No podía llorar.
No podía gritar.
Solo recordar que yo ya había muerto una vez, a los tres años de edad. Mi madre me lo había dicho. «Tú regresaste, hijo. Dios te devolvió.»
Tal vez este era el recibo pendiente.
Y cuando llegó mi turno, cuando la luz me cubrió, no hubo palabra. Solo silencio.
Y desperté.
En mi cama.
Sudado.
Temblando.
Pero sabiendo… que había sido marcado.
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