Prólogo: El Silencio de Dios
> «Y en el séptimo día… no hubo descanso. Hubo gritos. Hubo sangre. Hubo una niña… que el cielo no quiso escuchar.»
Era una noche de esas donde el viento no sopla y la luna se esconde. La ciudad dormía, pero en un sótano sin nombre, siete hombres desataban el infierno… uno que no estaba en ningún libro sagrado.
La llamaban Lía.
Tenía 17 años.
Era luz.
Era risa.
Era promesa.
Ahora era solo un eco.
Un cuerpo deshecho.
Un susurro de muerte en las paredes.
Las cámaras grabaron.
Los otros rieron.
Uno lloró. Pero no por ella. Por sí mismo.
El acto duró horas.
El dolor, eternidades.
Cuando su corazón dejó de latir, el mundo no se detuvo. Las noticias no hablaron de ella. El cielo no tronó. Los culpables brindaron con whisky caro. Se creían dioses.
Pero algo… algo muy abajo sintió la ruptura.
Inframundo. Palacio de Sombras.
Lucifer caminaba entre columnas de huesos. Los condenados aullaban en silencio, con las bocas selladas por gusanos. Pero entonces…
una lágrima.
Una sola.
Cayó en la sala de los ecos.
Y con ella, una visión.
La vio a ella.
Desnuda.
Doblada.
Ensangrentada.
Con los ojos abiertos como ventanas rotas al alma.
Lucifer, el Caído, el Tentador, el Rey del Dolor… cayó de rodillas.
—¿Qué… qué es esto…?
Los demonios lo miraban confundidos.
Nunca lo habían visto así.
Nunca lo habían visto llorar.
Elevó la mirada. El fuego en sus pupilas se apagó por un segundo, como si el mismísimo infierno se entristeciera.
—Dios… ¿Dónde estabas?
Silencio.
Lucifer se levantó. El aire ardía.
Sus alas negras se expandieron con furia milenaria.
En su mano, una pluma caída del ala de Lía.
En su pecho, un rugido contenido desde el principio del tiempo.
—Si tú no harás justicia… yo lo haré.
—Por cada grito que no escuchaste.
—Por cada ángel que ignoraste.
—Por cada alma rota en tu nombre.
Se volvió a sus demonios y dijo:
—Los siete.
—Encuéntrenlos.
—Nadie escapa del llanto de Lucifer.

Capítulo 1: El Castigo del Deseo – Damián “El Galán” Morel
«¿Quieres placer eterno? Te lo concedo. Pero cada clímax… será tu condena.»
Ciudad Exhalada, 03:33 a.m.
Luces LED. Perfume caro. Cuerpos falsos. Mentiras de neón.
En una suite en el piso 66, Damián Morel hacía lo de siempre:
—Fingir sabiduría.
—Gritar «alfa».
—Mentirle a hombres rotos y venderles fórmulas para romper a otros.
Su cuenta de seguidores: 4.8 millones.
Su ego: incontable.
Su conciencia: inexistente.
—“Las mujeres nacieron para servir, bro. ¡Es biología! Lo que hicimos fue sagrado. Una purga. Ella se lo buscó.”
La pantalla reflejaba su rostro, sin alma, sin culpa.
Pero entonces…
el espejo parpadeó.
Y por un segundo, Lía apareció tras él.
Con la boca cosida.
Con los ojos negros.
Llorando sangre.
Damián retrocedió. Se rió incómodo.
—¿Qué carajos…?
Las luces se apagaron.
Silencio.
Luego, una voz… que no era voz.
Un rugido hecho de miles de susurros, de viento invertido, de odio contenido desde el principio de los tiempos:
—Damián.
—Ven. Tu placer eterno te espera.
Dimensión Infernal: La Cámara del Deseo
Despertó desnudo, atado a una cama de carne viva.
Mujeres lo rodeaban… perfectas, divinas, irresistibles.
Él sonrió, encantado.
—¿Un sueño húmedo…? Vamos, me lo merezco.
Una de ellas se acercó. Su piel brillaba. Su aliento era miel.
Se montó sobre él.
Y en el clímax… su rostro se deshizo.
Era Lía.
Sin ojos. Sin rostro.
Solo dolor.
—¿Recuerdas mi cuerpo?
—Tómalo. Para siempre.
Damián gritó.
Intentó huir.
Pero cada orgasmo detonaba una tortura:
—Sus nervios eran arrancados.
—Sus genitales crecían… y se pudrían.
—Sus huesos se disolvían y se reconstruían… al ritmo del placer.
Intentó matarse.
Pero en el Infierno, no hay suicidio.
Solo repeticiones.
Lucifer lo observaba desde la oscuridad, inmóvil.
Con la lágrima de Lía colgando en su cuello.
—¿Te sientes poderoso ahora, Damián?
—Esto no es castigo. Es reflejo.
Damián suplicó.
Lloró.
Gritó el nombre de su madre.
Ofreció millones.
Ofreció su alma.
Lucifer se acercó. Le susurró:
—Te la di. Toda tu vida estuviste en el Infierno… solo que no lo sabías.
El fuego se cerró sobre él.
Y su grito quedó sellado en una pared de carne que respiraba.
Uno ha caído.
Faltan seis.
Y cada uno… con su infierno reservado.
Capítulo 2: El Banquete del Hambre – Tito “Don Tito” Ramírez – La Gula
«¿Tienes hambre, cerdo? Entonces traga… traga hasta que tu carne te vomite.»
Ciudad Exhalada, 04:06 a.m.
En una cocina bañada en mármol y grasa de animales exóticos, Tito Ramírez devoraba su tercer bistec Wagyu mientras miraba su reflejo en una copa de vino negro como tinta.
—“El secreto de la vida es simple, hermano: comer, follar y cagar más que todos los demás.”
Las risas de sus amigos ya no lo acompañaban.
El comedor estaba vacío.
Y, sin embargo, los cubiertos…
se movían solos.
Un cuchillo rasguñó la mesa.
El candelabro tembló.
Una sombra negra descendió por la chimenea, aunque no había fuego.
Tito se quedó congelado.
Entonces lo oyó:
Una respiración.
Grave.
Antinatural.
Demasiado cerca.
—Tito… tú que lo tragaste todo… ahora vas a tragar lo que el infierno mismo vomitó.
Intentó correr.
Las puertas no abrían.
Los ventanales mostraban carne palpitante, no la ciudad.
La mansión estaba… en otro plano.
El plato frente a él se llenó solo.
Un estofado caliente…
de uñas humanas.
Sangre coagulada como salsa.
Dientes flotando.
Y un ojo aún parpadeando.
Tito gritó.
Pero el tenedor se le clavó en la mano.
Una fuerza invisible lo obligó a comer.
Y al tragar… sintió placer.
—“¿Qué… qué demonios…?”
Una voz femenina, dulce y rota, le susurró desde la carne misma:
—“¿Te gusta? Así sabías tú a mí.”
Lía.
Desde dentro.
Desde el plato.
Tito vomitó.
Pero lo que salió…
fue un gusano con su propio rostro, chillando.
Dimensión Infernal: El Comedor de los Malditos
Tito despertó atado a una silla viva.
El banquete estaba servido:
—Sopa de grasa humana.
—Pan hecho de piel.
—Y como plato principal…
su propio estómago, horneado y relleno de bilis.
Frente a él, Lucifer observaba.
Tranquilo.
Vestido de negro.
Una copa de sangre temblando en su mano.
—Tito… tú hiciste del hambre un dios.
—Ahora ese dios te devorará.
Un ser sin rostro, hecho de huesos y lenguas, se sentó junto a él.
Y empezó a alimentarlo.
Sin pausa.
Sin fin.
Sin piedad.
Cada bocado era dolor.
Cada trago le hacía engordar hasta que la piel se rompía…
y se reconstruía de nuevo…
para volver a romperse.
Gritó.
Suplicó.
Cantó salmos.
Maldijo a Dios.
Maldijo a Lucifer.
Maldijo a Lía.
Pero nadie lo oía.
Salvo los condenados.
Y ellos… reían.
Lucifer se levantó, se acercó, y le susurró:
—Tu hambre era tu pecado… ahora es tu prisión.
—Y tu cuerpo, tu plato eterno.
Tito explotó en vómito.
La mesa lo absorbió.
Y en su lugar quedó un nuevo plato…
su lengua, como aperitivo.
Dos han caído.
Cinco respiran.
Pero no por mucho.
Capítulo 3: El Oro en la Sangre – Sergio “El Becerro” Aldana – La Avaricia
«Quisiste el mundo entero… ahora pagarás con cada gota de tu alma.»
Distrito Financiero, 5:55 a.m.
Sergio Aldana estaba encerrado en su bóveda privada.
No porque lo necesitaran. Sino porque le gustaba dormir rodeado de oro.
Billetes plastificados.
Lingotes apilados.
Joyas aún manchadas de sangre de países sin nombre.
Tenía tanto que ya no podía contar.
Pero igual lo hacía, cada noche.
Cada moneda, cada dólar… un orgasmo mental.
—“Lía no fue más que un peaje, un sacrificio menor. ¿Y si le pagábamos a su familia, ah? ¿Les mandamos flores?”
Rió.
Solo.
El eco fue lo único que respondió.
Entonces una moneda giró sola.
Luego otra.
Y otra.
Hasta que el piso entero retumbó como un tambor demoníaco.
El oro empezó a fundirse.
Se derritió como mantequilla maldita.
Y de entre el líquido ardiente, brotaron manos.
Pequeñas.
Infantiles.
Quemadas.
Las manos de los que trabajaron por su riqueza.
Sergio gritó.
Intentó correr.
Pero sus pies estaban pegados al piso por raíces hechas de números.
—Sergio Aldana. Compraste la eternidad… ahora la debes.
Lucifer surgió de la sombra del oro líquido.
No caminó: flotó.
Vestido con un traje rojo sangre, con un reloj sin manecillas colgando del cuello.
—“No puedes comprar el tiempo. Y menos… el juicio.”
Dimensión Infernal: El Banco de las Almas
Sergio despertó en un escritorio infinito.
Millones de formularios ante él.
Pero todos estaban escritos con su propia sangre.
—“¿Qué… qué es esto?”
Cada hoja decía lo mismo:
Contrato de Condena.
De repente, una voz anunció por parlante:
—“Cliente número 000001 – Sergio Aldana. Su deuda: Infinita. Su pago: Comienza ahora.”
Una fila de demonios, disfrazados de banqueros, se acercaba.
Uno a uno le arrancaban parte del cuerpo como “pago”:
—Una uña.
—Un ojo.
—Un trozo de pulmón.
—Su lengua (para que no pueda rogar).
Y cuando pensó que no quedaba nada por entregar…
empezaron con sus recuerdos.
—¿Tu primer beso? Entregado.
—¿Tu madre? Eliminada.
—¿Tu infancia? Borrada.
Sergio gritó:
—¡PREFIERO MORIR!
Lucifer se acercó, con una sonrisa helada:
—La muerte es un lujo que ya no puedes pagar.
Entonces lo arrojaron al Cajero Final.
Una máquina que trituraba el alma y la convertía en monedas malditas.
Y cada vez que un alma nueva caiga al infierno,
se imprimirá con su cara.
Tres han caído.
Cuatro tiemblan.
Y Lía… sonríe en la penumbra.
Capítulo 4: El Peso de la Ira – Julián “El Martillo” Rivas – La Ira
«Tú golpeabas porque podías. Ahora te golpearán… hasta que olvides que fuiste humano.»
Patio Industrial, 3:33 p.m.
Sudor, acero y tatuajes.
Julián entrenaba frente a un saco de boxeo…
hecho con piel humana.
No porque lo necesitara.
Sino porque le daba placer.
—“Yo no soy un asesino… soy un instrumento. Dios me hizo fuerte. Yo solo purifico.”
Su gimnasio era un templo de violencia.
Fotos rotas.
Puños marcados en las paredes.
Cicatrices en los espejos.
Y grabaciones de Lía en el suelo, chillando…
que él veía una y otra vez.
—“Mira cómo suplica. Eso es poder. Eso es reinar.”
Tocaron la puerta.
Pero no era un golpe…
era un latido.
Fuerte.
Profundo.
De otro plano.
La temperatura bajó.
Sus guantes sangraron.
El saco susurró.
—“Tu ira no era tu escudo, Julián. Era tu jaula.”
El suelo se quebró como cristal.
Y cayó…
al Coliseo del Abismo.
Dimensión Infernal: El Coliseo de la Carne
Despertó en medio de un estadio.
Millones de sombras rugían.
Sus ojos… eran llamas.
Sus dientes… armas.
Frente a él, un ser encapuchado, con una espada ardiente, lo señaló:
—¡Lucha o muere!
Julián rió.
—“Fácil. ¿Uno más al que le rompo el alma?”
Se lanzó.
Golpeó.
Pero no sintió contacto.
La figura era él mismo.
Cada vez que lo golpeaba, sentía su propio dolor.
Su mandíbula estalló.
Sus costillas se quebraron.
Su orgullo fue triturado.
Cada puño que lanzaba, regresaba multiplicado.
Y las sombras gritaban su nombre.
—¡JULIÁN!
—¡ASESINO!
—¡BESTIA!
Sangre, sangre, sangre.
Hasta que no pudo más.
Entonces el Coliseo se transformó.
Las paredes eran las caras de sus víctimas.
Y en el centro…
Lía.
Desnuda.
Llena de moretones.
Sosteniendo un martillo.
—“Ahora me toca a mí.”
Ella no lo golpeó.
Le entregó el martillo a un niño.
Uno que Julián había olvidado…
el hermano menor de una de sus víctimas.
El niño lo miró…
y comenzó a golpear.
Cada golpe deshacía sus músculos.
Pero no lo mataba.
Lucifer apareció entre la sangre, sentado en el trono del dolor:
—Tu castigo no es morir.
—Es sentir cada dolor que causaste… como eco eterno.
Julián suplicó.
Gritó.
Ofreció sus puños, su fuerza, su alma.
Lucifer sonrió.
—No queremos tu fuerza, bestia. Queremos tu fragilidad.
Y lo dejaron vivo…
pero paralizado, ciego y mudo.
Cada segundo… revive los gritos de Lía.
Sin pausa.
Sin escape.
Sin redención.
Cuatro han caído.
Tres tiemblan en la superficie.
Lucifer limpia su martillo con los cabellos de un ángel caído.
Y Lía… sigue llorando.
Pero esta vez… de justicia.
¡Perfecto, mi rey! Vamos a mantener ese fuego, y cuando llegue el momento, Lía será la que cierre cada capítulo con un toque de desesperación y furia.
Ahora vamos con el Capítulo 5, el cual está a punto de desatar la furia del orgullo y todo lo que significa la caída en la soberbia…
Capítulo 5: El Trono del Orgullo – Iván “El Predicador” Quintero – La Soberbia
«Dios me hizo perfecto. Yo soy la voz de la verdad. Mi luz no tiene igual.»
Templo del Conocimiento, 9:21 a.m.
Iván Quintero se veía perfecto.
De traje blanco.
Cabello perfectamente peinado.
Una mirada que irradiaba seguridad divina.
Era el líder de la iglesia más poderosa del mundo.
El hombre que predicaba que Dios estaba a su lado…
y todos los demás solo seguían su luz.
—“Hermanos, si sigues mi camino, verás el fin de tus temores. Yo soy la salvación, la única verdad.”
Los feligreses caían de rodillas.
Ellos le adoraban como si fuera un dios.
Pero de repente…
una sombra cruzó la iglesia.
La luz se apagó.
El aire se congeló.
Iván dejó de hablar.
Algo estaba mal.
De un suspiro, el altar se quebró.
Lucifer, en su forma más furiosa, apareció.
Su rostro, lleno de ira.
—“Te creíste Dios, Iván. Pero solo eres un eco de lo que fue.”
Iván se acercó, con una sonrisa arrogante.
—“¡Te he dicho que soy el elegido! ¡El único capaz de salvar a los hombres! Yo tengo la verdad, tú solo eres un ángel caído!”
Lucifer le dirigió una mirada vacía.
Era como si la furia misma se liberara de su cuerpo.
—“Tu verdad es solo la mentira de tus propios ojos. No eres un salvador… eres un devorador.”
Dimensión Infernal: El Trono del Orgullo
Iván se despertó en un palacio dorado.
Todo a su alrededor era oro, diamantes, esplendor.
Y él estaba sentado en el trono más grande del infierno.
A su alrededor, voces susurraban alabanzas.
Pero la realidad comenzó a distorsionarse.
Las paredes brillaban…
pero estaban hechas de huesos humanos.
Los esclavos que le servían, con ojos vacíos, lo miraban fijamente.
Lucifer apareció frente a él.
No había trono.
Solo un vacío sin fin.
—“Aquí está tu trono. El único que te corresponde.”
Iván intentó levantarse.
—“¡Tú no entiendes! Yo soy el elegido. Yo soy el poder. No eres nada comparado conmigo.”
Pero cuando intentó moverse, el trono lo absorbió.
Sus extremidades se deshicieron.
Sus ojos, de arrogantes, se convirtieron en agujeros de desesperación.
—“Tus palabras son cenizas, Iván. Tu orgullo es tu ruina. El fin que tanto predicaste es el que te devorará.”
Lucifer levantó su mano y el trono se cerró sobre Iván, aplastándolo.
A cada segundo que pasaba, su soberbia se transformaba en nada.
Él, el hombre que se creía el último y el único, ahora era un suspiro en la historia del infierno.
Cinco han caído.
Dos todavía respiran, pero ya sienten su fin.
Lucifer levanta su mirada, y su enojo… es aún más profundo.
Lía observa desde las sombras.
Ella sabe que lo peor está por llegar.
Capítulo 6: La Mentira de la Lujuria – Rodolfo “El Vicio” Benavides – La Lujuria
«El cuerpo era mío. La voluntad… también. El amor no existe, solo hambre.»
Club Privado, 1:11 a.m.
Luces rojas.
Humo espeso.
Paredes que goteaban perfume y secretos.
Rodolfo estaba en su trono de carne.
Una cama circular con cinco cuerpos dormidos a su alrededor.
Cuerpos sin alma.
Vacíos.
Consumidos.
—“Lía era una muñeca más. Yo solo… jugué. No fue culpa mía que se rompiera.”
Tomaba champaña de una copa con forma de cráneo.
Observaba una grabación en su celular.
Su “colección”.
Sus “tesoros rotos”.
Más de cien chicas.
Y Lía… la número 101.
La única que gritó pidiendo ayuda.
—“Ella me miró con asco… eso la condenó. Nadie me niega. Nadie.”
De pronto, las luces del club estallaron.
Los espejos comenzaron a derretirse.
Y cada cuerpo dormido se levantó… sin ojos.
Una figura surgió entre el vapor infernal.
Lucifer.
Sin rostro.
Solo fuego, hueso y una capa hecha de piel femenina.
—“¿Buscas placer, Rodolfo? Hoy conocerás el éxtasis eterno… de tu propia destrucción.”
Rodolfo rió nervioso.
—“¿Tú quién eres? ¿Un exnovio celoso?”
Lucifer lo atravesó con una mirada que quemó la pared detrás.
—“Yo soy la furia de cada alma que tocaste.
El deseo maldito.
La lujuria que no se sacia.
Y hoy… te devora.”
Dimensión Infernal: El Burdel de la Penitencia
Rodolfo despertó atado a una cama que respiraba.
Cada vez que se movía, la cama gemía como un alma rota.
Frente a él, miles de siluetas femeninas comenzaron a acercarse.
Eran todas las que usó.
Pero ahora…
eran demonios.
Sin piel.
Con ojos que sangraban.
Con lenguas afiladas.
Y dedos que terminaban en bisturís.
—“¿Te excita esto, Rodolfo?”
—“¿Quieres más?”
—“¿No eras el que nunca se saciaba?”
Lucifer lo observaba desde el techo, colgado boca abajo, como una araña de oscuridad:
—“Hoy serás el objeto. Hoy serás la muñeca rota.”
Las figuras comenzaron a tocarlo.
Primero suave.
Luego con furia.
Luego con violencia brutal.
Le arrancaron los labios.
Le inyectaron deseo eterno sin satisfacción.
Le dieron cien orgasmos…
que terminaban con dolor indescriptible.
Y ninguno le daba paz.
Su cuerpo se regeneraba solo para seguir siendo usado.
Una y otra vez.
Por la eternidad.
—“Esto no es placer. Esto es castigo.”
Lucifer se acercó y le susurró al oído:
—“Esto es lo que sentía cada alma que convertiste en objeto.”
Y por siempre, Rodolfo despertará cada noche en ese burdel…
con la ilusión de placer.
Y el sabor de su propia condena.
Seis han caído.
Solo queda uno.
El más silencioso.
El más peligroso.
El que nadie sospecha.
Y ahora…
PAUSA: Lía en la Oscuridad
Lía observa desde un rincón del abismo.
No llora.
No grita.
Solo respira.
—“Lucifer… ¿por qué los siento aún dentro de mí?”
—“Porque dejaron cicatrices. Y yo solo arranqué la piel.”
Lucifer se arrodilla frente a ella.
Su furia no se ha calmado.
Sus manos tiemblan.
—“Te juro por mi caída, que el último…
sentirá lo que es tener a Dios en contra…
y al Diablo como juez.”
Lía sonríe, pero su mirada está vacía.
—“Quiero ver su alma arder. Quiero que grite mi nombre. Quiero que sepa que no me olvidé.”
Lucifer le ofrece su mano.
—“¿Caminas conmigo… al Juicio Final?”
Lía asiente.
Uno más.
Y todo arderá.
Capítulo 7: El Hambre que No Acaba -Damián “El Poeta” Fonseca – Gula
«No eran cuerpos… eran platillos. Cada alma, un festín. Yo me alimentaba de belleza… y Lía fue un banquete divino.»
Casa de Campo, 4:44 p.m.
Damián escribía poesía.
Versos llenos de metáforas vacías.
Metáforas que él usaba para justificar sus crímenes.
—“Su piel era como el durazno. Su llanto, el néctar. Su cuerpo… el platillo principal.”
Tenía fotografías colgadas en su despacho.
No eran recuerdos.
Eran trofeos.
Fragmentos de las chicas que convirtió en poesía.
Sus dedos.
Sus dientes.
Sus ojos.
En frascos.
Clasificados.
Archivados.
Lía estaba entre ellos.
La última.
La más hermosa.
La más trágica.
—“Ella supo que sería devorada desde que me miró. Y aún así… no se rindió. Qué bello fue eso.”
Encendió su horno.
Sacó una copa de vino.
Y colocó una cinta con grabaciones de su voz describiendo cómo cocinaba su “arte”.
Pero entonces…
una voz nueva irrumpió la grabación.
—“¿No te saciaste, poeta? ¿No fue suficiente devorar el alma de un ángel?”
La pantalla ardió.
El horno explotó.
Las paredes sangraron tinta negra.
Y por la chimenea descendió un humo que se condensó en una figura de alas rotas y mirada de fuego:
Lucifer.
—“Has convertido el dolor en gourmet. Pero hoy… tú serás el plato fuerte.”
Dimensión Infernal: El Banquete de la Putrefacción
Damián despertó sobre una mesa infinita.
Rodeado de seres que no dejaban de comer.
Se devoraban entre sí.
Rompían dientes para masticar.
Arrancaban pieles para saborear el miedo.
Y todos ellos…
tenían su rostro.
Damián miró sus manos:
ya no eran manos.
Eran cuchillos.
Cucharones.
Tenazas.
El hambre lo consumía.
Pero nada lo saciaba.
Lucifer se sentó frente a él, sirviéndole un banquete.
Platos que respiraban.
Carne que gritaba.
Ojos que le imploraban piedad.
—“Este es tu festín, poeta.
Come. No pares.
Pero recuerda… cada bocado es tu alma que se pudre.”
Damián comió.
Porque su cuerpo lo exigía.
Pero lloraba mientras lo hacía.
—“¡Basta! ¡No quiero más! ¡No quiero seguir!”
Lucifer le respondió mientras se limpiaba los labios con una servilleta de piel:
—“No se trata de lo que quieras. Se trata de lo que sembraste.
Y tú sembraste hambre infinita.”
Los platos se multiplicaron.
Su lengua se cayó.
Sus dientes se convirtieron en gusanos.
Y seguía comiendo.
Por los siglos.
Por los siglos.
Por los siglos…
Todos han caído.
Siete sellos rotos.
Siete gritos extinguidos.
Y ahora…
PAUSA FINAL: Lía en el Umbral
Lía se encuentra de pie frente a una puerta negra.
Lucifer detrás de ella, aún ardiendo.
—“¿Y ahora qué?”
—“Ahora… decides si quieres volver.”
Lía gira la manija.
Del otro lado… el mundo real.
Pero ya no es la misma.
Ni joven.
Ni inocente.
Ni humana.
Lía cruza.
Las farolas parpadean.
Los relojes se detienen.
Ella ha vuelto.
No como víctima.
No como alma rota.
Sino como la nueva guardiana del Juicio.
Lucifer sonríe.
—“Lloré por ti.
Maté por ti.
Pero ahora…
el mundo debe temerte a ti.”
FIN
EPÍLOGO: El Eco de los Condenados
Ubicación: Abismo del Silencio – El punto más profundo del Infierno.
Las siete almas condenadas…
gritan.
Pero aquí, nadie puede oírlos.
Sus cuerpos retorcidos.
Sus mentes reventadas.
Sus pecados eternamente tatuados en sus carnes.
Uno por uno, son encerrados en sarcófagos transparentes.
Los sellos se cierran con fuego celestial invertido.
Y mientras Lía camina hacia la salida del abismo,
Lucifer se queda observando las tumbas.
Pero entonces…
una grieta.
Una pequeña, casi imperceptible…
aparece en el cristal del sarcófago de Damián, el Poeta.
Lucifer frunce el ceño.
—“¿Qué es esto…?”
Se acerca.
Toca la grieta.
Un susurro le responde desde dentro:
—“Los pecados no mueren… solo mutan.”
De pronto, todas las tumbas comienzan a vibrar.
Los siete cuerpos… no están donde deberían.
Están sonriendo.
Una risa demoníaca, profunda y burlona, resuena en las paredes del abismo.
—“¿Pensaste que el Infierno nos dolería, Luci?
El Infierno… nos hizo reyes.”
Lucifer se endereza, con las alas abiertas, su cuerpo encendido como un sol negro.
—“¡NO!
¡NO SE REBELEN EN MI REINO!”
Las cadenas empiezan a romperse.
El abismo se parte.
Y una voz aún más antigua que el mal mismo resuena desde lo más profundo:
—“El Juicio Eterno…
acaba de comenzar.”
Lucifer grita.
No de miedo.
Sino de furia pura.
Sus ojos arden como dos universos colapsando.
—“SI QUIEREN GUERRA…
TENDRÁN EL INFIERNO DESATADO»–
EL LLANTO DE LUCIFER II: EL TRONO ROTO
Próximamente….
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