SIPNOSIS:
Una entidad demoníaca ha encontrado la forma perfecta de cazar en la era moderna: Tinder. Se presenta como una mujer atractiva, imposible de resistir, con una sonrisa que esconde una oscuridad insaciable. Cada vez que un hombre desliza sobre su perfil, ella se acerca… y cada foto nueva muestra una distancia menor y un fondo más inquietante.

PROLOGO:
Todo comenzó con un perfil llamado “Mara, 29”. Solo tenía una foto: un rostro hermoso, ojos profundos, sonrisa delicada. No tenía descripción. Solo decía: “Cerca de ti”.
CAPÍTULO 1: MATCH MALDITO
Luis se recostó en la cama, con el ventilador de techo girando perezosamente sobre su cabeza. Era viernes por la noche, y como muchas otras, no tenía planes. La televisión sonaba de fondo, repitiendo el mismo noticiero que ya había visto dos veces. Sus dedos, casi por inercia, deslizaron por la pantalla de su celular.
Tinder.
Otra vez.
Otra decepción en forma de aplicación.
Fotos desenfocadas, biografías vacías, “mamis” con filtros de gato, perfiles que parecían bots. Nada le sorprendía ya. Hasta que la vio.
“Mara, 29.”
No tenía biografía, ni emojis, ni frases cliché. Solo una foto. Pero qué foto.
El rostro de Mara era hipnótico. Piel pálida, ojos oscuros como pozos, y una sonrisa apenas insinuada que parecía guardar secretos. No posaba como las demás; estaba de pie frente a una pared de ladrillos, mirando directo a la cámara, o más bien… directo a él. Luis sintió una punzada de incomodidad, como si la foto lo observara desde el otro lado.
Dudó. Pero el dedo se movió solo.
Swipe right.
La pantalla vibró.
“¡Es un Match!”
Luis sonrió. Era raro que alguien como ella hiciera match con él. Pensó en escribirle, pero algo lo detuvo. Volvió al perfil para revisar la foto una vez más.
Y ahí estaba.
Una segunda imagen.
No podía recordar si estaba antes, pero ahora, claramente, había dos fotos. En la nueva, Mara estaba de pie en una vereda, junto a un mural que Luis reconoció al instante: estaba en el casco viejo de la ciudad, a pocos minutos de su departamento. Detrás de ella, la imagen de un diablo pintado en tonos rojos, como si le crecieran cuernos en la cabeza.
Debajo de la foto, algo lo paralizó:
“A 10 km de distancia.”
Luis frunció el ceño. Nunca había visto esa función en Tinder. ¿Desde cuándo mostraba kilómetros tan exactos? ¿Era un nuevo update? ¿Una app trucha?
Volvió a mirar la foto. Esta vez, Mara no sonreía. O tal vez sí… pero no era una sonrisa cálida. Era más… hambrienta.
Apagó el celular. Trató de convencerse de que estaba cansado. Demasiadas horas frente a la pantalla. Una simple coincidencia.
Pero antes de dormir, no pudo evitar mirar una vez más.
La app ya estaba abierta.
Y Mara lo esperaba.
CAPÍTULO 2: MÁS CERCA DE LO QUE PARECE
Luis despertó con una sensación de náusea. No había bebido ni trasnochado, pero su estómago estaba revuelto. Se frotó los ojos y estiró la mano hacia el celular, que aún seguía en su mesita de noche. Lo desbloqueó por costumbre, sin pensar demasiado.
Tinder estaba abierto.
Otra vez.
No recordaba haberla dejado así.
Un nuevo mensaje:
“Mara ha actualizado su perfil.”
Luis sintió cómo se le erizaban los vellos del cuello. Entró.
Una tercera foto.
Mara sentada en una banca, en el parque donde él solía correr los domingos. Detrás de ella, el mural con letras que decían “Vive sin miedo”, ya medio borrado por los años. En la imagen, Mara vestía de negro, las manos cruzadas sobre las rodillas, y la misma expresión perturbadoramente serena.
Ubicación: 5 km.
Luis tragó saliva. Se levantó, fue a la cocina y se sirvió un vaso de agua.
—No puede ser… —murmuró.
Tomó su celular, abrió WhatsApp y escribió a su amigo Elías:
Bro, ¿Tinder ahora muestra los kilómetros exactos de los matches?
Elías respondió rápido:
¿Qué? No, sólo dice «cerca de ti». ¿Por qué?
Luis dudó. Le contó lo básico: conoció a una mujer extraña, fotos raras, distancias que bajaban. No quiso parecer paranoico, pero necesitaba compartirlo.
Debe ser un perfil falso, o una broma. —respondió Elías.
¿No será una de esas cuentas que usan IA para meterse en el algoritmo?
Luis no contestó. Entró otra vez al perfil.
Otra notificación.
“Nueva foto agregada por Mara.”
Luis tragó en seco.
Mara estaba en la entrada del pequeño minisúper donde él compraba. El logo borroso era inconfundible. Era una foto nocturna. Detrás de ella, una figura borrosa, casi humana, parecía asomarse por el reflejo del vidrio.
Ubicación: 1 km.
La vista le temblaba. Sentía la sangre bombeando con fuerza en los oídos. Abrió la ventana y miró hacia la calle. Todo normal. Tráfico suave. Un par de vecinos saliendo a pasear al perro.
Volvió a mirar la foto. Hizo zoom. El rostro de Mara tenía los ojos más oscuros que antes. Más hundidos. Como si se estuvieran pudriendo.
Luis apagó el celular y lo dejó en la mesa del comedor. Fue al baño, se lavó la cara. Necesitaba pensar con claridad.
Pero al regresar…
La pantalla estaba encendida.
La app seguía abierta.
Y la cámara frontal… activada.
Luis dio un salto hacia atrás. El corazón le martillaba el pecho. Agarró el teléfono y la cámara se apagó. Intentó cerrar Tinder. No lo dejaba.
Intentó borrar la app. Nada. El ícono seguía fijo.
Ese día no salió de casa. Cerró cortinas. Apagó luces. Intentó distraerse con películas. Aun así, cada media hora miraba el celular… y el perfil.
Pero no aparecieron más fotos.
Hasta las 3:33 a.m.
Una nueva notificación lo despertó con un zumbido seco.
“Mara ha actualizado su ubicación.”
El corazón de Luis se detuvo un segundo antes de leer:
Ubicación: 100 metros.
CAPÍTULO 3: LA FOTO EN LA CALLE
Luis no se atrevió a mirar por la ventana.
Tenía las persianas cerradas, las luces apagadas, y el celular temblando en su mano sudorosa. La notificación seguía allí como una amenaza muda:
“Ubicación: 100 metros.”
Entró al perfil de Mara.
Otra foto.
Una más.
Una que lo heló.
Mara de pie justo al otro lado de la calle. Frente al poste donde los perros del barrio siempre se detenían a orinar. En la imagen, su vestido negro ondeaba levemente, como si una brisa solo soplara para ella.
No estaba sola.
A sus pies, una sombra desproporcionada —demasiado alargada, imposible de formar con su cuerpo— se extendía hacia la cámara. Como si se estirara para alcanzarlo.
Luis sintió que algo dentro de él colapsaba.
“Esto no es real.”
“Es un virus, una IA, un hackeo…”
“Un mal sueño.”
El celular vibró de nuevo. Un mensaje, esta vez desde la misma app:
“¿Puedo entrar?”
Luis lanzó el teléfono contra el sofá. El golpe apagó la pantalla. Se quedó inmóvil, con los puños cerrados, respirando como si acabara de correr cinco kilómetros.
Se obligó a actuar. Agarró el teléfono, fue a ajustes, buscó “borrar aplicación”. No funcionaba. Intentó apagar el celular. Nada. La pantalla seguía encendida. La batería bajando lentamente, pero el ícono de Tinder seguía visible como si estuviera incrustado.
Nuevo mensaje.
“Ya casi estoy.”
El pánico se transformó en algo físico. Dolor de estómago, sudor frío, un nudo en la garganta.
Tomó su bate de béisbol. No por valiente, sino por instinto. Algo dentro de él gritaba que debía prepararse.
No sabía para qué.
Pero sabía que venía.
Entonces escuchó un sonido.
Tres golpes suaves en la puerta principal.
Tac. Tac. Tac.
Luis se quedó congelado.
Otro mensaje en la pantalla:
“Mira la nueva foto.”
Él no quería.
No debía.
Pero lo hizo.
La imagen era ahora de su edificio. El pasillo de su piso. Su puerta. En el centro, Mara. Con la cabeza ligeramente inclinada, como si ya supiera que él la estaba mirando.
Y a su lado, una figura humanoide… sin rostro.
Solo piel lisa donde debía haber ojos y boca.
Luis retrocedió.
Y ahí fue cuando la luz del pasillo se apagó.
La rendija bajo la puerta se oscureció por completo.
Alguien, o algo, tapaba la luz desde afuera.
Silencio.
Entonces, otro golpe.
No en la puerta.
En la ventana.
Tac. Tac. Tac.
Luis gritó.
Se giró. Nada en la ventana. Corrió a la puerta, puso todos los seguros. Llamó a Elías con manos temblorosas.
—¡Bro, hay alguien aquí! ¡Está aquí! ¡No es un perfil, es real! ¡Está afuera! ¡Maldición, no sé qué hacer!
—¡Luis, cálmate! Voy para allá. No abras a nadie, ¿me oíste? ¡Voy ya!
Luis se tiró al suelo, espalda contra la pared, el bate en las manos, el celular vibrando como loco.
Una última notificación lo hizo mirar:
“Ubicación: 0 metros.”
Y debajo…
“Nueva foto agregada por Mara.”
La abrió.
Y casi vomita.
Mara, adentro de su sala.
De pie detrás del sofá.
En la oscuridad.
Mirando directo a la cámara.
Detrás de él.
CAPÍTULO 4: DENTRO DE LA CASA
Luis se giró de golpe.
Nada.
El sofá estaba allí, intacto. La sala en penumbra. Silencio.
Pero la foto decía otra cosa.
La imagen seguía abierta.
Mara, inmóvil, detrás del sofá.
Y esa cosa sin rostro al fondo, más alta que antes, más definida.
Sus extremidades colgaban como cables quemados.
Luis sintió un espasmo en el pecho. Pensó que se iba a desmayar.
Cerró los ojos.
Contó hasta cinco.
Cuando los abrió, la pantalla del celular se apagó.
—Esto no está pasando… —susurró.
Se levantó lentamente, con el bate en mano, y rodeó el sofá.
Nada.
Pero el aire estaba denso.
Un olor extraño llenaba la sala. A tierra húmeda. A flores muertas.
Luces. Encendió todas. Revisó cada cuarto, cada rincón.
No había nadie.
Pero entonces escuchó un susurro.
No venía de afuera.
Venía del celular.
Lo encendió con manos temblorosas.
La app de Tinder se abrió sola.
Un video comenzó a reproducirse.
Sin haberlo tocado.
Era su sala.
Su casa.
Grabada desde algún punto alto, como si una cámara lo estuviera observando desde el techo.
Luis estaba allí. En vivo. Mirando el celular.
Pero… detrás de él… algo se movía.
Una figura negra. Apenas visible, como una mancha en el aire.
Se acercaba.
Paso a paso.
Luis giró.
Nada.
Volvió al video.
La figura estaba más cerca.
Apagó el teléfono de un manotazo. Lo tiró al suelo. Lo pisó.
Chispeó. Se quebró la pantalla.
Pero no murió del todo.
Una voz suave, femenina, salió del parlante destrozado.
—Ya no puedes borrarme…
Luis gritó.
Corrió al baño.
Cerró la puerta.
Puso el seguro.
Se sentó en el suelo, abrazando el bate como un náufrago a su tabla.
El silencio volvió.
Pero algo se sentía… torcido.
Escuchó pasos.
Lentos. Arrastrados.
Por el pasillo.
Se detuvieron frente al baño.
Luis tapó su boca para no gritar.
Un susurro se filtró por debajo de la puerta.
—¿Quieres ver mi última foto?
Luis no contestó.
Ni se movió.
Pero la pantalla rota del celular —tirado afuera, en la sala— se encendió una última vez.
Solo un instante.
Y captó una imagen.
Mara.
Pegada a la puerta del baño.
Con la cabeza apoyada en la madera.
Y esa sonrisa inexplicable, imposible, tan abierta que le rompía las mejillas.
CAPÍTULO 5: MATCH FINAL
Luis no supo cuánto tiempo pasó encerrado en el baño.
El silencio se volvió su única compañía.
Pero no era un silencio real.
Era un manto.
Detrás de él, algo respiraba con él. Copiaba su miedo.
Cuando finalmente abrió la puerta, la casa estaba vacía.
O al menos, eso quería creer.
La luz de la sala parpadeaba.
El televisor encendido sin señal.
Y en medio de la alfombra, el celular destruido.
Funcionando.
Con una nueva notificación.
“Nuevo match.”
“Mara ha superlikeado tu alma.”
Luis quiso llorar. Pero ya no quedaban lágrimas. Solo vacío.
Salió al pasillo. Bajó por las escaleras. Cada sombra parecía moverse. Cada esquina respiraba.
En la planta baja, la puerta principal estaba abierta.
Y allí, de pie en la entrada… Elías.
—¡BRO! ¿Estás bien? ¡Te he estado llamando! ¡No respondes!
Luis lo miró. Tembloroso.
—No debí… no debí darle like… no debí… verla…
Elías lo agarró por los hombros.
—¿A quién? ¿De qué hablas?
Luis alzó el celular hacia él.
—¡Mara! ¡Está aquí! ¡Ella no es real!
Elías frunció el ceño. Tomó el celular. Lo encendió.
La app ya no estaba.
—No hay nada, bro. No tienes Tinder instalado. Nada.
Luis lo miró confundido.
—No puede ser… si hace cinco minutos… estaba…
—Luis, escúchame. Te estás volviendo loco. Te estoy diciendo que—
Se detuvo.
Porque en ese momento, su celular vibró.
Elías bajó la mirada.
Una notificación.
La app que no había instalado.
Una foto.
Elías abrió la imagen.
Primero fue confusión. Luego, terror.
Era una selfie.
De Mara.
Pero no de cuerpo completo.
Solo su cara, frente a una puerta.
Con una mirada fija, cortante.
Y detrás de ella… su propio auto.
Elías levantó la mirada.
El carro estaba justo allí.
A diez pasos de distancia.
Luis retrocedió.
—¡No, no la abras! ¡No veas más fotos!
Pero Elías ya estaba abriendo la siguiente.
Nueva foto.
Mara, ahora junto a su edificio.
A 5 metros.
Luego otra.
En el pasillo.
Y la última…
Mara en el ascensor.
Con la mano extendida hacia la cámara.
Y el mismo mensaje que antes:
“¿Puedo entrar?”
El celular de Elías vibró con violencia.
Ubicación: 0 metros.
Luis lo vio paralizarse.
Como si algo le arrancara el alma en tiempo real.
Entonces, en el reflejo del vidrio de la entrada, Luis lo vio:
Mara.
Detrás de Elías.
Inmóvil.
Como una estatua.
Pero sus ojos… no eran ojos.
Eran túneles.
Negros.
Infinitos.
Luis gritó.
Corrió.
No volvió la cabeza.
Solo escuchó un último sonido:
el celular de Elías cayendo al suelo,
y luego, un crujido húmedo,
como si alguien hubiera mordido una fruta demasiado madura.
Luis no volvió a casa.
No volvió a usar su celular.
Y no volvió a hacer match.
Pero a veces, en lugares públicos, cuando ve a alguien deslizar en Tinder…
…cree ver a Mara aparecer otra vez.
Sonriendo.
Acercándose.
Despacito.
0 metros.
FIN?
Resumen de Match Final
Luis lleva una vida tranquila, pero su rutina da un giro siniestro cuando empieza a interactuar con una mujer misteriosa llamada Mara en Tinder. Lo que parece un simple encuentro virtual se convierte en una pesadilla cuando las fotos de Mara en la aplicación empiezan a acercarse cada vez más a su ubicación. Desde 10 km hasta llegar a 0 metros, la entidad detrás de la cuenta de Tinder parece estar más cerca de lo que él podría imaginar.
A medida que Luis sigue el rastro digital de Mara, se da cuenta de que ella no es quien parece ser. Cada foto, cada mensaje, la acercan más y más a su mundo real, hasta que la amenaza de la entidad maligna se hace tangible y mortal. En el momento en que Mara llega a su puerta, la línea entre lo virtual y lo físico se desdibuja, y Luis deberá enfrentar la aterradora realidad de que la app que pensaba que solo usaban los humanos, está siendo manipulada por algo mucho más oscuro.
Match Final es una novela de terror psicológico y tecnológico que explora la obsesión, el miedo al desconocido y las consecuencias de la conexión digital en la vida real. Cuando deslizar hacia la derecha se convierte en un acto de supervivencia, el único “match” posible es el final.
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