👁️La Plaga del Silencio: “La peste no fue castigo divino. Fue un experimento.”
“Archivo Secreto: Registro de la Mesa de Examinación – Monasterio de Ulm, 1349”

“La peste no fue castigo divino. Fue un experimento.”
LA PLAGA DEL SILENCIO
Crónicas de un Apocalipsis Escondido
Año 1347.
La peste asola Europa, llevándose almas por millones. Los cadáveres se amontonan, el miedo florece y los médicos enmascarados recorren las calles… pero no todos son humanos.
Una orden silenciosa desciende sobre el Viejo Mundo: figuras encapuchadas, con picos como cuervos de la muerte, ocultan más que rostros. Ocultan la verdad.
Mientras los reyes caen y la Iglesia enmudece, un monje desfigurado, una niña inmune y un exorcista descreído descubren lo impensable: la peste no es de este mundo. En criptas olvidadas, bajo las ciudades muertas, algo despierta. Algo que lleva milenios esperando.
Y cuando por fin una de las máscaras cae, el terror toma forma: ojos negros, piel ceniza, lenguas sin voz. Los Grises han venido a experimentar.
Pero, así como llegaron… desaparecieron.
Sin explicación. Sin rastro.
Solo dejaron muerte, locura y preguntas.
“La historia nunca fue lo que te contaron.”
Personajes Principales:
Ezra de Calais
-
Monje benedictino. Sobreviviente de la peste.
-
Atributo mutado: visión extrasensorial y empatía con entidades alienígenas.
-
Arco: de siervo de Dios a puente entre dos especies.
Lía de Nova Lux
-
Hija de una curandera y un caballero infectado.
-
Atributo: puede “domar” el virus y moldearlo como un arma biológica.
-
Arco: protectora del refugio y clave para una nueva humanidad.
Magister Seraphon
-
Líder de Nova Lux. Antiguo médico de la peste.
-
Mutación: intelecto expandido. Lleva implantes orgánicos alienígenas.
-
Arco: visionario al borde de la locura.
El Predicador Negro
-
Entidad alienígena infiltrada en forma humana.
-
Voz principal del enjambre galáctico.
-
Arco: guía la terraformación desde las sombras.
Mapa Visual de Nova Lux (descripción narrativa)
Ubicación: Oculta bajo los Pirineos, entre las grietas de montañas olvidadas, existe una ciudad subterránea construida entre ruinas romanas, templos celtas y túneles alienígenas.
- Cúpula Central: Una bóveda luminosa, cuya luz proviene de una simbiosis entre cristales y bioluminiscencia alienígena.
- El Pozo de la Sangre Dormida: Donde se estudia y reprograma el virus. Un laboratorio vivo hecho de tejido sintético pulsante.
- El Muro del Origen: Una pared cubierta por símbolos que solo los mutados pueden leer. Contiene el «manual» del enjambre.
- Los Jardines de Carne: Áreas de cultivo biológico donde se siembran órganos como si fueran frutas.
- Los Ojos del Cielo: Dispositivos de observación biotecnológica conectados con satélites alienígenas abandonados.
Los Hijos del Vacío
Nombre original: Zun-Karr’thal
- Entidades sin cuerpo físico, hechas de bioenergía oscura.
- El virus es solo la “semilla”; ellos son el fruto.
- Necesitan un anfitrión terrestre que haya mutado lo suficiente para que sus conciencias puedan habitar cuerpos físicos.
- Su llegada implica una “fusión final”: destrucción del alma humana, reemplazo por conciencia de enjambre.
Tecnologías Biológicas Alienígenas
- El Codificador Óseo: Implantes en huesos humanos que transforman la médula en receptores de información alienígena.
- Lengua Viva: Un órgano artificial que se instala en el paladar y permite comunicarse en el lenguaje de las entidades.
- Semillas de Vacío: Pequeños cristales negros que, al romperse, alteran el entorno en segundos. Usados como bombas terraformadoras o catalizadores mutantes.
- Ropajes Simbióticos: Túnicas vivas que se alimentan de la temperatura corporal y ofrecen defensa, camuflaje y hasta vuelo limitado.
Capítulo 1: Los Cuervos del Cielo
Calais, Francia – Invierno de 1347
La peste no llegó como trueno. No hubo relámpagos ni temblores, ni siquiera señales divinas. Solo un olor. Un hedor que subía desde los pozos, se filtraba entre los muros de piedra y dormía en los pliegues de las sábanas. Luego, vinieron los cuervos.
Ezra despertó con el graznido de cientos de ellos. Se habían posado en los tejados como centinelas fúnebres. Cuando abrió la ventana de su celda en el monasterio, los vio inmóviles, observándolo, como si ya supieran su nombre.
—Otro monje murió esta noche —susurró el novicio Simón, al pasar por el pasillo—. Tenía llagas en los ojos. Y le salía humo de la boca al morir.
Ezra no respondió. Hacía días que no hablaba. No desde que tuvo aquella visión.
Las estrellas no estaban donde debían. En sus sueños, el cielo se partía como un huevo y criaturas de formas líquidas descendían, sin alas, sin cuerpos, solo intenciones. Había oído sus voces, como un eco que no pertenece al mundo.
Esa noche, bajó a la biblioteca prohibida.
Allí, entre códices olvidados y evangelios censurados, encontró el Codex Nebularum, un texto atribuido a un sabio árabe que hablaba de “las lágrimas del cielo” y un polvo oscuro que mutaba la sangre. Las ilustraciones eran grotescas: figuras humanas abiertas por la mitad, fusionadas con raíces, ojos de insecto, órganos que parecían estrellas pequeñas.
Ezra tembló. No por miedo. Por reconocimiento.
Era lo que había visto.
Y fue entonces cuando escuchó el sonido.
No era un cuervo. Era más… húmedo. Como carne rozando piedra.
Giró lentamente.
En la sombra del altar, una figura encorvada respiraba.
No tenía rostro.
Pero sí ojos. Muchos.
Y todos lo miraban.
Capítulo 2: “La Marca del Vacío”
Ezra estaba solo, con la garganta seca como ceniza. No sabía si había dormido o desmayado. Lo único que recordaba era el murmullo.
«El cuerpo es barro. El alma, semilla. Somos el jardín de los dioses caídos.»
Cuando levantó la manga, vio la marca. Una espiral negra que no estaba allí el día anterior, vibrando con cada latido, como si respirara con él. No dolía. Pero algo en su interior había cambiado. Como si una presencia dormida se hubiera despertado.
Desde ese día, comenzó a escuchar pensamientos. No todos, solo los de los moribundos. Como si el virus hablara a través de ellos… o los dioses que lo habían creado.
Los hermanos lo notaron. Uno por uno, los fieles del monasterio comenzaron a desaparecer. Algunos huyeron. Otros murieron de formas que desafiaban las Escrituras: uno se ahogó sin agua, otro ardió por dentro.
Ezra entendió que ya no era uno de ellos.
Y entonces, ella llegó.
Cubierta por una capa gris, con ojos de un azul imposible y una lanza tallada en hueso. Lía de Nova Lux.
—Si puedes oír las voces, ya es tarde. Ven conmigo, o morirás en la fusión. Tú tienes el virus… pero no la infección.
Ezra, sin entender del todo, asintió.
Y juntos, huyeron al amanecer.
Capítulo 3: Sangre de los Caídos
Bajo los Pirineos – Entrada oculta a Nova Lux
Ezra descendía por una escalera que no terminaba nunca. Las paredes ya no eran piedra: eran hueso fundido con metal, musgo que se movía con la respiración del túnel. Lía iba adelante, sin mirar atrás, como si supiera que no debía darle tiempo a dudar.
—¿Cuánto falta? —preguntó, sin aliento.
—No estás caminando hacia un lugar, Ezra. Estás caminando hacia lo que eres —respondió ella.
Finalmente, llegaron a una puerta viva. Literalmente viva. Un arco hecho de raíces nerviosas, piel trémula y una ranura que solo se abría con sangre. Lía se cortó la mano y dejó caer una gota. La puerta suspiró y se abrió como una flor carnívora.
Nova Lux se reveló ante él.
Y era hermosa.
Brillante, salvaje, imposible. Una ciudad sin cúpulas, pero con luz propia. Calles que latían, edificios vivos, árboles que lloraban cristales, niños que jugaban con criaturas que parecían mezcla de insectos y perros. Humanos… y algo más.
Pero entonces Ezra lo sintió.
Un eco.
Como si una campana gigantesca hubiese sonado en lo profundo de la tierra.
Lía se detuvo, rígida.
—Ya lo saben. Te han sentido.
Desde las alturas descendió una figura delgada, vestida con una túnica hecha de escamas oscuras. Su rostro estaba cubierto por una máscara metálica con seis ojos dorados. Era Magister Seraphon, el líder de Nova Lux.
—Eres el primero en despertar con la Espiral del Vacío en más de dos siglos —dijo con voz quebrada—. La señal que esperábamos… y la maldición que no queríamos ver.
Ezra quiso hablar, pero algo se agitó en su pecho.
Una voz interna. No suya.
«Todos los jardines deben ser podados. Incluso los humanos.»
Sangre comenzó a brotar de su nariz. Su sombra se distorsionó contra el suelo como si no le perteneciera.
—Está ocurriendo… demasiado rápido —dijo Lía.
Y entonces, desde los túneles inferiores, llegó el sonido del horror.
Gritos.
Y el aullido de un hombre que ya no era humano.
Capítulo 4: El Hombre Que Se Partió a Sí Mismo
El sonido no era un grito. Era el desgarro del alma, hecho audible.
Ezra corrió junto a Lía hacia la sala de observación, un domo traslúcido con vista al núcleo de Nova Lux. Allá abajo, un hombre se convulsionaba. Su nombre era Thamiel, uno de los Guardianes del Coro Interior. Un guerrero, un sabio. Ahora, un testamento del horror.
Su cuerpo se partía.
Literalmente.
Las vértebras se desplazaban, creando dos columnas vertebrales divergentes. Sus brazos se duplicaban, las piernas también. Su rostro se estiraba hacia lados opuestos, como si dos conciencias lucharan por el mismo espacio físico.
Ezra se llevó las manos a la cabeza. El zumbido en su cráneo era insoportable. No era solo dolor. Era un mensaje.
«Nacimos rotos, divididos, hastiados de la unidad. El Otro Sol nos prometió multiplicación.»
Lía activó una cápsula de contención. Pero era tarde. Thamiel —ambas mitades— lo sabían.
Uno de los cuerpos gritó:
—¡Somos dos y aún somos hambre!
El otro rió:
—¡Somos puerta!
Ambos alzaron los brazos… y el aire tembló.
Ezra se lanzó. No sabía por qué. Solo supo que debía tocarlo. Que debía imponer su forma. La espiral negra en su pecho ardió como una estrella en colapso.
Sus dedos rozaron el hombro de Thamiel.
Y el tiempo se dobló.
Ezra estaba en un espacio blanco, sin arriba ni abajo. Frente a él: las dos mitades de Thamiel, fusionándose y separándose una y otra vez. Y en el centro, un corazón negro suspendido, latiendo con el ritmo del Otro Sol.
—¿Quieres salvarnos o reemplazarnos? —preguntaron al unísono.
Ezra no respondió.
Extendió la mano… y lo desintegró.
No con violencia.
Sino con elección.
Y volvió.
El cuerpo de Thamiel se deshizo en cenizas grises. El suelo dejó de vibrar. Lía lo miraba con terror.
—¿Qué hiciste?
Ezra cayó de rodillas. La espiral negra ahora tenía una línea más, como una cuenta regresiva.
—No lo sé… pero siento que algo se despertó allá arriba —dijo, señalando el cielo, donde una segunda estrella comenzaba a brillar.
El Otro Sol.
Pero antes de que pudieran procesarlo, una sombra cayó sobre ellos.
En la entrada, como fantasmas, aparecieron los Grises.
Llevaban las máscaras largas y curvadas, de pico, que usaban los antiguos doctores durante las plagas, con los ojos hundidos y vacíos, rodeados de pequeñas luces azules que nunca se apagaban. Su piel era gris, translúcida, como si no perteneciera a este mundo. No caminaban. Flotaban.
Las máscaras se movían, abriéndose como si respiraran. A través de las ranuras, Ezra vio lo que había detrás: nada. No había rostros, solo una neblina densa, un vacío negro que parecía devorarlo todo.
Uno de ellos levantó su brazo, y una esfera negra apareció en su palma. El aire a su alrededor comenzó a chocar, a distorsionarse. Un leve susurro de miles de voces se elevó:
—El tiempo… está por agotarse.
La atmósfera se volvió irrespirable. Los Grises se acercaron, y con cada paso, el suelo crujía bajo sus pies como si el mismo espacio estuviera rompiéndose.
Ezra no podía moverse. La espiral en su pecho comenzó a latir más rápido. Podía sentirlo: el Vacío se acercaba.
—El Último Jardín está cerca —dijo uno de los Grises, su voz no humana, sino una mezcla de ecos lejanos—. El Otro Sol ha hablado.
Ezra miró a Lía, que parecía paralizada de terror.
—¿Qué quieren? —logró susurrar.
—Lo que siempre hemos querido… —respondió otro de ellos, su tono monótono—. Que todos los jardines crezcan y mueran al mismo tiempo. El ciclo del Vacío será completo.
De repente, el espacio explotó en distorsión. Los Grises se desvanecieron como niebla, dejando solo un eco inquietante.
Y la estrella en el cielo brilló con más fuerza.
Capítulo 5: El Otro Sol
La noche había caído sobre Nova Lux, y las sombras se alargaban más de lo que era natural. Ezra y Lía se refugiaron en la Torre del Juicio, una estructura elevada que solía ser el corazón de la ciudad. Desde allí, la vista del cielo era inconfundible: la segunda estrella brillaba con fuerza, un sol muerto que pulsaba como un ojo en el vacío, observando.
La presencia de los Grises aún persistía en el aire, como una nube espesa de inquietud. Cada segundo que pasaba, el peso de su visita se hacía más pesado. No sabían si el terror provenía de su apariencia o de lo que sabían que estaba por llegar.
Ezra apretó su pecho, la espiral oscura se agitaba dentro de él, resonando con el pulso de la estrella lejana. Algo se despertaba, algo que tenía que ver con los Grises y la plaga que habían traído.
Pero lo peor aún estaba por venir.
En un susurro, un movimiento dentro de la oscuridad. Los Grises estaban allí, flotando en el centro de la torre. No caminaban. Se deslizaban como espectros, arrastrados por una corriente de energía que no pertenecía a este mundo.
Ezra y Lía se quedaron paralizados, observando. La atmósfera se hizo pesada, como si el aire mismo estuviera impregnado de terror.
Uno de los Grises levantó su mano, y un sonido bajo y estruendoso llenó la sala. Las luces de la torre comenzaron a parpadear y a apagarse, como si todo estuviera siendo consumido por una oscuridad imparable. A medida que la última luz se desvanecía, comenzaron a quitarse las máscaras.
Un chillido rasgó la quietud del aire.
Las máscaras de pico cayeron al suelo con un golpe sordo, revelando lo que había debajo. La carne de los Grises era translúcida, como si estuvieran hechos de vidrio roto. No tenían rostro, no ojos, ni boca. Solo huesos expuestos, y en el lugar donde debía estar el rostro, una abertura negra profunda que parecía no tener fin. Dentro de esa abertura, solo había vacío.
El aire tembló. Un profundo eco, un lamento ancestral, se extendió por todo el espacio.
Ezra retrocedió, incapaz de comprender lo que veía. Los Grises no eran seres, no eran carne. Eran vacío encarnado, una manifestación física del horror cósmico.
Uno de ellos habló, su voz era un susurro sin voz, algo que provenía de lo más profundo de la conciencia humana:
—Nos hemos despojado de nuestras máscaras, como tú te despojarás de tu forma. Todos somos vacío.
Lía apretó los dientes, temblando.
—¡No! —gritó.— ¡Esto no es real! ¡No pueden existir!
Pero los Grises no respondieron. En su lugar, el vacío dentro de sus cuerpos se expandió. Los retorcimientos de la realidad comenzaron a consumir el espacio alrededor. Los muros de la torre se deformaban, como si el propio tejido del universo estuviera siendo desgarrado.
Ezra miró a Lía, pero su mente ya no podía enfocarse. La espiral negra en su pecho brillaba con una luz propia. La energía de los Grises era palpable ahora, una fuerza tangible que se filtraba por todo su ser, como si pudiera romper su humanidad.
La estrella del Otro Sol emitió un pulso, y los Grises comenzaron a desmaterializarse, pero no se iban. Se fundían con el aire, como sombras que tomaban forma, y luego se deshacían en fragmentos de luz rota.
—El vacío está por llegar —dijo el líder de los Grises, su voz como un eco de una eternidad olvidada—. Los portales están abiertos. El Otro Sol alimenta nuestros sueños.
Ezra tembló. ¿Qué significaba todo eso? ¿Qué querían? ¿Qué había en el Otro Sol que necesitaban?
Con un último suspiro que rasgó la realidad, los Grises desaparecieron. El aire se calmó, pero el terror quedó. La estrella seguía brillando, pero ahora, había algo más en ella. Algo que llamaba.
Ezra miró a Lía, cuyo rostro estaba marcado por el miedo. No entendían lo que había sucedido, pero sabían que el fin estaba cerca. Y era inevitable.
Ezra extendió la mano, mirando el símbolo oscuro en su pecho. La espiral brillaba más intensamente. Era la llave.
Pero, ¿qué puertas abriría?
Capítulo 6: El Último Jardín
La noche se alargó, arrastrando consigo un peso insoportable. Cada paso que daba Ezra hacia el Corazón del Jardín, un espacio ancestral que alguna vez fue un refugio para los últimos vestigios de vida en Nova Lux, sentía como si estuviera cruzando las puertas de un universo que ya había sido olvidado por el tiempo.
Lía iba a su lado, pero su mirada estaba perdida. La aparición de los Grises había dejado una marca indeleble en sus almas. Algo estaba sucediendo fuera de su control, y ni siquiera ellos, los últimos guardianes del futuro, podían entender completamente el alcance de lo que se avecinaba.
—Este lugar ya no es lo que era —dijo Ezra, mientras observaba el paisaje que los rodeaba.
El Corazón del Jardín había sido, alguna vez, el último refugio para la humanidad. Un lugar de vida, de regeneración, donde los últimos seres humanos intentaban mantener su especie en medio de la desesperación. Pero ahora, todo lo que quedaba era una vasta extensión de tierra muerta, arrasada por el tiempo y la plaga. Los árboles marchitos yacen como esqueletos sobre la tierra, y las flores que alguna vez florecieron en colores brillantes ahora son solo sombras de lo que fueron.
Ezra apretó el puño. Algo estaba mal.
—La estrella… —dijo Lía en voz baja. Señaló el cielo con una mirada perdida—. El Otro Sol.
El cielo, que antes solo era un telón de fondo, ahora parecía una bóveda de terror. La segunda estrella brillaba más que nunca, y su luz fría era como una presencia tangible, como si estuviera observando cada movimiento, cada respiración. Una maldición en forma de luz.
De repente, el aire se volvió pesado. Una neblina comenzó a formarse en el horizonte, una niebla densa que parecía vibrar al ritmo de la estrella. Algo se estaba acercando.
Un sonido bajo, casi imperceptible, comenzó a llenar el aire. Una frecuencia, una señal. El Jardín respondía. Ezra sintió cómo el símbolo en su pecho comenzó a arder. La espiral negra en su piel se retorció, como si se estuviera despertando de un largo sueño.
Entonces, una puerta apareció frente a ellos. Era invisible, al principio, pero la neblina la reveló, y allí, en el centro de la tierra marchita, se encontraba la entrada al último refugio del universo: el Último Jardín.
Lía dio un paso atrás, aterrada.
—Ezra, ¿qué es esto? —preguntó, su voz temblorosa.
Ezra no sabía qué responder. Solo sabía que el vacío se estaba acercando.
En ese instante, la puerta se abrió.
Dentro, lo que vio no era un jardín. Era un desierto de memorias rotas, de vidas marchitas, y lo peor de todo: una abominación que crecía en el centro. Un árbol gigante, cuyo tronco estaba cubierto de escamas negras y sus raíces se extendían hacia lo profundo de la tierra, como si estuviera alimentándose del mundo.
El árbol respiraba.
Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Ezra. El árbol no era solo un ser de vida. Era el vacío encarnado. Y a su alrededor, flotando, había figuras que no eran humanas, ni alienígenas, sino algo más antiguo, más oscuro: los Grises.
Estaban en todas partes.
Al verlos, Ezra comprendió finalmente lo que los Grises querían.
El Jardín no era un refugio. Era una trampa.
Una prisión.
Los Grises se acercaron, flotando a través del aire, y, con una voz que resonó en la mente de Ezra y Lía, hablaron al unísono:
—Este es el Último Jardín, el fin del ciclo. El Vacío ha llegado a su punto final. La estrella ha hablado. El tiempo ha terminado.
Ezra miró a Lía. La espiral en su pecho seguía brillando, pero ahora, con más fuerza. Los Grises estaban cerca, y el vacío se estaba apoderando de todo.
Un grito resonó en la distancia, y el árbol comenzó a cambiar.
Las raíces se levantaron de la tierra, tomando forma, como serpientes gigantes que se retorcían y se extendían hacia ellos. El vacío estaba tomando forma física.
Ezra levantó las manos, intentando defenderse, pero el poder del árbol lo desintegró. Su cuerpo comenzó a disolverse, y en su mente, las voces de los Grises hablaban.
—El otro sol ha hablado. Todo volverá a ser vacío.
La estrella brilló con más intensidad. Ezra vio cómo la tierra comenzaba a consumirse, cómo todo se deshacía en nada.
Y luego, una explosión de luz blanca.
Capítulo 7: El Último Silencio
La luz blanca que había envuelto a Ezra y Lía comenzó a desvanecerse, pero con ella, algo más surgió. Un retumbar profundo, como el rugido de un océano cósmico, recorrió la tierra. No era un sonido natural, ni de este mundo. Era el clamor de algo antiguo que despertaba de su sueño eterno, algo que había permanecido oculto en las profundidades del vacío.
Ezra sintió la presencia antes de verla. La espiral negra sobre su pecho palpitaba con fuerza. Su mente se vio inundada por visiones distorsionadas. Imágenes de ciudades que se desintegraban, cielos rotos y mares de oscuridad que tragaban todo a su paso.
Lía cayó de rodillas, un grito mudo saliendo de su garganta. La estrella sobre el cielo comenzó a crujir, como si fuera una herida abierta en el tejido del universo.
De la nada, una entidad emergió ante ellos. No era humana. No era alienígena. Era algo inconcebible. Su forma cambiaba constantemente, oscilando entre gigantescos tentáculos, formas geométricas imposibles, y rostros que nunca dejaban de moverse. Cada parte de su cuerpo emitía un eco vacío, resonando con los susurros de los Grises que ya no estaban allí. Esta cosa, este Dios antiguo, miraba a Ezra y Lía con una presencia que anulaba cualquier pensamiento coherente.
La nube negra que había envuelto la Torre comenzó a colapsar, y todo alrededor se retorció como si el mismo espacio-tiempo estuviera siendo deshecho.
Ezra trató de hablar, pero las palabras se disolvieron en la nada. En lugar de voz, su mente fue invadida por fragmentos de lo que podrían ser recuerdos de una eternidad lejana. Su propia existencia comenzó a desmoronarse, como si fuera una ilusión creada por la entidad. No importaba cuánto intentara agarrarse a su ser, su humanidad se deshacía como polvo en el viento.
Lía gritó, pero su grito nunca llegó a sus labios. Lo que emitió fue un eco profundo, como si estuviera siendo absorbida por la dimensión misma.
La cosa, que parecía tocar el vacío, comenzó a reír. Su risa no era de esta realidad. Era un sonido que resonaba en la misma oscuridad que precede al nacimiento de los universos. Ezra comprendió, con horror, que no había nada que pudieran hacer.
El vacío ya había ganado. El tiempo que habían conocido se desintegraba ante sus ojos. El último vestigio de lo humano fue reducido a escombros, atrapado en el abismo que la estrella había abierto. Y esa cosa ante ellos, el ser sin forma, era el origen del fin.
El cielo se oscureció por completo. La estrella, el Otro Sol, comenzó a explotar en fragmentos de luz rota, liberando una energía tan poderosa que no solo consumió el cuerpo de Ezra, sino que borró toda realidad, como un borrón en una página olvidada.
Lía, ahora completamente desprovista de forma, se disolvió ante los ojos de Ezra, mientras el cosmos entero se desmoronaba. No había gritos, ni resistencia. Solo el sonido de una verdad absoluta:
El universo, como ellos lo conocían, era nada.
La Entidad, el vacío, comenzó a invadirlo todo. Lo cósmico y lo humano se convirtieron en cenizas. Una nueva realidad estaba naciendo, pero era una realidad sin vida, sin seres, sin conciencia.
Solo quedaba el eco de la risa de la Entidad, que resonó en lo más profundo del vacío.
FIN
Epílogo: El Silencio Después del Fin
La noche siguió su curso, como siempre lo hacía. Las estrellas, esas pequeñas llamas en la inmensidad, continuaron brillando, ajenas a la calamidad que había ocurrido.
No hubo explicaciones. Nadie vio el final llegar. Ni el último suspiro de la humanidad, ni el eco del vacío que se tragó las tierras, las ciudades, los cielos. La peste se desvaneció con una quietud tan absoluta que parecía que nunca había existido. No quedó rastro. No quedó huella. Solo un profundo silencio.
Las voces de los que una vez fueron testigos se extinguieron como cenizas en el viento. Ni el más mínimo vestigio de lo que ocurrió permaneció. No hubo registros, no hubo advertencias. La tierra siguió su curso, como si el tiempo nunca hubiera sido perturbado. La estrella que iluminaba el cielo ya no brillaba. El otro sol, esa entidad cósmica que había marcado el fin de todo, desapareció sin dejar rastro. Como si jamás hubiera existido.
El mundo se olvidó de todo, y en su lugar, solo quedó la perpetua quietud.
Las nubes que alguna vez ocultaron la luz de la estrella fueron barridas por el viento. Los grises, esas criaturas que trajeron la plaga, fueron consumidos por la misma oscuridad que invadió el universo. Nadie pudo explicar nada. Nadie quedó para contarlo.
Y así, en el olvido, la peste negra y sus creadores se desvanecieron, como si nunca hubieran tocado la realidad humana. Dejarían su eco solo en los recuerdos perdidos del tiempo, donde las sombras ya no tienen forma.
Porque, al final, el vacío no ofrece respuestas. Solo silencio.
Línea del Tiempo Alternativa:
La invasión oculta a través de los siglos
Año 1345: Un enjambre de meteoritos cae en zonas rurales de Asia y el Medio Oriente. Nadie los toma en serio: “signos divinos”.
1347: Comienza la peste en Europa. Pero no es bacteriana: es biológica y alienígena. Las ratas solo son vectores secundarios.
1348: Primeros mutantes despiertos. Algunos humanos desarrollan inmunidad, otros habilidades psíquicas o físicas. Son quemados por herejes.
1350: Nace Nova Lux, una ciudad secreta bajo tierra en los Pirineos, fundada por sabios, mutantes y sobrevivientes.
1351-1370: La humanidad sigue cayendo. Se activa la “Fase 2” del virus: fusión orgánica con el entorno, mutación del clima, alteración de los cielos.
1371: Comienza la cuenta regresiva para la llegada de los “Hijos del Vacío”.
1375: Ezra debe tomar la decisión final: ¿reprogramar el virus para redimir la especie… o destruirlo todo?
OPINIONES Y COMENTARIOS