Chivato Maldito: Crónicas del Último Cazador

Chivato Maldito: Crónicas del Último Cazador

Tito

01/05/2025

🔥 «Los Siete Sellos del Infierno Latino»

🧠 Introducción al Universo de Ikanú y sus Enemigos

El mundo latinoamericano está plagado de leyendas oscuras, bestias aterradoras y seres infernales que esperan, en las sombras, a devorar todo lo que conocen. Esta es una tierra de mitos olvidados, donde lo paranormal se mezcla con lo mundano y lo espiritual se cruza con lo mortal. Pero ahora, hay un cazador. Ikanú, el último guerrero de una aldea amazónica caída, ha tomado el manto de protector y vengador, enfrentándose a estas criaturas y demonios con un propósito: detener a El Chivato, el señor de las mentiras, el titán del caos.

Antes de que se desate el caos, debes conocer a los enemigos que Ikanú debe cazar. Ellos son los peones en un juego de horror y sobrevivencia.

Fichas de Enemigos

1. La Llorona (México)

Origen:: Una mujer que, en vida, ahogó a sus hijos y, en su arrepentimiento eterno, ahora se desliza por ríos y lagos buscando a sus hijos perdidos.

Poderes: Llanto hipnótico que arrastra a los vivos hacia las aguas para ahogarlos. Inmortal, puede atravesar cualquier obstáculo al sonido de su llanto.

Debilidad: Su llanto se debilita en presencia de agua bendita o símbolos sagrados.


2. El Chupacabras (Puerto Rico)

Origen: Un ser extraño de ojos rojos que caza animales y, a veces, humanos, dejando cadáveres drenados de sangre.

Poderes: Velocidad sobrenatural, camuflaje y control sobre vampirismo animal.

Debilidad: La luz solar y los símbolos de protección mística.


3. La Silampa (Panamá)

Origen: Seres de las selvas panameñas que se alimentan de los sueños humanos, se presentan como personas que te conocen, pero no son quienes dicen ser.

Poderes: Invade los sueños y controla las emociones de las víctimas, llevándolas a la locura o a la muerte.

Debilidad: La planta “sombra de luna” que florece en la noche lunar»


4. El Moán

Origen: Colombia (Amazonas)

Qué es: Espíritu salvaje y demoníaco del río

Poderes: Control del agua, invocación de serpientes, garras de piedra

Debilidad: Humo de tabaco ritual y el canto de una mujer embarazada

Notas: Guarda secretos del Amazonas que ni Dios conoce


5. El Pombero

Origen: Paraguay / Argentina

Qué es: Duende oscuro de los montes

Poderes: Se vuelve invisible, manipula animales, roba voces

Debilidad: Caña blanca y tabaco puro ofrendado sin miedo

Notas: Puede ser aliado si se le respeta, enemigo si se le invoca mal


6. Karau-Kurú

Origen: Ficción basada en Brasil (inspirado en deidades Tupí-Guaraní)

Qué es: Demonio del tiempo detenido, congela momentos de sufrimiento

Poderes: Detiene relojes, paraliza el alma, mantiene vivos los recuerdos dolorosos

Debilidad: Fragmentos de meteorito y memoria limpia (ritual de perdón)

Notas: Le encanta atrapar a los que sienten culpa


7. Tzitzimime

Origen: México (mitología azteca)

Qué es: Diosas estelares caídas que devoran humanos durante eclipses

Poderes: Controlan la oscuridad total, rompen huesos con voz

Debilidad: Luz solar directa o sangre de guerrero voluntario

Notas: Regresan cada vez que hay un eclipse total


😈 EL CHIVATO – El Engañador de Almas🧠 

Origen y Mitología:

Nadie sabe de qué infierno vino, pero su primera aparición documentada fue durante la colonización de América, disfrazado de niño perdido, guiando conquistadores hacia pueblos sagrados para ser masacrados.

Los brujos lo llaman “Chivato” por su aspecto caprino y su instinto traicionero. Pero los que lo han visto y sobrevivido… lo conocen como:

“El Niño con Ojos de Diablo.”

Se dice que es un arcángel caído que no eligió bando en la Guerra del Cielo. Ni con Dios, ni con Lucifer.
El Chivato juega solo.

🐐 Apariencia:

En su forma falsa: un niño inocente con sonrisa torcida y ropa antigua.

En su forma real:

Rostro de niño con cuernos de chivo retorcidos

Ojos negros sin pupila

Boca que se abre verticalmente hasta el pecho

Piernas de cabra, piel de ceniza

Habla con mil voces al mismo tiempo

⚔️Poderes:

Ilusión Perfecta: Te hace vivir recuerdos o futuros falsos hasta destruir tu voluntad.

Pacto Invertido: Ofrece milagros a cambio de traicionar lo más sagrado para ti.

Maestro del Caos: Provoca guerras espirituales entre pueblos, religiones y clanes.

Control sobre los otros enemigos: Todos los demonios y entes del continente responden a él.

Mimetismo: Puede imitar la voz de tus seres queridos para engañarte.

💀Debilidades:

    Solo tiene UNA y es maldita:

    El Filo de la Verdad: Una lanza ancestral hecha con hueso de Quetzalcóatl, sangre de Ikanú y fragmentos de siete ídolos destruidos.
    Debe ser activada con un juramento que Ikanú jamás ha pronunciado:
    “Renuncio a mi venganza.”

    🔥 Frase Épica del Chivato:

    “Todos buscan a Dios…
    pero cuando me encuentran a mí,
    me siguen con más fe.

    🔥 CHIVATO MALDITO: CRÓNICAS DEL ÚLTIMO CAZADOR

    Preview / Prólogo

    Nació bajo el llanto de la selva, cuando el río sangraba y los árboles temblaban.
    Los ancianos lo llamaron Ikanú, «el que camina entre sombras», porque su madre murió al darlo a luz y su llanto atrajo a los espíritus. Desde pequeño, Ikanú hablaba con el fuego, y los jaguares lo miraban con respeto.

    Pero el mal también lo olió.

    Cuando tenía cinco años, su aldea fue arrasada por una criatura con cuernos de chivo y ojos de niño. Un demonio disfrazado de ángel:
    El Chivato.
    Él no vino por oro ni sangre. Vino por las almas. Y esa noche, las arrancó una por una… salvo la de Ikanú.

    Lo encontraron días después, desnudo, cubierto en cenizas y murmurando en una lengua muerta. Fue entonces cuando llegó la orden:
    Los últimos Van Helsing, una familia rota y escondida en las sombras del Vaticano, lo adoptaron. Lo entrenaron. Le dieron un nuevo nombre.
    Pero Ikanú nunca olvidó el suyo.

    Pasaron los años.
    Cazó demonios en los desiertos de Irán, exorcizó narcos en los barrios de Medellín, limpió iglesias malditas en Haití, y sobrevivió a 66 intentos de asesinato infernal.
    Pero una profecía aún arde en su piel tatuada:

    “El último cazador morirá de rodillas…
    o el Chivato lo hará arder de pie.”

    Hoy, los poseídos vuelven a multiplicarse. Las sombras caminan a plena luz.
    Y el Chivato… el Chivato ha regresado.

    Pero esta vez, Ikanú Van Helsing no es un niño.

    Es el Último Cazador.

    Capítulo 1: La Llorona

    Resumen:

    Ikanú, un cazador experto de orígenes indígenas, llega a Mexico a un pequeño pueblo cerca de un río donde se han reportado desapariciones misteriosas. Las leyendas hablan de La Llorona, una mujer espectral que arrastra a sus víctimas al agua con su llanto desconsolado. Se dice que ha matado a incontables personas, especialmente a niños, y que su espíritu busca redención. Pero la leyenda está viva, y Ikanú sabe que no se trata solo de un mito.

    Desarrollo:

    La oscuridad ya se había apoderado del pueblo. La luna llena iluminaba el cielo, pero las sombras parecían alargarse más de lo normal. Ikanú estaba en la orilla del río, la humedad del aire se pegaba a su piel, y el crujir de las ramas de los árboles sobre su cabeza lo mantenía alerta. Había escuchado los rumores de desapariciones y la gente del pueblo estaba aterrada, hablando en susurros sobre una mujer vestida de blanco que lloraba a la orilla del río, buscando a sus hijos. Pero Ikanú sabía que no se trataba de una simple leyenda. Algo mucho más oscuro acechaba en esas aguas.

    Ikanú, con su arco listo, avanzaba sigiloso entre los árboles. Su objetivo era claro: encontrar a La Llorona y detenerla antes de que pudiera hacer más daño. Un crujido lejano le hizo alzar la vista, pero no vio nada. El aire estaba denso, como si la selva misma respirara lentamente, y un escalofrío recorrió su espalda.

    De repente, un sollozo lejano cortó la quietud de la noche. El llanto. Era débil al principio, pero creció rápidamente, y pronto se convirtió en un grito desgarrador que atravesaba las entrañas. El sonido no solo era triste, sino profundamente perturbador, como si intentara invadir la mente de quien lo escuchara. Ikanú no se detuvo. Sabía que esa era la trampa, el engaño, el poder de La Llorona.

    La leyenda decía que su llanto atraía a las personas hacia las aguas, donde las devoraba. Ikanú no sería tan fácil de atrapar. Con una respiración profunda, continuó avanzando con cautela, siguiendo el sonido hasta llegar a la orilla del río. Ahí, entre la neblina espesa, una figura comenzó a materializarse. Una mujer, vestida con un manto blanco, su rostro oculto entre mechones de cabello mojado y su cuerpo deforme por el sufrimiento eterno. La Llorona.

    Al verla, el corazón de Ikanú se aceleró, pero no dejó que el miedo lo venciera. No esta vez.

    Con rapidez, Ikanú desenfundó una flecha de su carcaj, la empapó en agua bendita que había preparado antes de llegar, y la tensó en el arco. La Llorona levantó la cabeza y su rostro, cubierto de lágrimas negras, se tornó en una mueca de desesperación. Sus ojos, vacíos y brillantes como pozos sin fondo, lo miraban directamente, y el llanto se intensificó.

    «¡Ven a mí! ¡Ven a mí, hijo!» El grito resonó con una fuerza sobrenatural, como si intentara invadir los pensamientos de Ikanú. El cazador sintió su cuerpo entumecerse por un instante, pero la disciplina de años de entrenamiento lo mantuvo firme. ¡No caerá en la trampa! Pensó.

    Ikanú no perdió tiempo. Apuntó y disparó. La flecha, bendecida con las aguas sagradas, voló rápidamente hacia el corazón de La Llorona. Pero en el último momento, la figura de la mujer se disolvió en el aire como un espectro, desapareciendo sin dejar rastro. Ikanú sintió un tirón en el alma, como si una parte de su energía hubiera sido absorbida por la entidad.

    Antes de que pudiera reaccionar, el llanto volvió a llenar el aire, esta vez más cerca, más fuerte. Desde las aguas del río surgió La Llorona con una velocidad sobrenatural, sus manos convertidas en garras ensangrentadas, y su rostro desfigurado por la ira. Sin previo aviso, se lanzó contra él.

    La batalla comenzó.

    Ikanú esquivó su ataque y saltó hacia un lado. La Llorona no se detuvo. Era imparable. Cada grito que lanzaba no solo era doloroso para los oídos, sino que parecía cortar la realidad misma. Ikanú se cubrió los oídos con sus manos mientras retrocedía, pero sabía que el tiempo se agotaba.

    «¡No hay escape!» Gritó La Llorona, su voz transformándose en un eco demoníaco. Con rapidez, levantó el agua del río en columnas que parecían estar vivas, dispuestas a atrapar a Ikanú. Este, con agilidad, se deslizó por el suelo resbaladizo y utilizó una flecha más, esta vez con el poder de un amuleto sagrado que había recogido en una antigua ceremonia. La flecha brilló con una luz cegadora.

    ¡Pum! El impacto fue directo al pecho de La Llorona, causando una explosión de agua que la envolvió. La figura espectral comenzó a disolverse, su llanto se convirtió en un gemido lejano y desconsolado. Ikanú respiró aliviado, pero sabía que este encuentro solo había sido una batalla más en una guerra interminable.

    Antes de que pudiera relajarse, el río comenzó a retumbar bajo sus pies. La Llorona no había muerto. Solo había desaparecido para volver a atacar.

    Ikanú, agotado pero decidido, sabía que este enfrentamiento no era más que el comienzo. Mientras la niebla volvía a levantarse sobre el río, se preparó para lo que venía. El cazador no descansaría hasta que la venganza de La Llorona fuera detenida, de una vez por todas.

    Fin del Capítulo 1

    Capítulo 2: El Chupacabras

    Resumen:

    Ikanú se adentra en los desiertos de Puerto Rico, donde se han reportado ataques de extrañas criaturas que atacan el ganado y, en algunos casos, incluso a personas. La leyenda del Chupacabras, un ser extraño con ojos rojos que se alimenta de la sangre de sus víctimas, lo sigue desde hace años. En este capítulo, Ikanú tendrá que enfrentarse cara a cara con la criatura y descubrir los secretos detrás de su origen.

    Desarrollo:

    El sol estaba descendiendo lentamente, tiñendo el cielo de tonos rojizos y anaranjados. El calor abrasador del desierto de Puerto Rico parecía aplastante, pero para Ikanú, no había tiempo para descansar. La desaparición de varios ganados en la zona y el rastro de cuerpos drenados de sangre lo habían llevado hasta aquí. Los aldeanos hablaban de un monstruo con ojos rojos que atacaba a los animales por la noche, dejando solo cadáveres vacíos. Pero Ikanú sabía que no era un monstruo común. Era el Chupacabras.

    El cazador se deslizaba entre las rocas, su cuerpo cubierto con una capa de camuflaje que lo hacía casi invisible entre el paisaje árido. Cada paso lo acercaba a lo que fuera que estuviera causando estos ataques. Había algo inquietante en el aire. La atmósfera estaba cargada, y el viento era extraño, como si la tierra misma se estuviera contorsionando en angustia.

    De repente, Ikanú detuvo su marcha. Un ruido. Un susurro en la distancia. Como un viento extraño, pero con una cadencia peculiar, casi como si algo estuviera siguiendo el ritmo del viento.

    «Algo viene…» Pensó Ikanú, sus ojos agudizados por años de caza.

    En el horizonte, una figura se asomó por entre las rocas, moviéndose con velocidad sobrehumana. Un ser de piel escamosa y dientes afilados, con ojos rojos brillando en la oscuridad. El Chupacabras.

    Sin perder tiempo, Ikanú se preparó. El Chupacabras ya había notado su presencia. En un parpadeo, la criatura se lanzó hacia él con una rapidez increíble, como un felino en su caza. Ikanú apenas tuvo tiempo de reaccionar, esquivando por milímetros las garras del monstruo, que destrozaron la roca donde había estado segundos antes.

    ¡KABOOM! La tierra tembló por el impacto.

    Ikanú, con reflejos rápidos, saltó hacia atrás, dejando escapar una flecha cargada con una mezcla de hierbas sagradas y veneno natural. La flecha voló con precisión, pero el Chupacabras esquivó el impacto al girar su cuerpo como una sombra fugaz, con una agilidad que solo una criatura maldita podía tener.

    «Este no es un enemigo común,» murmuró Ikanú, mientras se levantaba del suelo cubierto de polvo. Necesitaba algo más fuerte para detenerlo.

    En ese instante, el Chupacabras saltó hacia él, sus ojos brillando con furia y hambre. Ikanú giró sobre sí mismo, dejando que la criatura pasara rozándole. Aprovechando la oportunidad, sacó una de sus dagas de obsidiana, afilada como el filo de una cuchilla. Con velocidad y destreza, se lanzó al ataque.

    ¡CLANG! Las garras del Chupacabras se estrellaron contra el metal de la daga, pero la criatura se apartó antes de que Ikanú pudiera asestar un golpe mortal. Sin embargo, Ikanú había logrado lo que necesitaba. En un solo movimiento, activó un mecanismo secreto en su daga, y esta se iluminó con una energía mística. La Daga del Sol, un artefacto ancestral que solo podía ser usado en criaturas de oscuridad pura.

    El Chupacabras, al ver el resplandor de la daga, retrocedió un paso, gruñendo. ¡Su debilidad! Ikanú lo sabía. La luz que emanaba de la daga era su punto vulnerable, y ahora debía aprovecharlo.

    En un movimiento rápido, Ikanú lanzó la daga con precisión milimétrica. ¡CLANG! La daga se hundió profundamente en el costado de la criatura, causando una explosión de energía luminosa. El Chupacabras aulló de dolor, sus ojos rojos brillando más intensamente antes de apagarse por completo.

    Pero la batalla no había terminado. En su última reacción, la criatura lanzó un grito desgarrador que resonó en el desierto. El viento se levantó con fuerza, y el suelo comenzó a temblar. Ikanú sabía que tenía que actuar rápido. El Chupacabras estaba a punto de desatar su última ofensiva.

    «¡Muere, maldita bestia!» Ikanú gritó, mientras sacaba una flecha final, impregnada con el veneno más letal de las serpientes de la selva. Esta vez, no iba a fallar.

    Con el disparo preciso, la flecha atravesó el corazón de la criatura, y el cuerpo del Chupacabras se desplomó de golpe, disolviéndose en polvo y sombras. Ikanú respiró profundamente mientras observaba cómo la oscuridad de la criatura se desvanecía en la noche.

    El cazador se arrodilló junto al cuerpo desintegrado, sabiendo que esta victoria solo era un paso más en la guerra contra las criaturas oscuras que acechaban en el mundo. Pero el peligro aún no había pasado, y mientras el viento del desierto soplaba suavemente, Ikanú entendió que el Chupacabras no era la última amenaza.

    «Este es solo el principio…» murmuró, mientras se adentraba aún más en la oscuridad de la noche, preparado para lo que vendría.

    Fin del Capítulo 2

    Capítulo 3: La Silampa

    Resumen:

    Ikanú se adentra en la densa selva de Panamá, donde los aldeanos han hablado de una extraña criatura que los persigue en sus sueños: La Silampa. Esta criatura, un ser que no es quien dice ser, invade los sueños y juega con las emociones, llevándolos a la locura. Ikanú pronto descubrirá que enfrentarse a la Silampa no solo es una lucha física, sino también mental.

    Desarrollo:

    La selva de Panamá estaba viva, un murmullo constante de hojas moviéndose, ramas crujientes y el canto distante de criaturas desconocidas. Ikanú avanzaba sigiloso entre los árboles, su machete cortando el espeso follaje mientras su mente se concentraba en el siguiente objetivo. Sabía que la leyenda de La Silampa era más que un mito. Los aldeanos hablaban de cómo esta entidad se infiltraba en las mentes de sus víctimas, atrapándolas en pesadillas que los llevaban a la locura y a la muerte.

    «No será fácil,» murmuró para sí mismo, mientras el sudor resbalaba por su frente. El aire era pesado, saturado de humedad, y el entorno parecía observarlo, como si la propia selva estuviera al tanto de su presencia. El cazador sabía que esta misión iba a ser diferente. No se trataba solo de cazar, sino de enfrentar algo mucho más profundo, algo que iba más allá de las criaturas físicas.

    De repente, el silencio cayó sobre la selva. Los animales dejaron de hacer ruido. Era una señal. La Silampa estaba cerca.

    Ikanú se detuvo, sus ojos escaneando el entorno, pero no vio nada fuera de lo común. Solo la espesa vegetación y la quietud que ahora parecía abrumadora. Entonces, algo extraño ocurrió. Un susurro. Como una voz suave, susurrando su nombre desde alguna parte de la selva.

    «Ikanú…»

    El cazador giró sobre sí mismo, buscando la fuente de ese sonido. La voz era familiar, como la de una mujer que alguna vez conoció. Pero estaba distorsionada, como si alguien estuviera imitando su tono. La Silampa.

    Ikanú no dudó. Sabía que esta criatura podía transformarse en lo que más deseaba ver, utilizando el engaño para atrapar a su presa. Continuó su camino, decidido a no caer en la trampa.

    Poco después, llegó a un pequeño claro. Allí, entre las sombras, vio una figura. Una mujer, con el rostro de alguien que había perdido hace tiempo, sonriéndole. «Ikanú…» la voz sonaba más real ahora, la figura más definida.

    «No eres ella,» dijo Ikanú en voz baja, su mano cerrándose alrededor de la empuñadura de su cuchillo. «Sé lo que eres.»

    La figura sonrió más ampliamente, sus ojos brillando con un tono irreal. «¿Cómo puedes estar tan seguro?»

    Ikanú no respondió. El Cazador siempre había sido alguien que confiaba en sus instintos. En ese momento, las sombras a su alrededor se alargaron, como si estuvieran cobrando vida propia. La figura de la mujer se deshizo lentamente, transformándose en una masa negra que se retorcía, tomando la forma de cientos de rostros distorsionados.

    «¡NO!» Ikanú gritó, lanzándose hacia atrás mientras las sombras lo rodeaban. La Silampa no solo lo estaba atacando físicamente; estaba invadiendo su mente, mostrándole sus propios miedos, sus peores recuerdos.

    La selva pareció cerrarse sobre él. Las raíces de los árboles se levantaron como serpientes, las hojas se convirtieron en manos que lo arrastraban hacia la oscuridad. Las voces comenzaron a gritarle, cada una representando una parte de su pasado: «¿De qué sirve ser un cazador, si siempre estarás solo?» «Nunca podrás salvar a todos…»

    Pero Ikanú se mantuvo firme. Con un grito de guerra, desató su fuerza de voluntad y cortó las raíces que lo atrapaban. Su cuchillo brilló con la luz de la luna, cortando el aire y deshaciendo las sombras que lo rodeaban.

    «¡Te enfrentarás a mí, demonio!» exclamó, mientras la oscuridad alrededor de él comenzaba a desvanecerse.

    De repente, el terreno bajo sus pies comenzó a temblar. Ikanú sabía que estaba en el centro del ataque final de La Silampa. Las voces se intensificaron, mezclándose con los ecos de su propia mente, pero él se aferró a su realidad, usando la ira como escudo. Ikanú se lanzó hacia adelante con su cuchillo, apuntando al centro de la oscuridad. La Silampa, por un momento, se detuvo.

    «¡No escaparás!» gritó Ikanú, su cuchillo apuñalando el centro de la masa negra.

    ¡KABOOM! Una explosión de energía mística y ondas psíquicas estallaron alrededor de él, enviando a Ikanú al suelo. La selva estalló en un torrente de luces y sombras que se desvanecían rápidamente. El aire volvió a la calma, y las voces callaron.

    El cazador respiró pesadamente mientras se levantaba. La Silampa se desintegró en la nada, su forma de pesadilla disipándose en un suspiro.

    Pero Ikanú sabía que esto no era más que una batalla ganada. La selva aún mantenía secretos que ni siquiera él entendía completamente.

    «La selva tiene muchas voces…» murmuró Ikanú mientras observaba la oscuridad que volvía a tomar forma. «Pero yo soy el cazador.»

    Fin del Capítulo 3

    Capítulo 4: El Moán

    Resumen:

    Ikanú llega al corazón del Amazonas tras seguir el rastro de pesadillas colectivas. Allí, descubre la presencia del Moán, un espíritu primigenio y demoníaco del río que controla el agua, invoca serpientes y ha empezado a devorar la conciencia de pueblos enteros. El cazador deberá adentrarse en un pantano maldito donde el tiempo no existe y enfrentarlo con tabaco ritual y el canto grabado de una mujer embarazada, la única forma de debilitarlo.

    Desarrollo:

    Amazonas, frontera entre Brasil y Colombia.

    Todo estaba ahogado.

    El aire, el sol, los nombres.
    El río tenía boca y estaba hablando.
    Ikanú cruzó en canoa mientras los ancianos de la tribu se negaban a nombrar lo que acechaba.

    —“No es un animal. No es un dios. Es algo que siempre estuvo aquí. Y ahora… tiene hambre.”

    El Moán.

    Lo describían como un hombre-río, con garras de piedra, ojos sin párpados y una corona de serpientes vivas.
    Cuando llega, los niños dejan de hablar, los hombres sueñan con morir ahogados y las mujeres se arrancan la piel en sueños.

    Ikanú preparó su tabaco ritual.
    Sabía que no podía pelear contra el agua… pero sí contaminar el aire con verdad.

    Entró al pantano.

    El Moán lo esperaba desde el fondo.
    Emergió como un dios olvidado, arrastrando raíces, huesos y cantos de lenguas muertas.

    —“Yo era río antes que tú fueras hombre, Ikanú…”
    —“Y morirás cuando el Amazonas beba tu alma.”

    El cazador fue envuelto por serpientes vivas, sus recuerdos empezaron a diluirse.
    Veía a su madre, su padre, su infancia… deshacerse como agua entre dedos.

    Pero apretó su collar.
    Una grabación tribal: el canto de una mujer embarazada que, según la leyenda, podía calmar al espíritu del río.

    La melodía atravesó la niebla.
    El Moán gritó.
    Sus garras se partieron.
    El agua se tornó turbia.
    Las serpientes huyeron.

    —“¡No puedes traer luz al río!” —gritó el espíritu, antes de sumergirse y desaparecer.

    Ikanú cayó de rodillas.

    El río calló.
    Las aves volvieron a cantar.

    Pero algo quedó claro:
    El Moán no murió… solo se durmió.
    Y sueña con Ikanú.

    Fin del Capítulo 4

    Capítulo 5: El Pombero

    Resumen:

    Ikanú se adentra en las oscuras montañas de Paraguay, donde una fuerza malévola, El Pombero, acecha en los bosques. Un ser travieso y peligroso, capaz de manipular animales y robar voces. Sin embargo, la historia detrás de El Pombero es mucho más compleja de lo que parece. Este capítulo desafía a Ikanú a tomar decisiones difíciles mientras se enfrenta a un adversario que juega con las reglas de la naturaleza.

    Desarrollo:

    El sol se había desvanecido por completo cuando Ikanú llegó a las oscuras y densas montañas de Paraguay. El Pombero había estado matando ganado y sembrando terror entre los aldeanos cercanos, pero algo en el aire sugería que el Pombero no era un monstruo cualquiera. Este no era un ser puramente maligno, sino una criatura cuyos propios motivos estaban ligados a los bosques que protegía.

    Ikanú avanzaba con cautela. El aire en la montaña era denso, cargado de un frío inusual para la región. Podía oír susurros, pero no había nadie. Las sombras parecían moverse a su alrededor, y un extraño zumbido llenaba el aire, como si algo invisible lo estuviera observando.

    De repente, una risa baja y gutural se escuchó en la distancia. La risa provenía de lo profundo de la selva, y el cazador la reconoció al instante: El Pombero. El duende, conocido por sus artimañas y su habilidad para desorientar a quienes se adentraban en sus dominios, había comenzado su juego.

    «¿Vienes a cazarme, cazador?» La voz del Pombero era como un eco en el viento, retumbando en todas direcciones, pero nunca en el mismo lugar.

    «No vengo a cazar, Pombero,» respondió Ikanú, su machete listo en su mano, «solo quiero entender por qué estás causando tanto caos.»

    Desde las sombras, una figura pequeña y encorvada apareció. El Pombero salió lentamente, su cuerpo cubierto de un manto oscuro que parecía fundirse con la noche. Tenía ojos brillantes, como dos pequeñas llamas, y su rostro, cubierto por una barba de musgo, era una mezcla de sabiduría antigua y maldad primitiva.

    «¿Entenderme?» El Pombero rió con más fuerza, y en su risa se escuchaban voces distorsionadas, como si alguien le estuviera susurrando en la oreja. «El hombre nunca entiende a la selva. No entiendes que aquí, la naturaleza gobierna.»

    Sin previo aviso, el Pombero levantó su mano, y un conjunto de bajos gruñidos surgió de entre la maleza. Lobos y pumas, criaturas aparentemente comunes en las montañas, comenzaron a salir de las sombras, rodeando a Ikanú con los ojos brillando de hambre. Ikanú se preparó para lo peor.

    «Yo soy la voz de la selva,» dijo El Pombero mientras observaba a Ikanú con atención. «Y si quieres vivir, tendrás que aprender a escucharla.»

    Con un solo gesto de su mano, las criaturas de la selva atacaron. Los lobos se lanzaron hacia Ikanú con ferocidad, y los pumas, ágiles como sombras, saltaron en el aire, buscando su oportunidad para destrozarlo. Ikanú bloqueó el primer ataque de un lobo con su machete, pero otro lo atacó por detrás, clavando sus colmillos en su espalda.

    El cazador, sin embargo, no se dejó dominar por el pánico. En un movimiento rápido, usó su cuerda de acero para atar a uno de los lobos y lanzarlo al aire, deshaciendo el ataque. Los pumas seguían lanzándose, pero Ikanú había aprendido a moverse con la selva, y sabía cómo usar la oscuridad a su favor. Cada golpe de su machete cortaba el aire como una extensión de su propio ser, mientras los animales caían a sus pies.

    Pero el Pombero no estaba dispuesto a dejarlo escapar tan fácilmente. Levanto ambas manos al cielo, y de las sombras emergieron serpientes gigantes, sus cuerpos retorciéndose a gran velocidad.

    El cazador necesitaba algo más para acabar con esta amenaza. Pensó rápidamente y se acordó de la caña blanca, la planta que podía debilitar a los duendes y espíritus de los bosques. Sacó una ramita de su mochila, y alzándola hacia el Pombero, lo desafió:

    «¡La naturaleza no te protege si no la respetas!»

    El Pombero observó la ramita con sus ojos encendidos, y por un momento, algo extraño cruzó su mirada. El Pombero retrocedió un paso, como si la caña blanca tuviera un poder que lo perturbaba. «¡No tienes idea de lo que haces!» gritó, pero la influencia de la planta era clara.

    El Pombero levantó la mano, y los animales comenzaron a dispersarse, pero no antes de que Ikanú lanzara un golpe certero al Pombero, atravesando su túnica de musgo. La criatura chilló, y su forma comenzó a desvanecerse lentamente en la oscuridad de la selva.

    «Eres un cazador valiente,» dijo el Pombero con voz apagada, su cuerpo transformándose en humo y niebla. «Pero recuerda, cazador… lo que has hecho hoy será observado. La selva nunca olvida.»

    Con un último suspiro, El Pombero desapareció, dejando a Ikanú solo en la selva, con el eco de sus palabras resonando en su mente.

    «La selva nunca olvida…» repitió Ikanú, mientras recogía su machete y avanzaba hacia la siguiente oscuridad.

    Fin del Capítulo 5

    Capítulo 6: Karau-Kurú

    Resumen:

    En la frontera amazónica entre Brasil y Perú, un pueblo ha quedado atrapado en un bucle de tiempo emocional. Las personas no envejecen, no recuerdan cómo llegaron ahí, y viven atormentadas por sus peores memorias. Ikanú llega siguiendo el rastro del Karau-Kurú, un demonio que se alimenta del sufrimiento congelado. Para vencerlo, deberá revivir su culpa más profunda y realizar un ritual de perdón con fragmentos de meteorito sagrado.

    Desarrollo:

    Templo Velho, Acre, frontera selvática entre Brasil y Perú.

    El pueblo parecía congelado en el tiempo. No por el clima, no por una estatua, sino por una maldición más profunda. Los relojes no funcionaban, las radios repetían la misma canción, y los niños jugaban con la misma pelota… una y otra vez.

    Ikanú bajó del bote de bambú, su lanza en la espalda, su collar de meteorito temblando con una energía familiar: culpa contenida.

    El cazador preguntó por el líder del pueblo, pero todos le respondían con frases vacías:
    —“Ella se fue…”
    —“Todavía no es lunes…”
    —“No tengo cumpleaños.”

    En el cementerio, un viejo ciego le habló:
    —“Karau-Kurú vive en la torre del reloj. Congela los momentos más tristes y los guarda en su vientre. Si entras… prepárate para sangrar por dentro.”

    Ikanú no dudó.

    Entró al campanario —abandonado, corroído por el óxido y la humedad de los siglos. Las escaleras crujían como huesos, y en el aire flotaban recuerdos ajenos: gritos, risas, llanto.

    En la cima, el tiempo se detuvo.

    Ikanú cayó de rodillas.
    Volvió a ser niño.
    Vio a su madre corriendo, quemada viva por saqueadores.
    Escuchó el idioma de su tribu apagarse.
    Sintió la impotencia.

    El Karau-Kurú apareció: una figura grotesca, hecha de relojes rotos, con una sonrisa de campanas oxidadas. Su voz era todas las voces que Ikanú había perdido.

    —“Te quedarás aquí, pequeño. Repitiendo lo que no puedes cambiar.”

    Pero el cazador se levantó.

    Con su última chispa de voluntad, sacó los fragmentos de meteorito, los apretó en su mano y gritó el nombre de su madre, pidiendo perdón… y prometiendo no olvidar, sino vivir por ella.

    Un haz de luz estalló.
    El Karau-Kurú chilló como metal hirviendo.
    Las campanas del pueblo sonaron por primera vez en décadas.
    El tiempo se liberó.

    Ikanú salió de la torre al amanecer. Las personas respiraban con normalidad, algunas lloraban, otras reían… como si despertaran de una pesadilla sin fin.

    El cazador continuó su camino, sabiendo que a veces la mejor arma no es la lanza…
    sino el valor de enfrentar la culpa.

    Capítulo 7: Las Tzitzimime

    Resumen:

    Durante un eclipse total, Ikanú sigue las visiones de un chamán mexica que predice el regreso de las Tzitzimime, diosas estelares caídas que devoran humanos cuando la oscuridad cubre el cielo. En lo alto de un cerro sagrado en Oaxaca, Ikanú deberá enfrentar no solo su miedo a la muerte, sino también sacrificar parte de sí mismo para invocar la única luz capaz de derrotarlas: la de un guerrero que se ofrece voluntariamente.

    Desarrollo:

    Monte Yagul, Oaxaca, México.

    Los ancianos lo sabían.
    El eclipse traería muerte.

    Ikanú llegó tras días de caminar siguiendo señales: murales antiguos sangrando, estrellas cayendo del cielo, gritos de niños al dormir.

    Un chamán tatuado con ceniza lo esperaba en las ruinas:
    —“El cielo se traga al sol… y ellas bajan a terminar lo que empezaron hace siglos.”

    Las Tzitzimime.
    Creadas por los dioses como guardianas, pero condenadas por su furia cuando los humanos se alejaron del equilibrio.
    Ahora bajan del cielo como cometas con garras, buscando carne, miedo… y oscuridad espiritual.

    Ikanú subió solo al cerro sagrado. Sabía lo que tenía que hacer: enfrentar el eclipse y no huir.

    A las 12:44 PM, la sombra cayó.
    El mundo se silenció.
    Y ellas descendieron.

    Cuerpos de obsidiana, rostros que eran máscaras, ojos vacíos que lloraban estrellas negras.

    —“No hay sol. No hay fe. No hay resistencia” —decían con una voz que partía el cielo en dos.

    Ikanú luchó con todas sus armas.
    Lanzas bendecidas.
    Plumas de jaguar.
    Talismanes solares.

    Pero ellas eran noche viviente.
    Lo golpearon, lo rasgaron, lo lanzaron al suelo.

    Casi ciego, Ikanú recordó la profecía:
    «Solo la sangre de un guerrero voluntario puede traer de vuelta el sol en medio del eclipse.»

    Sacó una piedra sagrada, la cortó contra su pecho.
    Gritó al cielo:
    —“¡YO SOY EL GUERRERO!”

    Su sangre tocó la tierra…
    y el sol rompió la oscuridad como una lanza dorada.

    Las Tzitzimime gritaron, desintegrándose en luz.
    Las máscaras se derritieron.
    Las estrellas dejaron de llorar.

    El eclipse terminó.

    Ikanú se levantó con el cuerpo roto…
    pero el espíritu en llamas.

    Una última frase del chamán le quedó grabada:
    —“Si le ganaste a la oscuridad del cielo… estás listo para enfrentarte al infierno de la tierra.”

    🔥 Capítulo Final: “La Última Verdad” 🐐 El Chivato – Señor de las Mentiras, Pastor de las Almas Corruptas

    Resumen:

    Ikanú, agotado física y espiritualmente, llega al último umbral: un altar oculto en la profundidad del Darién donde las mentiras toman forma. El Chivato lo espera, sabiendo que el cazador ya ha sido marcado por las dudas, las pérdidas y el miedo. En este duelo final, no basta con la fuerza: Ikanú deberá enfrentar sus propias verdades… y decidir si puede seguir siendo cazador o convertirse en lo mismo que persigue.

    Desarrollo:

    Darién, frontera del fin.

    El aire está enfermo.
    No hay aves. No hay insectos. Solo niebla… y balidos deformes.

    Ikanú llega con el cuerpo lleno de cicatrices y el alma con grietas.
    El espejo que forjó con arena del Orinoco lo cuelga de su pecho, brillando débilmente.

    —“Bienvenido, hijo de la selva… hijo adoptivo de cazadores muertos.” —La voz del Chivato era dulce… demasiado dulce.

    Apareció caminando como un pastor anciano, pero pronto sus piernas se partieron en patas de bestia.
    Su cabeza era una fusión entre anciano y macho cabrío, con barba blanca y sangre seca en los labios.

    —“Tus enemigos fueron pruebas. Yo soy el juicio final.”

    Y entonces… el altar estalló.
    Figuras del pasado de Ikanú se materializaron: su madre fallecida, su mentor de los Van Helsing, sus propios errores.

    El Chivato lo empuja a dudar:
    —“¿No mataste tú al Pombero por codicia? ¿No deseaste dejar viva a la Silampa por amor? ¿No has mentido?”

    Ikanú cae de rodillas.

    Pero entonces saca el espejo. Lo mira.
    Y en él no ve al monstruo.
    Se ve a sí mismo… de niño. Puro. Íntegro. Verdadero.

    Recita las palabras en lengua Yanomami que su madre le enseñó…
    “Yámama noxibo karaia.” (Yo soy raíz sin sombra).

    El Chivato ruge.

    La tierra tiembla.

    Las mentiras se desmoronan.
    Y el cazador le clava el espejo en el corazón.

    —“Tú eres solo ruido. Yo soy verdad tallada en hueso.”

    El Chivato arde.
    Explota en mil lenguas negras que se apagan como cenizas de juicio.

    Ikanú queda solo. Pero libre.

    ⚔️ Final abierto:

    Mientras se aleja, una última voz susurra desde el viento:

    —“El Chivato no muere. Solo cambia de forma.”

    Y el cazador sigue su camino.


    🔮 Epílogo – El Silencio No Muere Fácil 🔮
    Selva del Orinoco. Noche cerrada. Lluvia como cuchillas sobre el dosel.

    Ikanú camina solo. Su poncho está rasgado, su lanza quebrada, su espíritu tambaleante.

    Los restos del Chivato aún humean entre los árboles, esparciendo un hedor que no pertenece a este mundo. Sin embargo… algo no está bien. Los animales no han vuelto. Las hojas no cantan. El silencio, ese viejo enemigo, permanece.

    Ikanú se arrodilla junto a una piedra ancestral marcada con símbolos que él no recuerda haber visto antes. Palpa el musgo. No es musgo. Es piel.

    Y entonces lo oye.

    Una carcajada.

    Pero no humana.

    Ni animal.

    Ni demoníaca.

    Es algo más… viejo. Como si la selva misma se burlara.

    —Tú abriste la puerta, cazador —dice una voz detrás de su oído, pero no hay nadie—. El Chivato era solo la llave…

    Ikanú empuña su cuchillo. Pero su mano tiembla.

    Porque en ese instante comprende:
    los otros lo estaban esperando.

    Desde el fondo del mundo.
    Desde los pozos que no tienen fondo.
    Desde el primer grito del primer ser humano.

    Y ahora saben su nombre.

    🩸 FIN DE LA PRIMERA NOVELA 
    🔥 «Crónicas del Cazador II: Los Hijos del Vacío»… próximamente.






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