El amanecer era hermoso en Thalys.

Los primeros rayos de luz bañaban los edificios altos y esbeltos que aún bostezaban, y comenzaban a atravesar las ventanas de la habitación de Enya hasta acariciar su rostro. Era una sensación agradable, pero aún no tenía ganas de que empezara el día… aún no.

Frunció el ceño y se dio media vuelta, tapándose los ojos con el brazo, intentando esquivar la luz que inundaba la estancia.

Por favor, ¿no puede amanecer hoy un poquito más tarde?

Un aleteo ligero y rápido, como un soplo de aire repentino, bastó para sacarla del último refugio del sueño. Enya frunció el ceño de nuevo, apartó el brazo y, con los ojos entrecerrados, aún medio dormida, descubrió a su lado una criatura diminuta, parecida a un colibrí, que la observaba con curiosidad.

—Ay, Niva… Buenos días… —y volvió a cerrar los ojos, sabiendo que el día ya sí se había puesto en marcha.

La pequeña criatura ladeó su cabeza, la miró de nuevo y revoloteó a su alrededor emitiendo unos sonidos agudos y alegres, como respondiendo a esos buenos días que Enya le había dado. La siguió con la mirada, sin apartarse aún el brazo de la cara. La claridad seguía molestándole. Niva se había posado sobre una especie de mesa de trabajo, donde se alineaban varios dispositivos de lectura, una taza con restos de infusión, un par de cuadernos inteligentes y algunos utensilios de laboratorio. Otros objetos descansaban por el resto de la superficie, ordenados en un “orden” que solo ella entendía. Niva jugueteaba con lo que parecía un brazalete de diseño tecnológico: era negro, de unos cuatro centímetros de ancho y, a simple vista, no mostraba ninguna función evidente.

—Niva, deja eso, aún no es la hora de salir —la voz perezosa de Enya, no fue suficiente para que Niva le hiciera caso. La pequeña criatura la miró, movió sus preciosas alas y no se apartó. Lo empujó un poco más.

—¡Niva! —Enya dio un salto de su cama y el pájaro alzó el vuelo hasta una parte elevada de la estancia donde se posó y le dedicó un leve “Pií”. Enya le clavó la mirada, una mirada que mezclaba enfado y ternura.

—No me provoques. —Niva giró su pequeño cuerpecito y se coló por un hueco entre el techo y la pared. Enya suspiró, apartó la mirada y tocó levemente la parte derecha del frontal de la mesa. Una luz azulada dio paso a una ranura de la que sobresalió un cajón pequeño. Guardó el brazalete, volvió a tocar el cajón y este se cerró, quedando de nuevo la superficie plana y lisa como si nunca se hubiera abierto.

Con un bostezo tímido, avanzó unos pasos y miró a través de la enorme ventana circular que estaba tras la mesa. Ahora, entraba más luz y Enya ajustó el filtro del cristal para mantener ese ambiente de la primera hora de la mañana. Le gustaba sentir que era temprano y que tenía tiempo para ella antes de comenzar a trabajar.

Enya apreciaba el tiempo libre. Su tiempo libre. Su espacio. Esa soledad que te reconforta, te hace sentir bien y te permite conectar contigo mismo.

En el otro lado, la ciudad también comenzaba a despertar. Desde la ventana podía verse el inicio de un día normal en Thalys. Gente de allá para acá: algunos con prisas, otros sumergidos en sus propias rutinas, y otros simplemente salían a disfrutar de la maravillosa ciudad que literalmente vivía y respiraba por sus habitantes. Con un desperezo, Enya se giró y dejó atrás su vista de Thalys; era hora de que comenzara también su día.

—Sistema, información general de hoy, por favor —una voz dulce, con una sonrisa que casi podía intuirse, comenzó a darle los buenos días de forma rutinaria.

—Buenos días, Enya. ¿Cómo has dormido? Detecto cierto nivel de tensión, ¿te apetecería una ducha con bruma salada? Puedo buscar una lista de reproducción musical para que sea aún más relajante.

—Gracias Sistema, yo me encargo de ajustar mis preferencias en la ducha… Dame el informe climatológico de hoy, por favor —Enya se desvestía a la vez que se dirigía a lo que parecía un espacio dedicado para el aseo. La voz del sistema integral doméstico comenzó a darle los datos que había pedido:

—Día 78 de la Estación Cálida. El ciclo inicial se presenta con temperaturas que irán variando de los 24 a los 27 grados. La sensación térmica será más elevada debido a la ausencia de viento. No se prevén precipitaciones en las próximas horas. ¿Quieres que ajuste el atuendo de hoy según las condiciones meteorológicas?

—No, gracias Sistema — miró hacia una de las paredes en la que aparentemente no había nada; sin embargo, un instante después, su rostro se reflejaba en ella con nitidez, casi parecía otra Enya observándola desde el otro lado. Había dormido bien, pero su mirada gris azulada delataba cierto cansancio, tal vez provocado por un sueño demasiado profundo. Las pecas que salpicaban su nariz y parte de sus mejillas hacían contraste con su piel. Tenía un rostro bello, delicado, con facciones casi exóticas y estaba enmarcado por una larguísima melena plateada. Enya no tenía prácticamente pigmentación en su cabello y eso la hacía tener un color natural semejante al de una persona anciana. Pero era hermoso.

Examinó a la Enya del espejo unos segundos más. Tensión dice el sistema… me encuentro perfectamente…

Cierto era que había días en los que sentía que todo lo que la rodeaba era perfecto… demasiado perfecto. Como si alguien hubiese colocado las piezas con obsesión por el orden, pero sin saber lo que realmente significaba vivir.

De repente, la voz artificial interrumpió sus pensamientos:

—Enya, tienes una notificación de Isel.

—De acuerdo, reprodúcela por favor. Sólo audio.

Buenos días Enya. Tengo algo importante que contarte… o eso creo… Ayer me quedé hasta el último ciclo en el laboratorio; tenía ganas de adelantar trabajo y no saturarme mucho hoy, ya sabes… bueno, voy al grano: entró una muestra aparentemente normal, o al menos eso creí, de un fragmento que extrajeron en el área de excavación del norte, cerca del límite del velo y… Bueno, creo que deberías verlo tú misma y analizarlo. Yo no me he atrevido a tocarlo más… no me da buena espina… Era solo para que lo supieras, ¿vale?. Nos vemos después.

La voz de Isel había despertado lo poco que quedaba de la Enya dormida. Frunció el ceño y con la duda y la intriga sembradas, se dio media vuelta dejando atrás su reflejo.

Después de una ducha de vapor frío, accedió al RSV (red de suministro de vestuario) y, como cada día, eligió su ropa entre las muchas opciones disponibles. Casi siempre se decantaba por el mismo estilo; de hecho, el sistema ya tenía registradas sus preferencias habituales, por lo que la búsqueda se reducía a unos pocos gestos y siempre escogía conjuntos que mantenían una gama neutra y cálida, sin estridencias, como casi todo lo que solía llevar.

Echó un último vistazo a la Enya del espejo, le adecentó la melena peinándola con los dedos y le hizo un par de trenzas descolocadas decorando el resto del pelo que quedó suelto.

Niva ya estaba en la cocina esperándola cuando Enya apareció para tomar un desayuno rápido antes de salir hacia el laboratorio.

—Eh, estás aquí— Dijo mientras le acariciaba con suavidad su pequeño cuerpo emplumado.

—Siento haber sido tan brusca antes, ya sabes, yo y mis despertares…— Enya se disculpaba mientras en la encimera se iluminaba una pequeña pantalla en la que aparecían diferentes opciones de desayunos que ella iba descartando mecánicamente con gesto de rechazo.

—Oye sistema, agradezco tu interés sobre mi glucosa, pero necesito sí o sí una taza enorme de te de bayas.

—Claro Enya.

Automáticamente se actualizaron todas las opciones que el sistema había seleccionado para su desayuno.

—¿Te apetece acompañar el té con alguna fruta tal vez?

Enya vaciló un momento, revisó de nuevo la pantalla y seleccionó un plato que nada tenía que ver con fruta. En un momento, de una cápsula no más grande que un microondas, emergió un plato con pan humeante y una taza enorme de agua muy caliente, en la que se podía apreciar, en unos pequeños dígitos luminosos, la temperatura exacta en la que se encontraba el líquido. Junto a ella, una pequeña esfera biodegradable que contenía té.

Se apresuró a tomarse su desayuno sin dejar de preguntarse qué seria aquel fragmento que Isel mencionaba en su mensaje. Quizá algún resto biológico poco usual, aunque de la Zona Norte no solían registrarse muestras raras. A lo mejor la habían clasificado mal y venía de la gran excavación del Área Negra. No, pero eso no era posible. Esos errores tan absurdos no se daban casi nunca.

Le dio un último y largo sorbo al té, se dirigió a su habitación y cogió de su mesa de trabajo uno de los cuadernos inteligentes, una pequeña cajita sin bordes con dos compartimentos y el brazalete que había guardado en el cajón invisible.

En la entrada de su casa, en unos salientes en la pared, estaba colgada su chaqueta de lino. Le tenía especial cariño porque no estaba incluida en el RSV, no se ajustaba al clima ni a la temperatura corporal. Simplemente era una chaqueta corriente, imperfecta y que había adquirido por su cuenta en una zona de mercado alternativo del Nodo Kaleido, o lo que ella llamaba “el mercado“. Descolgó la prenda, se puso su brazalete en el antebrazo derecho y salió a la calle con Niva revoloteando a su lado.

El día era deslumbrante. La luz calentaba de forma arrulladora y las calles respiraban vida a través de sus majestuosas estructuras repletas de jardines verticales. La gente se desplazaba a través de paseos luminosos que los transportaban, con fluidez, hasta su destino. Otros, como Enya, tenían su propio medio de transporte: Nómada.

Tocó levemente el brazalete y surgió de él rápidamente un cordón de luz azulada que desembocaba en una tabla flotante que se propulsaba automáticamente con la inercia del cuerpo de Enya. Nómada, era un tipo de transporte limpio, ágil y eficiente. Subió sobre la tabla de luz y se deslizó a ras de suelo unos metros hasta que, una vez visualizado el trayecto hasta el laboratorio, se incorporó al flujo de transporte que la llevaría a su destino.

Niva no la siguió, ella prefería tomar su propio camino y encontrarse con Enya más tarde.

El laboratorio donde Enya trabajaba, Eclipta, se encontraba a las afueras de Thalys en un lugar casi escondido y aislado, apartado del flujo urbano.

Desde la distancia, Eclipta se asemejaba a una formación rocosa. Alta y soberbia, se alzaba en formas de curvas suaves esculpidas con materiales biológicos que cambiaban según el clima y la luz.
No tenía demasiadas ventanas que pudieran exponer su interior al mundo, tan solo una pared de cristal permitía ver desde fuera un sofisticado e inmaculado entorno de lo que parecía una zona de recepción.

El interior era limpio, amplio y silencioso. Estaba dividido en secciones especializadas y grandes módulos que eran testigo de los mas asombrosos avances tecnológicos.

En ellos, se realizaban estudios de microbiología, arqueología molecular, proyectos de reconstrucción y restauración de especies de plantas con características específicas, entre otros proyectos. Enya dominaba casi todos los campos dentro de la microbiología y la arqueología molecular; le fascinaba sumergirse en aquel mundo donde el pasado se revelaba en formas diminutas, invisibles para la mayoría, pero capaces de contar historias olvidadas.

Bajo la planta principal, el edificio de Eclipta se extendía hacia las profundidades en niveles de los que muy pocos tenían información. Enya, como supervisora de la sección de muestras biotecnológicas y jefa del departamento de excavaciones, tenía acceso a las plantas -3 y -4, donde, mediante un sistema tuberías cerrado y controlado, las muestras procedentes de zonas especiales como el Área Negra, llegaban de forma casi confidencial para su inspección antes de ser subidas y trasladadas al laboratorio principal.

Después de pasar los controles de seguridad rutinarios, accedió a la Sala A de la planta -1 donde trabajaba con Isel, allí la iluminación se regulaba de forma automática según el nivel de actividad y el tipo de muestra que estuvieran estudiando. La temperatura, controlada por sensores ambientales, se ajustaba constantemente para preservar la estabilidad del entorno.

En su puesto de trabajo, había amontonadas algunas muestras que tenía que analizar a lo largo del ciclo, algo un poco rutinario, pero últimamente no había nada demasiado interesante en lo que trabajar.

—Buenos días Enya, te echaba de menos hoy… casi mitad del primer ciclo… a alguien se le han pegado las sábanas, ¿eh?.

—¿Esa frase se la has escuchado a tu tatarabuela, Isel?— preguntó con una risa.

—¿ “Se le han pegado las sábanas…”?— Enya miró con una sonrisa incrédula a una chica morena y ojos rasgados que la miraba desde el otro lado de su puesto de forma divertida.

—En realidad a mi abuela, me lo decía cuando me costaba levantarme— Isel, le respondía sin apartar la vista de su trabajo. —Te he dejado la muestra que creo que te va a resultar interesante. Ni Royh ni yo hemos descubierto aún qué es. Está junto a tu táctil.

—¿Por qué no la has dejado con el resto?

—La he separado de las demás. Creo que es importante Eny, ¿no has recibido mi mensaje?

—Si, claro, lo he recibido. Ahora le echaré un vistazo.— El tono de Enya sonaba despreocupado, pero, a decir verdad, ese fragmento había captado toda su atención. Sentía que la llamaba, como si quisiera que ella lo escuchara. Enya se puso seria, se tomaba muy a pecho su trabajo. Le gustaba y además, le gustaba hacerlo bien.

Junto a su táctil, se encontraba una bandeja en la que reposaba la misteriosa pieza de origen desconocido, así que decidió disipar dudas y comenzar el trabajo intentando descifrar qué era aquello. Colocó su mano al lado de la bandeja donde reposaba el fragmento. La mesa se iluminó a la altura de la yema de sus dedos y una vez escaneadas sus huellas, apareció sobre la mesa el holograma de una pantalla en la que se presentaban datos y fichas técnicas de los últimos análisis que había realizado. Mientras reorganizaba los datos de la pantalla para poder abrir un nuevo proyecto, miraba de reojo la muestra…

—¿Qué crees que es? —Isel la sobresaltó.

—No lo sé. Aún no lo he escaneado. En cuanto tenga algo te lo diré. Con gesto serio, tecleaba en el aire con los dedos y la pantalla recibía las órdenes con destellos de luz, apariciones de textos y pantallas emergentes. Sacó de la cajita pequeña que había cogido de su casa, unas lentes de contacto aparentemente normales: transparentes y bañadas en un líquido que las hidrataba.

—Las mías hoy han fallado un poco. Tengo que pedir unas nuevas o si no acabaré ciega. —comentó Isel en un tono crítico.

Enya prácticamente no la escuchaba, tampoco le importaba si las lentes de Isel funcionaban bien o no.

Enya las colocó cuidadosamente en sus ojos, parpadeó unas cuantas veces y como casi por arte de magia, sus ojos parecían más brillantes. Era como si todo el entorno cobrase vida y pudiera ver cada dato y descripción detallada de todo lo que la rodeaba. Le bastaba con dirigir la mirada hacia el objeto del que quería obtener información y en su campo de visión aparecía una pequeña ventana con datos y algunas opciones de ejecución con respecto al objeto que estaba analizando.

—Bien, vamos allá.

Clavó la mirada en el pequeño fragmento que reposaba sobre aquella bandeja metálica. Tenía ante sí el contraste entre lo biológico y lo artificial, lo antiguo y lo moderno… un resto del pasado que, aun sin saberlo, cambiaría para siempre su futuro.

Inició un escaneo preliminar con las lentes, guiando con precisión y ligereza cada comando mediante gestos sutiles. Los sistemas y las bases de datos que recogían todas y cada una de las materias y elementos conocidos respondieron al instante, desplegando en su campo de visión información que, sin embargo, parecía incompleta.

Aguardó unos segundos, atenta a cada fluctuación. Empezaba a ponerse nerviosa; el sistema de Eclipta solía arrojar resultados de forma casi inmediata.

Algo no iba bien.

Miró a su alrededor, buscando a Isel —que había vuelto a su puesto de trabajo—, para asegurarse de que nadie más estuviera presenciando lo que parecía ser un hallazgo absolutamente inusual.

Entonces, tras unos largos segundos, apareció el primer resultado en la interfaz:

No concluyente.

Y detrás los definitivos:

Base de datos no compatible

Elemento no reconocido.

—No puede ser… —Enya miraba aquel pedazo de piedra con curiosidad y algo de temor. ¿Cómo que elemento no reconocido? Debe ser un error…

—¿Has averiguado algo? —Isel llamó su atención sobresaltándola, desde el otro lado de la sala A del laboratorio.

—Eh… no, nada —dijo Enya mientras colocaba otra muestra en el centro de la superficie—. De hecho aún no lo he mirado, estoy con otras muestras que necesito enviar antes. —Mintió a Isel restándole importancia a los datos que acababa de recibir. Podría ser algo que aún no se hubiera descubierto, algún elemento no registrado… pero eso no era posible… a no ser que no perteneciera a ese mundo…

Enya por favor. Tiene que haber una explicación más lógica.

Intentaba tranquilizar su mente, no quería precipitarse y pensar en cosas absurdas. Debía existir una explicación. Quizá el escáner no había sido suficiente, o a lo mejor la muestra estaba demasiado deteriorada… Pero los escáneres de Eclipta podían detectar vida fosilizada a niveles nanométricos. Y esto… era solo metal. O al menos eso parecía.

A Enya se le acababan las opciones; la había sometido a varios escaneos distintos, había intentado buscar algún resto biológico y lo único que había podido sacar en claro era que se trataba de una aleación de metales de origen desconocido. Pero nada más.

Nada…

—Vale, y ahora ¿qué? —comentó en voz baja mientras continuaba observando aquel objeto. Era la primera vez que se encontraba ante aquella situación. ¿Debía comunicarlo a sus superiores? ¿Y a Isel? Al fin y al cabo, ella era la que le había permitido examinar la muestra… Dudó durante un momento. Torció el gesto y se quitó las lentes dando por finalizado el estudio. Cogió la muestra, cuando la tocó, una especie de escalofrío sutil le recorrió la mano. Como si algo antiguo, algo vivo, hubiera respondido a su contacto, pero ignoró esa sensación, la metió en un funda estéril y la camufló discretamente entre sus pertenencias.

—Isel, voy a llevar la muestra a la sala 3. No es nada raro… parece una aleación muy densa, quizá con algún tipo de recubrimiento aislante. Supongo que por eso el escáner no respondía bien. —Volvió a mentir, con una naturalidad que la sorprendió incluso a ella. No sabía por qué lo hacía, pero sentía que ese fragmento… le pertenecía de algún modo.

—¿Nada fuera de lo común entonces? —Isel preguntó con tono decepcionado, esperando una respuesta que rompiera la rutina.

Enya apretó los labios e hizo una mueca negativa.

—Que va… hoy no es el día de la anomalía misteriosa… 

Salió de la sala sintiendo que Isel continuaba mirándola con la decepción dibujada en su rostro. Prefirió no mirar atrás. ¿Y si se daba cuenta de que le estaba mintiendo?

Ascendió hasta la planta principal en un ascensor que viajaba casi tan rápido como latía su corazón. Se sentía extraña. Tenía la sensación de estar saltándose como una docena de protocolos, pero no le importaba. En cierto modo, una parte de ella estaba emocionada y ansiosa ante alquel acto de rebeldía. Y eso —aunque fuera solo un poco— le gustaba y le bastaba para ignorar la pequeña vocecita coherente de su interior que le recordaba que saltarse las normas no estaba bien.

La salida le pareció más lejana que cualquier otro día. Saludó de forma distraída a la recepcionista artificial de la entrada y salió al exterior atravesando la enorme compuerta del laboratorio.

Niva la esperaba fuera; tenía su propio espacio y no le gustaba entrar en aquel lugar frío.

—Hola pequeña, nos vamos, tenemos trabajo fuera —dijo Enya mientras activaba a Nómada y se deslizaba fugaz hacia la zona norte, seguida del bello colibrí de alas transparentes.

La excavación era colosal.

Dos grandes máquinas biotecnológicas trabajaban sin pausa en el corazón del recinto. Sus brazos flexibles, recubiertos de un material vivo y adaptable, se deslizaban con precisión, abriendo el suelo en capas delgadas y ordenadas, tan perfectas como los anillos de un tronco antiguo. Mientras lo hacían, una red de filamentos sensoriales recorría cada fragmento, desvelando su composición y detectando cualquier traza de interés oculto entre los sedimentos.

A cada movimiento, un zumbido grave, casi vibrante, llenaba el aire, acompañado por el olor terroso y metálico que ascendía desde los estratos más profundos. La temperatura en la zona mas profunda era ligeramente más baja que en la superficie, y el polvo en suspensión brillaba al cruzar los haces de luz que bañaban la excavación.

A su alrededor, varios científicos se movían con la misma calma que imponía el lugar, recogiendo con manos delicadas las muestras que parecían merecer un destino distinto: las depositaban en bateas limpias, preparadas para conservar aquellos pequeños secretos que el subsuelo aún se resistía a entregar.

Enya, observando maravillada aquel descomunal lugar, se acercó a uno de los científicos que supervisaban la excavación.

—Hola Royh, ¿cómo vas?

—¡Enya! —un hombre de unos cuarenta y tantos, la saludaba extrañado—. ¿Qué te trae por aquí? ¿Lo de analizar en el laboratorio ya no va contigo y vuelves a las andadas?

Royh, el supervisor jefe de la zona norte, la saludó con una mezcla de extrañeza y familiaridad. Habían trabajado juntos años atrás, hasta que el laboratorio reclamó a Enya por su habilidad con los materiales.
—Ojalá pudiera volver a las excavaciones… pero, no, no he venido a nada concreto. Hacía tiempo que no te veía y …

—Y la muestra que te pasó Isel no te cuadra, es eso ¿no? —Royh la cortó de una forma natural, sin apartar sus ojos ni sus manos de unos terrones de tierra de color rojizo. Parecía haber adivinado porqué estaba allí.

Enya intentó mostrar indiferencia y restarle importancia a algo que había decidido no compartir con nadie sin saber aún muy bien por qué.

—La envié a ver qué encontrabais —continuó su viejo amigo—. No se parece a nada que hayamos desenterrado últimamente —dijo mientras se sacudía las manos y se aproximaba hacia ella—. Todo lo que ves es en su mayoría material biológico, restos orgánicos y ecofactos. Hay restos metálicos, pero usuales, ya sabes, lo de siempre. Nada que se parezca a ese.

Miraba a Enya achinando los ojos por la luz del sol, pero con semblante serio.

—¿Ni en micro fragmentos? —preguntó Enya acercándole una botella llena de agua.

Royh negó con la cabeza mientras contenía un trago de agua en la boca y perdía la vista en la enorme área de trabajo. Hubo un silencio que solo rompían los leves sonidos que hacían las maquinas al trabajar. Examinaban y abrían la tierra con la delicadeza y minuciosidad propias de de quien realiza una cirugía a corazón abierto.

—¿Alguna idea de qué puede ser?

Enya no contestó enseguida.

Finalmente, intentando mostrar un tono aparentemente despreocupado, respondió.

—La muestra no era concluyente— Royh la miraba serio, pero ella no vio esa mirada y continuó con su explicación —Sólo necesito un poco mas de tiempo para saber de qué se trata. No creo que haya nada incoherente.— Lo había dicho en un tono seco. Con decisión. Quizá para intentar auto convencerse a sí misma.

—Bueno, pequeña, de eso no me cabe la menor duda.— dijo Royh con firmeza mientras apoyaba la mano sobre su hombro.

Enya le dedicó una sonrisa casi forzada. Esa confianza que Royh depositaba en ella la comprometía. Sentía cierta presión y responsabilidad ante la situación, pero también sentía que era algo íntimo que debía resolver por su cuenta sin dar explicaciones a nadie.

Después de charlar un rato mas con Royh sobre otras cuestiones, se despidió de él prometiéndole que le mantendría informado ante cualquier descubrimiento que hiciera sobre aquel fragmento de metal.

Se puso en marcha de vuelta a Thalys. Decidió no volver enseguida al laboratorio. No sabía qué ambiente le esperaría en Eclipta. ¿Y si alguien se había dado cuenta de que faltaba una muestra? ¿Y si Isel volvía a preguntarle? No quería mentirle deliberadamente otra vez…

Sacar cualquier objeto de Eclipta sin autorización estaba absolutamente prohibido y aunque no era algo fácil de lograr, para Enya, no era una hazaña complicada dado su rango dentro del laboratorio. Pero, ¿en qué la convertía eso? No lo había robado… claro que no. Era solo que… tenía una sensación extraña hacia ese pedazo de metal: se sentía su dueña, la única capaz de resolver de dónde venía y qué era.

Necesitaba dejar de pensar y distraerse y cuando se trataba de reorganizar ideas y despejar la mente, el Nodo Kaleido, o “el mercado” como ella solía llamarlo, era uno de sus lugares favoritos. Le gustaba perderse entre la gente: cada cual con sus propias vidas, sus propios problemas, sus propias historias… todos con una voz dentro de cada una de sus cabezas. Todos en un mismo lugar y a la vez en tantos distintos…

Quizá estaría bien compartir el tiempo con alguien y hablar sobre aquel estúpido fragmento. Pero Enya no tenía muchas amistades. Solía congeniar con la gente, sí, pero era selectiva. Prefería mantener las distancias y reservar ese lugar —el de la verdadera cercanía— para alguien que supiera valorarlo de verdad.

Isel era una de esas personas con las que sabes que puedes compartir incluso lo que no te atreves a decir en voz alta, pero el asunto del fragmento la había envuelto en algo inexplicable que aun no sentía que pudiera compartir con nadie.

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