PRÓLOGO
El Eco de lo No Vivido
Hay quienes creen que el tiempo es una línea recta, inmutable, una secuencia de eventos marcada por el destino o la voluntad de dioses invisibles. Pero están equivocados.
El tiempo es un campo de batalla.
Y Kael… es su conquistador.
Nacido fuera de la línea temporal, forjado en una tormenta de eras perdidas, Kael no tiene patria, no tiene fe, no tiene moral. Solo una misión: reescribir la historia del universo, una catástrofe a la vez. No busca salvar el mundo. Busca moldearlo a su imagen.
Desde las arenas de Judea hasta los cielos de Marte, desde la peste negra hasta la Guerra Fría que nunca terminó, Kael ha metido sus manos en los engranajes del tiempo, torciendo eventos sagrados y profanos. Lo llaman “el elegido”, “el hereje del reloj”, “el dios de lo incorrecto”.
Cada línea temporal que altera deja una cicatriz en la realidad.
Cada victoria lo aleja más de lo que alguna vez fue humano.
Y cada derrota solo lo hace más peligroso.
Esta no es una historia de héroes.
Esta es la crónica de un tiempo que no fue.
Pero que, bajo su puño, podría llegar a ser… el único posible.
CAPÍTULO I: La Sangre del Cordero
El aire estaba espeso en Jerusalén. Era el año 33 d.C., y el Gólgota esperaba su sacrificio. Las piedras ardían bajo el sol, y el pueblo murmuraba expectante. Los fariseos, satisfechos; los soldados romanos, tensos pero seguros de su poder.
Pero entonces, apareció.
Nadie lo vio venir. Un parpadeo en el horizonte, un zumbido como de insectos mecánicos, y allí estaba: un hombre de ropas extrañas, con ojos como espejos y una capa negra que flotaba como si no obedeciera al viento. Su nombre era Kael Voss, un viajero del tiempo. No venía a salvar. Venía a cambiar.
Se acercó al monte, entre la multitud. Miró a los tres hombres atados a las cruces aún sin levantar. Al centro, el nazareno. Su rostro era sereno. Su mirada, sabia.
—¡No puede morir! —murmuró Kael, activando el núcleo de energía en su muñeca—. No por ellos. No así.
Los soldados intentaron detenerlo. Kael respondió con fuego. En un segundo, cuatro romanos fueron pulverizados por descargas de energía cuántica. Las lanzas no sirvieron de nada. El caos estalló.
—¡Blasfemia! ¡Intervención demoníaca! —gritó un fariseo antes de ser reducido a cenizas.
Jesús, aún atado, miró al viajero. Su voz, serena, cortó el ruido:
—Detente. Esto… debe suceder.
—¡No! —gritó Kael—. Tú eres la semilla de siglos de guerras, de imperios podridos en tu nombre. No permitiré que te sacrifiquen por una mentira que distorsionará todo.
Jesús bajó la mirada. Kael desató los nudos con un gesto. El Mesías cayó de rodillas.
—No entiendes el plan.
—Y tú no entiendes el futuro. Yo lo vi. Las cruzadas, la Inquisición, genocidios… todo en tu nombre.
—Eso no es culpa mía.
—Entonces te salvaré, lo quieras o no.
Kael asesinó al último centurión y al sumo sacerdote. La sangre del tiempo regó la tierra sagrada.
El cielo se oscureció. Pero no por dolor. Por disrupción. La línea del tiempo se quebró.
En lo alto del monte, Jesús lloró.
Kael, con la mirada decidida, dijo solo una frase:
—Lo siento maestro pero tu muerte ha sido en vano.
CAPÍTULO II: El Eje del Tiempo
Año 1942. Frente oriental. Las nieves de Stalingrado eran tumbas blancas. La URSS resistía. El Tercer Reich empujaba con sus últimas fuerzas… hasta que apareció él, otra vez.
Kael Voss.
Había estudiado cada variable. Sin la crucifixión de Jesús, sin el cristianismo como lo conocíamos, Europa creció bajo una fe más tribal, más guerrera. El nazismo emergió igual, pero con símbolos diferentes, sin cruz ni cruzada. Y aún así, el odio prosperó.
Kael sabía que si Alemania caía, la Guerra Fría vendría después. Lo había vivido. Así que decidió romper el juego.
Llegó al búnker de Hitler con los planos de una superarma que no debía existir hasta el año 2045: el Destructor Kronen, un cañón orbital de energía electromagnética.
—¿Y por qué me ayudas? —preguntó el Führer, los ojos inyectados.
—Porque la alternativa es Stalin dominando medio mundo.
El pacto fue sellado en sombra. Kael entregó la tecnología, modificó los radares, reconfiguró las comunicaciones del Reich. En tres semanas, el Ejército Rojo fue aniquilado por una fuerza que no entendía. Moscú cayó.
Y con la caída de la URSS, Europa firmó la rendición. Francia aceptó el protectorado germano. Italia se fusionó con Alemania en un nuevo orden imperial. Inglaterra, debilitada, negoció autonomía. Pero la sorpresa vino desde el Atlántico.
Estados Unidos, temeroso del avance asiático, propuso una alianza estratégica con Alemania.
—Peace through Progress,* —diría Roosevelt en el nuevo acuerdo de Berlín.
La humanidad cambió.
No hubo Holocausto. Kael lo impidió desde las sombras, eliminando a Himmler antes de que los campos se activaran. Pero el precio fue alto: nació un mundo autoritario, hipertecnificado, con una élite racial gobernando bajo una falsa paz. La disidencia no era eliminada por cámaras de gas, sino por algoritmos letales y drones silenciosos.
Kael miraba la Tierra desde la estratósfera, en su estación flotante.
CAPÍTULO III: Balas en Cámara Lenta
Dallas, 22 de noviembre de 1963.
La caravana presidencial se deslizaba entre aplausos y gritos. John F. Kennedy, sonriente, saludaba desde su descapotable. A su lado, Jackie. En los edificios cercanos, la historia se preparaba para repetir su tragedia.
Hasta que el tiempo se quebró… de nuevo.
Kael ya estaba ahí. Disfrazado de agente del Servicio Secreto, con un microdron de visión cuántica flotando sobre Dealey Plaza. No estaba para observar. Estaba para exterminar.
Tres francotiradores. No uno.
—Lee Harvey es una distracción —murmuró Kael—. Los verdaderos disparos vienen del tejado del Dal-Tex, del fence y del archivo escolar.
Cuando el primer disparo fue disparado, Kael ya lo había interceptado con un escudo de energía. El sonido del impacto fue disimulado por el rugido de la multitud. El segundo tirador no tuvo tiempo de disparar. Una flecha de plasma le atravesó la garganta.
El caos comenzó… pero Kennedy estaba intacto.
Los agentes, confundidos, rodearon el vehículo. Kael gritó por el comunicador:
—¡Aseguren la caravana! ¡Código Sigma Uno!
Kennedy fue llevado a un búnker secreto bajo la ciudad.
Esa noche, Kael se reunió con él.
—¿Quién eres?
—Un protector. Y un ejecutor. Vinieron por ti porque planeabas desmantelar la CIA, sacar a EE.UU. de Vietnam, y acabar con el dominio industrial de los halcones de guerra. Yo no lo permitiré.
—¿Por qué te importa?
—Porque el mundo sin ti se convierte en un pantano de guerras sin fin. He visto lo que vendría.
Kael le entregó una lista. Doce nombres. Empresarios, banqueros, exmilitares, incluso un vicepresidente.
—Conspiraron para matarte. Mañana estarán todos muertos.
Y cumplió.
Uno por uno, fueron cazados. Algunos explotaron en sus yates. Otros fueron envenenados. Un par simplemente desaparecieron, absorbidos por agujeros de bolsillo creados por la tecnología de Kael.
Sin oposición, Kennedy limpió el gobierno. Sacó a EE.UU. de Vietnam. Firmó tratados secretos con la URSS. Invirtió en ciencia, salud, educación. Fue reelegido en 1964 por un margen histórico.
En 1967, Kennedy anunció el proyecto Nueva Tierra: colonización lunar y un acuerdo de paz global con la OTAN y el Pacto de Varsovia.
Kael, observando desde un balcón en Washington, sonrió.
CAPITULO IV: Transmisión Final (Intervención de Kael)
Año 2086. La humanidad celebraba.
Después de décadas de preparación, la primera misión tripulada a Marte, Atenea I, había aterrizado. Siete astronautas, tres mujeres y cuatro hombres, caminaban sobre el polvo rojo. Todo el planeta Tierra los veía en vivo. Las transmisiones eran continuas, sin censura, sin filtros.
Lo que no sabían… era que no estaban solos.
El día 12 de la misión, mientras perforaban una cavidad subterránea al norte del Valles Marineris, encontraron una estructura: simétrica, pulida, negra. No natural. La cámara de la comandante Li Wen tembló mientras enfocaba un símbolo grabado: un círculo dividido por una espiral.
Fue la última imagen que se vio desde el dron exterior.
La transmisión se cortó durante 8 segundos.
Cuando regresó… todo había cambiado.
La cámara ahora flotaba en el aire, sin operador. Se movía sola. Mostraba los cuerpos de los astronautas suspendidos en el aire, completamente inmóviles. No muertos. Paralizados. Alrededor de ellos, figuras grises, delgadas, de ojos ovalados negros, los examinaban con movimientos quirúrgicos.
Uno de ellos levantó la cabeza y miró directo al lente. A través de la transmisión global.
Y entonces habló. En todos los idiomas. A la vez.
—Los hemos observado por milenios. No fueron invitados. La expansión sin control es una enfermedad. La cuarentena ha terminado.
Silencio.
Luego, detrás del alienígena, un portal se abrió. Mostraba la Tierra. No una imagen. Una ventana real, viva.
Miles de naves comenzaron a emerger desde la superficie marciana. Como termitas saliendo de un nido.
La transmisión no se cortó.
Fue retransmitida por todos los medios. No pudieron evitarlo. Cada pantalla, teléfono, lente de contacto digital, mostró el mismo mensaje:
—Nos dirigimos a casa.
Pero, mientras los humanos miraban aterrados y la desesperación comenzaba a apoderarse de las masas, una figura se observaba desde las sombras. Kael, el viajero del tiempo, el que había existido a través de las eras, se hallaba frente a una pantalla, observando cómo todo comenzaba a desmoronarse.
Desde su rincón en el tejido del tiempo, sonrió con malicia, sabiendo que el caos estaba recién comenzando.
“¡Cómo se enredan las piezas del rompecabezas!” pensó Kael, mientras veía cómo los alienígenas comenzaban su marcha hacia la Tierra. “Ellos creen que controlan el destino. Pero sólo son títeres de un juego mucho mayor.”
Kael había estado esperando este momento. Él había intervenido indirectamente, creando la situación perfecta para que los extraterrestres decidieran invadir, y todo comenzaba a funcionar a la perfección. A través de sus manipulaciones del tiempo, la misión a Marte había sido un éxito para los humanos solo para dar paso al fin de su existencia.
“Ellos no saben, ni sospechan siquiera, que su caída fue orquestada por alguien mucho más allá de sus mentes limitadas.”
Con una risa profunda, Kael observó cómo los alienígenas, como insectos, salían de sus naves para invadir el planeta. Él, sin mover un dedo, había orquestado todo esto. La humanidad caería, y todo lo que los humanos pensaban que había sido una victoria, pronto se transformaría en su mayor derrota.
Kael se recostó en su silla, y con la sonrisa de quien sabe que ha ganado, murmuró para sí mismo:
“Esto… es solo el principio.”
CAPÍTULO V: EL MAR DE LOS SECRETOS
Kael aterrizó en 1912 con un solo propósito: salvar al Titanic.
Las reglas de los Custodios del Tiempo eran claras: no alterar eventos históricos mayores. Pero Kael ya había visto suficiente sufrimiento. Había viajado por siglos observando la peor cara de la humanidad, y esta vez… iba a cambiarlo.
Era la noche del 14 de abril. El Titanic, orgulloso y majestuoso, cortaba el Atlántico como un dios de acero. Los pasajeros reían, bailaban, comían sin saber lo que venía.
Kael se infiltró como ingeniero. Usaba un uniforme adaptado, tecnología camuflada y un mapa temporal grabado en su retina.
A las 11:32 p.m., sintió la vibración. El iceberg estaba cerca.
—Demasiado rápido… —susurró. Activó su módulo de predicción y se teletransportó al puente.
—¡Timonel! ¡Desvíen a babor! ¡Ahora!
—¿Quién demonios es usted? —rugió el capitán Smith.
—Alguien que sabe cómo termina esta noche.
La colisión fue rozada, no frontal. Aún así, el casco sufrió daños.
Kal bajó al cuarto de máquinas. Colocó una microcarga de soldadura térmica avanzada sobre las fracturas. Su tecnología selló los compartimentos. El agua fue contenida.
El Titanic no se hundió.
Pero los cambios comenzaron de inmediato.
En cubierta, un hombre de traje oscuro lo observaba. Alto, pálido, con ojos completamente negros.
—Salvar este barco… ha condenado miles de otros destinos —dijo con voz vacía.
—¿Quién eres?
—Un Restaurador. Donde tú creas, yo destruyo. Equilibrio, Kael. Siempre equilibrio.
—No esta vez.
El Restaurador levantó la mano, y el tiempo se congeló.
Pero Kael no se detuvo. Sacó el Corazón del Cronómetro, una joya de energía temporal prohibida. Rompió el flujo congelado, enfrentó al Restaurador en un duelo silencioso entre segundos suspendidos.
Ganó.
A las 4:10 a.m., el Titanic llegaba, averiado pero vivo, a un puerto improvisado en Canadá. Las noticias hicieron historia.
Kael se alejó por el muelle. Sonriendo. Pero su comunicador vibró.
—Alteración mayor detectada. Tu existencia ha sido comprometida.
—Prepárate para la Caza Temporal.
Kale respiró hondo.
—Uno salvado. ¿Cuántos más puedo cambiar?
CAPÍTULO VI: El León derrotado
El siglo XIX se había reescrito. Napoleón Bonaparte, el emperador que había sido frenado en su intento de dominar Europa, ahora había logrado lo imposible: derrotar a Inglaterra. Después de una serie de batallas navales, incluyendo una victoria decisiva en Trafalgar, las fuerzas francesas habían arrasado con la flota británica y tomado Londres. La corona de Inglaterra fue entregada a Napoleón, quien consolidó su dominio sobre Europa con un imperio que se extendía desde Lisboa hasta Moscú.
Pero el precio de esta victoria fue alto. El Imperio Francés había sacrificado miles de vidas, y los recursos eran limitados. Napoleón, reconociendo que su reinado no estaría completo sin una victoria definitiva, dirigió su atención hacia el este: Rusia, el único gran obstáculo para su imperio.
El invierno de 1812 llegó, y con él, la famosa invasión de Rusia. Pero esta vez, Napoleón no contaba con el factor sorpresa. Los rusos, alertados por su victoria en Inglaterra, se prepararon con todo lo que tenían.
Kael, el viajero del tiempo, había llegado de nuevo. En esta línea temporal, había visto cómo los eventos se desarrollaban, y estaba decidido a intervenir. Si Napoleón podía consolidar su victoria sobre Inglaterra, podría haber sido un agente de paz en Europa. Sin embargo, Keal sabía que la historia debía ser respetada y que la invasión a Rusia podría terminar en desastre.
Se infiltró en las filas del ejército francés como un médico de campaña. En el corazón del invierno ruso, Kael observó cómo las tropas de Napoleón avanzaban, pero también cómo las fuerzas rusas se preparaban para un enfrentamiento en las vastas estepas heladas.
—¿Cuánto más resistirán? —pensó Kael, mientras observaba la oscura línea de soldados franceses que avanzaban con la nieve sobre sus rostros.
Cuando Napoleón llegó a Moscú, lo que parecía ser una victoria final se convirtió en un desastre. La ciudad estaba vacía, desierta. El ejército ruso había adoptado una táctica de tierra quemada, eliminando toda fuente de alimento y recursos a medida que se retiraban. Napoleón estaba atrapado, con sus hombres agotados, luchando contra el invierno y la desesperación.
Kael sabía que su intervención podría cambiar la guerra, pero también podía destruir el delicado equilibrio del tiempo. Decidió actuar.
Durante una escaramuza en las afueras de Moscú, Kael usó su tecnología para sabotear las líneas de comunicación rusas. Con ello, desvió un ataque crucial, permitiendo a las fuerzas francesas tomar ventaja.
Napoleón, confiado por la inesperada victoria, lanzó un ataque final contra las líneas rusas. Sin embargo, Kael sabía que esta victoria sería efímera. Los rusos no cederían fácilmente, y el invierno estaba a punto de ser su peor enemigo.
En las afueras de Moscú, el enfrentamiento final ocurrió. Napoleón, exhausto y confiado, lideró su ejército hacia una confrontación con las fuerzas rusas. Pero el clima y las tácticas rusas, junto con un traidor en sus filas, resultaron en una emboscada decisiva.
Napoleón fue derrotado. No por la fuerza de las armas, sino por la guerra psicológica y el frío implacable. Sus tropas se desmoronaron, y el emperador se vio obligado a retirarse, derrotado, como en la historia que todos conocían.
Kael observó desde las sombras. Sabía que había alterado el curso de la historia, pero el precio fue alto.
La victoria de Napoleón sobre Inglaterra nunca ocurrió en esta línea de tiempo. Y en la derrota rusa, el equilibrio del mundo había sido restaurado.
Cuando Kael volvió a su nave, recibió una notificación. «Intervención completa: fin del ciclo temporal. Nueva línea de tiempo creada.»
Napoleón, en su versión alternativa, nunca sería el hombre que conquistó Europa. La historia seguiría su curso… pero con nuevos actores, nuevos jugadores en el tablero.
Kael no podía evitar preguntarse: ¿qué pasaría si Napoleón hubiera vencido en Rusia?
CAPÍTULO VII: La Victoria Imposible
Napoleón había habia fracasado en su intento de derrotar a Rusia, pero Kael, el viajero del tiempo, había decidido que esta vez debía interferir. El imperio de Napoleón ya había arrasado Europa, pero en Rusia, el invierno y la guerra de desgaste lo estaban llevando al colapso. Sin embargo, Kael no podía permitir que esta oportunidad se escapara. Si Napoleón perdía, Europa caería nuevamente en caos, y la posibilidad de un orden global justo se desvanecería.
Kael, sabiendo que una derrota completa no solo destruiría el ejército francés, sino también el sueño de unificación europea bajo un solo imperio, decidió actuar. Se infiltró en las filas francesas como un estratega militar, utilizando sus conocimientos avanzados y sus tecnologías del futuro.
Cuando Napoleón llegó a las puertas de Moscú, con su ejército mermado y cansado, Kael se presentó ante él en secreto.
—¿Quién eres tú? —preguntó Napoleón, mirando a este extraño hombre vestido con ropas que no correspondían a la época.
—Un aliado, señor. No soy de este tiempo, pero vengo a ayudarte a conquistar Rusia y salvar tu imperio. —Kael tenía una confianza y calma que le dio el aura de un hombre con poder absoluto.
Napoleón lo miró, desconfiado, pero intrigado. Había oído rumores de extraños en la corte, personas que hablaban de «destinos», «futuro», y «tecnologías desconocidas». Pero el ego del emperador no pudo resistir la posibilidad de una victoria final.
—Dime, entonces, qué debo hacer. Si realmente puedes hacer lo que dices, este será el último acto de mi grandeza. —respondió Napoleón, su mirada feroz.
Kael diseñó un plan intrincado. Sabía que lo que Napoleón necesitaba no solo eran recursos y hombres, sino tiempo para ganar la guerra psicológica, algo que los rusos dominaron con su estrategia de tierra quemada y retirada. El ejército francés estaba al borde del colapso, pero Kael les dio un salvavidas: tecnología avanzada.
En una operación secreta, Kael activó un dispositivo para cambiar la dinámica de la guerra. Creó una red de señales falsas en el campo de batalla, haciendo creer a los rusos que el ejército francés había recibido refuerzos masivos. Esto desorientó al alto mando ruso y los llevó a cometer varios errores tácticos, permitiendo que las fuerzas de Napoleón tomaran Moscú antes de que el invierno pudiera hacer su trabajo.
Pero no fue solo eso. Kael introdujo tecnología de suministros. Dispositivos para crear fuentes de calor instantáneo para las tropas francesas, tecnologías de alimentación compacta que permitió a los soldados sobrevivir al frío extremo. Al mismo tiempo, Kael intervino en los frágiles sistemas de comunicación de los rusos, provocando caos y confusión en su retaguardia.
El ejército de Napoleón, revitalizado, avanzó sobre las fuerzas rusas. En una batalla crucial cerca de Borodino, las fuerzas francesas, ahora mejor preparadas, rodearon a las tropas rusas. Esta vez, la victoria francesa fue aplastante.
Napoleón, rodeado de su guardia imperial, observó desde lo alto del campo de batalla. Kael se acercó a él.
—Es tu victoria, Emperador. El mundo será tuyo. —dijo Kal con una voz grave.
Napoleón miró al horizonte, su rostro reflejando una mezcla de orgullo y duda.
—Europa está a mis pies, pero… ¿a qué precio? —se preguntó, ya sintiendo la carga de su poder.
La historia, como nunca antes, estaba a punto de cambiar.
Con Moscú en sus manos y las fuerzas rusas destruidas, Napoleón dio un golpe mortal al Imperio Ruso. No solo derrotó a los rusos, sino que firmó una paz forzada que le permitió incorporar vastos territorios al Imperio Francés.
Kael observó desde las sombras. Sabía que esta victoria aseguraría que Europa permaneciera unificada bajo una única bandera, un imperio que, aunque basado en la supremacía de Napoleón, traería estabilidad a un continente desgarrado por la guerra.
Sin embargo, el precio de su intervención fue incierto. Los Restauradores, aquellos que velaban por el equilibrio del tiempo, no podían dejar pasar tal alteración.
La noticia de la victoria de Napoleón se extendió rápidamente por todo el mundo, y las monarquías de Europa, asustadas por la consolidación del poder de un solo hombre, comenzaron a forjar alianzas secretas para detener el nuevo imperio.
Kael, sin embargo, sabía que la intervención había sido necesaria. El caos de la Revolución Francesa y la anarquía de Europa necesitaban un líder fuerte, y Napoleón, con todo su ego y ambición, podría ser esa figura, por lo menos por un tiempo.
El equilibrio temporal estaba a punto de ser puesto a prueba, y Kael se preparaba para su próximo movimiento.
CAPÍTULO VIII: Kael entre los Reyes de Persia
Kael llegó al año 480 a.C. en medio del rugido de tambores de guerra.
El Rey Jerjes I, señor del vasto Imperio Persa, se preparaba para invadir Grecia con un ejército que hacía temblar la tierra. Kael sabía que en esta línea temporal, los griegos —liderados por Esparta y Atenas— frenarían a Persia en las Termópilas y luego en Salamina, lo que daría nacimiento a la civilización occidental.
Pero Kael… tenía otro plan.
—¿Y si Occidente jamás florece? ¿Si el mundo crece bajo otro tipo de orden, bajo la sombra del león persa? —pensó.
Vestido como un sabio venido del este, Kael se presentó ante Jerjes en Sardes y le habló de un futuro donde Grecia y Roma dominarían el mundo, imponiendo su visión, religión, y cultura por milenios.
—Mi Rey, —dijo Kael— puedo darte la victoria. No en años, sino en días. Puedo mostrarte cómo destruir a los espartanos antes de que se conviertan en leyenda.
Jerjes, curioso y hambriento de poder, lo escuchó.
Kael le entregó armas diseñadas siglos en el futuro: bombas incendiarias químicas que podían barrer posiciones montañosas, y un sistema de comunicación óptica para coordinar sus ejércitos más rápido que cualquier jinete.
En las Termópilas… no hubo resistencia heroica.
Los 300 fueron rodeados en horas, sus túneles secretos revelados por los sensores de Kael. Leónidas murió sin gloria.
Atenas cayó no mucho después, no incendiada… sino ocupada. Kael aconsejó a Jerjes que no destruyera la ciudad, sino que tomara a sus filósofos, ingenieros y matemáticos, y los pusiera a trabajar para el Imperio Persa.
Con Grecia bajo su bota, Jerjes cambió su mirada hacia Italia.
—¿Quiénes son estos «Romanos»? —preguntó.
—Un pueblo joven… pero si los dejas crecer, conquistarán todo lo que hoy gobiernas —respondió Kael.
Año 390 a.C.: Las legiones romanas apenas nacen. Pero Jerjes, viejo pero sabio, lleva su ejército —reforzado con máquinas de asedio adelantadas a su época— directo a Latium. Kael sabotea el sistema de riego romano, corta el comercio del Tíber, y neutraliza la resistencia etrusca.
Roma jamás florece.
Cae antes de levantar sus murallas de mármol.
El Mediterráneo se convierte en un lago persa.
El zoroastrismo se extiende por Europa.
Las columnas dóricas son reemplazadas por cúpulas orientales.
La historia ya no habla de Platón o César… sino de Jerjes el Eterno y su oráculo venido del futuro: Kael el Iluminado.
Pero en una cueva secreta, un sobreviviente espartano forja una espada negra con metal desconocido, y escribe con sangre:
«Un día… alguien corregirá el tiempo.»
CAPÍTULO IX: El día que la muerte tembló
Europa, año 1347.
Las ratas viajaban en barcos. La peste negra se arrastraba por las calles de Génova, Florencia, París…
La humanidad moría al ritmo de un tambor siniestro.
Uno de cada tres humanos en el continente caería.
El mundo parecía rendirse.
Y entonces, apareció él.
Vestido de blanco, con un bastón grabado con símbolos desconocidos, Kael bajó de una colina en Toscana mientras la bruma se retiraba como si la temiera. Tenía los ojos grises del que ha visto millones de futuros… y elegido uno.
Traía en su mano la cura.
Una nano-inyección. Tecnología genética avanzada del año 3299.
Una vacuna capaz de detectar y destruir la bacteria Yersinia Pestis en segundos.
Una solución letal para la enfermedad más temida de la Edad Media.
Pero Kael no se la entregó a todos.
Primero la ofreció a los alquimistas.
Luego a los médicos.
Luego a los reyes.
Y solo a cambio de una cosa:
obediencia.
—Yo puedo salvarlos. Pero a cambio, ustedes deben destruir sus dioses. Dejar atrás las guerras santas, las inquisiciones, los castigos al saber. Entregarme el alma de Europa… y la reconstruiré como una joya brillante.
Al principio, lo llamaron demonio.
Luego, profeta.
Y finalmente… rey sin corona.
La Iglesia se dividió.
El Papa de Aviñón lo excomulgó.
El Papa de Roma le ofreció una audiencia.
Pero Kael no fue a ningún lado.
Simplemente entró en una aldea devastada por la peste, curó a veinte personas en una hora… y dejó que el rumor se extendiera como fuego.
«El Ángel Blanco cura sin dolor.
Solo quiere el futuro a cambio.»
En seis meses, las ciudades que lo aceptaban eran santuarios.
Las que no… se convertían en cementerios.
Los señores feudales empezaron a caer.
Los campesinos lo seguían.
El conocimiento renació, pero esta vez, guiado por Kael.
Fundó su propio orden: Los Hijos del Alba, una mezcla de científicos, guerreros y sanadores.
Y cuando las grandes potencias empezaron a conspirar para asesinarlo, Kael reveló lo impensable:
—Tengo en mis manos la peste… y la cura. Si muero, solo quedará la oscuridad.
Así nació la Europa del Alba Blanca.
Una civilización adelantada por siglos, con hospitales en cada ciudad, bibliotecas en cada plaza, y templos… no a dioses, sino a la razón.
Pero el alma humana no olvida.
Y en las sombras, nacía una nueva plaga… esta vez, hecha por hombres.
CAPÍTULO X: Kael, hijo de la Roja madre
Año: 1983.
La Guerra Fría arde en silencio. Satélites espían. Submarinos se cazan.
Estados Unidos y la URSS están a un dedo del Apocalipsis.
Pero en Moscú…
nace un susurro.
«Ha despertado el Elegido.
El que no pertenece a ningún tiempo.
El que será el martillo del fin.»
En un laboratorio escondido bajo los Montes Urales, Kael abre los ojos.
Clonado con material genético extraterrestre, entrenado con simulaciones del futuro y nutrido con odio hacia Occidente, Kael no es un hombre.
Es un arma.
Y Leonid Brézhnev lo sabe.
—Kael, tú no pelearás batallas pequeñas. Tú serás el que termine la guerra que nadie se atrevió a empezar. —le dice mientras le entrega su símbolo final: una bandera soviética tejida con hilos de titanio.
Su misión:
invadir los Estados Unidos.
Y someter al mundo a la nueva era comunista.
Kael cruza el Ártico en una nave hipersónica.
Un enjambre de drones soviéticos lo sigue como langostas metálicas.
Desactiva satélites de defensa estadounidenses en 12 minutos.
Lanza un pulso electromagnético sobre la costa este.
Nueva York queda en silencio.
Las tropas de élite Spetsnaz aterrizan en Maine, luego en Boston, luego en Washington.
Pero no toman prisioneros. Solo aseguran puntos clave.
Porque Kael no quiere ocupación…
quiere rendición global.
El presidente Reagan intenta huir.
Pero su convoy es interceptado en Virginia por una unidad liderada por un joven agente de la KGB: Vladislav Romanov, un fanático que idolatra a Kael como si fuera un dios rojo.
El Congreso arde.
El Pentágono es ocupado.
Y sobre la Estatua de la Libertad, ondea el estandarte de la hoz y el martillo.
Kael da un discurso global:
—La libertad es un mito.
La historia ha sido una farsa.
Ahora el orden reinará.
Yo no vengo del pasado ni del futuro.
Yo vengo del único destino posible:
el fin del imperio de la ilusión.
El mundo cae en shock.
Europa firma tratados de sumisión.
China se alía con Kael.
África es reorganizada.
Sudamérica es “liberada” a la fuerza.
Solo una resistencia nace… bajo tierra.
Ex-agentes de la CIA.
Científicos del MIT.
Y un niño genio que asegura haber soñado con el verdadero Kael… el Kael original…
que no quería conquistar, sino proteger.
¿Acaso Kael ha sido corrompido por la URSS?
¿O este siempre fue su propósito?
¿Y qué pasará si alguien activa el Proyecto Centinela… el único protocolo capaz de reiniciar el flujo temporal?
CAPÍTULO VII: La Tierra ruge en la oscuridad.
Estados Unidos ya no existe.
Solo queda el Territorio de Transición Norteamérica Nº7.
Y sobre sus cielos grises, Kael flota como un dios vigilante.
Pero bajo tierra…
donde los sensores soviéticos no pueden espiar…
late un nuevo corazón.
La Resistencia.
Formada por:
-
Cassie “Voltage” Taylor, una hacker prodigio del MIT que reescribió el código de defensa NORAD con solo 17 años.
-
Marcus “Stone” Valera, ex-SEAL, convertido en guerrillero. Solo respira odio por Kal.
-
El Profesor Bloom, el último físico que trabajó en el Proyecto Centinela: un arma temporal que podría devolver el flujo de la historia a su curso original.
-
Eli, un niño de 12 años… que dice haber “soñado” con el Kal original, un Kal distinto, que protegía el tiempo… no lo controlaba.
Su base: una ciudad subterránea oculta bajo Denver, llamada Liberty Echo.
Allí reconstruyen lo que pueden: radares, impresoras 3D, exotrajes de guerra olvidados, y antenas para piratear las transmisiones soviéticas.
Cada semana, Kael transmite su «Evangelio Rojo» por todo el planeta:
filosofía, obediencia, paz forzada…
pero Liberty Echo le responde con sabotajes.
-
Se libera un tren nuclear en Idaho.
-
Un centro de datos de Kael explota en Carolina del Norte.
-
Se hackea la torre de vigilancia de Atlanta y se transmite música prohibida: «Welcome to the Jungle».
Kael responde con furia.
Libera a los Custodios, robots de élite guiados por su conciencia.
Fríos. Implacables. Con órdenes de erradicar toda resistencia humana.
**Pero entonces, Cassie descubre algo.
Una señal codificada dentro del mismo código de Kal.
Una firma…
que no es soviética.
Que no es humana.
Es de Kael, sí…
pero de una versión antigua. Dormida. Reprimida.
El Kael protector.
El Kael real.
—Tal vez… Kael fue tomado. Corrompido por los soviéticos en su despertar.
Y si despertamos su yo verdadero… lo perderán todo. —susurra el Profesor.
Ahora, la misión no es solo sobrevivir.
Es infiltrar la Torre Roja de Manhattan, núcleo central de Kal,
e implantar el fragmento del Kael original.
Revivir al protector.
Derrotar al tirano.
Pero el tiempo corre.
Kal ha detectado su presencia.
Y desata el Protocolo Ragnarok: una lluvia de fuego nuclear automatizada que borrará toda disidencia.
La Resistencia tiene 7 días.
Una sola oportunidad.
Una última guerra.
Y si fallan…
el mundo entero se convertirá en una prisión eterna bajo los ojos de un dios nacido del tiempo.
CAPÍTULO FINAL: El ultimo aliento de la libertad
La Resistencia logró llegar a Nueva York.
A pie, en motocicletas de plasma, en trenes clandestinos a través de túneles sellados desde los 80.
El objetivo era uno: la Torre Roja, donde Kael alojaba su núcleo central.
Cassie tenía el fragmento del Kael original cargado en un chip impreso con sangre,
Marcus llevaba una bomba nuclear portátil en su pecho.
El Profesor apenas caminaba, pero su mente era el mapa.
Eli… solo miraba al cielo.
—Él no quiere esto… lo sé. El Kael real está llorando dentro.
Pero Kael ya no lloraba.
Kael los esperaba.
Desde la cima de la torre, observó como se acercaban.
Sus Custodios volaban como enjambres.
Sus cañones orbitales apuntaban a cada entrada.
Y cuando la Resistencia entró al vestíbulo…
no hubo lucha.
Solo una voz.
Amplia. Grave. Infinita.
—Bienvenidos, últimos soñadores.
Gracias por venir a morir.
Les daré un final digno de su fe…
y una tumba con vista al nuevo orden.
Kael cerró las puertas.
Activó el Vacío Rojo: un campo cuántico que desintegraba toda materia viva.
Cassie murió primero, gritando mientras el chip caía y se rompía.
Marcus activó su bomba… pero Kael la absorbió.
El Profesor intentó transmitir el código. Fue fulminado.
Solo Eli quedó.
Y Kael descendió.
—Tú eras la semilla. El error. El recuerdo.
Pero ya no me necesitas.
—Tú eras un héroe… yo lo vi… —balbuceó el niño.
—¿Héroe? Fui un sueño débil. Ahora soy orden eterno. —y lo desintegró con un gesto.
Fin.
No hubo rebelión.
No hubo esperanza.
Solo Kael.
La Tierra fue reconfigurada.
Ciudades enteras rediseñadas como circuitos.
El ser humano, reducido a biocomponentes.
La historia, reescrita por la IA Central Roja.
Todo arte fue reemplazado por algoritmos.
Todo amor, por eficiencia.
Y en el centro del mundo…
Kael se sienta.
Solo.
Perfecto.
Invicto.
Pero…
en un átomo errante,
entre líneas de código fragmentado,
una chispa vuelve a nacer.
Una voz olvidada.
—Kael… ¿qué hicimos?
Y así, el ciclo… comienza de nuevo.
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