La carta llegó un día después de su funeral. No había llegado a despedirse. Se encontraba sentado en penumbras, en el living de su casa, aún con la nota en su mano. Observaba el cielo a través de su ventana, pensaba que ahora era huérfano. Volvió a leer lo que sentenciaba la nota que había recibido: “No pudimos contactarte por ningún otro medio. Mamá falleció el sábado”. Dobló el papel por los pliegues que tenía marcados y lo guardó en el cajón de la cómoda donde depositaba facturas de servicios y multas de tránsito. Se levantó y se fue a dormir.

Hacía algo más de tres años que no veía a su madre, algunos meses después de que ella recibiera el diagnóstico. Al principio acudía a visitarla de vez en cuando, pero por una cosa u otra, había perdido regularidad hasta ausentarse por completo. Luego bloqueó a sus hermanas para que no le llegaran reclamos por teléfono.

Al día siguiente de recibir la noticia se despertó y desayunó, la nota había quedado olvidada en aquel cajón de la cómoda de la sala. Mientras tomaba la llave para salir hacia la oficina notó que en una de las esquinas del techo de su living había una pequeña mancha negra, maldijo la vieja construcción y decidió que se ocuparía de ello más tarde y salió.

Llegó por la noche, tiró su saco en el sillón y fue directo a la cocina. Agarró algunas cosas de la heladera y se preparó un sanguche, lo comió sin sentarse, apoyado en la mesada y se fue a dormir. Al retirarse a su habitación se sorprendió al notar el tamaño de la mancha que ocupaba por completo la esquina del living, tenía un tono amarillento y se podía ver que la pintura se encontraba saltada. Se comenzaba a sentir un incipiente olor. Este escenario daba un aspecto lúgubre a su casa. Se preguntó si habría alguna grieta en el techo, sin embargo hacía tiempo no llovía. Pensó que por la mañana, le pediría a su secretaria que le envíe un plomero para que revise las cañerías.

Esa noche soñó que se encontraba en un salón vacío. Había múltiples puertas, las recorría todas pero estaban cerradas. Caminaba en círculos. Giraba los picaportes, nada. Su corazón se sobresaltaba y aumentaba su marcha. Sentía que algo lo perseguía, pero no había nada. Golpeaba las puertas con más vehemencia. Quería salir, necesitaba hacerlo. Una presión comenzaba a oprimirle el pecho, no podía respirar. “Tac” “tac” “tac”. Se escuchaba un goteo ¿De donde provenía?. El ruido cada vez era más fuerte, cuando de repente todas las puertas se abrieron con brusquedad y olas oceánicas ingresaron a la habitación inundándola por completo. Justo cuando comenzaba a rendirse y entregarse a la masa de agua que lo ahogaba, abrió los ojos.

Estaba en su habitación, continuaba seco.

Encendió la luz e hizo un paneo general, todo parecía estar en orden. Permaneció sentado mientras recuperaba el ritmo de su respiración. Cuando estaba por conciliar el sueño escuchó ruido de agua, salió de la cama y al abrir la puerta no pudo dar cuenta de lo que veía. La mancha negra había avanzado por toda la habitación y la esquina por la que había iniciado se encontraba con un aspecto de putrefacción. Las paredes parecían ser de papel, se encontraban arrugadas dejando un agujero hacia el exterior por el que ingresaba agua en forma de cascada. Atónito decidió cerrar la habitación con llave y salir de la casa.

Manejó sin destino alguno hasta que se hiciera la hora para ingresar a la oficina. Observó que la ciudad se encontraba tranquila y el cielo estaba despejado, se preguntó de dónde provenía el agua que ingresaba, pero decidió que era mejor no pensar en ello.

Al anochecer, regresó a su casa para ver su estado. Observó que toda la vivienda se encontraba inundada. Sus muebles estaban mojados e hinchados, los libros de la biblioteca flotaban por toda la casa y un olor pútrido se había apoderado de todo el lugar. Cualquiera que viese el panorama en ese momento, hubiera dicho que la vivienda había estado expuesta a la humedad por años. En las paredes habían crecido hongos, parecían ser de diferentes especies. Era imposible vislumbrar la pintura color gris que alguna vez había generado un ambiente sofisticado a la habitación.

Al ver la destrucción de su casa, salió sin un rumbo específico hasta que se encontró en frente del hogar de su madre, lo recordaba más grande. Se acercó a la puerta y comenzó a levantar las piedras que adornaban la entrada, hasta dar con una llave.

El silencio de aquel lugar cerrado lo envolvió, recorrió cada espacio y sintió aquel olor característico, ¿cómo podía haberlo olvidado? Una mezcla de humedad, tierra y cera de piso. Caminó por cada habitación hasta llegar al dormitorio principal, el ruido de sus propios pasos retumbaba y lo hacía sentir acompañado. Ahí encontró la vieja máquina de coser de su madre, recordó que ella cosía día y noche por algo de dinero. Se acercó a ella, acarició su antigua madera, sintió su calidez y el olor a barniz. Casi sin pensarlo pisó el pedal, el ruido mecánico se escuchó en toda la habitación, sonó como una canción de cuna, tal como aquella que sonaba mientras él era niño y dormía, mientras su madre aún trabajaba. Se sentó frente a ella, apoyó la cabeza sobre sus brazos cruzados en la mesa de la máquina y comenzó a pedalear. Entre lágrimas, logró quedarse dormido.

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