El gancho izquierdo.

El gancho izquierdo.

Javito

13/04/2025

El olor a sudor rancio y linimento barato picaba en la nariz como un mal recuerdo. Las luces del gimnasio parpadeaban, amarillentas y cansadas, igual que los púgiles que se movían en la penumbra, sombras golpeando sacos inertes con la desesperación silenciosa de quien lucha contra algo invisible. Yo estaba en una esquina, con una cerveza tibia a medio beber y el cigarrillo colgando lánguidamente de mis labios, observando el espectáculo.

El boxeo. Siempre me había parecido una metáfora jodida de la vida. Dos tipos subiendo a un cuadrilátero, dándose de hostias hasta que uno cae, exhausto, derrotado, con la sangre goteando como lágrimas amargas. Y el público, esa masa informe, gritando, apostando, sedienta de ver el espectáculo, la humillación, la caída. Como en la puta calle, solo que con reglas, con un árbitro que los separa antes de que se maten del todo.

Hoy peleaba el Pato “El Martillo” Malone. Un tipo con una infancia gris, con la cara marcada por hondas cicatrices que parecían meandros secos y la mirada opaca de quien ha recibido demasiadas palizas en la vida. Lo conocía del bar de Sal, un tugurio donde la cerveza era barata y las penas se olvidaban a medias. El Pato bebía whisky como si fuera agua bendita y hablaba poco, pero sus ojos contaban historias de noches oscuras y puños rotos.

Lo vi calentando, sus músculos tensos bajo la piel curtida, moviéndose con una agilidad sorprendente para su edad. Cada sombra que lanzaba al aire era un eco de los fantasmas que lo perseguían, las derrotas, las promesas rotas, las mujeres que lo arruinaron y se fueron. El boxeo era lo único que le quedaba, ese cuadrilátero mugriento donde al menos podía controlar algo, donde el dolor era tangible y la victoria, aunque fugaz, le sabía a gloria barata.

Subió al ring con la misma resignación con la que uno se levanta cada mañana para enfrentarse a la mierda cotidiana. Su rival era un joven arrogante, con la frescura y la confianza ciega de quien aún no ha probado el sabor amargo de la derrota. El público rugía en el ambiente, la campana sonó y empezó la danza brutal.

Los golpes resonaban en el gimnasio como truenos secos. El Pato encajaba los jabs con la mandíbula de granito, su mirada fija en los ojos de su oponente, buscando una grieta, un resquicio por donde colar su castigo. No era un bailarín elegante, era un pegador tosco, de la vieja escuela, que confiaba en la potencia de sus puños.

Vi cómo la juventud y la velocidad del otro empezaban a hacer mella. El Pato sangraba por la nariz, su respiración se hacía más pesada, pero seguía avanzando, como un viejo león acorralado en la selva. En sus ojos no había miedo, solo una determinación sombría, la obstinación de quien no tiene nada que perder.

En el séptimo asalto, conectó un gancho izquierdo que hizo tambalearse al joven. Un golpe seco, brutal, nacido de la rabia contenida de años de palizas. El chico cayó a la lona como un saco de patatas. El árbitro contó hasta diez, pero ya no había nada que hacer.

El público gritó, enfervorizado. El Pato se quedó en su esquina, con la respiración entrecortada, el sudor emanando de sus sienes y la sangre goteando sobre el protector bucal, sin mostrar ninguna emoción. Había ganado otra pelea, sí, pero ¿qué significaba eso al final? Otra noche más, otro dolor superado, otra pequeña victoria efímera en la batalla de la existencia.

Bajé mi trago de cerveza, apague el cigarrillo en el suelo y salí del gimnasio. La noche de Barcelona era fría y húmeda. Las luces de la ciudad parpadeaban, igual de cansadas que las del gimnasio. Pensé en el Pato “El Martillo” Malone, solo en su habitación de mala muerte, lamiéndose las heridas, esperando la siguiente campana. Y pensé que, al final, todos éramos un poco como esos boxeadores, luchando contra sombras, recibiendo golpes, levantándonos una y otra vez, con la esperanza vana de conectar algún día el gancho izquierdo que nos saque de esta puta mierda. Pero la mayoría de las veces, solo recibimos más golpes. Y seguimos adelante. ¿Qué más podemos hacer ?

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