El Tejedor y la Araña (Obra en progreso)

El Tejedor y la Araña (Obra en progreso)

Draconarius

08/04/2025

Benjamín salió volando por el umbral de la casa de sus padres, interponiendo las manos en un intento por amortiguar la caída.

—¡No has traído más que deshonra al nombre de nuestra familia! —vociferó su padre, un hombre con un pulcro uniforme militar, con tantas canas como insignias en su casaca y un cuello imponente como un pedestal de mármol exhibiendo el busto de algún importante general.

—¡Nueve hijos! ¡Nueve! Ocho de ellos se enlistaron en el ejército y lograron construir carreras sólidas en puestos importantes, sirviendo y protegiendo a nuestra patria… ¡y luego estás tú! —dijo su madre entre sollozos, con una mezcla de tristeza, enojo y decepción. Se secaba el torrente de lágrimas que corría por la comisura de sus ojos, acentuando las marcas del tiempo que, más que patas de gallo, a Benjamín le parecían las garras de un águila, aferrándose a su presa sin intención de soltarla. Irónicamente, encajaban bien con su nariz aguileña.

—En verdad lo intenté, pero no podía seguir ese camino. Sé que muchos hombres y mujeres de nuestra familia han sido felices y prósperos en el ejército, pero yo no… siento que estoy yendo en contra de mi naturaleza —repuso Benjamín con la desesperación y frustración propias de quien ha tenido la misma discusión cientos de veces, siempre con el mismo desenlace. Se levantó del suelo tras caer cuando su padre lo sujetó por el cuello de la camisa y lo lanzó de patitas a la calle.

—Sí, la culpa fue nuestra por no verlo antes. No tienes agallas ni para matar a una araña, aunque tu vida dependiera de ello. ¡Quería creer que con el tiempo madurarías, que con entrenamiento podrías volverte un hombre de bien! ¡Pero en lugar de eso, buscabas cada oportunidad para escaparte y perder el tiempo!

Con cada palabra, la voz de su padre se elevaba, al tiempo que las venas de su amplia frente se hinchaban, las palabras salían con tanta furia que la saliva volaba, marcando el rostro de su hijo, aumentando su incomodidad. Era un mal hábito que muchos le habían señalado, pero que él se negaba a reconocer, pues algo así sería impropio de un hombre de su posición.

—¡Pues perdone usted, señorito “no me importa romperle el corazón a mi familia con tal de ser feliz”! —espetó su madre—. Solo queríamos lo que creíamos que era mejor para ti: una carrera estable, una vida con significado y, ¿por qué no?, una esposa y un par de niños. ¡Si fuera por ti, te la pasarías todo el día leyendo, escribiendo esas malas rimas a las que tienes la osadía de llamar poesía o tejiendo como una abuelita!

—Gracias por decir que tejo como abuelita, mamá. No sabes cuánta práctica me ha costado llegar a ese nivel —respondió Benjamín con su característico tono sarcástico. Su lengua, afilada como daga, lo había metido en tantos problemas como de los que lo había sacado. Sin embargo, en el fondo, agradecía con genuino aprecio aquel comentario, aunque sabía que su madre no lo decía como un cumplido.

—Aprecio su preocupación por mi futuro y me alegra que las metas y sueños de mis hermanos encajaran con lo que ustedes tenían en mente, pero para mí no es así. Quiero una vida estable y con significado, sí, pero a mi manera.

Hizo una pausa y bajó la mirada con timidez antes de continuar, sintiendo cómo su rostro se encendía como un tomate y la calidez de una chimenea en invierno le invadía el pecho al recordar el día en que le regaló una bufanda tejida con sus propias manos a su vecina Maybelle.

—Y sobre lo de la esposa y los hijos… también los espero. Pero cuando llegue el momento, cuando sea mi elección.

—A pesar de lo decepcionante que me resultan tus decisiones, puedo respetar el hecho de que tomes las riendas de tu vida, pero deberás demostrar que puedes valerte por ti mismo— expresó en tono solemne —te pondré una prueba y si la pasas serás libre de hacer lo que se te de la gana con tu vida.

—Gracias papá, una oportunidad es todo lo que siempre he pedido— repuso con una sonrisa en su rostro y una mirada que brillaba con esperanza.

—No cantes victoria todavía jovencito — dijo mientras apretaba el puño y endurecía el corazón —te llevaré al bosque del ocaso y tendrás que sobrevivir allí un mes por tu cuenta, si lo logras tendré plena confianza en tu futuro, pero si no, entenderás que el mundo no es tan indulgente como tú crees y harás lo que tu madre y yo te decimos— su tono fue bajando poco a poco, hasta convertirse prácticamente en un murmullo, a pesar de intentar endurecer su corazón el gran amor que sentía por su hijo le hizo muy doloroso pronunciar cada palabra, a pesar de que su rostro no lo reflejara, esperaba que, al enfrentarse a un reto de semejante calibre, su hijo recapacitara y finalmente siguiera sus órdenes.

—¡El bosque del ocaso!, ¿has perdido la cabeza?, ¿cómo esperas que sobreviva a ese lugar? — inquirió su esposa con visible preocupación, mientras se ponía tan pálida como el lino de su vestido, modesto pero elegante— ese lugar está lleno de bestias salvajes, plantas venenosas, insectos gigantes y Dios sabe que más, ninguna de las expediciones que han ido en búsqueda de mithril han vuelto.

El rostro de Benjamín palideció casi tan rápido como el de su madre, las historias del bosque del ocaso y de los grupos de aventureros que habían encontrado su final allí lo aterraban, su corazón pareció saltarse un latido, pero cuando pensó en la idea de vivir atrapado en un destino ajeno, decidió que preferiría arriesgar la vida a vivir una que no fuera suya.

—¡Lo hare! — exclamo Benjamín, haciendo acopio de todo el coraje que tenía y recuperando poco a poco el color de su rosto, si debía morir, lo haría siguiendo su propia senda.

—¡No, no lo harás! ¿Es que a ninguno de los dos le importa si me matan de un infarto? — interrumpió su madre, sacando su abanico para ayudarse a respirar y sobreponerse del impacto de la insensates de su marido y su hijo.

—Pero…— repusieron al unisonó Benjamín y su padre, para ser interrumpidos por los golpes del abanico cerrado, con los cuales ella esperaba ajustar cualquier tornillo flojo que estuviera en sus cabezas.

—¡Pero nada! — sentencio finalmente — ¿en qué estabas pensando al siquiera sugerir en enviar a uno de nuestros hijos a una muerte segura? — dijo mientras señalaba a su esposo con el abanico, para después cambiar su objetivo rápidamente a su hijo — y tu Benjamín, ¿de todo que podías heredar del cabezadura de tu padre tenías que sacar su poco sentido común?, ¿cómo se te ocurre seguirle el juego? — si bien era podía ser tan inflexible como su marido, se enorgullecía des ser la voz de la razón cuando la situación lo ameritaba — vuelvan los dos a la casa, discutiremos este tema mañana después de que todos nos hayamos calmado.

Con expresión derrotada el padre de Benjamín era arrastrado a su estudio por su esposa, la cual tenia la expresión de una maestra que va a castigar a un alumno que se ha metido en graves problemas, su mano ejercía la presión de un alicate sobre la oreja de él, produciéndole un dolor que no era capaz de disimular, en todos sus años de vida y de servicio a la patria, nunca había conocido a un oponente mas formidable y temible que su mujer.

Con pasos desganados y una mirada de resignación en sus ojos, Benjamín subía las escaleras a su habitación, y por más que lo intentaba no podía dejar de pensar en lo que le había dicho su padre, si bien el chichón en su cabeza, producto del abanico de su madre, le recordaba lo peligroso que era el bosque del ocaso, también podía ser la oportunidad que tanto había anhelado para poder demostrar que, si bien era diferente al resto de su familia, no por eso era menos.

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