No miras.

Consagras.

El ojo es un calvario sin párpado,

una herida abierta en el tejido de la carne.

El iris, un laberinto de filamentos ardientes

donde lo que entra jamás regresa intacto.

¿Qué queda en la pupila cuando absorbe demasiado?

¿Cuando el ojo, insaciable, succiona lo que mira

hasta dejarlo hueco,

hasta vaciar la silueta de todo vestigio de sí?

Oh, pero la mirada es un hambre antigua,

un animal de sombras aferrado a la órbita,

mordiendo lo visto,

dejando marcas en los huesos del alma.

Y cuando te miro,

cuando nuestras pupilas se enredan

como tentáculos de un dios ciego,

comienza el festín.

Un destello.

Un vértigo.

Un eco de algo que fuimos

pero que ahora es devorado,

digerido en la negrura líquida

de estos pozos insaciables.

Ya no hay distancia entre nosotros.

Solo una fusión de espectros,

una simbiosis de pupilas carnívoras

devorando lo que queda de luz.

Mira dentro de mí.

Hunde los ojos en el pozo

y dime si aún ves tu reflejo

o si ya solo queda el eco de mi hambre.

Porque te amo.

Y por eso,

te devoro.

Etiquetas: poema

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