Muy temprano se aparecieron por mi casa los técnicos de un proyecto de inversión pública a cargo de mi trabajo, para salir de viaje a un centro poblado comunal junto con dos empleados de una ONG. De esas que con un nombre muy pomposo constituyeron algunos patas “pilas y muy moscas”, y que casi en secreto empezó a funcionar, supuestamente para realizar proyectos agropecuarios y otras muchas “vainas” más al interior de los pueblos comuneros marginados y excluidos del presupuesto del Estado, y que poco a poco gracias a la “caridad” de los países de “Gringolandia” que a manera de “pago” por todos los recursos naturales que en complicidad con la casta política nacional saquean al país, han logrado recibir ingentes cantidades de dinero y donde sus fundadores han ido progresando hasta convertirse en los nuevos ricos de las ciudades donde funcionan sus gananciosos emprendimientos.
El motivo del viaje fue que, previa petición de los directivos comunales debía dictarse un curso en gestión comunal y como esa es mi obligación laboral, por medio de mi jefe, me invitaron a facilitarla.
Cuando llegamos al pueblo, éste me encantó como sólo saben hacerlo los pueblos fundados hace más de 450 años, vía la reducción de los indios de los ayllus del lugar, en pueblos y villas de traza romana, es decir, plaza mayor, cuadras, casas, calles y solares a su alrededor, y un poco más allá el camposanto, pero al centro de todo, la antigua y casi derruida “Casa de Dios” con una o dos torres a los costados o separada de ella, donde se venera al Santo de su devoción.
Atraído por esa visión, con mucho placer me puse a contemplar el paisaje que iba apareciendo a medida que la niebla se iba lentamente despejando y cómo un tenue sol gateaba por las calles, las paredes y los techos de las casas, dejándome ver los hermosos paisajes que dibujan las chacras que junto a los bosques naturales, los pastizales y algunas lejanas casitas con techos de tejas se iban perdiendo de mi vista en la inmensidad de la cordillera añil que como las olas de un mar telúrico se perdían detrás de la circunferencia del mundo, y por encima de mí un pedazo de cielo muy azul que se mostraba entre unas nubes gordas y esponjosas que no amenazaban nada, porque las negras cargadas de relámpagos, rayos, truenos y lluvias llegarían por la tarde. Pero mientras tanto algunos vecinos trajinaban por sus silenciosas calles y por los caminos llenos de lodo ocupados en los afanes sin tiempo y sin apuros de sus bucólicas vidas.
Después de hacer algunas fotografías me fui a ver a los organizadores, para enterarme dónde se iba a dictar el curso y a quiénes, porque no veía a nadie. Me dijeron que no me preocupara por eso, porque pronto vería cómo “funciona la cosa”.
-Primero vamos a tomar el desayuno en aquella casa que es de la presidenta del Club de Madres y después iremos a la escuela donde en su aula más grande usted va dictar el curso. -Me refirió.
-Pero no veo que allí haya algún movimiento. -Le refuté.
-No se preocupe, ya verá que allí va a estar todo el pueblo.
-¿Este pueblo tiene mirador? -Le pregunté.
-¡Claro! Ve esa cruz que está allá arriba. -Me dijo señalándome un lugar en una colina. Aguzando bien la vista en más o menos la mitad de ella pude ver una cruz de madera que debía estar pintada de blanco, pero esa no. -Al final de esta callecita comienza el camino.
Desde ese lugar que se llamaba “Ccahuana Moq’o”, todo se veía más completo y más hermoso, y por eso pude hacerme la idea de cómo sería ese pueblo en tiempos más antiguos. Seguramente era más poblado y que por encima de todos sus habitantes estaría el cura doctrinero repartiéndolos en cofradías, imponiendo su moral y definiendo sus conductas y sus costumbres en torno a un calendario religioso y agrario sin faltar el angurriento corregidor gobernando sus pobres bolsillos.
De qué pueblos de la España medieval habrán llegado sus primeros habitantes, y aun después de mezclarse con los nativos aún conservan muchos de sus apellidos según consta en su padrón comunal. Estaba en eso hasta que vi que por el techo de la casa de la presidenta del Club de Madres comenzó a salir el humo de su fogón y al poco tiempo reparé que muchos de los moradores del pueblo se dirigían hacia ella, seguramente a por el desayuno y después de asistir al curso, volver para el almuerzo.
Cuando estimé conveniente bajar de ese lugar para desayunarme, ya en la plaza me encontré con un hombre que frisaría unos 60 años que tenía la pinta de un vasco, robusto, piel blanca, alto, cara triangular, nariz aguileña, pelo castaño claro y una enorme manzana de Adán en su largo cuello, yo por lo menos así los veo en las imágenes del Internet. Como me saludó a viva voz, pero sin amabilidad, con el mismo tono le respondí su cortesía, pero para saber algo más de él o del pueblo le pregunté si asistiría al curso.
-¡Yo no soy indio! -Fue su cortante respuesta, sin que quiera decir que tuviera un tono de menosprecio, como si simplemente dijera chinos, negros o gringos.
Para salir del aprieto en que me puso esa respuesta le alcancé mi mano diciéndole. “Bueno caballero, a sido un gusto conocerlo”. Y me respondió. “Arismendi para servirlo”.
Cuando llegué al lugar en una habitación aparte de los comuneros tenía un asiento reservado para mí y me alcanzaron un bistec de carne de cordero con papas nativas sancochadas y una deliciosa “uchucuta” y para rematar un café con humitas al horno. En medio de esa reunión le pregunté al presidente de la comunidad que estaba desayunando con nosotros, quién era ese Arismendi, me respondió que era un vecino que vive como cualquiera de los comuneros, pero de cuando en cuando se va a vivir a Lima, porque ahí tiene un hijo que se hizo “milluco” fabricando ropa en “Gamarra”.
-¿Es comunero? -Le pregunté lleno de curiosidad.
-Si él quisiera puede ser comunero como todos nosotros, pero no quiere empadronarse porque dice que no es indio. -Me respondió el secretario que también estaba con nosotros y agregó. -Por eso lo llamamos el “gringo”.
-¿Desde cuándo tiene esa petulancia? -Pregunté.
-Desde su abuelo que fue un famoso tinterillo que decía que todo el territorio de la comunidad es de los Arismendi, porque en el título de composición de las tierras comunales aparece el nombre de un tal Lázaro Arismendi y por eso asegura que esa persona que era su antepasado, ha compuesto todas estas tierras con el rey de España, y por eso nos va iniciar un juicio de reivindicación con uno de los mejores abogados de Lima y que cuando gane vamos a tener que pagarle por las tierras y los pastos que estamos poseyendo y lo mismo tendrán que hacer los comuneros que sin su autorización están sacando el cobre y el oro de las alturas de su propiedad. -Me respondió el presidente.
-¿Y ustedes que piensan de eso? -Pregunté al aire.
-¡Que está loco! -Respondió alguien.
-¿Todos estamos comiendo bistec? -Pregunté refiriéndome a los comuneros que estaban en el patio.
-No señor, ahí afuera están comiendo un rico picante de trigo con atajo acompañado de un buen jarro de ulpada con panes. -Respondieron a mi curiosidad, pero con un tono de “esa pregunta, ni se pregunta”.
Después del curso almorcé en el patio porque quería conocer muchos asuntos del pueblo, de la gestión comunal, la producción agropecuaria y su comercialización, la minería legal e ilegal, los sistemas de riego, la contaminación de las aguas por la actividad minera, los incendios de pastos naturales y algunas otras cosas más que quisieran contarme como sus cuentos y leyendas. Pero sobre todo tenía curiosidad de conocer si sabían que muchos de ellos eran descendientes de los vascos que durante la conquista y el virreinato emigraron de España. No sabían absolutamente nada de esto último, ni sabían que era ser “vasco” o “casco” o lo que sea, solo conocían que eran comuneros y campesinos peruanos, pero como ahora está de moda y resulta hasta beneficioso, también se consideraban indígenas hasta el tuétano y querían que como antes de Juan Velasco, su comunidad se llamara comunidad de indígenas y no de campesinos. “¡Todo lo que hizo el general Velasco estaba muy bien, pero en eso nomás la fregó!” Comentó alguien.
Cuando ya estábamos en “Huaccanapata” los empleados de la ONG junto a unos muchachos se aparecieron con plantones de manzanos que tenían guardados por ahí cerca y le entregaron tres a cada uno de los cursillistas y en medio de ese reparto se apareció el “gringo” Arismendi para decirme que se había enterado que yo era un abogado y que por favor le diera mi tarjeta porque quería hacerme una consulta. “No tengo tarjeta ni la necesito, porque todos saben dónde trabajo y si deseas visitarme para cualquier consulta estoy allí en horas de oficina”. Le hice saber.
-¿Señor, no podría decirle a sus amigos que me obsequien unos cuantos plantones a mí también? -Me preguntó sin suplicarme.
-No creo que te regalen nada, porque esos son solo para los indios. -Le respondí.
El lunes que volví a trabajar por curiosidad revisé el expediente administrativo para el reconocimiento oficial de esa Comunidad de Indígenas y leyendo su título de composición de tierras “del año del Señor de 1723”, en efecto aparecía el nombre de un tal Lázaro Arismendi, pero como encargado de medir las tierras materia de la composición y por eso junto al secretario, dependientes del Juez Delegado para la Medida, Remedida, Venta y Composición de Tierras en la Provincia de ….”, nombrado por el visorrey del Perú, daban cuenta de su labor en ese documento.
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