MUTABILIDAD Y DESTINO

MUTABILIDAD Y DESTINO

Sergio Neveu

10/04/2018

MUTABILIDAD

Y

DESTINO

– ¿Primera vez que visita este país? – le preguntó ríspidamente el agente de

la policía internacional.

– Efectivamente, lo es. Pretendo quedarme una semana que es el tiempo

estimado para la entrega de los premios del prestigiado concurso del cual

participé y, para mi sorpresa, fui declarado vencedor. – respondió con orgullo.

– Sorpresa es lo que expreso yo, señor. Por no decir, indignación. En su

documento consta que usted es de raza negra… No obstante, su color de piel

es…indefinido. No existe ningún trazo de negritud en su piel, – señaló

suspicazmente el agente. Este ser transparente debe tener segundas intenciones,

pensó, como provocar algún desastre o una burla a las impolutas autoridades tan

bien constituidas, por ejemplo. A continuación, lo tomó del brazo instándole a

ingresar a la “sala de entrevistas”, como era conocido el lugar de interrogatorios,

para obtener aclaraciones sobre la descarada falsedad racial.

– ¿Cuál es el motivo de este burdo engaño? – inquirió el desconfiado

agente. ¿Por qué se expone de esta forma, ingenua e insensata? – continuó sin

hacer una pausa, o aguardar la respuesta a la primera pregunta. Sinceramente,

¿se clasificaría como negro, valiéndose de la plenitud de sus facultades? –

enmendó en la secuencia.

– Si me permite, puedo esclarecer esta confusión desagradable e infundada.

Si usted no me ve negro, es porque no ve con el cerebro, ni usa el filtro del

corazón…

-¡No se burle y responda directamente a mis preguntas! Reclamó el

agente. ¿De dónde proviene usted? ¿Es de este planeta?

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– Sin duda señor. Y provengo de una familia numerosa, bien instituida,

reconocida por los vecinos y amigos como ejemplar, que me proporcionó el

cuidado de los cálidos brazos maternos y la seguridad de los abrazos paternos,

además de los consuelos y bromas por parte de mis innúmeros hermanos.

-¡Me refiero a su origen, a su contexto, a su ciudad, o a su barrio…! En fin, lo

que sea que me permita esclarecer sus intenciones. Le insisto en que hable sin

rodeos ¿me entiende? De lo contrario…

-Está bien, interrumpió amablemente el hombre, le explico que tuve

una infancia con moretones aquí y allá, pero sin grandes contratiempos, nada que

se pueda clasificar como anormal o disconforme; una adolescencia repleta de

espinillas, romances y rebeldía, como manda el libreto, aunque sin perder el

idealismo ni la flojera, o las contradicciones propias de la época…

-¡Basta! bramó el policía con voz amenazante, para luego preguntar

bruscamente: ¿Es casado o soltero?

– Casado. Tuve una adultez marcada por los puntos y comas de mis estudios,

así como por el romance armonioso y vibrante que culminó en casamiento

prematuro, como dijo mi madre al saberlo – Agregó el sujeto, con una pícara

sonrisa.

Sintiéndose burlado, el interrogador acotó desafiante – Y ha tenido una vida

“normal” seguramente…

– ¡Sin lugar a dudas! Las etapas de mi crecimiento me infundieron confianza,

dotándome de autoestima para cruzar cada día armado de experiencias que

acumulé en mi equipaje existencial, útiles para superar contingencias conocidas o

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desconocidas, como el primer día escolar. Todas mis actividades y acciones

ocurrieron dentro de la normalidad, o de padrones aceptados como tales. Mi visión

de mundo fue condicionada por la normalidad. Desventuras, desgracias y

disturbios no eran asuntos comentados en las tertulias o almuerzos de domingo

porque “alteran la digestión y elevan la presión”, según el patriarca. En ese

contexto se moldó mi espíritu y mi sentimiento de pertenencia: abrigado y

protegido de adversidades y maledicencias de todos los tipos provenientes de

cualquier persona.

El policía, un tanto avergonzado ahora de su suspicacia frente a, lo que

parecía ser, una buena persona, inquirió con tono de voz más calmo: ¿Podría

explicarme por qué el color de su piel no tiene tonalidad?

-Claro que sí, ese asunto en particular, abordado constantemente, merecía la

atención minuciosa de mis padres. No lo evitaron, al contrario, lo impregnaron en

mi consciencia porque lo reputaron relevante, significativo y normal. Por causas

desconocidas, inclusive para los genetistas, durante mi gestación el cromosoma

que determina la pigmentación de la piel, sufrió una mutación al modificar su

composición dejando de captar y transmitir el color original de la piel de mis

padres, que son negros de hecho y derecho. Tengo ausencia de las dos

variedades de melanina, marcadamente de la eumelanina que es la que contiene

el color café/negro. De esta forma, nací incoloro, sin pigmentación alguna que

pudiera definir mi color, hecho que fue descrito como “normal” por el médico que

atendió el parto, argumentando que, en la lotería genética, se podía acertar o no,

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pero como se trataba de algo fortuito, cualquier resultado podía ser considerado

“normal”.

-¡Pero su pasaporte indica raza negra! Exclamó nuevamente impaciente el

uniformado.

– Es que así lo interpretaron todos los componentes de la numerosa familia,

porque la afirmación fue proferida por un catedrático de sabiduría incontestable.

Tanto lo respetaban que, a la hora del registro, me clasificaron como siendo de

raza negra.

-Pero yo no lo “veo” así… dijo el oficial, como reflexionando para sí mismo.

-Desde bien temprana edad, mi padre me comentó que no debía fiarme de lo

que mis ojos me mostraban, continuó entusiasmado el hombre, debido a que “el

órgano que realmente ve es el cerebro al cual, al envés de imágenes, le llegan

impulsos eléctricos que decodifica para formar una imagen colorida. Por lo tanto,

debes ver con el cerebro y no con los ojos, puesto que tus células raciales

indelebles se encuentran en tu corriente sanguínea que las transporta hasta el

corazón, donde se depositan placenteramente, ya que nunca falla en su veredicto:

es infalible. Tu ADN contiene el código correcto – que es lo que el corazón ve –

aunque en tu caso vino monocromático – que es lo que los ojos de los que tienen

el corazón ciego, ven” –exponía con sabiduría y serenidad. Dada la reiteración del

argumento, me convencí de su verosimilitud, más aún porque el entorno donde

viví, jamás hizo distinción en relación a mi cristalinidad en contraposición a la

negritud de la familia.

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Mantengo una coexistencia normal con las personas de mi entorno,

independiente de su tonalidad. Todos me consideran negro, porque me ven con

los ojos del alma y me interpretan con el prisma del corazón. Si a los ojos de los

otros soy así, sin duda que mi consciencia es negra y el color de mi piel, una mera

formalidad. Mi corazón me lo refuerza a cada batimiento… Por lo tanto, en función

del dominio absoluto de la “normalidad” en el seno familiar y en el ambiente que

me rodeó, mi diferencia de pigmentación sucumbió ante la capacidad de ver del

cerebro, endosada por la aceptación del corazón.

-Es que me cuesta creerlo, usted no es de ese color…replicó débilmente el

interrogador.

-No se deje traicionar por el sentido de la visión. Es un paradigma que usted

puede superar si se lo propone – le dijo al agente, ofreciéndole una oportunidad de

cambiar sus referencias arraigadas y condicionadas por la convicción usual de que

vemos con los ojos. Para demostrar, expuso fotografías que corroboraban su

meticulosa explicación. Ahí estaba él en los brazos de sus padres, hermanos y

vecinos negros, su esposa negra y, el motivo de lo prematuro de su casamiento,

su hijo negro. Todas reveladas en suaves matices de blanco y negro para

destacar la similitud de las facciones y eliminar la inexistente diferencia cutánea.

También su certificado de nacimiento donde constaba el color de su piel al nacer.

Pruebas contundentes e incontestables, ante las cuales el desconfiado agente

policial se curvó para mantenerse silente en la secuencia.

Convencido, no tuvo otra alternativa que darle la bienvenida oficial con una

sonrisa amplia y sincera en su rostro.

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–“Aprendí a ver prescindiendo de la vista” – mencionó mientras timbraba su

pasaporte.

Una ovación lo recibió en el instante en que su nombre fue mencionado como

ganador del riguroso concurso poético que premiaba a los más virtuosos vates del

mundo. Un silencio ensordecedor se sintió en la secuencia, cuando dedicó su

premio a su negra familia para concluir que, “al igual que la poesía, mi color de

piel debe ser “vista” con los sentimientos”.

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