Elías avanzaba por el bosque, siguiendo el curso del río que serpenteaba hacia la montaña distante. A medida que se acercaba, la atmósfera parecía cambiar. El aire se volvía más denso, como si la montaña misma estuviera cargada de energía. Los árboles que antes eran amigables y acogedores, ahora parecían vigilarlo con ojos invisibles. El sendero que seguía se volvía cada vez más estrecho, como si el bosque quisiera retenerlo, mantenerlo dentro de sus límites.
Al llegar a la base de la montaña, Elías se detuvo y miró hacia arriba. Una grieta en la roca parecía llamar su atención, como una entrada secreta al corazón de la montaña. Un escalofrío recorrió su espalda, pero, armado con la determinación de descubrir lo que estaba oculto, comenzó a ascender.
A medida que subía, las sombras parecían alargarse a su alrededor, y una extraña sensación de estar siendo observado lo acompañaba. Sin embargo, no se detuvo. Sabía que estaba cerca de encontrar lo que el bosque le había prometido.
Finalmente, llegó a la entrada. La grieta en la roca se ensanchaba, revelando un pasaje subterráneo, oscuro y profundo. Elías encendió una antorcha que había encontrado a lo largo del camino y se adentró. La temperatura descendió, y las paredes de la cueva se cubrían con extraños símbolos que brillaban débilmente con un resplandor azul.
A medida que avanzaba, comenzó a escuchar un susurro. Era una voz, una que no podía entender pero que resonaba en su mente. “Elías… has llegado… lo que buscas está cerca…” La voz era suave, pero llena de una presencia ancestral.
Elías siguió el eco de la voz, guiado por la intuición. Pronto, llegó a una sala enorme, donde una piedra gigante se alzaba en el centro, rodeada por una especie de círculo de luz. En la superficie de la piedra había más símbolos, pero estos parecían moverse y cambiar, como si estuvieran vivos.
Cuando Elías se acercó, la piedra comenzó a brillar con una intensidad cegadora. La luz lo envolvió, y una sensación de poder recorrió todo su ser. Una energía antigua se despertó en él, algo profundo y primordial, como si la propia esencia del bosque hubiera entrado en su cuerpo.
“Este es el legado del bosque”, dijo la voz, ahora clara en su mente. “Este poder ha estado esperando a alguien digno de recibirlo. Tú, Elías, has sido elegido para proteger el equilibrio entre los mundos. Con este poder, podrás escuchar las voces del bosque, entender sus secretos y proteger su sabiduría. Pero debes tener cuidado, porque con el poder viene una responsabilidad…”
Elías sintió cómo la energía recorría su cuerpo, dándole una fuerza y comprensión que jamás había imaginado. Su mente se llenó de imágenes del bosque en su totalidad, de los árboles, los ríos y las criaturas, y entendió que todo estaba conectado, que todo tenía un propósito.
Pero también vio algo más. Una sombra, algo oscuro que se acercaba al corazón del bosque. Una fuerza que quería corromper la armonía de la naturaleza y destruir el equilibrio que Elías había jurado proteger.
Con este nuevo poder y conocimiento, Elías sabía que su viaje no había terminado. Ahora tenía una misión: proteger el bosque y su legado, y enfrentar la amenaza que se cernía sobre él.

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