Elías descendió por el pasadizo, cada paso resonando en la oscuridad. A medida que avanzaba, el aire se volvía más frío y el resplandor azulado se intensificaba, iluminando las paredes de piedra que lo rodeaban.
Finalmente, llegó a una gran cámara subterránea. El lugar era vasto, con columnas gigantescas que sostenían el techo. Las paredes estaban cubiertas de intrincados relieves y símbolos, muchos de los cuales Elías no podía reconocer.
En el centro de la sala, sobre una base de piedra, descansaba una gran puerta de hierro, tan antigua que parecía fusionarse con las rocas. Sin embargo, lo que más llamaba la atención era la luz que emanaba de debajo de la puerta. No era una luz común, sino una especie de resplandor cálido que parecía vibrar, como si tuviera vida propia.
Elías se acercó con cautela. Sus ojos recorrieron las inscripciones en las paredes. A medida que las leía, algo dentro de él comenzaba a entender, aunque no lograba captarlo completamente. Las palabras parecían estar escritas en un lenguaje olvidado, pero había algo familiar en ellas, como si resonaran con su propio ser.
«La puerta solo se abrirá para quien haya tocado las raíces del bosque con su alma. Solo aquel que haya caminado el camino del silencio podrá atravesarla.«
Elías se quedó en silencio, contemplando la puerta y sus palabras. Recordó el cuaderno que había encontrado, con su insistencia en las historias no contadas, en las almas errantes y la conexión con la naturaleza. Sintió que todo encajaba: el bosque, el cuaderno, el anciano del claro, las historias…
Sin pensarlo, alzó la mano y tocó la puerta de hierro.
Un susurro bajo, casi imperceptible, llenó la cámara. La puerta comenzó a vibrar, y la luz que emanaba de ella se intensificó hasta alcanzar su máxima luminosidad. Las inscripciones comenzaron a brillar con una intensidad cegadora.
De repente, la puerta se abrió con un estruendo sordo, revelando en su interior un mundo completamente diferente:
Un vasto paisaje cubierto de árboles gigantescos, ríos de agua cristalina y montañas que se elevaban hacia un cielo que no parecía de este mundo. El aire estaba impregnado de una energía pura, algo que Elías nunca había experimentado.
Y en el centro de ese paisaje, un árbol enorme, mucho más grande que cualquier otro que hubiera visto, parecía ser el corazón del bosque, su esencia misma.
Elías entendió al instante. El bosque no solo era un refugio, sino un portal a otro plano, uno lleno de sabiduría ancestral y misterio. La puerta, la cámara, el cuaderno… todo había sido una prueba para él. Había sido elegido.
Ahora, la verdadera aventura comenzaba.

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