El tiempo pasó, y la familia comenzó a cumplir con su misión. Viajarían de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, llevando consigo las enseñanzas del reino de Dios y ayudando a aquellos que se habían perdido en el camino de la oscuridad. Su mensaje no era solo de salvación, sino también de esperanza, de que siempre había una oportunidad para cambiar, sin importar las decisiones del pasado.
Pero, como todo gran viaje, no estuvo exento de desafíos. Mientras el joven, el abuelo y la hermana trabajaban para sanar y guiar a las almas perdidas, los oscuros poderes del mal comenzaron a tejer nuevas estrategias. Los hombres del rey del mal ya no eran solo soldados: se habían infiltrado en los corazones de los gobernantes, en las mentes de los poderosos, y en las sombras de la vida cotidiana. La oscuridad se había diseminado sutilmente por todo el mundo, y ahora no solo buscaba controlar, sino corromper.
Una noche, mientras descansaban en un pequeño albergue, el joven tuvo un sueño inquietante. En él, vio al rey del mal, más oscuro y más poderoso que nunca. Este rey no era solo un ser de maldad; ahora tenía la capacidad de manipular las emociones, de sembrar discordia incluso en los corazones de aquellos que más amaban la luz. El joven despertó sudoroso, con una sensación de urgencia en su pecho.
“Abuelo, hermana… algo está cambiando”, dijo, con el rostro pálido. “El rey del mal no se ha rendido. Está más cerca de lo que creemos, y tiene un nuevo poder: la capacidad de hacer que los corazones se tuerzan desde dentro.”
El abuelo, con la sabiduría adquirida a lo largo de su vida, miró al joven con seriedad. «Lo que has visto es una visión del futuro. El rey del mal siempre ha querido destruir la esperanza. Pero lo que no sabe es que hay algo aún más poderoso que su oscuridad: la unidad, el amor verdadero, la fe compartida.»
La hermana, que siempre había sido la más optimista del grupo, asintió con decisión. «No podemos esperar a que la oscuridad nos encuentre. Debemos ser proactivos. Juntos, podemos detenerlo.»
Días después, mientras viajaban hacia una ciudad que se rumoraba estaba bajo la influencia del mal, comenzaron a notar pequeños cambios. Las personas parecían más desconectadas, menos esperanzadas, y más propensas a la ira y el miedo. Era como si el reino del mal estuviera usando sus poderosos tentáculos invisibles para sembrar el caos de una manera más sutil.
Pero el joven no se dejó vencer por la desesperación. Recordó las palabras de Dios: «La luz siempre prevalecerá». Comenzó a reunir a los habitantes de la ciudad, compartiendo su historia, sus luchas y sus victorias. Les habló del reino de Dios, no como un reino lejano, sino como un reino que vivía en sus corazones. Les enseñó que podían resistir la oscuridad, que el amor era más fuerte que el miedo.
Mientras tanto, el abuelo comenzó a estudiar antiguos textos y manuscritos sagrados que había encontrado en su viaje. Allí descubrió que había una manera de fortalecer la protección divina: un antiguo ritual que requería que todas las personas de la ciudad unieran sus corazones en un solo propósito, invocando la luz de Dios con fe y unidad.
La hermana, por su parte, se dedicó a sanar las heridas emocionales de los habitantes. Les mostró que, aunque la oscuridad los rodeara, podían sanar desde dentro. La bondad, la compasión y la unidad eran las armas más poderosas contra la maldad.
Cuando el rey del mal finalmente llegó a la ciudad, creyó que sería fácil tomar el control. Pero lo que encontró fue una comunidad unida, cuya luz brillaba con fuerza, resistiendo su poder oscuro. Frente a esa resistencia, el rey se enfureció, pero al mismo tiempo, algo en su interior comenzó a tambalear. Nunca había enfrentado algo así: la pureza de un amor compartido por toda una comunidad.
Con un rugido, el rey del mal desató toda su furia, pero en ese momento, la fe de todos los habitantes de la ciudad alcanzó su punto máximo. El ritual comenzó, y la luz de Dios descendió sobre ellos con una fuerza tan inmensa que el rey del mal retrocedió, temblando por primera vez en su existencia.
Aunque la batalla no había terminado, y el reino del mal seguiría intentando corromper las almas humanas, el joven, el abuelo y la hermana sabían que, mientras lucharan con fe y unidad, la luz siempre prevalecería.
Y así, su misión continuó. No solo luchaban por sobrevivir, sino por enseñar al mundo entero que la verdadera fuerza no venía de la oscuridad ni de la violencia, sino del amor, la fe y la unidad. Y aunque sabían que aún quedaba mucho por hacer, su corazón estaba lleno de esperanza, sabiendo que el reino de Dios estaba más cerca de lo que jamás imaginaron.
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