Elías y el Cuaderno de las Almas Errantes

Elías y el Cuaderno de las Almas Errantes

Mateo Arriz

30/01/2025

El tiempo siguió su curso, y Elías continuó viviendo en armonía con la naturaleza. Su refugio en el bosque ya no era solo un hogar, sino un lugar donde otros encontraban consuelo. Con cada visitante, con cada historia compartida, comprendía más sobre el valor de la soledad y la compañía.

Un día, mientras recogía leña cerca del claro donde había encontrado al anciano, descubrió algo inesperado. Entre las raíces de un árbol caído, vio un objeto parcialmente enterrado. Al apartar la tierra con cuidado, encontró una caja de madera tallada con símbolos que no reconocía. Su corazón latió con emoción. ¿Qué era aquello? ¿Quién la había dejado allí?

Llevó la caja a su cabaña y la abrió con manos temblorosas. Dentro, encontró un cuaderno de páginas amarillentas y una pluma antigua. En la primera página, una frase estaba escrita con letra elegante: «Las respuestas que buscas están en las historias que aún no has contado».

Intrigado, pasó las páginas y descubrió que algunas estaban llenas de palabras, mientras que otras permanecían en blanco, como esperando ser llenadas. Los textos hablaban de viajeros, de encuentros en el bosque, de almas errantes que habían encontrado sentido en el silencio y la observación. Cada historia parecía reflejar algo que él mismo había vivido o sentido en su corazón.

Elías sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. No podía evitar preguntarse si aquel cuaderno había pertenecido al anciano del claro. Tal vez, al igual que él, alguien más había descubierto la sabiduría en la soledad y había decidido dejar su legado para quien estuviera listo para recibirlo.

Con una mezcla de asombro y determinación, Elías tomó la pluma y comenzó a escribir. No sabía exactamente qué palabras plasmaría en el papel, pero sintió que era su momento de compartir lo que había aprendido. No solo para él, sino para aquellos que, algún día, encontrarían su propio camino en el silencio del bosque.

Las estaciones pasaron y con cada historia que escribía, Elías comprendía más sobre sí mismo y sobre la vida. Aprendió que la sabiduría no solo se encontraba en la contemplación, sino también en el acto de transmitirla. Lo que una vez había sido un viaje solitario, ahora se convertía en un legado de palabras y experiencias.

Y así, la historia de Elías no terminó en la soledad del bosque, sino que se extendió más allá, en las páginas de un cuaderno, en las almas de quienes lo visitaban y en los ecos del viento que susurraban su nombre.

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