Creo que me excedí. Al final, no quiero tirar todo a la basura. Hay cosas que quiero conservar, las más significativas. Así que decido quedarme con una de las cajas, ahí he salvado del basurero todos los recuerdos valiosos. Mi caja de pandora. Cuando te abra en un futuro lejano, ¿me seguirás doliendo o simplemente sonreiré con la calidez de la melancolía?
Aprieto fuertemente la caja contra mi abdomen. No quiero dejarla caer. La noche se ha derrumbado sobre las calles, pero las estrellas no se han despertado aún. No creo que lo hagan, sinceramente. Hay nubes cargadas de lágrimas por todo el firmamento. Y yo no he traído mi paraguas. No pensé que llovería. Si apresuro mis pasos, seguramente llegaré sana y salva, sin una gota en mi traje de carne.
Maldita sea, hablé muy pronto. La lluvia se desparrama recelando su misericordia y empapa cada elemento sin discriminar. Los no vivos son los afortunados, su existencia inerte les ampara de las atrocidades del mundo. En cambio, nosotros, los que sí vivimos y podemos sentir, estamos condenados a la complejidad de nuestra composición.
Como este pequeño gato que me he encontrado de repente. Está solo, mojado, perdido. Desconozco si tiene dueño, pero dejarlo aquí me convertiría en una criminal desalmada.
—¿Tú también vives tanto como yo?
Sin esperar una respuesta, lo tomo entre mis brazos y con cuidado lo acomodo dentro de la caja. No falta mucho para llegar a casa. Espero que a Berry no le moleste la visita de nuestro nuevo amigo.
Cuando finalmente me encuentro dentro de la comodidad de mi hogar, lo primero que hago es abrir la caja para que el gato pueda salir tan pronto como esté listo. Mientras tanto, le vacío un poco de comida en un tazón y vierto agua en otro. Para mi sorpresa, el minino se adapta con rapidez a su nuevo entorno. Sale de la caja olfateando, estirándose, incluso me deja secarlo con una toalla.
No sé mucho sobre razas de gatos; pero sus colores van desde el blanco, naranja y marrón, y tiene una mancha negra alrededor del ojo izquierdo, paragón a un parche.
—¿Cómo crees que deberíamos llamarlo? —le pregunto a Berry, quien se había mantenido oculta hasta ahora—. Mm, Arlequín.
En ese momento, el gato comienza a desvanecerse y en su lugar aparecen miles de burbujas púrpuras. Berry retrocede de un salto veloz y enseguida regresa a su escondite.
—Por Crowly… —permanezco perpleja, ¿qué demonios está pasando?
Las burbujas se multiplican cada vez más hasta que me es imposible hallar una forma concreta detrás. Solo cuando empiezan a reventar es que me doy cuenta de lo que ha sucedido.
El gato se ha convertido en un…¿hada?
—Oh, querida. No soy un hada, soy un hechicero.
Arlequín comienza a volar por toda la habitación, soltando risotadas y dando volteretas en el aire; es todo un espectáculo de acrobacias. Aunque, lo que más sobresalta a mi vista es su estatura: más grande que mi propia mano, pero tampoco alcanza la altura de Berry.
—¡Ah! Al fin libre de esa forma —exclama, luego de terminar con su demostración. El color de su cabello y de sus ropas es el mismo de cuando era un gato—. No es que me desagradara maullar ni frotarme contra las personas, pero sí extrañaba volar. Ah, qué maravilla, en verdad.
Me le quedo observando en silencio durante un momento. Me sigue pareciendo extraño todo lo que ha sucedido, es decir, ¿qué probabilidades había de que me encontrara con un hechicero? ¿Será mi naturaleza demoníaca una especie de imán para coincidir con cualquier hecho o criatura sobrenatural?
—Te haces muchas preguntas, querida —Arlequín sonríe—. Verás, hace muchos, muchísimos años atrás, perdí un juego contra una bruja tramposa. Mi castigo fue transformarme en un gato y el hechizo únicamente se rompería cuando alguien me regalara un nombre. Tú eres la primera persona en hacerlo, y por ello, estaré eternamente agradecido contigo —hace una reverencia—. Arturo se pondrá muy contento al verme.
—¿Arturo? —pregunto, curiosa.
—Arturo, el Caos. ¿No has oído hablar de ellos?
Niego con la cabeza. No recuerdo haber escuchado sus nombres, ni siquiera durante mis días como demonio de élite.
—Le hablaré de ti. Estoy seguro de que estará más que dispuesto a ayudarte, sobre todo porque tú has sido mi salvadora. Y no es por presumir, pero Arturo toma en cuenta mis consejos.
Arlequín me guiña un ojo, a lo que yo respondo con una risilla.
—Muchas gracias, pero… ¿a qué te refieres con ayudarme?
Él se acerca volando y con sus pequeñas manos me toma suavemente la mejillas.
—Querida, no tienes por qué ocultármelo. Soy un hechicero, ¿recuerdas? Veo en ti la maldición que acongoja tu espíritu entre otros dolores más.
En ese preciso momento mi corazón se encoge. Siento un torbellino acumularse en mi rostro, hace tanta presión que me es imposible retener el siguiente aguacero que moja cada centímetro de mi ser.
—A…¿Arturo puede ayudarme con eso? —murmuro entre sollozos.
Arlequín asiente y me sonríe. Su sonrisa es compasiva, es el primer rayo de sol luego de una eternidad en la noche.
—Él es el Caos, mi querida Estrella de la Mañana, él lo es todo.
Antes de irse volando, Arlequín me limpia las lágrimas, me regala un beso en la frente y me asegura que pronto, yo estaré volando también.
OPINIONES Y COMENTARIOS