El amanecer llegó sigiloso, bañando la habitación destrozada con una luz tenue y dorada que se colaba entre las grietas de las paredes. Los escombros eran testigos silenciosos del caos que había sucedido, pero también de la calma que ahora reinaba. Auriel y Sereth yacían entrelazados en lo que quedaba de la cama, sus cuerpos aún entrelazados, con la respiración sincronizada como si el universo hubiera encontrado por fin un equilibrio en ese instante.

Sereth fue la primera en abrir los ojos. Su cabello caía en desorden sobre su rostro, y su expresión tenía una mezcla de satisfacción y desconcierto. Miró a Auriel, quien dormía con una calma que contrastaba con la tormenta que habían desatado horas antes. Su rostro angelical parecía más humano que nunca, con un leve rastro de cansancio y una paz que pocas veces había visto en él.

—¿Qué hemos hecho…? —murmuró para sí misma, aunque no había reproche en su voz, solo asombro.

Auriel abrió los ojos lentamente, encontrando los de Sereth observándolo. Por un momento, ninguno de los dos dijo nada. La tensión, la ira y el deseo que los habían consumido parecían tan lejanos como un sueño.

—Sereth… —empezó Auriel, pero ella lo interrumpió colocando un dedo sobre sus labios.

—No digas nada, angelito. No arruines el momento —dijo con una sonrisa cansada, aunque había una vulnerabilidad en su mirada que pocas veces dejaba salir.

Auriel asintió, cerrando los ojos un momento mientras intentaba ordenar sus pensamientos. Todo lo que habían dicho, todo lo que había explotado entre ellos, era real. No podía negarlo, ni quería hacerlo. Pero ahora, en la calma después de la tormenta, no sabía cómo avanzar.

—¿Te arrepientes? —preguntó Sereth, su voz apenas un susurro.

Auriel abrió los ojos de nuevo, mirándola directamente. Su mirada era suave, pero cargada de una determinación que no había mostrado antes.

—No. Nunca podría arrepentirme de ti —respondió con firmeza, acariciando su mejilla con cuidado, como si temiera romperla.

Ella cerró los ojos ante su toque, dejando escapar un suspiro que parecía liberar algo que había estado conteniendo durante mucho tiempo. Por primera vez, dejó que su máscara de fuerza inquebrantable se deslizara, mostrando un atisbo de la humanidad que aún habitaba en ella.

—No sé qué somos, Auriel. Ni cómo llegamos aquí. Pero… —hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Pero sé que no quiero perder esto. Ni a ti.

Auriel sonrió débilmente, un calor inexplicable llenándole el pecho. Era un caos lo que los había llevado hasta ese punto, pero también era una verdad que no podían ignorar.

—No te perderás de mí, Sereth. Pero tampoco sé cómo seguir. Somos… fuego y luz. Diferentes, opuestos. Esto no será fácil.

Ella rio suavemente, su risa como una brisa cálida que atravesó la habitación.

—Nada que valga la pena lo es, angelito.

Se quedaron así por un momento, en un silencio cómodo, sus cuerpos aún cerca, pero sus almas más conectadas que nunca. Afuera, el sol seguía su ascenso, iluminando el desastre de la habitación y, al mismo tiempo, el comienzo de algo que ambos sabían que cambiaría todo.

La luz del amanecer, que al principio parecía cálida y acogedora, ahora iluminaba con crudeza el desastre que habían dejado en la habitación. Sereth y Auriel se incorporaron lentamente, sus cuerpos aún entrelazados por la cercanía de la noche anterior, pero con una expresión idéntica en sus rostros: sorpresa mezclada con preocupación.

El pequeño motel, que apenas cumplía con lo básico para ser funcional, ahora parecía una zona de guerra. Las paredes tenían grietas que se extendían como telarañas, el yeso caía en pequeños montones sobre el suelo, y una de las lámparas estaba colgando peligrosamente de un cable roto. La cama, que había sido el epicentro de su colisión emocional y física, estaba completamente destruida, con los listones rotos y el colchón hundido en el centro.

Sereth, todavía recuperándose, dejó escapar una carcajada baja y seca, que rápidamente se convirtió en una risa más abierta.

—Bueno, angelito… creo que nos hemos pasado un poco —dijo, llevando una mano a su cabello en un intento inútil de arreglar el desastre de su melena.

Auriel, aún procesando lo que veía, pasó una mano por su rostro antes de observar los escombros con una mezcla de culpa y resignación.

—»Un poco» es un eufemismo, Sereth. Esto… esto es un desastre —respondió, señalando una de las paredes que tenía un agujero evidente, como si alguien hubiera atravesado el muro de un golpe.

Sereth se levantó, completamente desnuda aún, y se puso su «uniforme de trabajo» un negligee diminuto que estaba al lado de la cama. Caminó descalza entre los escombros, inspeccionando los destrozos.

—Vamos, no es para tanto. Un par de grietas, una cama rota, quizás unos muebles… Nada que no puedan arreglar con algo de tiempo y paciencia.

Auriel la miró incrédulo, señalando el marco de la puerta, que estaba torcido y apenas se sostenía en su lugar.

—»Nada que no puedan arreglar», dices… —repitió, su tono cargado de ironía—. ¿Y qué les diremos al dueño del motel? ¿Que hubo un terremoto localizado aquí, en nuestra habitación?

Sereth se encogió de hombros, recogiendo un cojín que milagrosamente había sobrevivido al caos.

—Podemos inventar algo convincente. Después de todo, ¿quién va a cuestionar a un ángel y a una diabla? —respondió con una sonrisa burlona, lanzándole el cojín a Auriel.

Él atrapó el cojín en el aire, pero no pudo evitar fruncir el ceño.

—Sereth, esto no está bien. Tenemos que arreglarlo de alguna manera. No podemos simplemente… irnos como si nada hubiera pasado.

Ella se detuvo, su sonrisa desvaneciéndose por un momento mientras lo observaba. Había algo en su expresión que la hizo suspirar.

—Está bien, angelito. Si es tan importante para ti, veremos cómo solucionarlo. Pero te advierto, no voy a usar mis poderes para volver esto como si nada. Quiero que veas lo divertido que puede ser arreglar las cosas… a mano.

Auriel suspiró, pasando una mano por su cabello.

—Perfecto. Un reto más. Pero primero tenemos que hablar con el dueño.

—¿Y qué le vamos a decir? —preguntó Sereth, inclinándose ligeramente hacia él con un destello de desafío en sus ojos.

Auriel no respondió de inmediato, pero había una determinación en su mirada.

—La verdad. O, al menos, una versión de ella que podamos pagar con nuestra ayuda y algo más.

Sereth soltó una carcajada, llevándose las manos a la cintura.

—Oh, esto será interesante. Tú, negociando con humanos. Esto no me lo pierdo por nada del mundo.

Aunque ninguno lo dijo en voz alta, ambos sabían que el caos en la habitación era un reflejo perfecto de lo que había sucedido entre ellos: destructivo, sí, pero también apasionado y, de alguna manera, inevitable.

Sereth observó los destrozos de la habitación con una mezcla de satisfacción y ligera incomodidad. Sus ojos recorrieron las grietas, los muebles destrozados y el boquete en la pared, mientras una chispa de humor brillaba en su mirada.

—A ver, angelito —dijo finalmente, girándose hacia Auriel con una sonrisa confiada—. Recuerda que aún no hemos gastado los chasquidos de este reto. Dame un segundo, y arreglo todo esto en un pis pas.

Auriel, quien estaba inspeccionando los restos de la lámpara colgante, levantó la vista hacia ella con una mezcla de curiosidad y resignación. Sereth siempre tenía una solución rápida, aunque rara vez era la más discreta. Pero esta vez, al menos, un simple chasquido sería bienvenido.

Con su característico aire de superioridad, Sereth levantó una mano, sus dedos listos para ejecutar el truco que tanto le gustaba presumir. Chasqueó los dedos con fuerza, segura de que todo volvería a su lugar… pero nada pasó. El silencio que siguió fue casi cómico, con ambos mirando la habitación como si esperaran que mágicamente se reconstruyera.

—¿Qué demonios…? —murmuró Sereth, frunciendo el ceño. Intentó de nuevo, esta vez con más énfasis. Otro chasquido, más fuerte, más desesperado. Pero el resultado fue el mismo: nada. Absolutamente nada.

Auriel, que había estado observándola con un ligero escepticismo, decidió intentarlo también. Cerró los ojos, concentrándose, y levantó una mano con un gesto solemne. Pero cuando hizo su movimiento nada ocurrió.

Ambos se quedaron inmóviles, mirando sus propias manos con incredulidad. Sereth fue la primera en romper el silencio, su voz teñida de una mezcla de humor nervioso y alarma.

—Oh, oh… —murmuró, cruzando los brazos mientras daba un paso hacia atrás—. Creo que los de arriba y abajo se han dado cuenta de lo nuestro. Y, uh… nos han castigado.

Auriel giró hacia ella, su rostro pasando de la confusión al pánico.

—¿»De lo nuestro»? —preguntó, aunque sabía perfectamente a qué se refería.

—Sí, angelito. «Lo nuestro». Ya sabes… las discusiones, los retos, los besos, lo que siguió a los besos, la cama rota. ¿Hace falta que siga? —dijo Sereth, alzando las cejas con un tono que intentaba ser ligero, pero no podía ocultar del todo su preocupación.

Auriel se frotó las sienes, tratando de procesar la gravedad de la situación. Si los de arriba, y/o los de abajo, habían intervenido, significaba que su conexión había cruzado límites que nunca debieron cruzar. Y ahora, estaban solos. Sin poderes. Sin su esencia divina o infernal para ayudarlos.

—Esto no está bien, Sereth. Esto… esto es grave. Si no podemos usar nuestros poderes, estamos atrapados aquí como… como…

—¿Humanos? —terminó ella por él, con un toque de ironía que no ocultaba su propia preocupación—. Vaya castigo, ¿eh? Nos mandan a vivir como los mortales a los que tanto queremos entender. Qué original.

Auriel suspiró profundamente, mirando alrededor de la habitación una vez más. El desastre seguía siendo el mismo, pero ahora el peso de la situación parecía haberse duplicado.

—Tenemos que arreglar esto. Literal y figurativamente —dijo con seriedad—. Si estamos siendo castigados, debe haber una forma de redimirnos.

—¿Redimirnos? —repitió Sereth, soltando una risa amarga—. Esto no es una prueba, Auriel. Esto es una sentencia. Y déjame decirte, no soy buena en jugar según las reglas.

—Pues tendremos que aprender —insistió él, con una firmeza que incluso ella encontró difícil de ignorar.

Sereth lo miró en silencio por un momento antes de sacudir la cabeza con resignación.

—Está bien. Arreglaremos esta habitación. A mano. Pero, angelito, si esto no funciona, más te vale estar preparado para enfrentar lo que venga. Porque, sinceramente, no creo que ni el cielo ni el infierno nos dejen salir de esta tan fácilmente.

Auriel asintió, aunque su mente ya estaba trabajando a toda velocidad para encontrar una solución. Lo que no podía admitir, ni siquiera a sí mismo, era que, en el fondo, una parte de él estaba dispuesta a enfrentarse a cualquier castigo, siempre y cuando significara estar con Sereth, sin importar cuán complicadas se volvieran las cosas.

Auriel y Sereth seguían mirando los restos de la habitación, cada uno perdido en sus propios pensamientos sobre cómo solucionar el desastre. Las herramientas humanas parecían insuficientes para arreglar los boquetes en las paredes y el marco de la puerta torcida. Y lo más importante, el hecho de que no tuvieran poderes complicaba aún más cualquier intento de pasar desapercibidos.

De pronto, un resplandor intenso inundó la habitación, cegándolos momentáneamente. Un haz de luz se materializó en el centro, y de él emergió una figura alta, imponente, con alas desplegadas que parecían estar hechas de un fuego dorado y plateado. Gabriel, el amigo de Auriel y un viejo conocido de Sereth, estaba allí, con los brazos cruzados y una expresión que oscilaba entre el fastidio y la diversión.

—El jefe me ha mandado a arreglar vuestro desastre —anunció con un tono que no dejaba lugar a discusiones.

Auriel parpadeó, todavía sorprendido por la repentina aparición de su compañero. Sereth, en cambio, lo miró con una mezcla de desdén y algo que podía ser nostalgia.

—Hola, Gabriel. Sigues siendo tan dramático como siempre —dijo ella, con una sonrisa sarcástica.

Gabriel arqueó una ceja y se volvió hacia ella, sus ojos resplandeciendo con una intensidad que hacía honor a su rango celestial.

—Y tú sigues siendo tan imprudente como siempre, Sereth. ¿Qué parte de «pasar desapercibidos» no habéis entendido? —preguntó, su voz cargada de autoridad.

Auriel levantó una mano, como si intentara suavizar la situación.

—No fue intencionado, Gabriel. Solo… las cosas se salieron de control.

—¿Salieron de control? —repitió Gabriel, dejando escapar un suspiro exasperado—. Eso es un eufemismo, Auriel. El jefe está furioso, y no hablo solo de arriba. También he recibido quejas del otro lado. Al parecer, vuestra pequeña… explosión emocional ha llamado la atención de todos.

Sereth cruzó los brazos, levantando la barbilla con un desafío característico.

—¿Y qué? ¿Nos vas a dar una lección de moral? Tú no eres el más adecuado para darnos lecciones de moral. Y créeme, Gabriel, ya tenemos suficiente con este castigo absurdo.

Gabriel la observó durante unos segundos antes de soltar un pequeño chasquido con la lengua. Sin más preámbulos, levantó una mano y, con un simple chasquido de dedos, toda la habitación volvió a su estado original. Las grietas desaparecieron, los muebles se enderezaron, y la cama, ahora intacta, lucía como si nada hubiera pasado.

—Solo he venido para esto —dijo Gabriel, su tono frío pero con un destello de compasión en sus ojos—. El castigo no será levantado.

Auriel dio un paso hacia él, su rostro lleno de preocupación.

—¿Entonces qué se supone que debemos hacer? ¿Cómo salimos de esto?

Gabriel se giró hacia él, sus alas irradiando luz que casi quemaba.

—Aprender —respondió con una seriedad que parecía envolver toda la habitación—. El castigo no es un castigo, Auriel. Es una prueba. Y si seguís actuando como si solo fuera una molestia, no lograréis superarla. Ni juntos, ni separados.

Sereth apretó los dientes, pero no dijo nada. Sabía que Gabriel tenía razón, aunque odiaba admitirlo. Antes de que pudiera responder, Gabriel dio un paso hacia la luz que aún brillaba en el centro de la habitación.

—Buena suerte. La vais a necesitar —dijo, y con un estallido de luz cegadora, desapareció.

Cuando la habitación volvió a quedar en silencio, Auriel y Sereth se miraron, cada uno perdido en sus pensamientos. Por primera vez en mucho tiempo, no hubo sarcasmo, ni reproches. Solo una sensación compartida de que, de alguna manera, estaban en esto juntos, para bien o para mal.

—Bueno —dijo Sereth finalmente, rompiendo el silencio—. Al menos ha arreglado la habitación.

Auriel soltó una risa breve y amarga.

—Sí, pero parece que ahora tenemos un reto más grande.

—Siempre hay un reto más grande, angelito. Y siempre lo superamos… de alguna manera.

Ambos sabían que las cosas no volverían a ser iguales. Pero, al menos, tenían un camino por delante, aunque no tuvieran idea de a dónde los llevaría.

Auriel y Sereth se quedaron mirando el lugar exacto donde Gabriel había desaparecido en aquel destello de luz cegadora. La habitación, ahora impecable, tenía un silencio que parecía casi burlarse de ellos. Fue Sereth quien, al dar un paso hacia el centro, notó algo en el suelo: un sobre blanco, perfectamente doblado, que no estaba allí antes.

—¿Y esto? —preguntó, agachándose para recogerlo.

Auriel, todavía procesando todo lo que acababa de suceder, frunció el ceño.

—¿Gabriel dejó algo más? —murmuró, acercándose.

Sereth abrió el sobre con curiosidad, y de él cayeron dos carnets de conducir, 500 euros en billetes bien ordenados y una pequeña nota doblada. Sostuvo los carnets frente a ella, examinándolos con una sonrisa de incredulidad.

—Verónica Negrín y Gonzalo Blanco —leyó en voz alta, levantando las cejas mientras le pasaba uno de los carnets a Auriel—. ¿En serio? ¿Esto es lo mejor que Gabriel pudo inventar?

Auriel tomó el carnet, estudiando la foto. Era él, pero con un aire más humano: el cabello un poco desordenado, una expresión mucho menos solemne de lo habitual. El nombre le pareció extraño, pero el simple hecho de que ahora tuvieran identidades humanas completas lo dejó perplejo.

—Es para encajar aquí —murmuró, aún intentando entender las implicaciones.

Sereth sacó la nota del sobre, desdoblándola con cuidado. La caligrafía elegante y meticulosa de Gabriel llenaba el pequeño papel:

«El hotel está pagado. Suerte.»

Sereth soltó una carcajada, llena de sarcasmo.

—Eso es todo. Ni una explicación, ni un plan, solo… «suerte». Qué considerado de su parte.

Auriel suspiró, guardando el carnet en el bolsillo de su chaqueta. Se acercó para mirar el resto del contenido del sobre, pero lo que realmente lo preocupaba no era el dinero o los carnets, sino lo que todo esto significaba.

—Está claro que no quiere que volvamos por ahora. Quiere que vivamos como… ellos. Humanos. Por completo.

Sereth guardó los billetes en el sobre y lo introdujo en su bolso. Se cruzó de brazos, mirando a Auriel con una mezcla de resignación y desafío.

—Perfecto. Somos Verónica Negrín y Gonzalo Blanco. ¿Y ahora qué? ¿Alquilamos un piso? ¿Vamos al supermercado? —dijo, haciendo un ademán amplio hacia la ventana, como si el mundo exterior fuera un completo misterio para ella.

Auriel negó con la cabeza, intentando mantener la calma.

—Tenemos que averiguar qué quiere Gabriel que aprendamos con esto. Si el castigo sigue vigente, debe haber algo que espera que hagamos o entendamos.

—¿Ah, sí? —replicó Sereth, su tono cargado de sarcasmo—. Porque a mí me parece que simplemente se está divirtiendo a nuestra costa. Nos deja sin poderes, nos da un par de carnets falsos y 500 euros. ¡Qué generoso! Seguro que esto será más que suficiente para enfrentarnos al mundo real.

Auriel se acercó un paso más, su mirada más firme.

—Sereth, si seguimos quejándonos no vamos a llegar a ninguna parte. Tenemos que adaptarnos, al menos por ahora. Si somos humanos, vivamos como ellos. Encontremos respuestas.

Ella lo miró fijamente durante un momento antes de dejar escapar un suspiro.

—Muy bien, angelito. Pero espero que tengas un plan. Porque yo no pienso quedarme aquí jugando a ser Verónica Negrín más de lo necesario.

Auriel miró por la ventana, observando el mundo que ahora era su realidad. No sabía cuánto tiempo estarían atrapados en esta condición, ni cómo superarían esta prueba. Pero una cosa era segura: no podía hacerlo sin Sereth. Y, aunque no lo admitiría en voz alta, sabía que tampoco quería hacerlo sin ella.

Auriel sabía que el dinero no les duraría mucho tiempo, especialmente en un lugar como ese. Volvió su mirada hacia Sereth, quien estaba recostada en la cama, jugando distraídamente con su carnet de «Verónica Negrín».

—Con 500 euros no podemos seguir aquí mucho tiempo —dijo Auriel, rompiendo el silencio.

Sereth levantó la vista, arqueando una ceja.

—¿Así que ahora eres contador? —replicó con sarcasmo, aunque había un leve destello de preocupación en sus ojos.

Auriel ignoró el comentario y empezó a recoger algunas de sus cosas. Se giró hacia ella con determinación.

—Haz las maletas, Sereth. Por suerte, aún tenemos la moto.

Sereth dejó el carnet sobre la mesa y se incorporó lentamente, con una sonrisa que no logró esconder del todo su inquietud.

—Bueno, al menos algo positivo dentro de este caos —dijo mientras se levantaba y empezaba a recoger sus pocas pertenencias con una mezcla de rapidez y descuido.

Auriel rodó los ojos, pero no comentó nada. Sabía que cualquier discusión con Sereth en ese momento solo los retrasaría. Se acercó a la pequeña mochila que había traído consigo y comenzó a meter lo básico: el sobre con el dinero, los carnets, y algunos suministros que habían comprado anteriormente.

—¿Y a dónde vamos? —preguntó Sereth mientras lanzaba al aire una bufanda que nunca había usado y la dejaba caer al suelo sin ningún interés.

Auriel se detuvo un momento, mirando por la ventana hacia el mundo exterior. El sol comenzaba a levantarse, iluminando la carretera que se extendía como una promesa hacia lo desconocido.

—Lejos. Necesitamos alejarnos de este lugar antes de que alguien haga demasiadas preguntas. Además, si Gabriel nos dejó la moto, es porque quiere que sigamos moviéndonos. Quizás las respuestas estén allá fuera.

Sereth suspiró, recogiendo finalmente la bufanda y guardándola con un gesto teatral.

—Ah, claro, el noble angelito siempre buscando respuestas. Pero dime, Auriel, ¿qué pasa si no hay respuestas? ¿Qué pasa si esto es todo? —preguntó, su tono oscilando entre la curiosidad y la resignación.

Auriel se detuvo un momento, sin mirarla.

—Entonces al menos habremos intentado encontrar algo. No podemos quedarnos aquí, Sereth. No con tan poco dinero y… sin nuestras habilidades.

Ella lo observó en silencio durante un momento, viendo la tensión en sus hombros y la determinación en su rostro. A pesar de todo, una pequeña sonrisa apareció en sus labios.

—Está bien, angelito. Empaquemos y vayámonos antes de que te explote una vena de preocupación.

Auriel negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonreír ligeramente ante el comentario. En menos de media hora, ambos estaban fuera del motel, con el sol ya iluminando la carretera. La moto estaba estacionada al lado, negra y reluciente, como si Gabriel la hubiera dejado a propósito en perfectas condiciones.

Sereth se acercó primero, pasando la mano por el asiento con un toque de nostalgia.

—¿Quién iba a decir que terminaríamos aquí, con esto? —murmuró antes de girarse hacia Auriel—. ¿Sabes conducir, angelito, o tengo que enseñarte?

—Sabes bien que la moto es una extensión de mi cuerpo —respondió él con firmeza, quitándole el casco de las manos—. Y esta vez no voy a dejarte al mando.

Sereth soltó una carcajada y se subió detrás de él mientras Auriel encendía el motor, que rugió con fuerza. Antes de partir, ella se inclinó hacia él, sus labios casi rozando su oído.

—Espero que tengas un plan, porque si no, al menos que el viaje sea divertido.

Auriel no respondió. Con un giro del acelerador, la moto salió disparada por la carretera, dejando atrás el motel y llevándolos hacia lo desconocido. Ambos sabían que el camino no sería fácil, pero también sabían que no estaban solos en esto. Por primera vez en mucho tiempo, el mundo parecía lleno de posibilidades.

El motor de la moto rugía con fuerza, rompiendo el silencio de la mañana mientras Auriel ajustaba sus guantes de cuero. Sereth, de pie junto a él, parecía disfrutar del momento, estirándose despreocupadamente bajo el sol. Su atuendo de licra ajustada realzaba cada curva, y la chaqueta negra que llevaba sobre los hombros le daba un aire de peligrosidad que encajaba perfectamente con su actitud. Auriel, en cambio, estaba más sobrio con su ropa de motero: una chaqueta oscura, botas resistentes y unos vaqueros desgastados. Parecía decidido, aunque en el fondo estaba tan perdido como ella.

Sereth sonrió, inclinándose ligeramente hacia él con una chispa de diversión en sus ojos.

—Adónde vamos, angelito? —preguntó con su tono habitual, una mezcla de curiosidad y desafío.

Auriel subió a la moto, ajustándose el casco antes de responder.

—A la ciudad más cercana, Salou. Es grande, turística, y un buen lugar para mezclarnos entre los humanos. Espero que nuestra intuición nos guíe y nos ayude a entender qué quieren que hagamos.

Sereth se subió detrás de él, apoyando las manos en su cintura con un descaro que parecía natural en ella. Su cercanía era suficiente para desestabilizar un poco a Auriel, pero no dijo nada. Encendió el motor, y la moto rugió una vez más, lista para llevarlos hacia lo desconocido.

—¿Intuición? —repitió Sereth, alzando las cejas bajo el casco—. Qué angelical de tu parte. Yo prefiero pensar que iremos donde el destino nos quiera llevar… o donde podamos encontrar algo de diversión.

Auriel no respondió, concentrándose en la carretera mientras la moto comenzaba a moverse. El viento golpeaba sus rostros mientras aceleraban, dejando atrás el pequeño motel y todo lo que representaba.

El camino hacia Salou estaba lleno de curvas y paisajes que alternaban entre campos dorados y pequeños pueblos adormilados. Sereth, detrás de Auriel, observaba cómo los rayos del sol jugaban con las sombras de los árboles que pasaban a toda velocidad. Había algo casi liberador en ese momento, aunque sabía que la sensación sería temporal. No podían escapar de lo que los había llevado hasta allí, ni de las miradas de los seres que los vigilaban desde el Cielo y el Infierno.

—¿Qué esperas encontrar en Salou? —preguntó finalmente, inclinándose un poco más hacia él para que pudiera escucharla sobre el rugido del motor.

—No lo sé exactamente —respondió Auriel, sin apartar la vista de la carretera—. Pero Gabriel nos dejó aquí por una razón. Quizás hay algo en esa ciudad, o alguien, que nos ayudará a entender qué debemos hacer.

Sereth frunció el ceño, pensativa.

—O quizás simplemente quiere que sigamos viviendo como humanos, improvisando en cada paso. No me sorprendería. A Gabriel siempre le ha gustado complicar las cosas.

Auriel dejó escapar un leve suspiro, pero no respondió. En el fondo, sabía que Sereth podía tener razón. Sin embargo, algo en su interior le decía que Salou no era solo un destino aleatorio. Había una energía en el aire, una sensación de que algo importante estaba a punto de suceder.

Cuando finalmente llegaron a Salou, la ciudad los recibió con un bullicio vibrante y una mezcla de colores y sonidos. Era un lugar lleno de vida: turistas caminando por las calles, cafés al aire libre con risas y conversaciones en múltiples idiomas, y un mar azul brillante que se extendía hasta el horizonte. La luz del atardecer bañaba todo con tonos cálidos, haciendo que incluso Sereth se detuviera un momento para admirar la vista.

Auriel aparcó la moto en un pequeño estacionamiento cerca de la playa y se bajó, quitándose el casco con un gesto decidido. Sereth lo siguió, sacudiendo su cabello al quitarse el casco, como si estuviera preparándose para algo más grande.

Bajaron al inicio del paseo marítimo. El paseo era muy bonito y estaba muy bien cuidado. A Sereth le llamó la atención una estatua que estaba en el paseo, era de Jaume I, el Conquistador. Por alguna razón esa estatua le recordaba algo, aunque no sabía muy bien qué.

—Bueno, angelito, aquí estamos. ¿Y ahora qué? —preguntó, apoyándose en la moto con los brazos cruzados.

Auriel miró alrededor, tomando un momento para absorber el ambiente.

—Ahora… seguimos nuestra intuición. Veamos qué encontramos.

Sereth sonrió de lado, divertida por su respuesta.

—»Seguir nuestra intuición». Suena poético. Aunque creo que deberíamos empezar por buscar algo más interesante que cafés y tiendas de souvenirs.

Auriel asintió, aunque no podía evitar sentir una ligera incomodidad. Había algo en el aire, una tensión que no podía identificar del todo. Pero estaba decidido a seguir adelante, sin importar lo que les esperara.

—Entonces, Verónica —dijo con un toque de ironía, usando el nombre del carnet falso que Gabriel le había dado—. ¿Lista para explorar?

Sereth soltó una carcajada, agarrando su casco y lanzándole una mirada llena de desafío.

—Siempre, Gonzalo. Siempre.

En Salou siempre había mucho ambiente turístico, y las calles estaban llenas de energía. Familias caminaban con helados en la mano, grupos de amigos reían mientras se tomaban selfies frente al mar, y los bares comenzaban a llenarse de turistas listos para disfrutar la noche. La ciudad brillaba con una mezcla de luces de neón y el último resplandor del atardecer, creando un ambiente casi irreal.

Auriel caminaba junto a Sereth, intentando mantenerse enfocado mientras ella exploraba el lugar con ojos curiosos y ese aire despreocupado que siempre la caracterizaba. Había algo en ella que le inquietaba, un brillo particular en su mirada, como si supiera algo que él no.

—A ver, angelito, mi intuición me dice que vayamos a esa discoteca —dijo de pronto, señalando un edificio más adelante.

Auriel siguió la dirección de su dedo y frunció el ceño. La discoteca tenía una fachada llamativa, con luces rojas y azules que parpadeaban al ritmo de una música lejana. Sobre la entrada, un letrero en grandes letras de neón decía: «Hell and Heaven».

—¿Tu intuición, eh? —respondió Auriel con un tono escéptico, cruzándose de brazos—. ¿No será que simplemente tienes ganas de diversión, como siempre?

Sereth rodó los ojos, dándole un ligero empujón en el hombro.

—Ay, angelito, siempre tan desconfiado. Claro que quiero divertirme, ¿quién no? Pero esta vez lo digo en serio. Mira el nombre. «Hell and Heaven». Es una señal, ¿no crees?

Auriel la miró con una mezcla de incredulidad y resignación. Para él, aquello no parecía más que otra de las escapadas impulsivas de Sereth. Pero no podía negar que el nombre de la discoteca era… peculiar. Demasiado para ser una coincidencia.

—¿Y qué esperas encontrar ahí? —preguntó finalmente, ajustándose la chaqueta.

Sereth sonrió, esa sonrisa que siempre tenía cuando sabía algo que él no.

—No lo sé. Pero tengo la corazonada de que algo o alguien nos está esperando allí. Y ya sabes lo que dicen, angelito. Hay que seguir las señales.

Auriel dejó escapar un suspiro, pero terminó asintiendo. A pesar de su escepticismo, no podía ignorar el instinto de Sereth. Además, en su situación actual, cualquier pista, por pequeña que fuera, valía la pena seguirla.

—Está bien. Vamos. Pero si resulta ser solo una excusa para que bailes hasta el amanecer, me vas a deber una disculpa.

Sereth soltó una carcajada mientras se encaminaba hacia la entrada.

—No te preocupes, angelito. Si es solo una fiesta, te invito el primer trago.

El interior de «Hell and Heaven» era una mezcla de caos y perfección. La pista de baile, iluminada por luces estroboscópicas, estaba llena de gente que se movía al ritmo de la música. En un lado, había una sección decorada con tonos oscuros y rojizos, que recordaba a una visión moderna del infierno, con figuras demoníacas pintadas en las paredes y un bar que parecía brillar como si estuviera en llamas. Al otro lado, el ambiente era más etéreo, con luces blancas y doradas que simulaban un cielo en miniatura, completo con ángeles danzando en jaulas suspendidas.

El DJ estaba pinchando «Creatures in Heaven» de Glass Animals.

Sereth se detuvo en la entrada, observando todo con una mezcla de diversión y curiosidad.

—Vaya, esto es… apropiado —dijo, girándose hacia Auriel con una sonrisa traviesa—. ¿No te sientes como en casa?

—Oye la canción: Creatures in Heaven ¿Quieres más señales?

Auriel frunció el ceño, incómodo tanto por el bullicio como por la decoración que parecía una parodia de su propia existencia.

—No dudo de tu intuición, Sereth. Pero definitivamente no me siento en casa.

Sereth rió y lo agarró del brazo, llevándolo hacia el bar de la sección infernal.

—Vamos, angelito. Un par de tragos no nos harán daño. Y mientras tanto, mantén los ojos abiertos. Algo me dice que no estamos aquí por casualidad.

Auriel no respondió, pero seguía atento a su alrededor. Había algo en el ambiente, una energía que no podía identificar del todo. A pesar del ruido y la multitud, sentía una presencia, como si algo o alguien los estuviera observando.

Cuando llegaron al bar, Sereth pidió dos copas sin consultar. Le pasó una a Auriel, quien la aceptó con cierta reticencia. Mientras ella tomaba un sorbo, sus ojos recorrieron la sala, buscando algo que confirmara su corazonada.

—¿Ves algo? —preguntó Auriel, todavía incómodo con la situación.

Sereth negó con la cabeza, pero antes de que pudiera responder, un hombre alto y de apariencia imponente se acercó a ellos. Su traje negro contrastaba con el ambiente bullicioso, y había algo en su porte que lo hacía destacar entre la multitud. Cuando habló, su voz era suave pero cargada de autoridad.

—Bienvenidos a «Hell and Heaven». Creo que estaban esperándolos —dijo, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

Auriel y Sereth intercambiaron una mirada rápida antes de volverse hacia el hombre.

—¿Esperándonos? —preguntó Auriel, su tono cauteloso.

El hombre asintió, haciendo un gesto para que lo siguieran.

—Hay alguien que desea hablar con ustedes. Por favor, acompáñenme.

Sereth sonrió, claramente disfrutando del giro de los acontecimientos.

—Te lo dije, angelito. Mi intuición nunca falla.

Auriel suspiró, siguiendo al hombre mientras el bullicio de la discoteca se desvanecía tras ellos. Aunque no sabía qué les esperaba, algo en su interior le decía que aquella noche cambiaría todo.

Auriel y Sereth siguieron al hombre trajeado a través de la multitud, abriéndose paso por la pista de baile como dos sombras en medio del caos de luces y música. La tensión entre ellos era palpable, aunque ninguno lo admitiera. Sereth caminaba con su característico aire despreocupado, como si todo aquello fuera un juego más. Auriel, en cambio, mantenía la mirada fija en el hombre, sus sentidos alerta ante cualquier movimiento sospechoso.

El hombre los condujo hacia una puerta al fondo del lado «infernal» de la discoteca, camuflada entre una serie de espejos oscuros que reflejaban las luces rojas y anaranjadas del lugar. Al abrirla, reveló una escalera que descendía hacia un pasillo más silencioso, iluminado por antorchas que creaban sombras danzantes en las paredes de ladrillo desnudo.

—¿Esto es normal en una discoteca? —murmuró Auriel, frunciendo el ceño mientras bajaban.

Sereth sonrió, disfrutando de su incomodidad.

—Depende de la discoteca, angelito. Aunque admito que esto tiene su encanto. Tal vez estamos entrando en el «Infierno VIP».

Auriel no respondió, pero apretó ligeramente los puños mientras continuaban descendiendo.

El pasillo los llevó hasta una sala amplia y sorprendentemente lujosa. Alfombras negras con detalles dorados cubrían el suelo, y sofás de terciopelo rojo estaban distribuidos alrededor de una mesa de cristal en el centro. En un lado, había un pequeño bar bien abastecido, y al fondo, un ventanal mostraba una vista impresionante del mar nocturno, como si estuvieran a una altura imposible para el diseño del edificio.

Sentado en uno de los sofás, un hombre esperaba. Su apariencia era, en una palabra, magnética. Su cabello negro caía perfectamente peinado, y sus ojos, de un color ámbar intenso, parecían ver a través de ellos. Llevaba un traje oscuro con detalles en rojo que parecían brillar bajo la luz tenue. Cuando los vio entrar, sonrió de una manera que era a la vez encantadora y peligrosa.

—Por fin —dijo, su voz profunda resonando en la sala—. Sereth, Auriel. Qué honor tenerlos aquí.

Auriel dio un paso adelante, colocándose ligeramente frente a Sereth, como un reflejo protector.

—¿Quién eres? —preguntó, su tono firme.

El hombre se levantó con calma, caminando hacia ellos con una gracia que parecía demasiado perfecta.

—Mi nombre es Lucien. Soy el propietario de «Hell and Heaven». Y, como ya habrán deducido, no soy un simple humano.

Sereth arqueó una ceja, cruzando los brazos mientras lo observaba.

—¿Entonces qué eres, Lucien? Porque no pareces ni un ángel ni un demonio.

Lucien sonrió, inclinando ligeramente la cabeza.

—Digamos que soy… un intermediario. Ni del Cielo ni del Infierno. Mi lealtad es al equilibrio. Y ustedes dos… —hizo una pausa, mirándolos detenidamente—. Ustedes están desequilibrando todo.

Auriel frunció el ceño, dando un paso más hacia adelante.

—¿Qué quieres decir con eso? No hemos hecho nada para alterar el equilibrio.

Lucien soltó una risa baja, como si encontrara divertida la ignorancia de Auriel.

—¿De verdad crees eso? Vuestro vínculo, vuestra conexión… es una anomalía. Y aunque puedo entender que ninguno de los dos lo hizo con intención, el efecto es el mismo. Sus acciones están afectando a las almas humanas de formas que ni siquiera comprenden. Y no soy el único que lo ha notado.

Sereth miró a Lucien con una mezcla de desafío y curiosidad.

—¿Y qué se supone que hagamos al respecto? No fue nuestra elección estar en esta situación.

Lucien asintió, acercándose a la mesa y sirviéndose un vaso de licor oscuro.

—Lo sé. Por eso estoy aquí. Para ofrecerles una oportunidad.

—¿Qué tipo de oportunidad? —preguntó Auriel, su tono desconfiado.

Lucien levantó el vaso, observando el líquido antes de responder.

—Ustedes dos pueden convertirse en la clave para restaurar el equilibrio. Pero para hacerlo, tendrán que superar ciertas pruebas. Pruebas que no solo desafiarán sus habilidades… sino también su vínculo.

El silencio se instaló en la sala mientras las palabras de Lucien flotaban en el aire. Sereth fue la primera en romperlo.

—¿Y qué pasa si fallamos? —preguntó, su tono más serio de lo habitual.

Lucien bajó el vaso, mirándola directamente a los ojos.

—Si fallan… el equilibrio se romperá. Y con él, todo lo que conocen.

Auriel y Sereth intercambiaron una mirada, ambos entendiendo la gravedad de lo que acababan de escuchar.

—Está bien —dijo Auriel finalmente, enderezándose—. ¿Qué tenemos que hacer?

Lucien sonrió, pero esta vez su expresión era más oscura, casi como si estuviera disfrutando del desafío que se avecinaba.

—Todo a su tiempo, Auriel. Por ahora, descansen. La primera prueba comienza pronto. —Dijo en tono enigmático

Auriel y Sereth no dijeron nada más. El aire en la sala estaba cargado de tensión, como si las palabras de Lucien hubieran dejado un peso invisible sobre ellos. Lucien, satisfecho con su reacción, se giró hacia el ventanal, mirando el mar oscuro que se extendía más allá.

—Seguro que pronto sabréis e que va la primera prueba, Mientras tanto, disfruten de esta noche. La discoteca está a su disposición.

—¿Disfrutar? —replicó Sereth, cruzándose de brazos—. Acabas de decirnos que si fallamos, todo lo que conocemos se desmoronará, y ahora pretendes que salgamos a bailar. Qué conveniente.

Lucien giró ligeramente la cabeza, esbozando una sonrisa cargada de misterio.

—La presión los destruirá si la dejan acumularse demasiado. Una noche no cambiará el resultado final, pero podría darles claridad. O al menos algo de paz antes de que todo comience.

Auriel, que había permanecido en silencio hasta ese momento, dio un paso adelante.

—¿Por qué haces esto? —preguntó, su mirada fija en Lucien—. Si no eres de arriba ni de abajo, ¿qué ganas con todo esto?

Lucien lo observó detenidamente por un momento antes de responder.

—Porque alguien tiene que mantener el equilibrio, Auriel. Ustedes son una anomalía, sí, pero también una oportunidad. Si logro que cumplan con estas pruebas, el equilibrio será restaurado. Y si fallan… bueno, al menos habré hecho todo lo posible.

El silencio volvió a instalarse. Finalmente, Lucien levantó una mano, señalando la puerta por la que habían entrado.

—Ahora, váyanse. No me gusta repetir mis instrucciones.

Sereth miró a Auriel con una expresión que decía claramente «vamos antes de que esto empeore». Él asintió con una ligera inclinación de cabeza, y ambos se dirigieron hacia la salida. Cuando estaban a punto de cruzar la puerta, la voz de Lucien los detuvo.

—Una última cosa.

Se giraron para mirarlo, y su sonrisa había desaparecido, dejando una expresión seria.

—La primera prueba no será fácil. Pero recuerden esto: todo lo que necesitan ya está dentro de ustedes. Solo tienen que encontrarlo.

Con eso, se giró nuevamente hacia el ventanal, dándoles la espalda.

De regreso en la discoteca, el contraste con la tranquilidad de la sala privada era abrumador. La música resonaba como un latido constante, las luces estroboscópicas iluminaban los rostros sudorosos de los bailarines, y la energía del lugar era casi palpable. Sereth se detuvo en medio de la pista, mirando a su alrededor con los brazos en jarra.

—Bueno, angelito. ¿Qué hacemos ahora? —preguntó, aunque su tono sugería que ya tenía una idea.

Auriel suspiró, ajustándose la chaqueta.

—Lucien dijo que descansáramos. Tal vez deberíamos buscar un lugar más tranquilo para pensar.

Sereth puso los ojos en blanco, agarrándolo del brazo.

—Eres incorregible. Vamos, Auriel, solo esta vez. Bailar no nos matará. Y si lo hace, pues al menos será una forma interesante de fallar esta prueba.

Antes de que pudiera protestar, lo arrastró hacia la pista de baile, donde la música se sentía más como una vibración en el pecho que como un sonido. A pesar de sí mismo, Auriel no pudo evitar relajarse un poco mientras la miraba moverse con una confianza que parecía desafiar al mundo. La noche avanzaba entre risas, miradas furtivas y, por un momento, el peso de las pruebas futuras parecía desvanecerse.

Pero, en las sombras de la discoteca, unos ojos observaban cada uno de sus movimientos. La figura permaneció inmóvil, su rostro oculto por la penumbra, pero una sonrisa torcida se dibujó en sus labios.

—Esto será interesante —murmuró antes de desaparecer en el tumulto de la multitud.

La primera prueba estaba más cerca de lo que ellos pensaban.

Auriel salió de la discoteca con un suspiro cargado de alivio. El bullicio, las luces cegadoras y la música ensordecedora lo agobiaban más de lo que estaba dispuesto a admitir. Aunque Sereth parecía estar en su elemento, moviéndose al ritmo de la música con una despreocupación que siempre lo dejaba perplejo, él no podía más.

—No soporto este ambiente —había dicho antes de marcharse—. Voy a salir un momento a tomar aire.

Sereth, demasiado inmersa en su danza para discutir, solo asintió con un gesto despreocupado, su cabello brillando bajo las luces estroboscópicas.

Cuando Auriel cruzó las puertas de la discoteca, fue recibido por el aire fresco de la noche. El contraste con el calor sofocante del interior era como un bálsamo, y respiró profundamente, intentando calmar el torbellino de pensamientos que lo atormentaba. Caminó unos pasos por la acera, observando a los grupos de turistas que pasaban entre risas y voces animadas. Entonces la vio.

Sentada en un escalón, casi escondida en la penumbra de una esquina, estaba una chica de no más de veinte años. Su cabello caía en mechones oscuros alrededor de su rostro, y su cuerpo parecía temblar levemente mientras intentaba contener las lágrimas. Auriel se detuvo, sintiendo una punzada de preocupación en el pecho. Había algo en ella que lo llamó de inmediato, una sensación que no podía ignorar.

Al acercarse, la vio levantar la mirada ligeramente, como si hubiera sentido su presencia. Fue entonces cuando lo notó: su aura. Era inconfundible. Una luz tenue pero intensa la rodeaba, una energía que Auriel reconoció al instante. Era una nefilim. Mitad humana, mitad ángel. Pero no cualquier nefilim: su luz era pura, sin rastro alguno de la corrupción que a menudo marcaba a los de su clase. Era una nefilim de luz.

Auriel se detuvo frente a ella, sus ojos llenos de sorpresa y cautela. La chica lo miró, y aunque había lágrimas en su rostro, había algo en su mirada que lo impactó: una mezcla de miedo y esperanza.

—¿Estás bien? —preguntó Auriel, inclinándose ligeramente hacia ella, su voz calmada pero cargada de preocupación.

La chica no respondió de inmediato. Sus manos, que estaban apretadas sobre sus rodillas, se relajaron un poco mientras lo miraba con una intensidad que lo hizo sentir expuesto.

—Yo… no lo sé —dijo finalmente, su voz temblorosa pero clara—. Creo que alguien me está buscando… y no para algo bueno.

Auriel frunció el ceño, mirando alrededor con discreción. El lugar estaba lleno de turistas y ruido, pero ahora que lo mencionaba, sentía algo extraño en el aire. Una presencia, distante pero innegable, como si alguien estuviera acechando desde las sombras.

—¿Quién te está buscando? —preguntó, tratando de mantener la calma.

La chica negó con la cabeza, sus ojos llenos de pánico.

—No lo sé exactamente. Solo… siento que están cerca. Siempre están cerca.

Auriel tomó aire, intentando procesar lo que estaba sucediendo. Había escuchado historias sobre nefilim perseguidos, tanto por los cielos como por las fuerzas del infierno. Ser una mezcla de dos mundos los convertía en seres peligrosos, inestables, pero también en algo más: armas potenciales.

—¿Cómo te llamas? —preguntó con suavidad.

—Alina —respondió ella, susurrando el nombre como si temiera que alguien más lo escuchara.

Auriel asintió, extendiendo una mano para ayudarla a levantarse.

—Alina, estás a salvo ahora. Pero necesito saber más. ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué te están buscando?

Ella lo miró con desconfianza al principio, pero algo en su voz y su presencia pareció calmarla. Tomó su mano y se puso de pie, tambaleándose ligeramente.

—No quería venir aquí. Solo… sentí que debía hacerlo. Como si algo o alguien me estuviera llamando.

Auriel sintió un escalofrío recorrer su espalda. Esa misma noche, él y Sereth habían sido guiados a la discoteca por lo que Sereth llamó «una corazonada». ¿Podría Alina estar conectada con las pruebas que Lucien mencionó? Antes de que pudiera responder a sus propias preguntas, sintió un cambio en el aire, un peso que lo hizo girar la cabeza hacia la calle.

A unos metros de distancia, una figura oscura se materializó entre las sombras. Sus ojos brillaban con una intensidad roja, y su sonrisa torcida revelaba colmillos afilados. No era humano.

Auriel se colocó instintivamente frente a Alina, su cuerpo tenso mientras evaluaba la amenaza.

—Qué conmovedor —dijo la figura con voz ronca—. El pequeño nefilim encontró un ángel para protegerla. Qué conveniente.

Auriel no necesitaba más explicaciones. La primera prueba había comenzado.

Auriel sintió cómo su corazón comenzaba a latir con fuerza. Aunque ya no tenía sus poderes angelicales, su instinto protector seguía intacto. Sabía que la figura frente a ellos no era un simple mortal, sino una entidad que irradiaba una oscuridad palpable, una amenaza que no podía ignorar.

La figura dio un paso adelante, su sonrisa torcida creciendo mientras inclinaba la cabeza con un aire burlón.

—Sabía que vendrías, Alina —dijo con una voz que parecía envolverlos como una niebla espesa—. Eres demasiado valiosa para dejarnos otra opción. Y tú… —su mirada se clavó en Auriel, quien permanecía firme frente a Alina—. No tienes nada que hacer aquí, ángel caído. Esta es una cacería, y tú no estás invitado.

Auriel apretó los puños, manteniendo su posición.

—No permitiré que la toques —respondió con una voz firme, aunque sabía que sin sus poderes, sus palabras eran más una declaración de voluntad que una amenaza real.

El ser oscuro soltó una carcajada, un sonido bajo y gutural que resonó en la calle vacía.

—¿Y qué vas a hacer, ángel? ¿Golpearme con tus nobles intenciones?

Alina, detrás de Auriel, temblaba ligeramente, pero no era solo miedo lo que veía en su rostro. Había algo más, una chispa de determinación que parecía crecer con cada segundo.

Antes de que la tensión pudiera romperse, la puerta de la discoteca se abrió de golpe. Sereth salió al exterior, con su cabello alborotado y una expresión de exasperación en el rostro.

—Auriel, ¿qué demonios estás haciendo aquí afuera? —preguntó, pero su tono cambió en cuanto vio a la figura oscura frente a ellos—. Oh, vaya. ¿Ya empezó la fiesta?

La figura se giró hacia Sereth, su sonrisa desvaneciéndose ligeramente al reconocerla.

—Sereth. Qué inesperado. Aunque… —dijo, observándola con curiosidad—. Supongo que no tanto. Siempre estás en el lugar equivocado en el momento adecuado, ¿no?

—Eso intento —replicó Sereth, cruzándose de brazos y caminando hacia ellos con la misma calma desafiante que siempre la caracterizaba—. Pero tengo que decirte algo: si vas a amenazar a alguien, asegúrate de que no sea frente a mí. No me gusta que arruinen mis noches de diversión.

Auriel la miró rápidamente, con una mezcla de alivio y preocupación.

—Sereth, ten cuidado. Él no es humano.

—¿Ah, sí? —respondió ella con una sonrisa, sin dejar de avanzar—. Bueno, ni tú ni yo tampoco, angelito. O al menos no completamente. Así que supongo que estamos en igualdad de condiciones.

La figura oscura chasqueó la lengua, visiblemente irritada.

—Esto no te concierne, Sereth. Vete, y no tendrás que compartir el destino de estos dos.

Sereth rió, un sonido bajo y burlón.

—¿Y perderme la diversión? Ni loca.

Sin previo aviso, la figura oscura se lanzó hacia ellos con una velocidad que parecía imposible, pero Sereth estaba preparada. Giró justo a tiempo, esquivando su ataque mientras agarraba una botella vacía que alguien había dejado en la acera. Sin dudarlo, la rompió contra un poste y la blandió como si fuera un arma improvisada.

—Vamos, oscuro. Hazme bailar.

Auriel, por su parte, se volvió hacia Alina, que seguía paralizada detrás de él.

—Tienes que correr. Ahora. Busca un lugar seguro y quédate allí.

Alina negó con la cabeza, su voz temblando pero decidida.

—No puedo. Si me voy, él me encontrará de nuevo.

Auriel la miró fijamente, y en su interior, una chispa de algo antiguo y olvidado comenzó a despertar. No sabía si era su instinto como ángel o simplemente su voluntad, pero algo le decía que no podía dejarla desprotegida.

Mientras tanto, Sereth y la figura intercambiaban movimientos rápidos y brutales. Aunque no tenía sus poderes demoníacos, Sereth era ágil y tenía experiencia en combate. Sin embargo, el ser oscuro no se quedaba atrás, y sus ataques parecían ganar fuerza con cada segundo.

—Auriel, un poco de ayuda aquí no estaría mal —gritó Sereth mientras esquivaba por poco un golpe que habría partido la botella en sus manos.

Auriel miró alrededor, buscando algo, cualquier cosa que pudiera usar como arma. Su mirada se detuvo en un trozo de metal en el suelo, probablemente parte de una barandilla rota. Lo agarró y corrió hacia Sereth y el atacante.

—¡Atrás! —gritó mientras blandía el pedazo de metal, golpeando al ser oscuro con toda su fuerza.

El impacto hizo que la criatura retrocediera, gruñendo mientras lo miraba con furia. Auriel, jadeando, se colocó al lado de Sereth.

—¿Algún plan? —preguntó, todavía sosteniendo el metal.

Sereth sonrió, su cabello alborotado y sus ojos brillando con adrenalina.

—¿Plan? Golpearlo hasta que deje de moverse suena bastante bien.

Auriel negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonreír ligeramente.

El ser oscuro los observó con una mezcla de irritación y algo más, como si los estuviera evaluando.

—Esto no ha terminado —gruñó finalmente, desapareciendo en un remolino de sombras.

Cuando la calle quedó en silencio, Sereth se giró hacia Auriel con una sonrisa satisfecha.

—Bueno, eso fue divertido.

Auriel no compartía su entusiasmo. Miró a Alina, que seguía temblando, pero ahora los miraba con algo que parecía gratitud.

—Esto no ha terminado —murmuró Auriel, sus palabras resonando en la noche. Sabía que la primera prueba apenas había comenzado.

Auriel, Sereth y Alina permanecieron en silencio un momento, con los ecos de la confrontación aún resonando en sus mentes. La calle parecía más oscura, más vacía después de la desaparición del ser sombrío, y el aire estaba cargado de una tensión que no terminaba de disiparse.

Auriel fue el primero en moverse. Guardó el trozo de metal improvisado que aún sostenía en su mano, respirando profundamente para calmarse. Se giró hacia Alina, que los miraba con una mezcla de asombro y miedo.

—¿Estás bien? —preguntó, suavizando su tono mientras daba un paso hacia ella.

Alina asintió lentamente, aunque sus ojos todavía brillaban con el temor de alguien que sabía que lo peor no había pasado.

—Sí… creo que sí. Pero él volverá, ¿verdad? No se detendrá.

Auriel iba a responder, pero fue Sereth quien habló primero, limpiándose la sangre de un pequeño corte en su mejilla.

—Por supuesto que volverá. Pero la pregunta es, ¿por qué te quiere tanto? —dijo con su tono directo, aunque sin rastro de burla esta vez.

Alina bajó la mirada, abrazándose a sí misma mientras su cuerpo temblaba ligeramente.

—No lo sé… —susurró—. Solo sé que siempre están detrás de mí. Desde que tengo memoria, siempre hay alguien buscándome. Primero fue un hombre con alas… luego vinieron otros, como ese. Y ahora ustedes…

Auriel intercambió una mirada rápida con Sereth. El hombre con alas probablemente había sido un ángel, lo que significaba que el interés en Alina no era exclusivo de las fuerzas oscuras. Esto confirmaba lo que había sentido desde el principio: Alina no era solo una nefilim cualquiera. Había algo especial en ella, algo que la hacía crucial en el conflicto entre el Cielo y el Infierno.

—Alina, escucha —dijo Auriel con firmeza pero con amabilidad—. Sea lo que sea lo que quieren de ti, no vamos a dejar que te hagan daño. Pero necesitamos entender por qué eres tan importante. ¿Recuerdas algo, cualquier cosa, que pueda ayudarnos a descubrirlo?

Alina se mordió el labio inferior, pensando profundamente. Finalmente, levantó la vista, su rostro todavía marcado por la duda.

—Mi madre… siempre decía que mi nacimiento fue un milagro. Pero nunca conocí a mi padre. Ella decía que era alguien «de las estrellas». Nunca entendí qué significaba eso hasta que empecé a sentir… esto. —Se señaló a sí misma, como si intentara explicar su aura sin palabras—. A veces puedo ver cosas. Personas que los demás no ven. O siento cosas antes de que pasen. Pero no sé por qué.

Auriel asintió, sus sospechas confirmadas. Alina no solo era una nefilim, sino una extremadamente poderosa. Sus habilidades la hacían un objetivo, y probablemente un peligro para ambas fuerzas si caía en las manos equivocadas.

—Bueno, eso explica por qué tienes tantos admiradores, querida —dijo Sereth con una sonrisa que intentaba aliviar la tensión—. Pero no te preocupes. El angelito y yo tenemos experiencia en lidiar con problemas… complicados.

Alina frunció el ceño, todavía insegura, pero parecía confiar en ellos, al menos por el momento.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó, su voz cargada de una mezcla de esperanza y resignación.

Auriel miró a Sereth, buscando su opinión. Aunque a menudo eran opuestos en su forma de pensar, sabía que ella tenía una intuición excepcional para situaciones como esta.

—Necesitamos llevarla a un lugar seguro —dijo Sereth, como si fuera obvio—. No podemos quedarnos aquí. Ese tipo no era un aficionado. Si vuelve, vendrá con refuerzos.

Auriel asintió.

—De acuerdo. Pero primero debemos averiguar más. Si ella es la clave para algo más grande, debemos entenderlo antes de que ellos lo hagan.

—¿Y cómo planeas hacer eso? —preguntó Sereth, alzando una ceja—. ¿Vas a convocar a Gabriel para una charla? Porque ya sabemos lo bien que salen esas cosas.

Auriel ignoró el comentario. En su mente, había una posibilidad, una que no le agradaba del todo, pero que podría ser su única opción.

—Hay alguien que podría ayudarnos. —Hizo una pausa, como si las palabras le costaran salir—. Lucien.

Sereth dejó escapar un leve silbido, sorprendida.

—¿Lucien? ¿El tipo que nos metió en este lío? ¿Estás seguro de que es buena idea?

Auriel no respondió de inmediato, pero finalmente asintió.

—Si alguien sabe lo que está pasando, es él. Y aunque no confío en sus motivos, al menos tiene interés en que mantengamos el equilibrio.

Sereth lo miró fijamente antes de encogerse de hombros.

—Bueno, si vamos a meternos en más problemas, podría ser divertido. ¿Qué dices, Alina? ¿Quieres conocer al misterioso «intermediario»?

Alina no pareció muy convencida, pero finalmente asintió.

—Está bien. Solo… no me dejen sola.

—Nunca —respondió Auriel con firmeza.

Regresaron a la entrada de Hell and Heaven. Auriel y Sereth intercambiaron una mirada, sabiendo que estaban entrando en un territorio aún más incierto. Alina los siguió, más tranquila ahora, aunque todavía podía sentir la tensión que emanaba de ambos.

La noche no había terminado, y lo que les esperaba al otro lado de esas puertas cambiaría sus destinos aún más de lo que ya lo había hecho.

Auriel empujó las puertas de Hell and Heaven, y los tres entraron al bullicio de la discoteca. La música seguía retumbando como un latido constante, las luces estroboscópicas parpadeaban sobre la multitud que seguía bailando sin preocuparse por lo que ocurría más allá de las paredes. Para ellos, era solo otra noche de diversión. Pero para Auriel, Sereth y Alina, aquello era un portal hacia lo desconocido.

Sereth se inclinó hacia Auriel mientras caminaban, su voz apenas audible sobre la música.

—¿Estás seguro de que él sigue aquí? Lucien no parece del tipo que se queda esperando en el mismo lugar por mucho tiempo.

Auriel asintió, aunque no estaba completamente seguro.

—Si nos quiere involucrados en estas pruebas, no tendría sentido que se marchara. Y si lo ha hecho, encontraremos la manera de contactarlo.

Alina los seguía de cerca, sus ojos observando todo con cautela. La energía de la discoteca, antes intimidante, ahora parecía reconfortante en comparación con el peligro que había enfrentado afuera. Pero su mente seguía inquieta, y no podía evitar preguntarse qué más les esperaba.

Cuando llegaron al área VIP, el guardia en la entrada, un hombre robusto con un traje impecable, los detuvo con un gesto.

—Solo invitados especiales —dijo con un tono firme.

Sereth, acostumbrada a este tipo de situaciones, sonrió ampliamente y se inclinó hacia él, dejando que su carisma hiciera el trabajo.

—Vamos, guapo. Sabes que siempre somos los invitados especiales. ¿De verdad vas a hacernos esperar?

El hombre la miró fijamente durante un segundo antes de apartarse en silencio, abriendo la puerta sin decir una palabra.

Auriel rodó los ojos mientras Sereth guiñaba un ojo al guardia y cruzaba la entrada como si fuera la dueña del lugar.

—No sé cómo lo haces —murmuró Auriel mientras seguía a Sereth.

—Es un don, angelito. Apréndelo algún día.

Alina, insegura, se quedó detrás de ellos, pero se apresuró a seguir cuando Sereth le hizo un gesto.

La sala VIP estaba mucho más tranquila que la discoteca. La música apenas se filtraba a través de las paredes, y el ambiente tenía un aire de exclusividad que contrastaba con el caos del exterior. Pero lo que capturó su atención fue Lucien, sentado en el mismo sofá en el que lo habían encontrado antes, con una copa de licor oscuro en la mano. Parecía haber estado esperándolos.

—Qué sorpresa tan… predecible —dijo Lucien con su sonrisa característica, levantando la vista hacia ellos—. Sabía que volverían.

Auriel dio un paso adelante, sin perder tiempo.

—Necesitamos respuestas, Lucien. Y las necesitamos ahora.

Lucien rió suavemente, apoyándose en el respaldo del sofá.

—¿Respuestas? —repitió, como si la palabra lo divirtiera—. ¿Sobre qué, exactamente? ¿El equilibrio? ¿Las pruebas? ¿O sobre la nefilim que han traído aquí?

Alina se tensó al escuchar esto, y Sereth se colocó instintivamente entre ella y Lucien.

—Déjala fuera de esto —dijo Sereth con un tono cortante.

Lucien alzó una ceja, pero su sonrisa no desapareció.

—Oh, no puedo hacer eso, Sereth. Alina es la pieza central de todo esto. Lo que ocurre con ella determinará si este mundo se equilibra o se desmorona.

Auriel lo miró fijamente, su paciencia comenzando a agotarse.

—¿Por qué? ¿Qué tiene Alina que es tan importante? ¿Y por qué la persiguen?

Lucien bebió un sorbo de su copa antes de responder, su tono más serio esta vez.

—Porque Alina no es solo una nefilim, Auriel. Es un punto de conexión. Su existencia misma representa una unión perfecta entre el Cielo y la Tierra, algo que ni el Cielo ni el Infierno pueden controlar. Si cae en manos equivocadas, podría desatar un poder capaz de inclinar la balanza hacia un lado… o destruirla por completo.

Alina se quedó helada, sus manos temblando mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar.

—¿Yo? —preguntó en voz baja, con incredulidad—. ¿Cómo podría ser eso? Yo… ni siquiera sé quién soy realmente.

Lucien la miró con compasión, un destello de humanidad que no se esperaba.

—Precisamente por eso eres tan peligrosa. Porque ni siquiera tú sabes de lo que eres capaz. Y por eso, hay muchos que harían cualquier cosa para controlarte.

Auriel apretó los puños, su mente trabajando rápidamente para comprender lo que Lucien estaba diciendo.

—¿Y qué tienen que ver estas pruebas con ella? —preguntó, dando un paso más cerca.

Lucien lo miró directamente, sus ojos brillando con una intensidad que hizo que incluso Sereth se tensara.

—Las pruebas no son solo para ustedes, Auriel. Son para Alina también. Si ella va a sobrevivir a lo que viene, necesitará fuerza. Coraje. Y, sobre todo, aliados en los que pueda confiar.

Se levantó lentamente, caminando hacia ellos con una elegancia inquietante.

—La primera prueba ya ha comenzado. El encuentro con el ser oscuro fue solo un preludio. Pero si no actúan juntos, como un verdadero equipo, las próximas pruebas los romperán. Y a ella también.

El silencio que siguió fue pesado, roto solo por el sonido de la respiración de Alina.

—¿Qué debemos hacer? —preguntó Auriel finalmente, su voz cargada de determinación.

Lucien sonrió de nuevo, pero esta vez había algo más en su expresión. Algo más sombrío.

—Eso, mi querido ángel, es algo que tendrán que descubrir ustedes mismos. Pero recuerden esto: lo que sea que pase, no la abandonen. Si lo hacen, no solo perderán a Alina. Perderán todo.

Con esas palabras, Lucien dio un paso atrás y desapareció en un destello de sombras, dejando a los tres solos en la sala VIP.

Auriel, Sereth y Alina se miraron en silencio, sabiendo que lo que venía sería más difícil de lo que habían imaginado.

Auriel y Sereth salieron del club, sus pasos resonando en la acera mientras Alina los seguía de cerca. La tensión seguía flotando en el aire, el peso de la revelación sobre el destino de la joven nefilim se hacía cada vez más evidente. Sabían que tenían que encontrar un lugar seguro para ella, alejarla de aquellos que la perseguían. Pero a medida que se internaban en el callejón oscuro, una sensación inquietante les atravesó.

Sereth se detuvo en seco, su cuerpo tenso. Auriel la miró con preocupación y, al seguir su mirada, vio lo que la había hecho frenar. Allí, al final del callejón, estaban. Tres seres oscuros.

El primero, aquel con ojos rojos brillantes, estaba acompañado por dos más, ambos de apariencia igualmente monstruosa, con cuernos retorcidos y una aura de maldad palpable. Esta vez, no estaba solo. Habían venido preparados para lo que sea que intentaran.

—Oh, oh… —dijo Sereth, su voz baja y tensa, reconociendo la amenaza.

Auriel también lo notó, y en su interior, un sentimiento familiar comenzó a despertar: el deseo de proteger a Alina a toda costa. Sin pensarlo, se puso en frente de la joven nefilim, seguido por Sereth, que inmediatamente se colocó a su lado. Ninguno de los dos vaciló. En ese momento, sabían lo que debía hacerse.

—Toma las llaves y coge la moto, Alina —dijo Auriel, mirando a la joven con determinación—. Nosotros los distraeremos. Corre, y no mires atrás.

Alina, paralizada por el miedo, dudó por un instante, pero vio la resolución en los ojos de Auriel. Sin decir una palabra, le lanzó una mirada agradecida y asustada al mismo tiempo, y corrió hacia la moto que estaba estacionada al final del callejón.

Auriel y Sereth se quedaron atrás, preparándose para lo peor. Los tres seres oscuros se acercaron, sus pasos resonando en la quietud de la noche, y el aire alrededor de ellos se enfrió aún más, como si la propia oscuridad los envolviera. La figura del líder de los tres, el ser con los ojos brillantes, sonrió con malicia.

—Pensaron que podrían escapar de nosotros… —su voz era profunda y arrastrada, como si su garganta estuviera llena de veneno.

Sereth lanzó una mirada rápida a Auriel. Ambos sabían que estaban completamente desarmados. Eran simples humanos, sin poderes, sin habilidades celestiales. Frente a ellos, esos seres eran un peligro absoluto.

Pero entonces, en medio de esa oscuridad y desesperación, algo sucedió. Algo que ninguno de los dos esperaba.

Auriel sintió un calor que lo envolvía, una energía familiar que comenzaba a brotar desde lo más profundo de su ser. Fue como si una chispa se hubiera encendido en su interior, algo que había estado dormido hasta ese momento. Al mismo tiempo, Sereth comenzó a emitir una luz tenue, que se intensificó con cada respiración. Sus ojos brillaron con intensidad, y su energía parecía resonar con la misma fuerza que la de Auriel.

Las alas de ambos se desplegaron de repente, tan grandes y brillantes como el sol. La luz que irradiaba de ellos fue cegadora, haciendo que los seres oscuros retrocedieran un paso, sorprendidos. La fuerza de sus alas, que parecían nacidas de la pureza del Cielo y la intensidad del Infierno, transformaba todo a su alrededor. Ya no eran simples humanos. Algo había cambiado.

—Esto… esto es imposible —murmuró uno de los seres oscuros, su voz llena de incredulidad.

La energía de Auriel y Sereth aumentó, y sus cuerpos brillaron con una fuerza renovada. Sin las limitaciones de su forma humana, sus poderes regresaron, como si el universo hubiera decidido concederles una segunda oportunidad, una prueba para ver si realmente merecían la posibilidad de regresar a su verdadero ser.

Auriel levantó la mano, su aura de luz expandiéndose a su alrededor, y los seres oscuros, aterrados por la fuerza que veían frente a ellos, dieron un paso atrás. La luz de las alas de Sereth destellaba como un fuego infernal, y con cada movimiento, el aire se cargaba con su energía.

—¡No! —gritó el líder, mirando hacia atrás mientras retrocedía con sus compañeros. No podían soportar la intensidad de la luz que emanaba de ellos.

Sereth se adelantó, su voz resonando con un poder inusitado.

—No hay vuelta atrás para ustedes —dijo con calma, pero con una firmeza que helaba el aire—. Si vienen por ella, vendrán por nosotros también.

En ese momento, los seres oscuros, incapaces de soportar la luz, giraron sobre sus talones y huyeron a toda velocidad, desvaneciéndose en la oscuridad con un sonido sordo de desesperación. El poder de Auriel y Sereth había sido suficiente para hacerlos retroceder, incluso para desterrar sus sombras.

Cuando la luz comenzó a desvanecerse lentamente, Auriel y Sereth se miraron, sus respiraciones entrecortadas. Alina, que había estado observando desde la distancia, los miraba con asombro. Las alas de Auriel y Sereth se pliegan lentamente, y la fuerza que sentían parecía disiparse gradualmente.

—¿Lo logramos? —preguntó Sereth, aunque ya sabía la respuesta.

Auriel, aún con la mirada fija en el callejón vacío, asintió.

—Sí. Hemos pasado la prueba.

Alina se acercó a ellos, su rostro lleno de gratitud, pero también de asombro.

—¿Qué acaba de pasar? —preguntó, la voz temblorosa.

Sereth sonrió levemente, aunque sus ojos reflejaban una comprensión más profunda de lo que acababa de ocurrir.

—Lo que acabas de ver, Alina, es lo que pasa cuando decides proteger a alguien, incluso cuando parece que todo está en contra de ti. Este poder… es nuestra recompensa, por proteger a un inocente.

Auriel asintió, mirando a Alina.

—Es más que eso. La prueba no solo nos dio fuerzas, nos dio algo más: entendemos lo que realmente significa la protección. Y con eso, hemos cambiado nuestras vidas para siempre.

Alina, con los ojos brillando por la primera vez sin miedo, sonrió levemente.

—Entonces, ¿estamos listos para lo que sigue?

—Lo estamos —respondió Sereth con una confianza renovada—. Y lo haremos juntos.

Juntos, ahora más fuertes que nunca, caminaron hacia el futuro, sin saber qué les deparaba, pero sabiendo que lo enfrentarían como una fuerza imparable.

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