1973

Era el año 2035, la sala de terapia intensiva estaba en silencio, silencio solo interrumpido por el sonido de las máquinas que monitoreaban constantemente los signos vitales de los pacientes. Las luces eran suaves y tenues, creando un ambiente de calma y serenidad. En una de las camas, un hombre de 78 años yacía inconsciente, conectado a una red de cables y tubos que lo mantenían con vida. Su pecho subía y bajaba con un ritmo lento y constante, impulsado por la máquina de ventilación que lo asistía.

A su lado, una enfermera vigilaba atentamente los monitores, tomando nota de cada cambio en sus signos vitales. Su rostro era serio y concentrado, pero sus ojos mostraban una profunda compasión por el paciente. En la esquina de la habitación, un médico estudiaba la gráfica de sus signos vitales , su frente arrugada en una expresión de preocupación. De vez en cuando, se acercaba a la cama para examinarlo, buscando cualquier señal de mejora.

La familia del paciente se encontraba en un rincón de la habitación, aguardando ansiosamente cualquier noticia. Sus rostros reflejaban la angustia y la incertidumbre que sentían. En medio de este escenario de tensión y preocupación, el hombre parecía estar en paz, ajeno a la lucha que se libraba a su alrededor. Su rostro estaba sereno, con una leve sonrisa en los labios ya que, aunque su cuerpo parecía inerte, su mente estaba lejos, viajando por los recuerdos de su vida.

Se encontraba de nuevo en la secundaria, en ese año mágico de 1973. Recordaba la estudiantina, la construcción de la carroza alegórica, las risas y los sueños compartidos con sus amigos. Mientras los médicos y enfermeras discutían su caso, él se encontraba reviviendo el pasado. Veía al Negro Maderos, al Ganso, al Gordo, a Reta, a Pipi, a Taco, al Griego, al Garfio, a Patuto, al bancario, a Elsa, a Elena, a la Piña, a la de la propaganda del televisor, a Kela, a Tere, a Lucy la sonriente, a Mirta, a Marina, a Elida, a Chuqui, y sentía la pasión y la energía de la juventud.

Es así que de pronto se vió de nuevo en La Sucursal del Cielo, donde el tiempo parecía detenido. Un grupo de estudiantes de secundaria vivían una primavera de 1973 inolvidable. Mientras la estudiantina resonaba en las calles, ellos construían una carroza para el desfile del día de los estudiantes. La recuerda bien, era el Pájaro Loco y sus dos sobrinos.

Después de clases, se reunían en secreto para trabajar en su creación, papel, engrudo, hierros y soldaduras. De noche, robaban gallinas para hacer el guiso que comían a la madrugada mientras compartían risas y sueños. El Negro Maderos, siempre travieso, era el alma del grupo; el Ganso y la Chuqui cruzaban miradas con una pasión que la primavera despertó; Pipí y Reta eran los bromistas, junto con Taco. Las chicas se encargaban del mate y de las tortas fritas.

El día del desfile llegó, y la reina del curso fue elegida reina de la primavera. Pero la alegría de ese año se vio empañada cuando al Negro Maderos lo expulsaron del colegio por sus travesuras, parece que algún compañero comentó en su casa que había promovido un corte de luz para que no hubiera clases y el padre, que era policía, fue y se lo comunicó a Puchero de Campo, el rector de la Escuela de Comercio. Mientras tanto, el Ganso recibió la convocatoria para hacer la conscripción en el ejército, y su pelea con la Chuqui parecía ser el final de un amor que apenas comenzaba. Ese año volvió la democracia, todo fue ebullición.

Así se cerraba un año escolar más en La Sucursal del Cielo, donde la juventud y la primavera se entrelazaban en un interminable baile de sueños y despedidas. El tiempo siguió su curso, pero en La Sucursal, donde el cielo parecía estar más cerca, la memoria de aquellos días de 1973 quedaría grabada para siempre.

La realidad lo sacó de su ensueño. Los médicos decidieron desconectarlo, y las enfermeras se prepararon para informar a la familia. El hombre de 78 años sintió una sensación de paz y una sonrisa se dibujó en su rostro.

«Lo siento», dijo el médico, «ha fallecido«.

La familia lloró, pero él ya no estaba allí. Se había ido, sonriendo, con los recuerdos de su vida y la magia de 1973.

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