Cuando nos quitemos los acicates recurrentes,

los ancestrales atavíos,

y nos volvamos ancianos suaves y risueños,

las verdades no se esconderán,

sus cristales se mecerán penderán de los techos.

Sin sonrojos estarán delante nuestros egos,

no habrá nada que esconder, seremos ciertos,

seremos esos.

No habrá asombros que roer,

pasarán la encrucijada de lo íntimo y lo perverso,

los secretos bien guardados.

Las intrigas no serán desenredadas

por mediocres hilanderas trasnochadas.

Estarán delante los serenos, los sensatos.

Serán como péndulos, que irán al pasado y al regreso,

con las garras vacías, sin parenterales colmillos perfundiendo los venenos,

en las sangres aceitosas de los que no tienen remedio,

carroñeros incestuosos, que han sucumbido,

sin saber que ya han arqueados sus bolcillos.

y volverá aquel candor que un día tuvimos

de niños y de Dioses ebrios.

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