Venezuela, una pasión accidentada

Venezuela, una pasión accidentada

Introducción

Normalmente, uno puede asimilar ciertos términos con determinados síntomas. La palabra accidente, por ejemplo, suele ser sorteada entre parafernalias de torpeza, o bien respecto de algo negativo, no deseado. Pero, para el caso, referirnos a lo accidental significará asistir a una serie de acontecimientos, algunos engorrosos, otros divertidos; algunos estresantes y otros más bien graciosos. En medio de un viaje, por la parte sur del continente americano, podremos situarnos en Venezuela, eje del relato en cuestión. Hablamos de un destino que, paradójicamente, en un principio, no estaba mentado entre los factibles a visitarse. Pensaba despuésdeColombiatreparaCentroamérica,o bien retomar a mi país (Argentina). La balanza, sin embargo, resultó quedar totalmente inclinada hacia la patria de Simón Bolívar. Una simple opinión, cargada de sentimientos, será la encargada de cambiar el sentido de la brújula. La compañía de dos ángeles suizas y una promesa (de mi padre), que permanecía como flotando en el aire, fueron finalmente los detonantes a partir de los cuales tomé partido por este nuevo territorio.

En resumen, saliendo con mi amigo Juan, desde Buenos Aires hasta Tucumán (en un tren que tardó algo así de25 horas), pasamos a Bolivia por vía: Villazón, Oruro, Cochabamba, La Paz, Copacabana (incluyendo La Isla del Sol), de allí a Perú; primero, Cuzco, de donde cruzamos al Machu Picchu. Luego, Juan decidió retornar a la Argentina, con lo cual, seguí subiendo, a partir de ahora, por mi cuenta. En Lima, pasé solo unas horas para dormir, quería escaparle al frío y sabía que a ocho horas de allí se encontraba la primera playa del pacífico con aguas de temperaturas cálidas. Llegaba entonces al trópico metiéndome al mar en las playas cercanas a Trujillo, de nombre Huanchaco. Al cabo de 5 días, un nuevo paraíso, Máncora.

VENEZUELA, UNA PASIÓN ACCIDENTADA

Ecuador, salvo Quito, fue pura playa: Montañita, Puerto López, Tumbes, Esmeraldas. Pude darme el lujo de conocer literalmente la mitad del mundo. ¡Ojo! NO la de la cúpula gigante con un planeta en la terraza, esa plaza también la conocí, pero la verdadera mitad del mundo se encuentra a dos cuadras de allí, en un lugar muchísimo menos turístico, nada comercial y de hecho rodeado por humildes ranchos, llenos de historias originarias de los pueblos aledaños y con la particularidad de mostrar en una pequeña pileta cómoel agua corre distinto en el hemisferio sur que en el norte, llevando a cabo la comparación con escasos centímetro de distancia. Colombia, al resultarme algo cara la hice en pocos días, los lugares recorridos: Medellín, Tolú (algo así como una playa que se quedó en el tiempo, de puros pobladores afrocolombianos) y Santa Marta. Por el otro lado, la inesperada Venezuela resultó ser el destino más accesible y a la vez, cierre de esta primera vuelta, impregnando en mí la sed de revancha.

En dicho sentido, los sucesos que terminan por dar título a esta aventura, son los que abren las puertas de la segunda parte, comenzada a la inversa, allá por septiembre de 2015, en Venezuela. Llegando al aeropuerto de Caracas solo, con el propósito de atravesar esta vez el país entero, primero en la ya conocida por mi Choroní, playa caribeña de ensueño, luego en Maracay, Caracas, Barquisimeto, 2 meses en Mérida, lugar en el cual conociera a Paula, mi compañera de viaje en adelante. Maracaibo, otra vez Choroní, de nuevo Caracas, Puerto la Cruz, Isla Margarita.

A modo de conclusión, una tercera parte que nos remitea los instantes de incertidumbre, en tanto que, debíamos definir las formas y lugar para la salida del país. Reposando a la vuelta de la Isla, unos días, en Puerto la Cruz, cruzando a Maracaibo por segunda vez. Bajo recomendación nos decidimos a San Cristóbal, un fallido cruce a Colombia y a

INTRODUCCIÓN

continuación la odisea hacia Brasil.

En lo que a mí respecta, será debatirme entre aquella Venezuela que no tardó en enamorarme y la otra que, a pesar de todos los obstáculos, supe recorrer en sus vastas extensiones. La primera, totalmente nueva y extraña, a los hechos que contaba con casi nulas referencias del lugar. La segunda, de difícil pasar en lo económico y lo social, pero llena de generosidad y alegría en sus poblaciones todas, transitada como parte de una decisión puramente personal.

A título de lo accidentado, caí en estas tierras un pocode casualidad, parando primero en Maracaibo (desde Colombia), a 100 metros de donde vivía la persona a quien, aproximadamente 5 años después, conociera, para darnos viaje, juntos a la par.

Será importante, poder plantear hasta qué punto los accidentes suceden por motus propio o sí, en todo caso, representan la resultante del movimiento, es decir contra todo estatismo rutinario. Tal como sucede en la naturaleza, cuando al referirnos a los accidentes geográficos, una maravilla suele ser producto de una falla. Entiendo, por lo tanto, que es justamente en lo accidentado, de aquello que nos moviliza, que podremos encontrar el margen para la apertura de nuestros propios caminos.

Transitar o perecer…

  • Saliendo de casa
  • Bolivia y el primer cruce fronterizo
  • Perú y otra frontera para el olvido
  • Ecuador y la autopista del sol
  • Colombia y los Angelitos de la ruta
  • La mística venezolana

Venezuela tiene un encanto que la hace única e inigualable. Más allá de lo naturalmente obvio por sus playas tropicales, ríos, montañas, selvas, cuevas, islas caribeñas, pasajes andinos, rutas de la muerte, los tepuyes conservando su esencia de millones de años atrás y el salto (de agua) más largo del mundo, este país, al momento, significaba para mí un misterio, ya que: en principio, no estaba entre los planes, porque, pensaba después de Colombia seguir subiendo con destino a Centroamérica o empalmar la vuelta a casa (Argentina). Aparte de eso, a pesar de tanta belleza natural, no se veían ofertas turísticas mostrandolo propio de semejante paraíso (con lo cual todas las maravillas recientemente descriptas resultaban totalmente desconocidas, nuevas, para mi), ni tampoco noticias de lo que allí sucedía, a excepción de algunas cuestiones políticas con Hugo Chávez a la cabeza. Esperaba igual un largo y accidentado camino hasta la patria bolivariana.

Corrían los últimos días del año 2010 y con mi gran amigo Juan teníamos la vaga idea de armar un viaje por América Latina. Fuimos bastante prácticos al respecto, ya que, para enero de 2011teníamos resuelto el trámite del pasaportey un boleto de tren a Tucumán, con fecha de salida parael 4 de abril. Ninguno de los 2 se había lanzado con anterioridad en este loco desafío de mochilear, con lo cual incorporábamos en nuestras vidas un nuevo formato, del cual poco y nada conocíamos. Dicen que viajar abre las mentes y sentíamos que la suya y la mía estaban ya un poco quemadas, producto de los vicios de la cotidianeidad. Era el momento, los dos habíamos terminado nuestras carreras habiéndonos graduado, él como Despachante de Aduanay yo Licenciado en Sociología. Mezcla de escapismo y aventura nos sabíamos ahora inmersos en el viaje. Con el apoyo de nuestras familias y contenidos por amigos, asados

de por medio, empezábamos a hacernos un poco la cabeza antes de salir. Mi vieja, los últimos 2 meses no hubo día que no me trajera folletería e informaciones de los países sudamericanos. Mi viejo, por su parte, estaba un tanto ansioso, nervioso y con algo de miedo.

Los primeros días fueron algo difíciles, de hecho el día uno nos paseamos de Tucumán a Jujuy, solo con el propósitode encontrarnos con Judith, quien nos daría hospedaje en Salta. El itinerario del primer día nos llevaba de Tucumán a Güemes (Jujuy), para hospedarnos finalmente en Salta Capital. Sucede que, en el lugar en el que yo trabajaba, previa salida de viaje con Juan, hacía las veces de recepcionista “El Charango”, un jujeño a quien le había puesto yo ese sobrenombre por su parecido con el maestro Jaime Torres. Cuando Charango se enteró que viajaba con destino al norte del país me pidió que por favor le llevara a su sobrina (Judith) 2 frascos de berenjenas, hechos personalmente por él. Hacía mucho que no veía a sus familiares en Salta yal parecer adoraban allí sus berenjenas caseras. A cambio, ella nos brindaría hospedaje. Una vez que pudimos comunicarnos con ella nos comentó que desde Tucumán nos convenía esperarla en Jujuy, lugar en el que estaba trabajando, para pasarnos a buscar y luego llevarnos a Salta. Así fue, cumplimos nosotros con nuestra parte entregando los frascos, de igual forma lo hizo ella consiguiéndonos donde dormir.

Al cabo de 3 días en Salta, hospedados por una familia amiga de Judith, nos tocaba partir en micro, saliendo alas 9 de la noche, para llegar temprano en la mañana del siguiente día a La Quiaca, paso de frontera. Con el sol de otoño asomando, a las 6 de la mañana, nos recibía esta hermosa ciudad. Cuando bajamos del micro lo primero que

me nació decirle a Juan fue: Che, boludo, me siento medio drogui… al momento nos pareció gracioso, supusimos que era producto de transitar por primera vez en alturas. Tras 10 cuadras, caminando hasta llegar al límite entre Argentinay Bolivia, paramos a hacer los trámites correspondientes a la salida del país. En eso, me saco la mochila y otra vez le caigo encima a Juan: Hace vos mi trámite, porque yo me muero acá mismo… Por un instante, sentí que se apagaba el televisor pero rápidamente me alcanzaron agua y un alfajor, me dijeron que me quede tranquilo, que era normal, que algunas personas podían verse afectadas por lo que se conoce como: el mal de altura.

Bolivia no fue nada fácil, la altura hizo estragos en mí y, por lo tanto, afectó un poco la moral de este equipo que conformábamos con Juan, por primera vez en tierras internacionales los dos. Hicimos Villazón, Oruro, Cochabamba, La Paz, pero no podíamos encontrarnos. Entre dolores de cabeza, vómitos y diarrea no habíadía que no genere algún malestar de este tipo. Para colmo,una de nuestras ambiciones era conocer La Higuera (lugar en el que fuera asesinado el “Che” Guevara) y como mucha información no teníamos, íbamos recabando sobre la marcha. Tal es así que, en Villazón almorzamos en un pequeño comedor y conocimos al dueño del lugar, quien decía ser hermano de una de las guerrilleras que supo luchar a la par del Che. Fue él mismo quien nos armó un croquis para llegar más rápido a La Higuera, desde La Paz. Sin embargo, una vez en la ciudad capital pudimos notar que ningún micro, ninguna camionetita nos acercaba y, en todo caso, para ello debíamos retroceder muchísimo atendiendo al mapa que veníamos trazando. Por otro lado, como nota de color, sentados una tarde en La Paz, en la plaza de gobierno, pudimos ver pasar caminando, delante de nuestros ojos, al mismísimo Presidente Boliviano: Evo Morales.

Volviendo sobre la primera parte del transcurso en Bolivia, debíamos permanecer al menos un día más en Villazón para tomar el tren (que salía recién al otro día), con destino a Oruro. No fue lo que se dice un tramo agraciado; en principio, a la espera en el andén, un turista denunció a los gritos un robo, a partir del cual, los militares allí interceptaron al amigo de lo ajeno, para luego de devolver las pertenencias a la víctima del robo, meter al ladrón en un cuartito, a las patadas. Los gritos que pegaba este personaje hacían parecer cualquier trompada como un mimo. Quince horas sentados en asientos de madera, nos esperaban. Con una pantalla que no se detuvo en toda la noche, poniendo videos de música andina (estilo Wendy Sulca) a todo volumen. Para colmo de males, cuando la música dejo de sonar, lo siguiente fue una película japonesa. Ante un tren particularmente lleno de turistas orientales, no tuvieron mejor idea que pasar un film acerca de una ola gigante, que implicaba una de las peores tragedias para el país nipón. De hecho, un año atrás, literalmente, había sucedido en aquellas tierras asiáticas algo similar. Como consecuencia, mientras se rodaba la historia, una porción importante de los pasajeros no cesaba en llantos. Si quisiéramos utilizar una palabra que defina lo que significó este día, créanme que con el término bizarro nos estaríamos quedando cortos.

Luego de apenas pisar Oruro y tras conocer Cochabamba (permaneciendo 48 horas solamente), le tocaba el turno a La Paz. Ciudad que, con una vista infernal, se deja ver desde lo alto de la montaña como un valle infinito. Pensamos que al quedarnos unos días allí podríamos acomodarnos a los males de la altura. Juan sí pudo ponerse al día, a mí me costó un poco más. Ya algo más tranquilos, a partir de este momento empezamos a dejar de sufrir y agarrarle el gustito al viaje.

Caminamosmucho,repartiéndonosentrecuriosidades

como la plaza de las palomas en la que vimos al Presidente boliviano, la cárcel de la ciudad que viene a ser como un barrio en el cual los presidiaros conviven con sus mujeresy sus hijos y a la cual uno pude acceder en tanto visitante, en calidad de turista, pagando 50 pesos bolivianos. Parael impacto, bordeando el centro existe la cuadra de las peluquerías, llenas de folleteros invitando a los gritos a cortarse el pelo, se volvían locos al verme las mechas largas, hasta me agarraban de la mano casi obligándomea entrar (siempre con una sonrisa ellos). En la parte alta,el cementerio, rodeado porcasasdeelectrodomésticosde primera línea a precios inexistentes; computadoras y cámaras, por ejemplo, 5 veces más baratas de lo que uno normalmente conocía para estos elementos. En el Hostel, quedamos enamorados de Carla, con sus largas botas, fue ella la chica boliviana que nos atendió, se reía de todos nuestros chistes y comentarios, lo cual la hacía ver incluso más linda ante nuestros ojos.

Compañeros de estadía Mika y su novia, ambos finlandeses, ella tan vergonzosa que cuando iba al baño prendía la ducha para confundir los ruidos y él con su discurso desafiante; lo que no me mata me hace más fuerte, dicho en un improvisado inglés tosco, manteniendo los excesos a pesar de verse totalmente colapsado por su estado bochornoso. Aparte de ser pareja y no despegarse ni por un instante uno del otro, eran igualitos entre sí, lo cual, supongo, denota una altísima autoestima por parte de ambos. A ellos los volvería a cruzar luego, en cada uno de los países hasta Colombia: Cuzco (Perú), Montañitas (Ecuador) y Santa Marta (Colombia). El otro nuevo amigo de hospedaje en La Paz, Emilio, prefería hacerse llamar exilio, ya que vivía escapándose de sus pagos cordobeses, flaco al extremo, solo comía arroz, fideos y vegetales, tenía en vez de cinturón una soga que ataba con un nudo, ya que no le alcanzaba ni con los agujeros que le había sumado a los cintos.

No fue sino hasta Copacabana (norte boliviano) que pude, a fin de cuentas, reincorporarme debidamente en la parte física. Para ello, algo maravilloso tenía que suceder. Era una tarde de domingo y todos los bares llenaban las calles con carteles que invitaban a ver el clásico español: Barcelona- Real Madrid. Sinceramente, ni recuerdo cómo salió ese partido, porque el que yo quería ver era uno muchísimo más importante: Racing-Independiente. Entre tantos lugares consultados uno de ellos tenía dos televisores, a lo quepedí por favor me permitieran en uno de ellos ver ése, mi partido. Al cabo de unos minutos insistiendo y prometiendo comprar muchas cervezas nos dejaron. Una pantalla con el clásico español, la otra toda para mí. Racing ganó 2 a 0 y más feliz no podía estar, es más, el grito que pegué con el segundo gol paralizó del susto a los turistas que por allí pasaban. Después de diez días tomando agua me la pase festejando con cerveza.

Al otro día nos fuimos a La Isla del Sol, en donde estuvimos a punto de jugar un torneo de fútbol por una vaca, pero sinceramente no teníamos más efectivo, en un lugar sin cajeros automáticos y, encima, tratando de correr a modo de entrenamiento, a los 50 metros, quedé sin aire. Recordemos que, La Isla del Sol se encuentra en el Lago Titicaca, el acuífero en altura (lago de deshielo) más extenso del mundo. Lugar en el cual, a la distancia, se pueden divisar los picos nevados de la Cordillera de Los Andes. Obstinados y como buenos argentinos futboleros, a pesar de estar secos económicamente y prácticamente abatidos en lo físico, percibimos que se abría una ventana a favor de nuestra permanencia en la isla. Ocurre que, el dueño del lugar enel que nos hospedábamos resultó ser el DT de uno de los equipos de fútbol. No tuvimos mejor idea que plantearle jugar para su escuadra a cambio del hospedaje en su posada, más la comida diaria. Nos dijo que no había ningún problema, pero que debía consultar con su esposa primero.

A la espera, vimos cómo su mujer, una chola aparentemente brava, levantaba la voz y en aymara le propiciaba algunos gritos. Cabeza agacha y de hombros caídos, este ex fornido director técnico, se acercó nuevamente hacía nosotros y nos comunicó la negativa respecto de nuestro inminente acuerdo. Sabíamos entonces, que la vuelta a la Ciudad de Copacabana nos esperaba.

Despreocupados, a lavezqueresignados,porsaberque no íbamos a competir por la vaca, caminamos unos metros hasta la playita, lugar en el que, en plan de relajo, pasaríamos nuestra última tarde isleña entre mates y sol.El agua de la playa, condenadamente helada, permitía de todas formas un chapuzón a la luz del día. Y en esto de salir del lago, para secarme al sol, no advertí que en las alturas quemaba mucho más fuerte, más directo, la piel. De hecho, estaba congelado por lo que a duras penas sentía los rayos. Me quedé dormido y al despertar noté que me había tostado más de lo esperado, al tiempo que, el tobillo de la pierna izquierda parecía una morcilla, por lo hinchado y por el color carbonizado. No fue para nada gracioso. Lo que seguía a continuación, tres días seguido rengueando. Pero esto no es todo, al otro día temprano, para contrarrestar las quemaduras apliqué Hipoglós en el tobillo y en la cara. Salimos un toque a caminar con Juan y no pude dejar de notar que la gente allí me miraba un tanto extraño, cuando volvimos al hospedaje le comente esto mismo Juan, quien a tono de risa me sacó una foto, luego de decirme: ¿querés ver por qué te miraban? Tenía la cara toda blanca, comoun payaso, no sabía que esta crema, para las quemaduras quedaba intacta en la piel.

Volver a Copacabana implicaba también proyectar de cara al Perú. Primer destino: Cuzco, en vistas de acceder a un lugar de ensueño; Machu Picchu. Exactamente un mes llevábamos alejados de nuestras familias y en eso a Juan le

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venían ofreciendo algunas propuestas bastante tentadoras de trabajo, que de alguna forma lo hicieron dudar acerca de si seguir viajando o volver a casa. Le sugerí entonces, que cuanto menos se permita conocer las ruinas, que no sabía si habría de tener la chance en el futuro. Y así fue, llegamos juntos coronando en lo más alto del Imperio Inca. Nobleza obliga, debo decir que la llegada hasta la ciudadela, tras subir desde aguas Calientes, fue toda una odisea teniendo en cuenta que Juan es asmático. Increíblemente, cinco años más tarde volvería a cruzar ese sendero con mi compañera Paula, también con el mismo problema pulmonar.

Como gambeteando aquellas dudas que lo aquejaban a Juan conocimos un grupete de argentinos, quienes serían nuestra compañía durante la siguiente semana. Todos coincidían en hacerle saber que estaba loco si, habiendo llegado hasta acá, se perdía la posibilidad de entrar a Machu Picchu. Salimos desde Copacabana, con los últimos destellos de sol y un rato después llegábamos a la frontera, en Puno.

Primer problema, no encontraba el papel de entrada que me habían dado en Bolivia. Recordemos que había sido un tanto accidentado ese primer cruce fronterizo. Y encima, en el apuro por salir del paso, en aquel entonces, presenté la cédula del Mercosur (la tenía a mano) en vez del pasaporte, que estaba dentro de la mochila. Razón por la cual, en vez del sello contaba simplemente con un papel. Se ve que, en eso de buscar un taxi como para ahorrarnos caminar hasta el hotel, en el ingreso a Bolivia, habré perdido o quizás dejado suelto ese maldito formulario de ingreso, el cual debía presentar al salir de Bolivia. Arreglamos todo pagándole 10 dólares a un guardia, en concepto de multa.

En segundo lugar, una vez arreglado lo de mi papel, le

tocaba ahora a Juan. Habiendo pasado al lado peruano debíamos mostrar nuestros documentos. Juan, tenía sellada su entrada y salida de Bolivia en el DNI (en ese momento un librito verde, que a la fecha ya no está en circulación), pero al momento no le querían sellar la entrada a Perú con la excusa de que era no legible el documento. Sentimos que nos estaban tomando el pelo, ya que, minutos anteslo habían sellado y, lo propio, un mes atrás al salir de Argentina. Tuvo que interceder lapolicía,enmediode un despiole que duro más de 30 minutos, casi a las piñas con el funcionario de Migraciones (Perú) que nos estaba reteniendo, no solo a nosotros, sino también, a todos los que estábamos en el micro a Cuzco. Como debía ser, nos dieron la razón y tras el desafortunado acontecimiento pudimos zarpar al nuevo destino. No sin antes, ser amenazados por esa misma persona que pretendía sacarnos plata a cambio de sellar el DNI de Juan. El muy cara dura, subió al micro, nos señaló y dijo que él personalmente se iba a ocupar de que no podamos entrar nunca más en nuestras vidas a Perú. Recuerdo a mi amigo y compañero de viaje haciéndole lero- lero (agitando las manos en las orejas y sacando la lengua) desde la ventana del micro a este condenado personaje, mientras lo llevaban custodiado a su oficina. Cinco años después (más precisamente para marzo de 2016), volvería a atravesar estos pagos, esta vez con mi novia Paula y sin mayores dificultades.

Los primeros días en Cuzco fueron de mucha risa, conun nuevo amigo, El Turco, entre audios de Landriscina y videos de J. M. Listorti comparando al amor con una piñata. Para el tercer día, llegaron sus amigos, todos argentinos,a los que se sumarían 2 holandesas, Reene y Anja (ambas psicólogas de Amsterdam) y un francés (Florian) con quienes pasaríamos cada instante, separándonos al volver de Machu Picchu. En conjunto, planificamos salir un lunes de Cuzco a Hidroeléctrica, lugar desde el cual se caminan

2 horas hasta llegar a Aguas Calientes, algo así como el pueblo que representa la previa para llegar a Machu Picchu. Sucede que caímos en Cuzco para semana santa, con lo cual pensamos que al juntarse gente del mundo entero sería una locura ir a conocer las ruinas en una fecha tan turística.

La ida implicó tomar un pequeño bus desde Cuzco hasta Santa María, lugar al cual arribaríamos al atardecer (tras 6 horas de viaje), sería esta la parada obligatoria para dormir y salir temprano, al día siguiente (con una camionetita), hacia Hidroeléctrica. Tras dejar nuestras cosas en el albergue, aprovechamos para conocer el pueblo. Después de la cena, nos topamos con un local bailable, de allí pudimos divisar un grupo de turistas europeos saliendo, justo cuando íbamos a ingresar nosotros. Bajo la promesa de que beberíamosun buen rato (estos locales, por ser de pueblos de paso, no manejan horarios, sino más bien que abren o cierran según los caudales de gente que se acerque) pedimos al personal del boliche no cerrara aun. El mismo que servía los tragos hacía las veces de DJ y en el interín el Turco notó que esta persona estaba tan atareada que no daba abasto, así fue que se le acercó con su pendrive y le dijo que él contaba con música para pasar mientras el chico del lugar podría vendernos tragos y cerveza más tranquilo, se puso muy contento el dj/barman al ver que en sus carpetas el Turco contaba con mucho material de Yayo y su cuarteto obrero. Al parecer, este comediante cordobés, con su respectivo formato musical, venía haciendo estragos en diferentes pagos de Sudamérica. Otra de las curiosidades de la noche nos remite a una situación que el turco nos había comentado en Cuzco, en referencia a uno de los chicos que íbamos a conocer,el Chechu, definido por él (turco) como un hippie místico que en sus momentos de nostalgia abrazaba a la gente y le agradecía con frases al estilo: Gracias por tu energía, por estar acá conmigo y no haciendo otras cosas… Recuerdo que a Juan y a mí nos causó mucha gracia. Literalmente

fue lo que sucedió en el boliche de Santa María, primero abrazándome a mí, a lo que le respondí: No me rompas las pelotas Chechu- y luego, lo propio, con Juan. En horas de la madrugada, retornamos a dormir y cuando por fin me estaba tapando con la sabana, uno de los chicos (de origen español) con los que habíamos llegado a este hospedaje me pide que le cambie de cama, que el necesitaba despertarse con el sol (¿?). Habíamos notado ya, en el transcurso del día, algunas actitudes un tanto excéntricas de parte de este muchacho, así que para no ganar en discusión cambiamos los lugares.

Lo dicho, temprano en la mañana, una mini van nos trasladó hacia Hidroeléctrica. Tras 2 horas bordeando las vías del tren, llegamos finalmente a Aguas Calientes, allí debíamos dormir para madrugar a las 4 de la mañana y hacer la caminata de 1 hora aproximadamente hasta Machu Picchu. La idea era no tomar alcohol esa noche, pero no tardamos mucho en invertir la ecuación, con la excusa de que era imprescindible festejar haber llegado hasta ahí. Siendo bueno con los números iba calculando entre la cena y las cervezas cuanto gastábamos, aproximadamente. No habíamos tomado en consideración, de hecho, no sabíamos que en Aguas Calientes te cobraban sobre lo gastado un10 % más. Cuando llegó la cuenta, nos encontramos con esta diferencia monetaria y entendiendo que era un robo, por ser ilegal y sin previo aviso de advertencia, les dijimos que no íbamos a pagar eso, que nos parecía injusto, que no correspondía. Cuando finalmente entraron en razón quienes nos habían atendido en el bar, el español no tuvo mejor idea que decir que le parecía una vergüenza que discutamos por ese insignificante 10 por ciento, que no seamos ratas, haciendo el comentario delante de la gente del bar, con lo cual nos dejaba obviamente mal parados ante quienes unos segundos atrás nos habían dado la razón.

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Habiendo dormido poco y nada, a las 6 de la mañana nos encontrábamos arriba en la ciudadela Inca, abrazados por las nubes que iban subiendo ante nuestros ojos. Nos tocó escalar a la cima del Huayna Picchu (la montaña grande que se ve en las fotos, por encima de Machu Picchu) enel primer turno, el de las 7 de la mañana. Contrario a loque nos habían advertido, el momento no podría habersido mejor. Todos coincidían en que convenía subir en el segundo turno, el de las 11 de la mañana, con el sol dando de lleno a Machu Picchu. Sin embargo, lo que nadie pudo advertir es que; habiendo llegado temprano a la cúspide de la montaña, todo por debajo nuestro se veía nublado, conlo cual no teníamos referencia alguna acerca de dónde se encontraban las ruinas. Entonces, estábamos todos como sacando cuentas, señalando, adivinando por decirlo de alguna forma, pero de a poco las nubes fueron subiendo al punto de posarse por encima de nosotros. Fue maravilloso, mágico, cuando repentinamente Machu Picchu se hizo ver.

Pasamos el día entero, deslumbrados, recorriendo cada milímetro de este rincón, único en el mundo entero. Habiendo llegado a las 6 de la mañana, no fue sino hasta las 5 de la tarde que decidimos emprender la vuelta. A la noche, a pesar de encontrarnos cansados no dudamos un instante en salir a celebrar con toda la muchachada. Fue una locura, cantamos y bailamos hasta altas horas de la madrugada, en un karaoke en el que nos tomamos hasta el agua de los floreros. Contrarrestando algunas broncas, producto de ostentaciones reiteradas, hicimos un pagadios (de a uno y a escondidas nos íbamos retirando sin avisar), a partir del cual decidimos que nuestro amigo español “invitaba” todo lo allí bebido. Obviamente, quien nos había llamado ratas quedaba ahora un poco ofendido.

Amanecidos en la caminata de vuelta, empezamos involuntariamente a separarnos entre grupos de rapiditos y,

por otro lado, los más lentos. Nuestras amigas holandesas sufrieron esta dicotomía, Anja a la par nuestra (entre los más lentos). Lograron reencontrarse, recién al atardecer en Santa Teresa y viéndose la una a la otra, en un reflejo de desesperación mutua, se fundieron con un abrazo y alguna que otra lágrima mediando el susto que implicaba haberse separado, aunque sea por unas horas. Al parecer Reene se nos había adelantado en el camino. Cansados y con hambre, aprovechamos para degustar una buena merienda. En el bar nos atendió el dueño, oriundo de estos pagos montañeses, presentándose ante nosotros como el Messi peruano. Cuando nos estrechó la mano, de a uno por vez, Juan lo saludó diciéndole: Hola Messi, cómo anda la familia… Nos sugirió probar el menú de la merienda: arroz con leche y medialunas y nos prometió que si volvíamos temprano ala mañana siguiente, nos haría un descuento en su menúde desayuno. El turco pregunto: ¿Y cuál es el menú de la mañana?…- Arroz con leche y medialunas, replicó nuestro amigo peruano-Ah bien, variadito el menú, sentenció Juan. Mientras merendábamos fuimos desafiados por el Messide Santa Teresa, quien comentó que nunca nadie le había ganado en el fútbol y que si rompíamos ese record nos invitaba cervezas luego del juego. Accedimos y para su mala fortuna tuvo que pagar cara la derrota. Permaneceríamos en este pueblo, al menos por esa noche; el turco, su amigo el tano, Anja, Reene, Juan y yo. Llegando los 6 a Cuzco, recién al siguiente día. Al resto (los que habían salido desde el principio de esta odisea con nosotros), les perderíamosel rastro.

El retorno fue un tanto melancólico, por un lado, quedaba el vacío inevitable luego de haber conocido semejante maravilla de la historia y, por otra parte, sabíamos se venía la despedida. Algunos de nosotros teníamos que seguir subiendo (yendo de sur a norte), otros se encontraban bajando y a otros, como por ejemplo Juan, los esperaba un

avión de vuelta a casa. Lima será el nuevo destino, dejaba atrás a mi compañero de viaje y emprendía nuevo formato: el de viajante solitario. Solo paré en la ciudad capital para cenar y dormir. Temprano al día siguiente encaraba hacia Trujillo, con el atractivo particular de por primera vez en mi vida (con 25 años al momento) sumergirme en aguas de mar cálidas y transparentes. Así fue que conocí Huanchaco, la playa cercana a esta ciudad colonial. Una semana después, la próxima parada sería Máncora, último destino en Perú. Paraíso de aguas mansas, pero con vientos que invitabana practicar sky surf. La temperatura perfecta, ideal fuera y dentro del agua. Allí me hospedó Gladys, suegra de uno de mis primos, Patricio.

Habiendo incorporado el gustito por las aguas cálidas del océano pacífico no existía en mí nada que pudiera alejarme de las playas. Con lo cual, de Máncora salí directo (en micro) con destino a Montañitas. Para ello debía hacer una parada obligatoria en Guayaquil. Salí a las 11 de la noche de Perú, cruzando la frontera por la madrugada, en un trámite sencillísimo que no llevo más que 5 minutos. Para mi sorpresa, al cambiar dinero noté que la moneda en Ecuador es el dólar. Me llamó un poco la atención teniendo en cuenta las diferencias ideológicas del gobierno ecuatoriano respecto del imperio yankee. A eso del mediodía llegué al lugar esperado. Una parada bastante comercial, llena de locales y boliches, pero, sin perder la esencia pueblerina.

Por empezar, una situación accidentada que al principio pareció graciosa, pero, nada de eso hubo en ella, a fines de cuenta. Faltaba casi 30 minutos para arribar a Montañitas y en plena ruta, clava los frenos el bus, a todo lo que da. Yo venía escuchando música distraído, por lo que me sorprendí al punto de caerme abalanzado sobre el asiento de adelante,

al tiempo que mis mochilas salieron disparadas también. Una vez incorporado nuevamente, pude notar que la razón de la frenada se debía a que unas vacas y unos caballos habían cruzado la ruta, sueltos. Me causó mucha gracia, sin embargo, 5 minutos después un camión de obra se encontraba volcado, al costado de la ruta. No pude sino imaginar que exactamente lo mismo podría habernos sucedido minutos atrás. Instalado en Montañitas me fui a caminar el pueblo, a conocerlo un poco. Una singularidad, había altavoces en todas las esquinas. Y por este medio, la radio del pueblo transmitía un funeral en el cual las esposas de los fallecidos recibían donaciones a manos de sus vecinos montañeses. El luto había convocado a la población en un marco solidario. Me acerqué a la sala velatoria, pregunté por lo sucedido y me comentaron que fallecieron volviendo de una obra, en su camión, producto de un accidente al intentar esquivar unas vacas. Nada más por decir.

El resto de la semana, rodeado de nuevos amigos, a puro anécdotas. Por ejemplo, un gordo peludo, que parecía un oso, caminando totalmente desnudo a la playa en pleno amanecer, mientras que nosotros volvíamos de los boliches. Al día siguiente, nos enteramos que había sido robado, incluyendo su vestimenta, por dos travestis que el mismo había invitado a pasar la noche en su habitación. Se veque en la frustración, borracho y lleno de impotencia, la melancolía lo llevó a caminar por la playa en bolas. Otra de las situaciones, en medio de un partido de fútbol, fue llevando a una bataola con gente del pueblo que jugaba para el equipo rival. Fuimos amenazados de muerte, en medio de una situación sumamente bizarra. Un enano nos corría lleno de piedras en sus manos, mientras que la gente que pasaba su día de playa no paraba de moverse de un lado a otro como previendo la posibilidad de un proyectil golpeándolos. Fue bastante movida la semanita en este lugar, con días que arrancaban a las 2 de la tarde, como consecuencia de haber

terminado las noches, entre bailes y recitales callejeros, con la llegada del sol.

Algo para destacar, en su corto trecho de sur a norte (si se lo compara con el resto de los países sudamericanos), Ecuador contiene una ruta que abarca todas las playas: desde Salinas hasta Esmeraldas. Se le llama la ruta del sol y el viaje en bus, a través de este sendero, cuesta 1 dólar por hora de viaje. Terriblemente accesible para mi suerte. En realidad todo Ecuador resultó barato. Con hospedajes a 5 dólares por doquier, almuerzos entre 1,75 y 2,50 dólares, según el caso, se hacía mucho más fácil disfrutar las bellezas tropicales de este país. Al cabo de 9 días intensísimos en Montañitas, sentí la necesidad de bajar un cambio. Para ello,nada mejor que pasar al pueblo de Puerto López, a dos horas.La calma eterna, algo así como pasar del infierno al cielo en 2 pasitos. Fue esta la sede para festejar mis 26, entre estadounidenses y ecuatorianos. Regalo decumpleaños, me pagué una excursión a una isla conocida como “la galápagos de los pobres”. A la vuelta un grupo de delfines poco tímidos osaron desfilar frente a nosotros, coronando una jornada única, de esas que uno guarda para la tumba con toda felicidad.

Acontinuación Canoa, una playa enla que considerablemente bajó la temperatura, con un mar inusualmente picado, en donde lo más destacable fue dar con una película llamada: Superbad (o como algunos la conocen: Mic Lovin), riendo como un loco, solo. Tres días grises fueron suficientes para pegar una escapada hacia la próxima locación: Tumbes, lugar en el cual, una tarde distraído con una jovencita, perdí las cosas del mate. Las bolsas de basura, al igual que las que daban en las panaderías eran negras y esto dio el pie a la confusión, ya que, al atardecer el personal de limpieza en la playa, levantando los residuos, tiro mis objetos. El tema es que se hizo imposible conseguir la bombilla (el pitillo

dicen allí), el resto era lo de menos, cualquier vaso hace las veces de un mate. Cuando me acerqué a uno de los locales preguntando me trajeron un foco de luz, un bombillo. No fue sino hasta Quito, una semana después, que tras recorrer toda la ciudad pude encontrar una, pero para conseguirla debía comprar el kit completo de mate, al costo de 30 dólares. Más allá del abultado precio lo necesitaba, meiba a volver loco sin mis mates. Volviendo a Tumbes y a las distracciones playeras, pocas horas después de haber perdido el mate, caminando la previa de un viernes por la noche, cruzamos miradas con una preciosa muchacha y tras presentarnos nos paseamos juntos por los boliches de la playa (algo así como ranchos abiertos, de cara al mar en los que se pasa música y se venden cervezas y tragos), me sentía todo un galán, jamás en la vida me había sido tan sencillo conquistar el corazón de una dama, era demasiado buenos para ser cierto… Y sí, a la hora de los bifes, me preguntó con cuánta plata contaba a lo que me advirtió que era dama de compañía y a menos que tuviera 80 dólares no íbamos a poder hacer nada. Mi moral viril pasó de las nubes al pozo más hondo.

Finalmente, Atacames, allí me encontré con un chileno amigo que había conocido un mes atrás en Cuzco y con quien ya me había cruzado también en Máncora. Se encontraba él realizando un proyecto audiovisual acerca de las comunidades afroamericanas, junto con un compañero español con quien sehabíanconocidoestudiandoCine en Barcelona. Llevaban adelante un proyecto bastante ambicioso, pero de forma independiente, solamente bancado por ellos mismos, sus cámaras y un humilde automóvil, que los llevaba lealmente de acá para allá.

Tras 15 días de playa en Ecuador, sumados los otros 15 que venía cargando de playas peruanas, caía la hora de pisar nuevamente el asfalto y cemento de las grandes ciudades.

Quito, conocida también como la mitad del mundo, será ahora el destino por atravesar, previa parada para dormir una noche, en Santo Domingo.

Recordaba que, antes de partir con Juan, mi primo y compadre Gustavo me había comentado acerca de un atractivo en Ecuador en el cual se hace un experimentocon agua para mostrar cómo corre en el hemisferio sur para un lado y para el otro en el hemisferio norte. Obviamente, quería registrar este fenómeno en primera persona. A dos horas y algo más de la ciudad finalmente doy con esta locación. Efectivamente, corroborado a través de GPS, en el centro del mundo, marcan una línea de corte y con una piletita de cocina tapan con un corcho y, cuando lo sueltan, el agua corre de izquierda a derecha, del lado sur y de derecha a izquierda en el sector opuesto. En el medio, el agua baja directamente hacia el centro. La otra cuestión,en el hemisferio norte baja más rápido que en el sur y a partir de eso nos explicaron las razones del porqué de tantos zunamis en el hemisferio norte y terremotos mayormente del otro lado del planeta. Increíblemente, no todos saben de la existencia de este lugar por su poca difusión. De hecho, es muy humilde, lleno de ranchos en los que se cuentan historias de los pueblos originarios, se muestran animales típicos de la selva ecuatoriana y rituales como, por ejemplo, las reducciones de cabezas, en tanto, trofeos de guerra.

Por el contrario, dos cuadras atrás se encuentra un lugar netamente comercial, conocido como La Mitad del Mundo, en honor a dos franceses que un siglo atrás habían llegado a la conclusión de que era esa la línea geográfica, correspondiente a la división del mundo en dos. Nada mal la proyección, teniendo en cuenta la escasa tecnología con la que contaban, comparada con un GPS. Le pifiaron solo por dos cuadras. Pero no era esto lo que me molestaba.En realidad, es el hecho que: donde rinden tributo a sus

pueblos, significando la verdadera diferencia en hemisferios no hay mayores referencias más sí acerca del sector de los franceses, lleno de remeras, chucherías para la venta y con la terraza de un obelisco (con un globo terráqueo en la parte superior) a la que cobran dinero por subir. Tenía ganas de gritarle a todos que los estaban estafando, que la verdadera mitad del mundo se encuentra a dos cuadras y que allí, a diferencia de esta parte, no cobran entrada.

Los restantes días en el ombligo del mundo me encontraron paseando con una amiga francesa, Mary, a quien había conocido en Puerto López la semana de mi cumpleaños. Supo ella hacer las veces de guía turística, para este argentino que pocoynadaconocíadellugar.Duranteel día; parques, construcciones históricas, coloniales y eclesiásticas, mientras que, a la noche; templos cerveceros, bailantas y recitales de rock. Caminé mucho debo decir, por tratarse Quito de una ciudad en alturas, sentí de alguna forma superados aquellos males que supieron hacer estrago en Bolivia. Concluido un hermoso fin de semana carguéla mochila a espaldas nuevamente. Próximo destino, tras cruzar la frontera: Pasto, Colombia.

Cambiaba de país y como suele ser costumbre en mí, nada sabía del nuevo sitio. Lo único corroborado, al momento, implicaba bajar en Pasto, luego de hacer los trámites de frontera. Quizás, quedarme una noche al menos, en dicha locación, como para conocer parecía la mejor alternativa. Sin embargo, bajando al cruce, para el sello de salida y posterior entrada de Ecuador a Colombia, noté que frentea mí se sentaba una hermosa blonda dama. Me quedé impactado, ella lo noto devolviéndome una sonrisa. En la fila para sellar la entrada al país, se acercó y me preguntó cómo me llamaba. Dado que ella estaba sentada sola, igual yo,

decidimos seguir el viaje juntos. De nombre Blandine, esta francesa me sugirió seguir juntos hasta Medellín. No costó mucho decir que sí. Fueron algo más de 10 horas hablando sin parar, de todo lo que a uno pueda ocurrírsele. Ella debía encontrarse con una amiga, quien le daba hospedaje, me acompañó primero a buscar hotel y una vez que conseguí nos despedimos, quedando en vernos más tarde ese mismo día. Al no contar yo con celular, fue difícil ubicarla, por lo que nos desencontramos. Al otro día, fui a un cyber y tenía un mail de ella, en el cual proponía encontrarnos en 2 días, si yo quería. Me hubiese encantado conocer mejor a esa muchacha, pero supongo que las cosas suceden por alguna razón y si no nos encontramos esa primera tarde significaba que no era para mí.

Pude ubicarme en pleno centro, a 3 cuadras de la plazuela San Ignacio, espacio ideal para reposar las tardes materas. Uno de los días se acerca una chica y me pregunta: ¿estás tomando unos mates?– Le dije que sí y cuando pregunté que tomaba ella, me dijo: un tintito- Debo reconocer que me sorprendió, ya que era pleno día y en una tarde a puro sol. Conocedora ella del léxico manejado por los argentinos,en seguida se dio cuenta y sonrisa mediante aclaró: tintito le decimos al café en Colombia, no podría tomar un vinoa estas horas (jeje) estoy en pleno descanso del trabajo… Aprovechó entonces para contarme de un viaje suyo a Brasil, en el cual había compartido estadía con un grupode argentinos, por lo que guarda, entre sus objetos más preciados, un equipo de mate, regalo hecho por aquellos compatriotas míos.

Así como el mate suele ser una excusa para reunirse con amigos, en este caso, lejos de mi hogar, venía al pelo para conocer gente nueva, tal es el caso de dos policías quienes algo confundidos me preguntaron qué era eso que llevaba conmigo, pensaron que podría ser marihuana, por ejemplo.

Al comprender que simplemente se trataba de una bebida tradicional, se relajaron y de paso probaron también, con un poco de miedo igualmente. ¿Qué nota te da?- dijo uno de ellos, refiriendo a si generaba algún tipo de reacciónal degustarse. Al comentarles que puede ser parecido al café dejaron de hacer preguntas, para comenzar a analizar según sus propios criterios. No solo esto, sino que, al verme abordado por los policías, la gente que pasaba por ahí frenaba pensando queestabanpordetenermeyde un momento a otro me encontré rodeado de personas, compartiéndose (el mate) unos a otros, explicándose entre sí las buenas cualidades que pueden desprenderse de estas hierbas. Sacando la bombilla, revolviendo el mate, tomando de a sorbos, convidando al de al lado, como si de un coctel se tratara. Recuerdo entre ellos, una especie de intelectual, de esos filósofos de la calle, diciendo algo como: que inteligente, toma una infusión caliente para aclimatar el cuerpo a las altas temperaturas… Momento por demás divertido, a la vez que didáctico e instructivo por qué no, pero lamentablemente, tuvo que terminar con un alerta en el Handy de los policías, en el cual les avisaban que a una cuadra se estaban agarrando a los cuchillazos.

Sentí que no había ya mucho por hacer, más allá de recorrer la ciudad y conocer el estadio Girardot, una de mis obsesiones, con lo cual tras tres días seguí camino. En la sala del hotel en el que me encontraba, un recepcionista me sugirió que no dejara de conocer Tolú, una playa a ocho horas de Medellín, destino que representaría mi primera experiencia en Mar Caribe. Y allí me fui nomás. En un autobús que iba parando en todos los pueblos, quedábamos solamente una chica y yo, bajamos los dos y mientras yo caminaba al borde de la ruta me llaman de atrás y era esta misma persona, Paulina, colombiana de Medellín, Técnica Agrónoma que se encontraba haciendo un trabajo de campo a unos pocos kilómetros. Me invitó a compartir la bici-taxi

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que la llevaba y coordinó mi posada en el pueblo. Me comentó acerca de sus tareas, que venía al campo a trabajar por unos pocos días y que al día siguiente podría pasarpor mí, para llevarme a pasear y mostrarme algunas delas playas aledañas. Tal como lo había prometido, llegó temprano a la mañana, en una camioneta 4×4. Pasamos una increíble jornada caribeña y al despedirnos me dijo que en el camino iba a encontrarme con otros angelitos como ella. No me esperaba esa reflexión final, debo reconocer que me dejó pensando.

A modo de descripción, Tolú representa un pueblo de aguas mansas, pareciendo una eterna y cálida laguna. En la plaza central, una cancha de futbol 5 permitía presenciar un torneo nocturno, ante un público que colmaba las tribunas de tablón. No tratándose de una ciudad turística y con una población en su totalidad negra mi presencia alteró el orden, al punto de distraer incluso a los jugadores. Me senté en la tribuna, dije: ¡hola que tal! y volvieron las cosas a tomar su normal curso. Al otro día, tomando cerveza en la playa, hablando con un amigo toluense, note que sorpresivamente él dejo de prestarme atención y a reír con algo que veía venir. Una niña, con sus padres, gritaba señalándome, al tiempo que ellos intentaban frenarla. A medida que se acercaba pude notar que algo la sorprendía a la niña. En lo que escuché: Si papá, es Tarzán, es Tarzán… refiriéndose a mí. Los padres morían de la vergüenza y mi compañero de birras y yo no podíamos parar nuestro estado de tentación. Chau Tarzán, gritó la pequeña y al ver que, entre risas, efectivamente la saludé, regañó a sus padres: ¡Vieron que era Tarzán…!

Disfrutada la estadía en esta hermosa locación, tocaba ahora cruzar a la ciudad de Santa Marta. Pensé que podía ser este el último lugar, antes de comenzar la vuelta, o como solemos decir: antes de empezar a bajar. En principio, el destino iba a ser Barranquilla, pero para mi sorpresa me

encontré con una ciudad sin acceso a playas de mar,conlo cual, casi instantáneamente decidí permanecer en la terminal, para esperar un carro a Santa Marta, ciudad ala que llegaría 2 horas después, a las 12 de la noche (deese mismo viernes). Un personaje, entremezclado con los grises de un paisaje venido a menos, se encargó de abrirme paso al nuevo hospedaje (de nombre Miramar), mostrarme los boliches bailables y algún que otro cabaret, en los cuales el precio de la entrada incluía pagar una cerveza, nada malo para el bolsillo y la salud, porque estaba muerto de calor y con muchas ganas de pasar una buena noche, venía arrastrando una semana sin salir.

Al otro día, el Club Nacional de Medellín jugaba la final de fútbol del torneo colombiano y para alegría personal, la figura del partido sería Gastón Pezzuti, arquero surgido de la cantera racinguista, atajando dos penales, en la definición con la cual coronaron el título local. Para mayor felicidad, entre los que festejaban, se encontraba Gio Moreno, figura de la Academia de Avellaneda. Terminado el partido, volví a la habitación que compartía con 6 viajeros más y allí me hice una nueva amiga: Zahia, parisina treintañera, quien me contó que se encontraba aprovechando un año sabático, que en su país le permiten a las personas con anterioridada los 31 años. Ella me invitó a pasar la noche con el grupo de amigos del hostel. Ese sábado terminó recién a las 6 de la mañana y me encontró nuevamente junto con la misma francesa que había sabido incorporarme al grupo. Con ella y los demás pasaríamos el domingo en Taganga, una especie de piscina natural, contrariamente a Santa Marta, de aguas heladas.

Mientras coordinábamos los últimos detalles de la salida dominguera, no pude evitar escuchar una charla entre dos de mis compañeros de albergue, uno de ellos al parecer inglés, el otro español. Supuse que algo maravilloso estaba

al caer, ya que, el joven británico no dejaba de mirar al otro muchacho, como queriendo decirle algo. Cuando, de repente, en un castellano súper forzado se lanzó nomás:

¿Oh, disculpa, tú estuvo en Costa Rica como en 2 meses?… A lo que el hispano respondió: Pues sí hombre, ¿cómo sabes?… Y, como un estadista que prevé el campo de acción, pude ser finalmente testigo de una respuesta, porla cual valiera la pena tanta curiosidad: Yo me recuerdo de ti, porque mi amigo tiene una cabeza parecido a la tuya… Fue demasiado para mí, no necesitaba escuchar más. Enun estado de tentación, a las carcajadas, tuve que huir del cuarto, escapando, fue como una explosión, de hecho los que estaban en la sala de espera reían de solo verme tan tentado. Creo que estuve todo ese día riendo como un loco y sin poder contar a nadie los motivos de mí regocijo, ya que, al intentar repetir el suceso me volvía a reír, de solo recordarlo.

Al cabo de una semana en Miramar, me sentía ya comoen casa. Luis, recepcionista (nativo de estas tierras), y Gabriel (peruano asiduo de la posada), resultaron ser mis confidentes, con ellos pasaría la mayoría del tiempo en Santa Marta. Una de las tardes, en la terraza de la parte de atrás del hospedaje, mientras tomábamos unas birras con Luisito, cae Gabi y nos invita unas flores para fumar. Si bien, desde el momento en que empecé a viajar solo, venía siendo suficientemente cuidadoso respecto de cualquier tipo de exceso, era esta una buena ocasión, ya que, llevaba varios días en un mismo lugar y entrado en confianza con 2 de los anfitriones. Accedí al convite casi sin dudarlo. Resultó ser algo fuerte esta hierba, porque, como nunca antes en mi vida, sentí un hachazo en la nuca a los 10 minutos de probarla. Algo abombado por la situación, causé algunas risas en mis compañeros de fumata, quienes sugirieron fuera un rato al agua para bajar. El problema es que en Santa Marta el agua del mar es caliente, con lo cual no lograba despabilarme.

Al punto de estar nadando mar abajo, mirando la arenapor largos ratos, sin saber ni siquiera porque. Otra de las noches, previa salida nocturna, repetíamos el proceso y, al encarar, extrañas sensaciones de persecuta comenzaron a invadir mis pensamientos. Caminando por la costanera veo que unos tipos se me acercan violentamente y a los gritos, sin mediar palabras, empiezo a correr. Nadie en el lugar pudo entender mi reacción. El tema es que los puestos callejeros, al estar uno al lado del otro, generan entre sí una fuerte competencia y, para el caso, dos jóvenes de diferentes carritos, se me abalanzaron con la intención de venderme una porción de pizza. Por la rapidez de su maniobra supuse que nos iban a robar. Unos minutos después, llegando a uno de los bares, en la entrada había que parar por la revisión, típica de hombres vestidos de negro palpando. La paranoia pudo más y a lo desesperado, les dije a los chicos que nos fuéramos de ahí, que estaba lleno de militares y nos ibana meter presos a todos. Al día siguiente, al despertarme, noté que todos en el hostel estaban enterados de los sucesos acontecidos la noche anterior. Así que, a pedido del grupo, en una suerte de conferencia y como centro de la atención, tuve que contar en primera persona, para las carcajadas viajeras, lo que había experimentado.

Ya conformado un grupo multiétnico y habiendo hablado mucho de los destinos a conocer por cada uno, una vasca de nombre Nein sonaba muy enfática a la hora de decirme que estaba loco si osaba no recorrer Venezuela habiendo llegado hasta aquí. Sinceramente, no estaba entre mis planes, de hecho a Colombia, en mi cabeza, seguían los caminos de Centroamérica o bien empalmar la vuelta con destino a Buenos Aires. Existía en mí la loca de idea de cruzar el Río Amazonas en barco, pero no se me había ocurrido, siquiera, hacerlo a través de Venezuela. A las increíbles historias contadas por Nein se sumaba que, en el grupo de amigos y amigas (del Hostel de Santa Marta, Miramar), dos jóvenes

de origen suizo, de nombre Ángela ambas, que iban solas para estas tierras, me sugirieron conocer el nuevo destino junto con ellas. Otra de las cuestiones que llevaba a repensar el camino era el factor económico, resulta que en Venezuela el dólar por no conseguirse en los bancos, en el mercado negro, valía el doble, con lo cual si llevabas dicha moneda contabas entonces con el doble de dinero. Pero esto no es todo, 11 meses atrás mi padre (Daniel) había sido operado del corazón (con un triple bypass) y recordé que antes de salir de viaje (con Juan) me propuso lo siguiente: cumplido un año de su operación, si llegaba a andar por Venezuela,le avisara y se venía unos días de vacaciones, para celebrar en playas caribeñas. Sobraban las razones para conocer la tierra de Simón Bolívar.

Satisfecho por haber recorrido en Santa Marta la noche, sus playas, Taganga, la quinta de San Pedro Alejandrino (lugar en el cual falleciera el libertador recientemente nombrado), era hora de partir a nuevos senderos. Solo necesitaba conseguir los dólares que hicieran la diferencia en el cambio, así que durante tres días fui cambiando en el banco colombiano la cantidad que consideraba acorde como para pasar un tiempo en el próximo país. Nada conocía de estas extensiones, lo cual hacía el rumbo aún más excitante, más exótico. Una cosa llevó a la otra y sin dudarlo encaré junto con las Ángelas suizas hacia Maracaibo. Lo curioso es que dos semanas atrás, en Tolú, Paulina se había despedido de mí, planteando que en el camino iba a encontrarme con otros angelitos como ella. Literalmente, angelitos con los cuales me abría camino.

Frontera Colombia-Venezuela a mis espaldas, única en la que revisaron todas mis pertenencias, incluyendo reposar mi mochila sobre una cabinaderayoslaser,colmadapor militares enfundando rifles a la altura de la cintura, resultaba todo sorpresivo para mí.Mehabíahechoamigo de un enano con quien noparábamos dehablarpor lo sorprendidos de estas revisaciones, obviamente ninguno de los dos había atravesado antes estas tierras.Un paraíso socialista, que en sus primeros kilómetros metía un poco de miedo para quienes lo pisábamos porvez primera. Debo decir que, dos meses me esperaban en este país y fue justamente, la frontera, el único lugar enel cual toco cruzarme con personal de las Fuerzas. Dicen que la impresión primera es la que cuenta, sin embargo,no sería ese el caso de Venezuela. Un país que amanecía militarizado en sus límites fronterizos pero que, ante mis ojos, comenzaba a reposar utopías anárquicas de antaño, con pueblos de pescadores y campesinos autoabastecidos, que invitaban a uno compartiendo lo poco o mucho que con sus manos pudieran ofrecer. Las Ángelas, impresionadas con el puente de Maracaibo (el más grande Sudamérica, cruzando por encima del lago), no paraban de sacar fotos. Otra cosa que llamó la atención y se hizo imagen capturada para la posteridad: un dibujito en la puerta del baño con una persona en cuclillas y la caca que le salía por atrás, marcando una advertencia con un ¡NO! gigante. Después de sacarle una foto a esa bizarra representación estampada, la más curiosa de las suizas me comentó acerca de un blog denominado: “Solo en Venezuela”, en alusión a cuestiones como esta, cosas que únicamente en esta patria podrían verse. Por ejemplo, algo también nuevo para nosotros, un asiento para los pasajeros, pegadito al chofer, al cual nuestra fotógrafa asignada no pudo tampoco resistirse. Para ellasy para mí, todo a nuestros ojos resultaba alucinantemente

maravilloso. Para el resto de los pasajeros, en su mayoría de origen colombiano y venezolano, la blonda europea paseándose por todo el micro, haciendo de nuevos amigos a lo largo del bus, pasó a ser el atractivo por excelencia. Se veía venir, de a poco, cuanto menos un país desbordante en curiosidades

Extraña sensación fue pasar carteles con la cara de Chávez, insignias revolucionarias y ante la gran ciudad, Maracaibo, el primer local que se avecina es un McDonald’s. Llegamos de noche y tras hacer un parate frente a la Universidad, de cara a la plaza de toros, comimos un pepito venezolano (algo así como un sándwich con fileteados de pollo, carne, tomate, cebolla y lechuga) cada uno. Allí conocimos unos chicos que salían de la Universidad (URBE) y nos llevaron a un hospedaje conocido. A los precios que nos habían dicho, Maracaibo resultaba un tanto caro y con un calor que, alno tener playas cercanas, nos hizo insostenible la estadía, más allá de dormir una noche allí. Al otro día temprano, cruzábamos al Estado de Falcón. Consiguiendo albergue en la ciudad colonial de Coro, de la cual, por primera vez en mi vida, pude conocer un desierto, más precisamente las dunas. Con piscinas naturales, formadas en la arena sobre la base de agua de lluvia. No teniendo muchas más actividades por realizar y con ganas de playa, luego de tres días, decidimos encarar a Chichiriviche, uno de los dos lugares recomendados por Nein (nuestra amiga vasca en Colombia, aquella enamorada de los pagos venezolanos), el otro sería a posteriori Choroní.

Una cosa es cuando te explican un proceso y otra muy diferente es llevarlo a cabo enprimerapersona.Neinnos había comentado acerca de las lanchitas que te acercaban desde el puerto hacia las islas cercanas. Nada tenía que ver el formato que había imaginado con el que terminamos encabezando. Una playa de aguas cristalinas,

colmada por movimientos lancheros, dejaba entrever una serie de pequeñas islas a las cuales uno puede acceder en pocos minutos. Requería la aventura juntar 12 personas, poniéndonos de acuerdo todos acerca de cuál isla sería el destino en el cual permanecer la jornada, hasta las 5 de la tarde. Las lanchas salían a medida que se iban llenando y nuestra decisión fue la más lejana (que implicaba un viaje de aproximadamente 20 minutos), Cayo Sombrero.

Si bien veníamos hablando de islas, el nombre apropiado para la cuestión sería en realidad: cayos. Pequeñas playas de arenas blancas, separadasdelcontinente,rodeadaspor palmeras con sus respectivos cocos. Elegimos Cayo Sombrero por las imágenes que las boleterías mostrabany sinceramente, mejor no pudo ser.Cuando bajamos dela lancha, comenzamos a caminar y las Ángelas cerraban sus ojos, se miraban entre ellas y en un gracioso españolse decían: es verdad, estuvo de verdad… No entendí al principio, una de ellas pudo notar mi incomprensión a lo que me pidió, tras cerrar sus ojos, que la pellizcara. Acto seguido me dijo: es de verdad Federico, este lugar es de verdad… y no era para menos, las playas de Jack Sparrow (Piratas del Caribe) parecían poca cosa al lado de semejante paraíso. Grandes corales, peces nadando a la par de las personas, como jugando, en aguas calmas. Era solo sentarse y mirar, de esas postales que ponen a uno la piel de gallina.

Pasados cuatro días en Chichiriviche, habiendo accedido a tres de los Cayos, tocaba dejar atrás a las amigas suizasy seguir viaje, ahora junto con un nuevo compañero de procedencia vasca, de Bilbao exactamente, Ivan. El, igual yo, pensábamos encarar a Choroní, el otro lugar que Nein enfáticamente me había recomendado. Sentía que nada ya podría superar los cayos de Chichiriviche. Pero no fue así por suerte.

De un lugar al otro no había transporte directo, por lo que debíamos tomar dos micros. De Chichiriviche a Maracay y de Maracay a Choroní. Ivan sugirió salir temprano, para no perder el día de playa, así que por primera vez en 2 meses (desde Machu Picchu que no amanecía) arranqué a eso de las 6 de la mañana, cargando la mochila de cara al nuevo destino. La primera parte (del trayecto) bastante directa,de autopista, acompañados a nuestra derecha por una monumental y ambiciosa obra en altura, de una vía de trenes, que a futuro pretende unir el oriente con el occidente del país. El paisaje, lado izquierdo, de cara al mar, comenzaba a dibujar las primeras montañas.

Inolvidable, en todo sentido, será la segunda trama. La que une a Maracay con Choroní. Única, de esas rutas que hacen creyente al mayor de los ateos. Ivan la pasó de maravilla, disfrutó a cada instante. En cambio yo, me encontré de momento avecinando una muerte inminente. Las 2 horas más largas de mi vida. Un trayecto de montaña y selva, trazando un serpenteo al Parque Nacional Henri Pittier, con una ruta de ripio y un camino tan angosto que en las curvas sinuosas los choferes hacían sonar el claxon con euforia siniestra, como desafiando a la mismísima parca. Creo que no había sabido lo que el miedo a la muerte significaba hasta este día. Apenas si pasaban 2 vehículos por la carretera y, así y todo, no hubo freno para las altas velocidades que proponía el chofer de nuestro bus quien, a la mitad del camino, en plena cumbre, paró en un pequeño almacén subiendo al carro nuevamente con 2 botellitas de cerveza en la mano, más aterrorizado no podría estar yo. La música de reggaetón sonó a toda velocidad, insoportablemente ensordecedora, para alegría de las chicas que nos acompañaban en el viaje. Al tiempo que yo veía la muerte de cerca ellas bailaban sin parar, 120 minutos de principio a fin, Ivan no paraba de reírse al verme tan impactado. Vamos a morir en cualquier momento y estas hijas de puta no paran de bailar, ¿no se

dan cuenta que nos vamos a morir?… Fueron las palabras que saliendo de mi boca hicieron estallar de la risa, hasta las lágrimas, a mi compañero vasco.

Contaba Ivan con un librito de viajeros, que entre otras cosas incluía posibles hospedajes en los diversos lugares a recorrer por el país. Fue así que caímos en Casa Luna. La patrona Claudia, una blonda alemana que llevaba viviendo allí unos años, algo tosca en su hablar, pero encarecidamente simpática, nos mostró las habitaciones de la morada, con sus respectivas tarifas. Iván tomó una habitación individual, yo una compartida, junto con una francesa, un australiano y otro argentino.Al rato cayeron 2 muchachos inglesesde Liverpool, sumándose a una canadiense y un par de parejitas europeas que se encontraban en el lugar desde hacía ya algunos días.

Ansioso por conocer bien este lugar salí a caminar. Un pueblito escondido, Puerto Colombia, colonial en sus posadas, de cara al mar, con un rio de aguas heladas, cayendo a la derecha montaña abajo, abriéndose camino hacia el acogedor puerto de pescadores, en donde reposan, en el malecón, una serie de cañones testigos de las batallas del ejército bolivariano contra los realistas. Para llegar hasta la playa se necesita cruzar el río, 2 cuadras arribadel malecón. Decimos arriba y abajo como referencia de que son caminos de montaña. Por ejemplo, la terminal de autobuses divide al pueblo en 2: camino arriba Choroní, camino abajo Puerto Colombia. A la derecha del camino, tras atravesar el río, el mar: Playa Grande, como para darse un buen chapuzón en aguas cristalinas. Desde la playa, las montañas que rodean al lugar hacen que uno pueda sentirse verdaderamente libre, en medio de una fortaleza a la cual los avatares de la cotidianeidad frenética parecen no llegar. Aires de libertad, paisajes de ensueño, aislamiento de la civilización, naturaleza pura, comoun escapeeternoa las

agonías que representa vivir la ciudad…

Me esperaba una semana hablando en inglés, rodeado de europeos, estadounidenses,australianosyotrasemana en español, con los amigos del país vasco: Ivan, Diego y Alfonso. Maravillado como nunca en la vida, recordé algo de lo que en su momento me había sugerido mi padre: Si llegás a estar por Venezuela, en alguna playa caribeña, me avisás que me tocan las vacaciones y de paso celebramos un año de mi operación, juntos… Faltaba un mes aun para la fecha, pero lejos estaba eso de representar un obstáculo, fue más bien la excusa para permanecer allí. Hablé con Claudia y me hizo precio por un mes, hablé con mi familia y le dije al viejo que se venga, que era este el lugar. Cuando le escribí el nombre del mismo, al rato me contestó que no era necesario ir tan lejos, que me iban a querer igual, que lo iban a aceptar de todas formas. No entendí muy bien de que hablaba, a lo que contestó enviando un link que decía algo así como: “Choroní, paraíso gay”. No pude contenerme de la risa y de hecho había sido testigo directo, por ejemplo, en un momento, tras unos días yendo a la playa con Ivan notamos que nos estaban fichando, hasta que finalmenteun muchacho se acercó, nos pidió fuego y después nos preguntó si éramos pareja, utilizando un término que no recuerdo bien, pero fue instantáneo, ambos respondimos efusivamente: ¡NO!… Dicesé que Elton John habría tenido una luna de miel, a escondidas (de la que poco y nada se sabe en los papeles), con su pareja masculina de entonces, lo cual terminó coronando estas tierras como ícono del orgullo gay. De ahí que, en las temporadas bajas, se comenta que llegan a este puerto semi-escondido barquitos de alta gama, con funcionarios y empresarios millonarios avivando el fuego clandestino de relaciones ocultas.

Feliz, familiarizado con el entorno, atravesando los atardecerabasedemateyfacturasenelmalecón,se

llenaban mis días. Tan en casa me sentía que, una tarde, volviendo de la playa vi las puertas de la iglesia abiertasy me metí a chusmear (debo confesar, siento una leve curiosidad por la arquitectura eclesiástica), sucede que siempre estaban cerradas y era de lo poco que me faltaba conocer. Así que me mandé nomás. Una mujer barría el piso y noté que me miro de mala gana. Me dijo algo en un tono negativo pero no presté demasiada atención. Al ver que seguía en la mía, se acercó y al grito de: abusador, quiense cree usted para entrar desnudo a la iglesia?… intentó echarme, pensé que se trataba de una broma y por ahí se me deslizo una leve risa, lo cual la puso aun peor. Estaba yo en cuero, lógicamente venía de la playa y la temperatura roza los 40 grados de temperatura a lo largo de todo el día, bastaba solamente con pedirme que me ponga una remera. Pero por alguna razón, posando ante mis ojos la figura de una estatua de Jesús se me ocurre decirle: ¿por qué no lo echa a él también que no tiene remera?… Sentí que me iba a comer crudo, fui saliendo, la dejé hablando sola y la tensión se elevó a su pico más alto: váyase de aquí!!! No lo quiero ver nunca más, abusador… A todo esto, pasaba por el lugar Ivan, quien, al verme sobrepasado por la situación y con la mujer gritando a mis espaldas, estalló en carcajadas y más aún cuando le conté la frase que había predicado a la mujer instantes atrás.

Se acercaba la llegada de mi viejo, con el agregado que me había hecho prometerle que volvería a Buenos Aires con él, en avión, cerrando sus vacaciones y mi viaje al mismo tiempo. Tras aproximadamente 45 días allí, habiéndome hecho muchos amigos del pueblo, me llamaban el náufrago. Los morochos (así es como se les dice a los mellizos en Venezuela), la negra Vicky, Giulia (orgullosa de su cola),el profe de surf Julián, bien se encargaron de hacerme parte de su historia. Me hicieron sentir dueño, como en casa. Pasamos en tierras choronicenses una semana más, junto

con mi padre, le presenté todos mis amigos y pude ver en él el reflejo de lo que yo mismo había sentido un mes y medio atrás.

Cruzamos a las playas cercanas, a las cuales solosepuede acceder por lancha, desde el puerto: Chuao, Cepe, Uricao y Valle Seco. Lugares increíbles, únicos. Por un lado, en Uricao pasamos un susto cuando el gordo (asílo llamamos cariñosamente a mi padre) quiso ayudar a quienes nos trasladaban, a mover el bote, para volver a Choroní. Una fuerte ola (típico de Uricao) arrastró la lancha en su dirección, la cual prácticamente se le cayó encima, por suerte la misma ola lo arrastró también, con lo cualse cayó hacia atrás y no fue sino por milímetros que la lancha no se le vino encima. No fue para nada gracioso, pero tampoco podemos dejar de advertir que la suerte estuvo milagrosamente de nuestro lado. Por otra parte, cuando arribamos a Valle Seco (algo así como una piscina natural conformada por una barrera de corales cercana ala orilla, permitiendo de esta manera nadar con peces, por ejemplo), decidimos llevar con nosotros los snorkel y una pelota de fútbol. No tardamos en hacer nuevos amigos, en este caso pre adolescentes que pasaban la jornada de fin de semana con sus padres. Estos chicos al advertir que éramos argentinos empezaron a hablarnos de Messi, Maradona y sorprendentemente también, de Yayo. Nos pedían que les enseñemos insultos típicos de los argentinos, como los que ellos conocían a través de dicho cómico cordobés. Al ratito los veía a ellos discutiendo tentados de la risa diciendo palabras como: pija y pelotudo…

La siguiente semana, me encargaría de mostrarle (al gordo) Chichiriviche. Se volvió loco con Cayo Sombrero, tal como nos había sucedido a mí y a las suizas, no podía creerlo. Alucinó al punto de no comprender cómo podía ser que semejantes lugares resulten tan accesibles y sin embargo

tan poco promocionados internacionalmente. Nada que envidiaratípicasislassolovisiblesendocumentalesy películas. Otra de las excursiones incluyó un paseo en lancha por los manglares, bordeando un barco encallado, una cueva con apenas una resolana a través de un pequeño agujero en el medio, superficie a la cual solo se podía subir al estilo Tarzán, colgando de lianas y una pequeña bahía de difícil acceso, llena de ofrendas a la virgen.

Llegaba la hora de la vuelta. Terminaba así, una etapa transitada desde el desconocimiento y a pura improvisación. Evidentemente, algo, en alguna parte de mi ser, hacía un click. Sabía que iba a volver, que tarde o temprano colgaría la mochila a mis espaldas, nuevamente. Quedaba un agridulce sabor, producto de los recorridos pendientes.

Venezuela y yo nos despedíamos, pero, solo por ahora…

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SEGUNDA PARTE

I. La Venezuela sin Chávez

Llegando desde Argentina en avión, una vez arribado a Caracas, ingreso con la cédula del Mercosur, la cuestión es que no pedí, tampoco me dieron papel, ni sello de entrada, a lo que a continuación, en las afueras del aeropuerto, mientras Luis (un viejo taxista conocido, que me llevaría a lo de Claudia en Choroní) acomodaba las maletas en su auto, un grupo de personas de la Guardia Nacional (trajeados verde oliva) me interceptan eufóricamente, como arremetiendo, rodeándome, pidiendo papeles de identificación. Alver que no tenía sellada la entrada no dudaron en trabajar una especie de psico-terror, símil operativo, incluyendo dos motos y una camioneta, aduciendo que me iban a deportar y devolver a mi país, al ver mi estado de desesperaciónuno de ellos, de cabellera colorada, me corrió a un costado, donde nadie nos viera y me dijo que podía arreglar con él si le daba 100 dólares y todo se terminaba. La extorsión terminó por ser fructífera para el guardián de la ley, volvimos, levantó las manos a sus compañeros y situación concluida. Seguramente podría haber discutido lo sucedido, pero lo cierto es que recién llegado, en menos de una hora me encontraba una realidad totalmente contrapuesta con aquella por la cual cuatro años atrás había ingresado al mismo país.

Guardias y policías por todos lados en medio de un país que se hacía ver totalmente militarizado. Siendo que en el 2011 me había quedado maravillado porque en el único lugar que había visto militares fue en la frontera con Colombia (Maicao – Maracaibo) y de hecho el trato había sido, aquella vez, con ellos (policías y militares) muy correctoy formal. No sería el caso de lo que habría de esperarme entre los años 2015 y 2016. Por ejemplo; caminando porla playa en Choroní y luego de que un grupo de mesoneros

(mozos)amigosmellamaransaludando,algritode su

palabra favorita: Federico, argentino PELOTUDO… y yo campante, les devolviera la gracia, noté que me llamaban también desde la seccionaldepolicías,pensandoqueera otra persona que saludaba levanté la mano y seguí caminando, a lo que escuché a mis espaldas, que me decían: Que yo no lo estoy saludando, venga ahorita mismo para acá… un oficial de la policía me hizo ingresar y meterme en su oficina, a los gritos, con excusas de que yo era la persona que ellos buscaban, que ellos sabían que yo traía “las drogas”.

Obviamente no pudieron hacer nada al no estar en lo cierto, más allá de desnudarme y hacerme poner en cuclillas como para que se me cayeran las supuestas drogas escondidas. Viajando por las rutas venezolanas podían verse militares, policías, guardias nacionales por cada preciado lugar. De por si, esto no tendría porque ser algo malo pero en resumidas cuentas lo que antes eran peajes ahora son alcabalas manejadas por las fuerzas de seguridad y créanme cada viaje, para cada nuevo destino, se tarda el doble en llegar por las revisiones que se hacen de las valijas de quienes viajan y esto no es todo, si uno es extranjero empiezan las incómodas preguntas que van desde la sexualidad hasta las económicas en las cuales se intenta saber, lógicamente, si se traen dólares y pobre del que tenga que cruzar más de una alcabala en alguno de sus viajes.

Más allá de algunas incómodas situaciones, debo destacar que, desde el momento en que pisé Choroní, sumados alos que ya tenía de mi estadía anterior (4 años atrás), no paré de hacer amigos. Mi primera noche, 19 de septiembre, Gustavo (oriundo de Maracaibo) fue quien se acercó junto con su hermano invitándome a formar parte de su grupo de amigos maracuchos, tomando ron y cerveza en el malecón. Uno de ellos, el turco, preguntándome por el fútbol en Argentina,pidiéndomeleenseñecancionesdecancha,

el hit que pasaría a la posteridad y que no dejaríamos de cantar en toda la noche: “Milito hay uno solo ooo…”. Para el día siguiente acordamos ir todos juntos a La Ciénaga, una de las playas aledañas a Choroní, esa misma jornada me propondrían que pasara, aunque sea unos días, por Maracaibo. El 18 de noviembre era la fecha indicada por ellos, para celebrar en sus tierras la fiesta regional conocida como “La Chinita”.

Pilaff y su novia, Jéromine (nombre de fácil escribir, pero de difícil pronunciación francesa para este argentino bruto), compañeros de hostal, ambos de origen belga, se encargaron de compartir conmigo interminables charlas filosóficas y astrológicas, acerca del universo. Me tocó junto con ellos ver un fenómeno único, una luna roja, conocida también como luna de sangre. De momento, totalmente tapada, oculta en un eclipse y en solo minutos poniéndose colorada, como vergonzosa. Mientras, rodeados de gente, todos atónitos, no parpadeábamos mirando este fenómeno, Pilaff empezó a contarme que, según algunos escritos de antaño, la aparición de una luna roja, supondría un mal augurio, por tratarse de una luna teñida en sangre y que justamente esto anticipaba contextos de guerra. Sinceramente, el tiempo le dio la razón a estas profecías, ya que, de septiembre 2015a la fecha, entre gobiernos fascistas, síntomas de xenofobia y terrorismo, no hemos parado de advertir las antesalas de conflictos bélicos a nivel global. Otros de los grandes colegas de tripeo, en esta primera quincena caribeña, Fernando y su gran amigo, el cubano, de la ciudad de Maracay, quienesal cabo de unas rumbas se ofrecieron a llevarme unos días a conocer sus pagos. No solo eso, sino que también se encargaron de pasearme por esa ciudad durante una semana y, como si esto fuera poco, movieron algunos contactos en busca de brindarme hospedaje gratuito, la siguiente semana, en Caracas.

Pude pasar mis buenos ratos en Maracay, invitado por Fernando, quien gran anfitrión se dedicó de lleno a mostrarme la ciudad, presentarme amigos, familiares, restaurantes, boliches, etc. Recuerdo una de las noches, entrando a un bar, con una larga cola afuera, nos hacen pasar por un costado, como agilizando nuestra entrada. Una vez en el local, nos consiguen mesa a pesar que algunas personas seguían esperando paradas, pedí una birra y la moza, que me trajo la bebida casi instantáneamente, me saluda como si me conociera. En eso, lo veo al cubano a las carcajadas. Al parecer, enMaracay,sepresentaban esa semana dos hermanos, protagonistas de un circo muy famoso en Venezuela, uno de ellos, evidentemente muy parecido a mí, lo cual generó un revuelo en el bar, producto de la confusión, pero bueno pude sentirme una estrella momentáneamente, aunque por error lo haya sido (jeje).

El dueño de casa, quien no solo se portó en calidad deguía y amigo, hizo las veces de mediador consiguiéndome hospedaje en Caracas. La idea mía, en principio, era ir a Barquisimeto, a Mérida y luego en algún momento de la vuelta pasar por Caracas. Fue nuevamente Fernando, el que se puso la causa al hombro y me advirtió que no tenía sentido ese movimiento, ya que, Caracas está a solo una hora de Maracay y es lo mismo ir a Barquisimeto desde Caracas que desde Maracay, caso contrario mealejabamucho,con lo cual me convenía más pasar primero por el centro (Caracas) y después encarar para el sudoeste (Barquisimeto y luego Mérida). Haciendo caso a la sugerencia, me mandé nomás para la Gran Ciudad.

II.Caracas, el monstruo Capital

Al cabo de tres semanas con amigos, tocaba ahora desenvolverme por las mías en una zona céntrica, lo cual representaba un giro de 180 grados en comparación conlo que venía haciendo. Es increíble, pero el hecho de estar rodeado por muchas personas, en algunos casos, puede incluso intensificar la sensación de soledad, por esta misma razón es que trataba siempre de evitar las grandes urbes. Sin embargo, había algo en Caracas que me invitaba a conocerla. Todos los medios alertaban con el discurso que proponía a esta ciudad como la más peligrosa del mundo. Representaba toda una tentación para mí teniendo en cuenta que el mayor peligro de la tierra se encontraba a tan solo una hora pero, principalmente, poniendo la duda sobre la veracidad de los comentarios, a mi entender tendenciosos y manipuladores, ya que no sería extraño que algunos multimedios necesiten vender como la más peligrosa, justamente a la capital del país cuyo líder haya despotricado incansablemente contra el imperio yanqui. De hecho, las encuestadoras, que llevaron adelante estos informes, respondían a consultoras de origen estadounidense. Amigo viejo del rigor y la desconfianza necesitaba entonces valerme de mis propias experiencias.

Los primeros 3 días, me daba lugar en su casa Guille, amigo de Fernando. Debía tomar el metro, bajando en la estación Plaza Sucre, para instalarme por el barrio Catia, en una vecindad al estilo “El Chavo del 8”. El cubano no estaba muy contento con la idea, más allá de que parara en la casa de un conocido. Sabía que iba a estar prácticamente solo, ya que, el nuevo anfitrión durante el día se encontraba cumpliendo su jornada laboral y resulta ser que esta locación, en plena pendiente del valle, abriendo paso a la subida de montaña, conforma las veces de lo que en Argentina conocemos como una villa, pero más bien con formato similar al de las favelas de Brasil. Por el contrario, sentía yo que estaba en

mi salsa. Quería, de hecho, conocer lugares por el estilo. Se lo hice saber desde un principio a Guille, quien me dijo que me quedara tranquilo, que estando con él nada me podría pasar y que, dentro de lo posible, iba a enseñarme la realidad caraqueña desde un ángulo alternativo, recorriendo la otra cara, la de los barrios.

Caracas resultó ser, a mi juicio, una de las ciudades más hermosas, llena de arte y cultura, que haya podido conocer. La vista del centro, desde el pico del Ávila, en lo alto dela montaña (lugar al cual se puede llegar en teleférico), hace que uno vea en el caminar de las personas, a lo lejos, el desenvolvimiento rutinario de pequeñas hormiguitas. Rodear los barrios desde arriba, volando a través del metro- cable hacia San Agustín, atravesados solo por la iluminación nocturna, mezcla de suspenso y nerviosismo. La arquitectura colonial del Capitolio, exponiendo la casa en la que Simón Bolívar nació, hace parecer que el tiempo no hubiera pasado allí. La urbanización El Silencio, con edificaciones similares a las de La Habana (Cuba) y el sector Bellas Artes, consu increíble teatro Teresa Carreño, locaciones anárquicas adueñadas por jóvenes bohemios, felizmente transgresores. Por otro lado, el camino de Los Próceres, recreando grandes héroes de la patria, con una pasarela de tanques, cañones y tras cruzar dos enormes murales, al final del pasaje, plateas (de 5 cuadras aproximadamente) a ambos lados, destinadas a los desfiles militares.

Ya sin más por conocer y habida cuenta de, por motus propio, corroborar la falta de sucesos violentos y delictivos en este hermoso monstruo capital, comenzaba a alejarme de los vicios ciudadanos, con destino a Barquisimeto,lugar del cual contaba con casi nulas referencias. Si bien no pude valerme de un amplio recorrido nocturno, más allá de algunas cervezas por los bares de paso, sabía que era esta una de las posibilidades, no conocía mucha gente en

Caracas y al ser tan grande la ciudad tampoco me animéa mandarme solo por ahí, a riesgo de perderme. De todas maneras, más adelante en el tiempo, tendría mi revancha a puro jolgorio…

  • Barquisimeto, desierto cementicio y cocuy rocanrolero
  • Maracaibo: Navidad en la Ciudad Calor
  • Choroní y su ruta a los paraísos mágicos del Caribe
  • Caracas y los fantasmas de La Ciudad del Mal
  • Puerto La Cruz y el camino a las islas
  • Isla Margarita y las perlas del Caribe

Rodeada por vastas extensiones desérticas, la ciudad de Barquisimeto, se encuentra en la parte llana de Venezuela. Con un calor extremo, totalmente árida, digna de quien quiera dejar este mundo a manos de una deshidratación. Llegué a la medianoche, tras 9 horas de viaje y si bien el paisaje no era el más alentador, en una terminal rodeada por bares del tipo sucucho, llena de borrachos de ultratumba, cansado, con hambre, sed y dos mochilas a cuesta, tenía por suerte donde caer. Arnaldo me había pasado los datos de un hotel en el cual él se había hospedado con anterioridad.

Recorriendo las plazas, una de las cosas que más me llamó la atención, la cantidad de personas con una botella de agua, sin la correspondiente etiqueta de la marca. No es que el clima no ameritara tomar mucho líquido, por el contrario, el calor era devastador. Sin embargo, en un país, Venezuela, en donde la cerveza es moneda corriente, resulta llamativo su reemplazo, más aun en un lugar tan seco, digno de una birra bien helada. A su vez, el aspecto de quienes contaban con sus respectivas botellitas no era precisamente el más sobrio y justo cuando empezaba a sospechar, un grupo de pibes de mi edad se me acerca. El olor a alcohol era tan fuerte, que prendiendo un fósforo podía hacerlos escupir fuego. Me ofrecieron finalmente ese trago “oculto”, que resultó ser cocuy de penca, algo así como un aguardiente propio de la zona; Orgullo Guaro (se llama guaros a los originarios de Barquisimeto), decían por ahíQuemabala garganta, pero pasados unos segundos se hacía querer.

Si bien se vende de forma ilegal, todos allí conocen de su existencia, con lo cual lo clandestino de la situación resulta ser algo irónico.

Durante el día, ante las altas temperaturas del llano, no podía pensar en otra cosa que no fuera meter la cabeza abajo del agua. Para ello, había averiguado si existía algún río cerca o alguna pileta municipal, por ejemplo. Ni una,ni la otra. Lo que sí tenían a los extremos de la ciudad, como saliendo de la zona urbana; en una parte, una serie de piletas conformadas temáticamente en medio de un mundo pirata, de profundidades mínimas, pensadas para disfrute de los niños, no significó impedimento alguno para mí. Al otro lado de la ciudad, unos días después, pude valerme de una hermosa playa artificial, con olas y todo. A pesar del cansancio por las jornadas acuáticas, sentía la necesidadde esparcimiento nocturno. Y en ese sentido, las noches de rock and roll supieron ser bien provechosas por estos pagos, con bandas sonando en vivo. Retros disco bar y Lasos Rock los lugares mayormente visitados, el último de estos dos un antro de culto under, de esos que a los argentinos rockeros tanto nos gustan, allí pude ver y escuchar a La Puer K, banda que siendo oriunda de Barquisimeto contaba con un sonido impecable. Sabiendo ellos que entre el público se encontraba este argentino aprovecharon para dedicarme algún que otro tema de nuestro rock nacional.

Había tenido yo el honor, en mi estadía choronicense (semanas atrás), de conocer un grupo deamigosyamigas, de entre 18 y 20 años que, casi sin dinero,pudieron arreglárselas para permanecer unos días encarpa, generándose sus propios trabajos en la playa.Siendo ellos de Araure, dejamos pendiente una invitacióna sus pagos, la cual efectivamente pude realizar estando en Barquisimeto. La cuestión es que lo que se suponía un viaje de 20 minutos, terminó significando uno de casi 2 horas.

Pensaba quedarme solo un rato allí, pero entre una cosa y otra, festejo de cumpleaños mediante, se pasó la hora del último bus. Los chicos pensaron que iba con la intención de dormir esa noche ahí mismo, se dieron cuenta que no sería así cuando vieron que no llevaba ningún bolso conmigo. Pasamos un momento espectacular, a puro festejo, birra y dominó. Volví al hotel con el primer bus de la madrugada, más precisamente el de las 5. Llegué directo a reposar a eso de las 7. Con la promesa de la visita cumplida y sin más que hacer por aquí, me sentía convencido de que a las 11 tenía que estar arriba escapando de cara al sur merideño. Así que, habiendo dormido poco y nada, tocaba cruzar a través del comienzo o el final (según cómo se lo vea en el mapa) de la Cordillera de Los Andes. Saliendo después de las 11 de la mañana de Barquisimeto, llegando casi a la medianoche a tierras andinas, contando nuevamente de antemano con alojamiento. Esta vez, a diferencia de la anterior, el nuevo destino parecía derrochar desde un principio buenos augurios.

IV.Mérida Andina, los Pueblos del Sur y el Amor

Mérida, por ser una ciudad universitaria, año tras año recibe jóvenes de todo el país, inscriptos en las distintas carreras que la Universidad de Los Andes presenta. Por lógica, de esencia juvenil y bohemia, esta gran urbe contiene en sí una agenda nocturna que incluye bares y locales bailables, abiertos toda la semana. En este contexto, el desempeño de las fuerzas de seguridad termina por ser más retrógrado aún, policías y guardias nacionales interviniendo, metiéndose dentro de los bares y como siempre, por ser extranjero, inventando cualquier excusa para intimidarme, obviamente previendo la posibilidad de sacarme dinero.

Entre tanta paranoia de mi parte puedo destacar también alguna que otra anécdota que no por simpáticas dejen de

ser bizarras. Existen dos bares a los que me había hecho predilecto ya, casi todas las noches pasaba primero por La Cibeles, un pequeño pub, en donde tomaba unas cervezasy hablaba de política entre artistas, poetas y filósofos. Una vez que cerraba (a las 12 de la noche) encaraba para Birosca, algo así como un boliche bailable (en el léxico argentino). Para mi suerte pasaban no solo cumbia o salsa, sino que tenía también sus ratos de rock, ska y punk. Lo más impactante fue, una de las noches, luego de que un grupo de tres guardias nos eche del local a los allí presentes, uno de ellos se suba al escenario y se ponga a bailar cumbia, uniformado verde oliva, fusil colgado, con una botella de guarapita (de graduación alcohólica en 45° aproximadamente). Lo que terminó por sorprenderme de lleno fue que las personas que aún no habían sido expulsadas de Birosca ni siquierase dieran por aludidas, como si lo que estuviera pasando no ameritara la atención de quienes se encontraban en el lugar. Aquí no termina la cuestión, otra noche entre las tantas de dos meses bolicheando, mientras entraba no me percaté que en la puerta había un policía y antes de meterme me frena, pidiéndome el documento. Solo a mí. Obviamente, al principio quedé congelado, aturdido y cuando le saqué los papeles; se rió, me abrazó y sacó de la columna a sus espaldas dos cervezas, una para él y otra para mí. Al parecer, días atrás había llegado de urgencia porque un loco afuera tiró dos tiros al aire y en lo que hacía la guardia se quedó un rato largo hablando conmigo, por eso me recordaba y de ahí que hizo el chiste de separarme, solo, para pedirme mis datos.

Mis ratos pos almuerzo, al sol, en Plaza de Milla, representaban por decirlo de alguna forma una pausa obligatoria para tomar unos mates. Una de estas tardes, dos militares se me acercan. Algo sorprendidos ambos, con lo que estaba yo ingiriendo. Debo reconocer que era este el único momento del día en el que no me sentía alerta, ni

nervioso, ante la presencia de uniformados, los veía todos los días, como si los conociera bien, sabían ellos que mi actitud era totalmente pasiva, pacífica. Probablemente haya sido esa la razón por la cual pudimos entablar un diálogo ameno. Intercambiamos experiencias, les contédel mate, lo probaron, me preguntaron si no era adictivo, les dijeque sí y se quedaron atónitos, enseguida me sonreí y les dije que no era una droga, que más bien podía ponerse ala altura (en Argentina) de lo que para ellos representabael café. Tal cómo había sucedido años atrás en Medellín. En eso, mientras les resumía todo lo que implica para los argentinos esta tradicional infusión, pasa un ciruja a los gritos: ¡¡¡Es marihuana oficiales, llévenlo detenido a ese gringo drogadicto!!!… No le prestaron mucha atención, más allá de alguna risa. Me explicaron acerca del entrenamiento exhaustivo y minucioso que implicaba convertirse en un Guardia Nacional en Venezuela, incluyendo meses en las montañas, selvas, valiéndose por ejemplo de solamente 2 galletitas. Por lo bajo, como en secreto, expresaron que los casi nulos sueldos que cobraban llevaban muchas vecesa que algunas líneas del ejército se corrompieran, lo cual dejaba, ante la opinión pública, muy mal parados a los efectivos de la ley, en sus diversas denominaciones, ya sea policías, guardias nacionales, etc. Fuerzas bolivarianas en fin.

Si de argentinidad hablamos, a los mates, no podemos dejar de sumar el asado. Y, tal es así, que queriendo hacer alarde de mis dotes gauchescos, como parrillero, me hice amigo de un carnicero vecino, a quien le expliqué cómo cortábamos la tira de asado nosotros, ya que en Venezuela la cortan al revés. Atento a mi urgencia, este amigo, se tomó el trabajo de separarme una pieza, a degustarse con la gente del Hostel en el cual me encontraba hospedado. Un francés allí me pidió dejarlo a él preparar el fuego, lógicamente accedí. El tema es que llenó la parrilla de maderas y cuando se convertían

en brasas le ponía algunas más arriba, con lo cual se volvía a hacer fuego, incluso luego de que hubiera puesto la carne. En un momento, cuando volví del baño vi cómo el asado se prendía fuego. Tuvimos que correr por agua, pero ya era tarde, estaba todo quemado. Una decepción gigante, si bien pude volver a comer una parrillada hecha por mí, después de 3 meses, y en vistas de que nada sobró, me encontraba igualmente abatido por las llamas que esas maderas habían derramado, quemando mi tan preciado corte de tira de asado…

De los hospedajes merideños pude aprovechar para darme unos pequeños lujos, a través de paquetes turísticos, por los cuales, primero accedí conocer un lugar único en el mundo, denominado: El Catatumbo. Camino al Zulia, trasnochando en un palafito (construcción por encima del río, sostenida a base de palotes), supimos ser testigos de una noche llena de rayos, relámpagos y centellas posando por sobre nuestro cielo. En esta locación, se da un fenómeno atmosférico que permite repetir ese mismo escenario todas las jornadas nocturnas. Increíbles e inusuales flashes de colores, yendo de un lado al otro, brindando un espectáculo que aun a la fecha no ha encontrado explicaciones científicas certeras acerca de su por qué. El tour incluía a la vuelta, pasarpor una cueva de piratas, La Azulita, cercana al pueblode Jají (Mérida). El segundo hostel, más precisamente la Posada Suiza, sirvió también como trampolín para volar. El parapente sería la forma. Por unos minutos, pude sentirme un pájaro en el aire. Debo reconocer que “me cagué un poquito en las patas” a la hora de pegar el salto que me desprenda de la tierra, para dar paso el vuelo.

En la Posada Suiza supe hacerme amigo del recepcionista, Lucho, un pibe de mi edad, estudiante de Turismo, quien aparte de brindarme la oferta del parapente, por 10 dólares aproximadamente, me pasó la data para conocer las aguas

termales, en el camino a Los Andes merideños (La Musuy, Mucuchies).

El ambiente familiero, hizo que permaneciera allí poco más de un mes, hasta el fin de mis días en la ciudad andina. De hecho, me ayudaron mucho con algunos trámites relativos a mi pasaporte. Aquí me tocó compartir estadía rodeadode japoneses. Uno de los días, a la pregunta de uno de los orientales, acerca de si solían recibir muchos asiáticos en el hostel, a Lucho se le ocurre decir: Sí, sí acá estamos contam (inados)… de japoneses- Al verme abrir los ojos gigantes, se dio cuenta del fallido y dejando la palabra por la mitad, pudo evitar cometer un exabrupto, a tiempo –Perdón, sí, sí, acá vienen muchos japoneses, sentenció sigilosamente. Si bien conformaban un grupo en Mérida, venían viajando por separado. Uno de ellos, llevaba 2 años mochileando solo y entre sus vivencias más impactantes se destaca una de la Patagonia Argentina, incluyendo un cruce de montaña, en el medio de la nada y sin compañía, cayéndose a un río, viendo imposibilitado el paso más allá de cruzar por aguas heladas (bajo cero), tras un día metiéndole para adelante, dio con un refugio en el cual pudo reposar ambas piernas (en agua caliente) al momento negras, calcinadas, no se murió congelado de casualidad. A pesar de llevar tiempo viajando, casi que ni mediaban palabras en español, por ejemplo, para referirse a mí lo hacían bajo el nombre Velde Sam, debido a que compraba siempre cerveza verde, Solera, mientras que ellos de la negrita, Polar.

También esta morada permitió valerme de compinches europeos, un español que tomaba fotos para venderlas freelance a través de su computadora y una francesa que había llegado a Venezuela para instalar, con un grupo de amigas, una escuela circo itinerante. A ella le había sucedido algo sumamente increíble: cuando llegó al aeropuerto de Caracas la retuvieron, le extrajeron el pasaporte y con la

excusa de que representaba un peligro la devolvieron a Europa, no le explicaron mucho, simplemente le pusieron un Guardia a disposición quien viajó en el avión, sentado junto con ella, hasta corroborar su descenso en Frankfurt. Con 25 años, por primera vez en pagos sudamericanos,no podía creer lo que le estaba pasando, mucho menosaún la falta de una descripción que permita aclarar los acontecimientos. Me contó que la llamó a la madre para decirle que estaba en Frankfurt y por un instante la felicitó dando por sentado que se trataba de su desembarco en el nuevo continente, pero que cuando cayó en la cuenta de que su hija estaba en Alemania no entendía nada. Así y todo, al parecer esta joven no se hizo mayor historia, tramitó todo nuevamente, obró los medios para que se corrobore que no es “peligrosa” y preparó nuevamente la vuelta a Caracas. Toda una corajuda, una apasionada la muchacha.

Tenía yo muchos amigos en la ciudad, entre ellos un abogado del cual aprendí la labia con la cual debía manejarme ante los guardias. Fue el, mi amigo Jesús, quien, tras hacerme una visita guiada por la Universidad y hablar un poco sobre la situación política de Venezuela, me contó que estaba escribiendo un libro al respecto y, a modo de advertencia, me dijo que llevara siempre conmigo la Constitución Nacional Bolivariana, que todos allí tenían bien en claro los atropellos con los que los guardias venían manejándose últimamente y que por tratarse de un periodo democrático nada podían hacer a menos que traigan con ellos la Orden de un Juez. La cuestión es que a la salida del bar me pusieron contrala pared, me pidieron mis papeles y me hicieron esperar allí, en eso pasó caminando esta persona, a quien por cierto no recordaba en medio del momento de nervios y me dijo: Fede, te acordás de mí, estuvimos tomando mate en la Plaza de Milla, soy Jesús, no te olvides que soy abogado, si te inventan algo levantame la mano que yo hablo con ellos (los guardias nacionales)

Dicho y hecho, no recuerdo bien con que excusa, inventaron que tenían que llevarme detenido; levanté la mano sin dudar y allí estaba Jesús, en una especie de metáfora bíblica, como caído del cielo. Les hizo solo tres preguntas, con las cuales bastó para que los guardias pasaran a ser ellos los nerviosos, me devolvieron los papeles personales y en lo que me iba escuchó que enojado uno de ellos refunfuñó:

¿quién se cree este, el abogado de los pobres? Se ve que no sería el primero en ser rescatado por este “enemigo de la ley”.

Pero, como no hay mal que por bien no venga, gracias a situaciones como esta, en las que pude salir aireado, supe también hacerme de grandes amistades, una de ellas Marite una dentista con la cual compartimos uno de estos momentos incómodos, yo callado y ella a los gritos exigiendo se la respetara, mientras una guardia la revisaba, en medio dela calle, de pies a cabeza incluyendo un manoseo innecesario y relojear lo que llevaba en su cartera. Todo esto fue motivo de una charla, con esta nueva amiga, que comenzó esa noche y terminó recién a la mañana siguiente. Por otro lado, la segunda vez que presencié cómo intervenían el mismo bar en el que pasaba casi todas mis noches (Cibeles), al cual dicho sea de paso después me enteré que tenían de punto (a pesar de que nunca encontraban sino estudiantes universitarios), me dio el pie para conversar con la persona que después me acompañara en el resto de mis hazañas, mochila de por medio, viajando por Brasil, Perú, Boliviay Argentina, mi compañera, amiga y mujer, Paula. Párrafo aparte para el amor y la suerte en la desgracia. A la buena nueva de toparme con un valiente abogado se sumó el cruce de miradas con una dulce caribeña. Como buen charlatán, lleno de amigos, incluidos los muchachos del bar, tras minutos debatidos con los guardias, volví a Cibeles para relatar lo acontecido. Jesús me invitó a sentar con su gente y de la mesa vecina escucho: ¿Todo bien?… Era ella.

La chica con quien veníamos echándonos los ojos desde hacía ya algunos días. Alguien tiene que ceder, dicen y fue ella nomás. Le dije que sí, que por suerte no había pasado nada, nos presentamos como para dejar de ser desconocidos, hablamos de política, de la situación en Argentina, en Venezuela y es hasta el día de hoy que no hemos pasadoun instante separados. Esa noche, entre conversación y conversación, me comentó que al otro día, por la tarde, debía volver a Maracaibo, con susfamiliares, para pasarel mes de diciembre junto a ellos. Navidad y año nuevo serían la excusa para despedirse de papa, mama, hermanos, ahijado y abuela, de cara a su viaje con destino a Chile, lugar en el cual unos amigos venezolanos la esperaban, para dar comienzo a una nueva vida, lejos de su patria. Sugerí que podíamos probar viajando juntos, ya que, en lo personal, me encontraba con una idea parecida de viaje. Nos dimos cita para el día siguiente, mates de por medio, con la idea de trazar un camino conjunto. Lamentablemente, no pudimos vernos esa tarde.

Retomando, podemos decir que Jesús fue un poco mi mentor en los términos de no arrugar ante cualquier intento manipulador por parte de los agentes de la ley. Aquella vez que me diera una gran mano hizo que lo sucedido pareciera un paso de comedia, bastaron solo tres preguntas para que los guardianes se miren entre ellos y pasen de querer intimidar a ser ellos los intimidados. Digo que fue mi mentor porque en la semana siguiente volviendo de un viaje, desde uno de los pueblos del sur (El Molino), a Mérida, en medio de la autopista un guardia hizo parar al micro que nos llevaba, nos pidió a todos identificaciones y, valga la redundancia, me hizo bajar solo a mí, haciendo esperar al resto de los que viajaban allí. Obviamente utilizando ese mismo apuro del resto de los pasajeros en mi contra. No estaba yo solo en eso momento, ya que veníamos volviendo con uno de mis amigos de Mérida, Baruc, quien me había invitado ese

fin de semana a conocer su pueblo, junto con sus padresy hermana. Lo dicho, me hicieron bajar y un guardia me llevó a un costado y solos los dos me dijo que yo estaba en problemas, en lo que aduje que era abogado y que sabía bien cuales eran mis derechos, que sabía perfectamente dónde empezaban y dónde terminaban los suyos, que nada podían exigirme porque tenía todo en regla. Razón a partir de la cual me llevó con el comisario, quien me miro, sonrío y me devolvió los papeles personales despidiéndose formalmente: vaya con dios, disculpe las molestias ocasionadas.

Cuando digo mis papeles me refiero a las fotocopias demi cédula (del Mercosur, DNI) y de las del pasaporte.Subí al micro nuevamente, en una mezcla de sensaciones entre triunfante y decepcionado a la vez, lo primero quevi fu la cara de Baruc, totalmente pálida, congelado, como asustado. No era la primera vez que lo veía así, de hecho cuando me retuvieron en Cibeles percibí en él una parálisis similar. Días después me contaría de un episodio en el que a él lo llevaran detenido sin causa alguna y amagaran, a lo largo de la noche, en más de una ocasión con asesinarlo. Ahí entendí que mis aires de canchero contra la ley debían de tener un cierto reparo.

El primer policía que me había detenido en Choroní, a días de mí llegada a Venezuela, me preguntó porque andaba sin documentos, que eso representaba una situación irregular, a lo que respondí que jamás en mi vida anduve con los papeles enlamano, que eramuy riesgoso y que no ibaacorrerel riesgo de perderlos. De ahí que este oficial me dijera que estaba bien, que tenía razón, pero que de ahora en adelante porte conmigo fotocopias de estas documentaciones personales. Tiempo después, el joven guardia, que interceptara el micro y me llevara a hablar con el comisario, me sugirió que la fotocopia que llevaba no era válida, porque no era legible (cosa que no era cierta, hasta un ciego la podía leer) y que

tenía que ser a color. Obviamente, por las dudas, al otro día saqué fotocopias a color. Lo curioso es que cada vez que nos detenían (y no lo digo en modo personal, porque no era algo circunstancial, a todos todo el tiempo los detenían en la ruta, sin olvidar los atropellos en los bares) me peguntaban porque llevaba fotocopias y no el original conmigo. Cuando les respondía que era porque un guardia (o sea un colega de ellos) me lo había sugerido anteriormente se quedaban sin palabras. Cuando cuestionaban porque no llevaba el original les inventaba siempre la misma historia: que me habían robado y que desde ese día había tomado la decisión de no salir con el original, que no quería perderlo producto de la inseguridad (una de las mejores y más creíbles excusas en Venezuela), que la sugerencia de las fotocopias venía e parte de un colega suyo y que de eso me valía entonces para matar dos pájaros de un tiro; no andar sin identificaciones y al mismo tiempo no quedando abierto a la perdida de los papeles originales, lo cual ahí sí podría traerme problemas con la ley, porque, en definitiva, lo último que querría: tener problemas con las fuerzas de seguridad de otro país.

Nobleza obliga, enamorado de Venezuela y habiendo vuelto por segunda vez, en lo que fuera una elección personal, no puedo dejar de aclarar que jamás en seis meses (lo mismo en dos meses, cinco años atrás) me han intentado, siquiera, robar. Todo lo contrario, mi único miedo terminó siendo en referencia a guardias y policías que sí trataron, en más de una ocasión, hacerse de lo que era mío.

Así las cosas, como ya había comentado, a falta del papel que demuestre mi entrada a Venezuela, me encontraba entonces estancado en Mérida. De todas formas, hablamos de un estancamiento que no fue para nada privativo de alegría alguna. Amigos, amigas, noches, curdas, resacas. Puedo sumar a la invitación de Baruc, otra anterior, también por parte de él, para pasar un domingo junto con la familia

de sus tíos. Cruzando el valle andino, poniendo el frenoen Tovar, locación de ensueño, como dormida entre las montañas. La primera parada sería en lo de su tío abuelo, lugar en el cual se produce el miche andino, bebida blanca de venta clandestina, a pesar de que todos en el pueblo saben dónde se gesta y en qué lugares y momentos se puede conseguir, algo parecido a lo relatado acerca del Cocuy de Penca en Barquisimeto.

El dueño de casa, un señor de unos setenta y tantos, a quien no por viejo se lo iba a ver cansado, por el contrario, al extremo trabajador. Nos hizopasaralaparteinteriorde la bodega, la del alambique, en la cual se fabrica el tradicional licor; fermentando unos días panela (tapas de dulce derivadas de la caña de azúcar), adicionando hinojo para dar su característico sabor. Filmamos todo el proceso en vistas de algún día presentarlo a modo de documental. Una vez concluida la faceta artística nos sentamos a intercambiar productos; yo lescebéunosmates,ellosme sirvieron dos platos, bien llenos, de sopa de arveja,con pernil y res (preparada a la leña por la tía abuela de Baruc), de las mejores y más ricas que pude tomar en mi vida. Al despedirnos, les regalé mi mate y algo de yerba, sentía que era lo menos que podía hacer al cabo de tan cálida recepción, aparte lo habían probado minutos antes quedando encantados por esta infusión argenta, nunca antes vista por ellos. Acto seguido, encarábamos a casa de los primos de Baruc, a pocas cuadras. Nos esperaban 3 cajones de cerveza, a degustarse en familia. Redondeando una jornada a pura anécdota, entre recuerdos y carcajadas.

En referencia al tramiterío pendiente tuve la suerte, en lo que volvía de El Molino, de conocer una politóloga que había trabajado con Hugo Chávez. Tras tres increíbles horas hablando de política le conté de mi situación, falto del papel que muestre mi ingreso, a lo que no dudó en pasarme

el teléfono deunamigosuyo quehabíatrabajado para el Mercosur, quien podría ayudarme en lo que implicara facilitar la extensión para permanecer en Venezuela por tres meses más. Me pusieron en contacto con gente del SAIME (algo así como el RENAPER en Argentina) y durante toda la semana llevé adelante las diligencias correspondientes. Teníamos que esperar la respuesta desde Caracas dando el OK, la cual recién se haría concreta el viernes de esa semana, permitiendo entonces hacer el depósito a extranjería y migraciones. El viernes mismo recibí una llamada al hotel (cuyo teléfono había dejado como contacto ante cualquier novedad) por la cual me avisaban que se confirmaba desde Caracas mi entrada, 3 meses antes, al país. Y qué; si nó pagaba el trámite antes del mediodía me considere fuera de Venezuela.

A todo esto, mandaron un mail a mi correo en el cual se explicaba el monto, los bancos posibles donde hacer el depósito y el número de la cuenta del SAIME en la cuallo haría efectivo. Corriendo me fui al banco más cercanoy siendo las 11.30 pude hacer el pago que a los fines de mi permanencia me daban un poco de aire, mayor tranquilidad, entre tanta incertidumbre. Recién a lunes me pondrían el sello, en una jornada totalmente accidentada, haciéndome ir y volver tres veces al mismo lugar, el último de los días posibles, diciéndome equivocadamente en una deesastres ocasiones que recién para el miércoles me darían el pasaporte en mano, día 23 de diciembre, que dicho seade paso coincidía con las vísperas navideñas del sector público en Venezuela, por lo cual era inminente el cierrede las oficinas estatales de atención al público. Una locura de desinformación para un extranjero demasiado nervioso.

Uno de los miedos era que no se hiciera la movida a tiempo en Mérida. Sabía quesipagabaeldepósitoalviernes no iba a haber problema con el sello el lunes, pero de la

desesperación tomé un taxi con el propósito de finalizar el trámite el mismo viernes.

Fue allí que me atendió el personal que cuidaba la entrada al estacionamiento donde me explicaron que cerraban antes para hacer el brindis de fin de año. No lo tomé tan a la negativa, ya que, me habían avisado que no era necesario poner el sello el viernes y de todas formas había evaluado quedarme en Mérida hasta el lunes. En medio de las torpezas que me caracterizan, había llevado conmigo un bolso en el cual tenía el termo, con el agua hirviendo y las cosas del mate (pensando en las demoras lógicas burocráticas), aparte unos chocolates que habría de regalar a los empleados del SAIME como para endulzarlos, en agradecimiento por la buena predisposición y con el fin de acelerar las cosas. Imagínense, con ese bolso cerrado herméticamente; el sol a pleno y el agua del termo a 100° hicieron del encierro una especie de mini horno, con lo cual cuando abrí me percaté que el chocolate estaba todo derretido. En eso pensé, menos mal que terminaron por no atenderme. Hubiese estado lindo coronar con dicho presente embarrado al momento de la entrega.

Luego de haber pasado sin poder entrar al SAIME se venían dos días de tranquilidad con un fin de semana en el que iba a aprovechar para empezar a despedirme de mis amigos, tras dos meses en Mérida. El lunes, de vuelta inmerso enla jornada engorrosa de papelerío. Llegando propiamenteal establecimiento público me dicen que mi pasaporte recién iba a estar sellado para el miércoles, a lo que se me ocurrió preguntar: ¿el miércoles 23? ¿Pero trabajan esa fecha? Obviamente pensando en la posibilidad de llegar y que el lugar se encuentre cerrado, pero me dijeron que sí, que el miércoles trabajaban. A todo esto, tenía que avisar en Maracaibo (lugar al cual viajaba para celebrar la navidad) que en vez de llegar ese mismo lunes estaría arribando allá

el miércoles 23 de diciembre.

Mi idea era pasar del 21 al 26 en lo de un amigo, de ahíel 26 sacar los pasajes a Choroní, en lo que habría de serel comienzo de mi viaje con Paula, festejando año nuevo, juntos en el mar caribe. Saliendo del SAIME, llego a la posada en la que me hospedaba y me dicen que acaban de llamar (del SAIME), que ya tienen listo mi pasaporte, con su correspondiente sello de extensión de la estadía y que pedían disculpas pero tuvieron que apurar el trámite porque les habían confirmado recién que el 23 no laburaban por navidad. No me nació sino decir: ¡¡¡están re locos, acabo de venir de allá!!!”A lo que se rieron y me dijeron quea esta altura ya tenía que estar acostumbrado, que así son los trámites en estos lugares. En ese llamado, les avisaron también que tendría que presentarme antes de las cuatro en su oficina para que me den el pasaporte. Me fui corriendo para allá puesto que era el mediodía y tenía que resolverel tema de mi pasaje a Maracaibo antes de hacer ningún llamado.

Llego al SAIME y la persona que me había atendido me dice: no, todavía no está. Le dije a la chica que me atendió el teléfono en tu posada que lo teníamos listo para antesde las 4, recién es la una de la tarde. Literal, no era que vaya antes de las 4 como para que me apure, sino que recién lo iban a tener sellado al final de la jornada, antes del horario de cierre (¿?). Así fue que salí de una vez para la terminal y ante la inminencia del pasaporte en orden busque sacar el pasaje para esa misma fecha a las 8 de la noche y con destino a Maracaibo. Llegando a las boleterías, por alguna razón, todas las ventanillas cerradas. Pero, me llamo la atención que en una de ellas empezó a juntarse gente. Era la una y media de la tarde y tenía tiempo hasta las 3 aproximadamente (antes de volver al SAIME) así que me sumé al gentío, hice la cola y a los 30 minutos tenía

mi pasaje en mano. Fui al SAIME, me dieron mi pasaporte sellado 3.45 de la tarde, como lo habían prometido.

Feliz tras hacer legal miestadía,portresmesesmás,me encaminaba hacia Maracaibo, lugar en el cual me encontraría con Paula para comenzar nuestra odisea juntos. No voy a mentir, luego de desencontrarnos en la plaza para conversar, pensé que quedaría todo en una charla de bar. Que no volveríamos a vernos. Si bien no habíamos podido llevar a cabo esa mateada, como para planificar nuestro viaje en conjunto, supimos hablarnos a diario a través de internet. En el transcurso de un mes no hubo noche alguna en la que dejáramos de contactarnos.

Llegaba a esta ciudad infernal (40° a la sombra, todoslos días), tras 10 horas de viaje, por una distancia de 600 kilómetros, teniendo en cuentalasparadasintermediasde las yaconocidasalcabalas.Seríaesteunpasajede la primavera eterna (Mérida) hacia el calor incesante (Maracaibo). Primeramente pasaría la navidad en lo de Gustavo, aquel viejo amigo que había conocido unos meses antes, más precisamente, mi primer día en Choroní. Con él y con sus amigos “maracuchos” (así es como se les dice a los de Maracaibo, en versión lunfardo) habíamos pasado una semana llena de aventuras quedando afianzada una amistad que perdura al día de la fecha y por la cual sería por ellos invitado a festejar la celebración típica de la región, el 18 de noviembre: La Chinita. No logré presentarme para la ocasión, pero prometí pasar la navidad allí, con ellos. El viaje de Mérida a Maracaibo implicaba una de las alcabalas que había conocido en mi estadía anterior, cinco años atrás en Venezuela,en este caso una máquina con rayos x porla cual filtraban lo que llevaba en mi mochila. Esta vez, la realidad no era la misma que la de 2011. La paranoia pesaba

en mí, imaginando que este lugar sería una pesadilla, de hecho dejé la yerba mate a unos argentinos en Méridapara que los guardias no usen eso como excusa alguna de confusión con marihuana o lo que fuera…

Pasé del 22 al 26 de diciembre, en el barrio Los Samanes, en casa de Gustavo, junto con su familia, más un amigo muy particular, “el pollo”, un maracucho casado con una cubana, quienes me prometieron mediar para que de llegar a Cuba no me faltara nunca hospedaje ni nada por el estilo. Después de la navidad, el 26, me fui temprano a sacar el pasaje de Maracaibo a Maracay (lugar del cual se sale a Choroní) en medio de una cola enorme de personas, a lo que me asusté pensando que no iba a conseguir nuestros tickets. Habían tres ventanillas con destino a Maracay pero una sola se encontraba abierta, ni siquiera era una ventanilla en realidad, del lado de la cola una señora sentada con un talonario tomaba los datos a quienes sacaban su pasaje y contaba el dinero a la vez, razón por la que todo se hacía aún más lento en la muchedumbre. Tal esasíque,un tanto nervioso, me doy vuelta para ver qué pasaba en las ventanillas cerradas y ahí es que veo que otra señora, con su respectivo talonario, se sienta en otro de los apartados con el cartel que decía: a Maracay.

Decidido, con mis dos mochilas colgadas me llevé a todo el mundo por delante, fue así que pase de ser el último de una larga fila que apenas si caminaba, pudiendo sacar en un bus pequeño e incomodísimo, a ser el primero de otra, para un micro semi-cama de dos pisos. De allí, pasaje en mano encaré para lo de Paula, que me esperaba en su casa. Tardé media hora para encontrarla porque los domiciliosen Venezuela están direccionados muy distinto a como uno puede ubicarlos en Argentina. Una vez juntos, almorzamos, terminamos de armar las mochilas y pasamos una maravillosa tarde. A las seis, mientras asomaba el atardecer,

fuimos a la terminal y estuvimos una hora y media para encontrar el micro, no es que fuera grande, pero nadiesabía nada, éramos muchos los que nos encontrábamosallí perdidos. Había que preguntar todo 3 veces. Cuandode repente, del otro lado de la estación, aparece un micro que empieza a llenarse de gente, supusimos que era ese el nuestro, pero ni los choferes sabían a que habían venidoy no estoy exagerando. Entre millones de vueltas supimos que, efectivamente, era ese nuestro autobús.

Doce horas después llegábamos a Maracay, tras un viajede 600 kilómetros. Viaje que constó de cuatro paradas, la primera otra vez la de los rayos x, la segunda en la que subió un guardia con una linterna a revisar el micro, la tercera a la medianoche para cenar y la cuarta para auxiliar, en medio de la ruta, a otro bus que se había quedado en llantas. Sin saber lo que pasaba afuera, a oscuras en la autopista, dos de las pasajeras, totalmente asustadas, pasaron los 45 minutos de esta última parada escondidas adentro del baño pensando que se trataba de un atraco.

Tocaba cruzar por vez cuarta aquella ruta infernal, la que une a Maracay con Choroní. Y por suerte, nunca solo. Primero, con Ivan, luego con mi padre, después con el taxi del amigo Luís, ahora era Pau la acompañante que permitía hacer amena esta agonía en cuotas. Una primera hora a los tumbos, que se frenaba al igual que cinco años atrás al tope de la montaña, para hacer un parate en el almacén. No se trataba esta vez de una pausa para que el conductor compre cerveza, en este caso lo que necesitaba era papel higiénico y como en el kiosquito no tenían (consecuencias de la escasez, el papel sanitario, resulta ser uno de los productos más difíciles de conseguir), terminó prestándole el suyo uno de los pasajeros. Sin más, revista y papel en mano, encaró de una para el medio de la selva a echar el cago de su vida. Al subir de vuelta al bus, recibió el aplauso de todos los allí presentes.

Lo dicho, una vez más en Choroní (las anteriores habían sido, meses atrás, en septiembre y hacía poco más de 5 años, en julio de 2011), nos esperarían para darnos posada mis amigos “los morochos”, esos viejos conocidos de mis pasos anteriores por estos pagos. En este caso, si bien no eran mellizos siempre de chiquitos los confundían por su parecido y, aparte de ser hermanos, siempre andaban juntos, de ahí que los llamen por sobrenombre con el símil de mellis para nosotros argentinos. Estuvimos 3 días hospedados en su casa, con ellos (David y Reinaldo). Para el 29 de diciembre nos estábamos moviendo a lo de Claudia, también una vieja conocida de Choroní, en su posada: Hostal Colonial. En esta morada, que incluía piscina entre otras comodidades, festejamos nuestra última cena del año con Paula y antes de la medianoche nos fuimos para el bar en el que trabajaban nuestros anteriores anfitriones y de esta forma brindar celebrando el comienzo del 2016, junto al malecón (ese

lugar único, en el que todo el que pueda debería de pasar al menos un atardecer), de cara al mar caribe.

Estando en Venezuela, había leído un dicho que, en referencia a los argentinos y al amor, expresaba lo siguiente: “Si logras encontrar alguien que te ame como los argentinos se aman a sí mismos, jamás lo dejes ir…” Y sinceramente, tengo que reconocer quemisexperienciasenChoroníno han hecho más que agigantar el amor por mi querida patria. Desde el momento que pisaba suelo choronicense, los morochos no paraban de decirme cosas como: No me rompas los huevos, chúpame las pelotas…Dale chabón, armamos quilombo… Pero tomatelá, que sos un boludo… Che, pelotudo (salido de sus propias bocas sonaba más bien como un: ¡ye, pelotudo!…). Siempre en tono eufórico, a los gritos, alertando a los allí presentes qué entre ellos se encontraba un argentino. Así fue que, en mi estadía anterior en el pueblo, en septiembre, (David y Reinaldo) una noche me llevaron a “lo de Abraham”, un kiosquito oculto en el cual permanecíamos junto con él (Abraham) y sus amigos, hasta altas horas de la madrugada hablando de fútbol (siempre nombrando a Maradona y a Messi vs Ronaldo: uno de los muchachos se presentaba como aficionado del Madrid), también se armaban berrinches y revuelos en materia de béisbol.

Debo admitir que los tonos desafiantes y de burla no terminaban nunca, desde el momento en que tiraba una frase como: ah, ustedes caribeños juegan con las manos, qué van a saber de fútbol… Era solo el chispazo parahacer explotar el combustible de historias infinitas de conocimiento deportivo. Uno de los infaltables de las curdas, Carlos, conocido por todos como El Primo, parecía una computadora estadística humana, sabía nombres, apellidos, fechas de nacimiento y trayectorias de jugadores a montón, de hecho, una de las noches habló de Bilardo y

de Ramón Díaz, como si se tratara de amigos personales.

Era muy graciosa la situación, Abraham tenía separadas una serie de sillitas a la espera de sus amigos en la medianoche, su mujer (Gabriela), una mulatona que desparramaba alegría, siempre atenta a quien pidiera una cerveza y cuando la charla se ponía atrevida no faltaba quien gritara: esta ronda la invito yo… El punto es que Gabriela y su marido, sabían a quién venderle después de las 12. Sentados en la puerta pero con el kiosco cerrado, a pesar de pagar todas y cada una de las cervezas que tomábamos, cuando alguien ajeno al grupo se acercaba preguntando por birrala negativa era inminente, quedando la cerveza del pueblo a disposición solamente de nosotros. Antes de conocermee incorporarme en sus rondas de la madrugada, confesaron que no podían creer que sea yo argentino, decían que todos los que conocían con anterioridad a mí eran hippies sucios que olían a violín (en palabras gauchas: según Abraham y cia., los argentinos olemos permanentemente a chivo).

En cuanto al dueño del kiosco, siempre sentado en el medio como dirigiendo la orquesta de las discusiones, dos cosas me llamaban la atención particularmente. Primero; su extremadamente aguda voz, imposible confundirla, en segundo lugar, que no paraba de masticar y escupir una especie de pasta negra que él mismo extraía con sus largas uñas de un paquete metálico circular. Considerando que ya estábamos en confianza, ante la risa de todos, le pregunte:

¿Qué mierda es eso que escupís todo el tiempo? –Tentado, responde: Chimó, ¿querés probar?, justo ahora no me queda más pero te guardo un poco para la próxima. Al otro día a la tarde, tras volver de la playa con los dos amigos de Bélgica, paré un instante en lo de Abraham para comprarle unas birras. Sin que le pregunte nada sacó su frasquito y con la uña me compartió una pequeña porción de esa oscura pasta. Me comentó que se trataba de tabaco masticable y

explicó cómo debía saborearlo. Me lo mandé nomás y alas dos cuadras le dije a los chicos belgas que me sentía un poco mareado, me senté en el cordón y comencé a percibir cómo el mundo se movía de un lado al otro.

Más tarde, a eso de la medianoche, entre birra y birra con los amigos de Choroní, a Abraham se le ocurre preguntarme:

¿Y, qué tal el chimó, argentino? – Cuando conté el efecto que había generado en mí estallaron todos en risa. Creo que para cuando volví en diciembre con Paula seguía siendo esta anécdota motivo de burla. Mira argentino te guardo un chiquitico de Chimó-decía Abraham.

Llegar para las fiestas a estas costas implicaba, esta vez, debatirnos en un mar de gente, la mayoría celebrando navidad, año nuevo y aprovechando la ocasión para quedarse unos días allí reposando en familia. Con las capacidades hoteleras llenas y atendiendo al esparcimiento de los visitantes, los vecinos del pueblo se las ingeniaron para armar sus pequeñosnegocioscomerciales. Tiendas de ropa, puestos de hamburguesas y salchichas, arroz frito con pollo (chaufa) servido desde arriba de una camioneta (del tipo Toyota Hilux, con la cabina trasera abierta), en un vaso de 1 litro aprox. Todos locales de paso. Pero la vedette gastronómica terminó por ser, por lo menos para mí, una parrilla improvisada (pegadita al puerto de pescadores) en la que servían carne, chorizo, morcilla y chinchurria (para los argentinos; chinchulín). Y sí… desde el asado quemado en Mérida que no me daba este lujo. A la hora de comer, la decisión la tomábamos siempre en conjunto con Paula, pero al verme abrir los ojos feliz, como un niño cuando recibe un regalo que no esperaba, fue ella quien sin dudarlo me toma de la mano y me dice: siéntate– ahí mismo, en una mesita armada al costado de la parrilla.

A la espera de nuestro plato, escucho al otro lado de la calle

una voz que, refiriéndose a mí, replica: ¡¡¡Que grande, un hincha de la academia!!!… Es cierto, llevaba yo puesta la camiseta de Racing y al parecer un argentino más se acercaba a degustar el asado. Luego de presentarme su familia (su hija y su mujer, venezolanas ambas), este compatriota (de nombre Alberto) me cuenta que hace 17 años se encuentra viviendo en Venezuela y que desde hace 10 no pisa sus tierras de origen, pero que así y todo se mantiene siempre al tanto de lo que ocurre por aquellos nuestros pagos. Paula, sentada a mi lado, no podía con su asombro al escuchar una y otra vez la desesperación de Alberto por mostrarnos que no había perdido la identidad transmitida a partir del lunfardo dialéctico. A cada rato decía él latiguillos como: vos sabes… vos me entendés… viste como es esto pibe…. De hecho, muchas de las veces innecesariamente, pero créanme que lo entiendo, debería de extrañar mucho las costumbres y encontraba, aunque sea momentáneamente, en un par un cómplice. Habiendo terminado nuestras comidas, mantuvimos el diálogo unos minutos más y tras despedirnos de esta familia argento-venezolana continuamos nuestra ruta nocturna de parrandas.

Más tarde en la madrugada, cuando pensé no nos quedaba más dinero, pude percatarme que en uno de los bolsillos tenía una cantidad de bolívares que representaban, máso menos, el costo de la parrillada. Le pregunté a Pau si recordaba en que momento había pagado el asado y,porlo tanto, con las cuentas a nuestro favor llegamos a la conclusión que fue Alberto seguramente quien terminó abonando nuestra cuenta. Al otro día, en la playa, lo vi pasar con su hija y mujer y corrí para preguntarle si, de hecho, había pagado por nosotros. Fue un tanto extraño porque, en vez de responder por sí o no, me dio un abrazo, se sonrió y no dijo nada. Si la intuición no me falla o ni siquiera reparó en escucharme o, efectivamente, había pagado él nuestra parte. Por lo tanto, fui al bolso a buscar el dinero y cuando

me acerqué para devolvérselo, Alberto me mira y sin aceptarme la plata, responde: no pasa naaa chabón… vos viste cómo es esto-no sin antes guiñarme el ojo y abrirse camino…

Después de 6 días de pequeños lujos en lo de Claudia caeríamos de los morochos nuevamente, habiendo arreglado antes quedarnos por un mes esta vez. El problema, en este caso, nos encontrábamos sin dinero y a la espera de una transferencia que debían realizarnos. La cuestión implicaba, por ser entre dos bancos diferentes, una tardanza de entre 1 y 2 días en hacerse efectiva. Encima era domingo, día en el que no se toman (las transferencias bancarias). Así y todo, preferíamos realizar los movimientos deformavirtual, sin sacar de cajeros, ya que la última vez que lo habíamos hecho en Choroní tuvimos que sacar de a 800 Bolívares (el máximo permitido en cada extracción) siendo posible por día hasta 2400 Bs. por persona (es decir 3 operaciones). Significando solo lo justo para el almuerzo. Encima, por alguno de esos errores de sistema, verificamos a través de la cuenta de Pau que se nos descontaba 4800 Bolívares,a partir de (supuestamente) 6 operaciones, el doble de lo que en realidad habíamos ejecutado. Como contracara, en Choroní, podíamos pagar prácticamente todo a través de la tarjeta de débito.

Llegado el lunes, sin haber dejado la posada de Claudia aun, quisimos entrar en la cuenta del banco de Paula (con la que veníamos manejándonos al momento) pero,por otro lado, la señal de internet era terriblemente mala y se quedaba siempre a mitad de camino, con lo que se nos hacía imposible poder ver nuestro saldo. Ahí fue que recordamos que a la vuelta de Hostal Colonial un amigo y amiga tenían su bar nocturno, La Conga (una especie de centro cultural, en la terraza abierta de una planta alta). La música que pasaban allí (cuando no estaba tocando alguna banda de

jazz en vivo) la iban bajando de youtube, por lo que sabíamos que tenían entonces una buena conexión. Nos encontramos con ellos (Celer y Verushka)y les pedimossi nos podían prestar internet un momento desde el bar. Fui con mi computadora y, para nuestra sorpresa (mía y de Paula), vimos que coincidía la clave de wifi con la de la posada de Claudia, a lo que, en mis dotes de torpeza y poco tacto, no se me ocurrió nada mejor que decir: Ah, boludo, es la wifi de Claudia... Así fue que instantáneamente Celer me miró y replicó: Sí, pero no digas nada... Cuando fui a avisarle a Claudia que ya le habíamos hecho la transferencia Celer me agarró de vuelta y me aclaró: no le digas nada a Claudia que te presté el internet yo... En el momento nole di mucha atención, pero al otro día cuando prendí la compu de la posada para corroborar la efectividad, o no,de lo transferido apareció en pantalla una leyenda con una consigna por el estilo: “el ID no puede proyectar porque algún elemento externo está utilizando su wifi”, cobró sentido entonces aquella insistencia de Celer por no decir nada respecto de la internet conseguida de su bar.

A todo esto Celer y su socia, Verushka, nos habían ofrecido trabajar para ellos en el bar. Sería a cambio de posada, almuerzo y cena. Sucede que si bien nos encantaba, a Paula y a mí, la propuesta, por otro lado, ya teníamos paga la posada en lo de los morochos por un mes, cosa que nos causó gracia pensando que entre tanta historia accidentada nunca se podía llegar a una cosa sin que en el medio se entrometan otras.

De lo accidentado y lo fortuito no podemos dejar pasar nuestra llegada a El Chorrerón, una cascada de montaña, rio arriba, a 2 horas del pueblo más cercano, Chuao. Llegar a este lugar implica un viaje en lancha, primero por una cuestión de cercanías desde Choroní y, segundo, por no tener justamente Chuao (al igual que sus vecinos pueblos:

Cepe, Tuja y Valle Seco) acceso vía terrestre. De hecho,los autos, motos y buses son trasladados hasta allí en lancha también. Salimos tempranito, como para aprovechar el día y cuando llegamos el lanchero nos pidió que le pagáramos todo de una vez, ida y vuelta, la verdad no me pareció justo porque veníamos pagando por separado, en sus respectivos momentos, salida y llegada.

Sucede que en los viajes van parando en los distintos pueblos y éramos Paula y yo los únicos en bajarnos en este destino, el resto seguían hacia Cepe (siguiente parada). Mientras discutíamos la forma de pago la marea empezó a llevarse la lancha. Fue tal el suspenso, que el susto de quienes se encontraban aun embarcados no tardó en hacer elevar gritos y puteadas hacia el conductor. No era para menos, parecía que se iban a dar vuelta en cualquier momento, y en su afán de volver a tomar el control y evitando cualquier discusión con el resto de los tripulantes el chofer partió hacia el nuevo destino, habiendo olvidado por completo la paga total que pretendía. A nosotros nos vino bárbaro porqueno andábamos con la presión de tener que volvernos a las apuradas o en un horario determinado a la playa, sabiendo que nos esperaban dos horas y algo más de caminata hacia El Chorrerón.

Choroní, por ser una de las costas con ruta terrestre propia, tiene la cualidad de ser una especie de intermediario conel resto de las costas cercanas vía lancha. Una de ellas Chuao, llena de misticismo pueblerino y con el agregado de producir el cacao con destino a Suiza. Hacía allí es que nos estábamos dirigiendoennuestraintentonadesubir al Chorrerón. La verdad es que nos entusiasmamos tanto caminando y sacando fotos por el pueblo que se nos hizo un poco tarde en nuestro afán de conseguir un guía que nos llevara hasta la cascada. Ocurre que al llegar al pequeño casco urbano se cruza uno con la iglesia colonial del pueblo,

en cuyo patio se deja secar las semillas puras del cacao,el escenario se asemeja al de cualquier película de antaño. También conocimos la escuela, en donde estudian los hijos de trabajadores del cacao, en particular, y de la tierra, en general, ya que el paisaje incluye también platanares y pequeñas fincas de frutas y verduras, no podemos olvidar los pescadores que son muchos en este pacífico lugar.

A continuación, caminata mediante, unos pozos profundos en lo que determinamos reposar un buen rato, a pleno sol. Allí un grupo de niños recién salidos de clase se turnaban para bañar en el rio a su mascota rubia, un labrador de nombre Sparky. Al costadito del río unas pequeñas piscinas naturales, frenando el paso del agua fresca con el roce de unas rocas que hacían más plácido el descanso. En este apartado conocimos una pareja que se encontraba celebrandosu luna de miel. Ella venezolana, él suizo. Tenían el mismo problema que nosotros, querían subir al Chorrerón pero se les había hecho un poco tarde.

Entre una charla y otra nos fuimos a almorzar los cuatroal fondo de una casita en la que nos ofrecían un pescado con ensalada y arroz a precio más que accesible. Mientras almorzábamos, uno de los pobladores allí presente no pudo evitar escuchar que Paula y yo, al igual que nuestros dos nuevos compañeros, habíamos quedado con las ganas de acceder a la cascada. Fue esa misma persona, Luisito, quién se acercó y nos dijo que él podía acompañarnos, bien temprano al otro día, como guía para llegar a ese destino (el camino de 2 horas aproximadamente consta también de cruzar el río unas 22 veces). A lo que penosamente dijimos con Paula que no contábamos con hospedaje en Chuao, cuestión de lo que nos pidió que no nos preocupáramos, que lo dejemos en sus manos, que él se iba a encargar.

Lo cierto es que nos consiguió una habitación, con baño

privado y televisión por cable a precio baratísimo. En ese momento, nos dimos cuenta que nos sobraba un dinerito producto de que aquella lancha se hubiera rebelado mar adentro, razón por la cual terminamos no pagando la vuelta a Choroní para ese mismo día. Sin la presión, justamente por no haber pagado esa lancha arreglamos con nuestro inminente guía. De buenas a primeras, nos encontramos caminando en lo nocturno de este increíble pueblo.

Era mi tercera vez y la segunda de Paula en Chuao, pero nunca habíamos estado en el pueblo de noche. Al otro día, a la mañana temprano, salimos con Luisito y la pareja suizo- venezolana, exactamente con el efectivo justo para nuestro guía y la posterior lancha que nos devuelva a Choroní. También nos percatamos que al retornar, por la tarde, el camino constaría de una caminata de noventa minutos aproximadamente, debajo de un sol calcinante, ya que no contábamos con el dinero para pagar una buseta (así se llama a los colectivos pequeños, o dígase en estos casos guagua en referencia a los camiones que transportan gente por el pueblo, en Venezuela). Más aún, no teníamos dinero siquiera para el desayuno y/o almuerzo ya que habíamos decidido poner nuestros últimos bolívares en la cena, la cual constó de una arepa para cada uno. Pero, al parecer todo es mágico en estas tierras y, como si supieran, gente de allí nos proporcionó un vasto desayuno de regalo.

Fuimos a conocer El Chorrerón, tras una interminable caminata apaciguada con el agua fresca del río y la humedad de la selva que sirvieron para frenar un poco el avance del sol. A la llegada, una cascada de película nos esperaba como premio tras 2 horas de ascenso. Al devolvernos, siempre sin más dinero que el de la lancha de regreso, una camioneta (de la cual sin pedir nada se pusieron a disposición nuestra) nos acercó hasta el pueblo y luego, ya adentrados en la larga ruta camino al mar, un señor que se hacía llamar “el morocho”

frenó su moto y nos pidió que subiéramos, haciéndonos la segunda (sin mediar pedido de parte nuestra) hasta la playa. De esta manera, terminando en Choroní, lógicamente tras el viaje en lancha, con una enorme sonrisa cada uno por cómo se había dado todo a pesar de nuestro casi nulo efectivo.

Siendo Choroní un pueblo tradicionalmente pequeño, que no ha logrado siquiera hoy en su mayor densidad demográfica superar los 5 mil habitantes (a pesar de ser bien conocida por todos los alimentos y hermosuras que naturalmente brinda), todos se conocen, todos saben lo que va pasando, todos están al tanto siempre de en qué pueda andar cada uno. Y viene esto a reconto de que una tarde mientras hablábamos con los morochos, cayó un amigo suyo con la noticia de que le habían entrado a robar a Claudia a su casa. De porsi solo, podría tratarse sencillamente de un robo aislado, uno como cualquier otro, una situación desafortunada. Sin embargo, al hablar de “pueblo chico” la noticia toma otras matices. Por lo cual, lo que sorprendía más allá del robo, en un lugar en el que como hemos dicho todos se conocen, tenía que ver con algunas cuestiones relativas a la formaen la que se desenvolvieron quienes llevaron adelante el delito. Un grupo de 5 personas, todos rapados y de buen porte (por decirlo de alguna forma grandotes), con léxico no propio del malandraje (así es como llaman a los ladrones en Venezuela; malandros) amagaron con córtale un dedo, tras haberla atado a ella y su novio a unas sillas, si no decía dónde guardaba su dinero.

Claudia es alemana y ella orienta, por internet, la ofertade sus posadas a público europeo. A Choroní llega mucha gente todo el año preguntando por sus hospedajes, es decir que quienes le robaron sabían dónde se estaban metiendo. Lo que comentaban en el pueblo es que se trató de un golpe comando. No vamos a detenernos en mayores detalles, lo cierto es que Claudia con la cara ensangrentada corrió hacia

el cuartel, siendo las 5 de la mañana, en donde los guardias de turno le respondieron que ellos no podían actuar de oficio porque el oficial (jefe) estaba durmiendo. Al parecer, de pocas pulgas ella, no dudo en denunciar que quienes le habían robado formaban parte, o bien habían actuado con clara complicidad de las fuerzas (la Guardia Nacional). Unos amigos argentinos allí hospedados nos contaron cómo en reiteradas ocasiones, tras el robo, Claudia expulsaba a grupos de guardias que sin razón aparente, día a día, iban entrando de forma amenazante, por no decir extorsiva, a la posada. La situación, por cierto incómoda para todos los hospedados, se cerraba siempre con ella respondiendo algo así como: ya les dije que ustedes no pueden entrar aquí, lo que necesiten lo hablan con mi abogado...

Transcurrido un mes y una semana en Choroní, llenos de aventuras y accidentes, decidimos con Pau que era horade armar las mochilas nuevamente, retomar la autopista “mar arriba”. Respetuosos siempre de lo místico, habíamos recordado una cualidad que según nos dijeron escondía este pueblo en su magia, para nosotros terminarían por ser más bien dos. En un mundo de pescadores de ultramar, llenode creencias y leyendas, se comenta que el mismo lugaro te atrapa o te echa inmediatamente, o te enamora o temal impresiona, no existiría término medio. Sin embargo y con tres estadías a mis espaldas, sintiéndome ya uno más del pueblo choronisense, me permití transformar aquella dicotomía en dos sensaciones pacificadoras.

No por casualidad volví a estas tierras, la calidez de sus habitantes, la alegría fraternal, las bellezas naturales, la esencia tamborera afroamericana, Abraham, El Primo, Claudia y su acento alemán con un carácter que la hacía única, las charlas hasta altas horas con los morochos y los pescadores… En fin, la suerte de sentirme parte viva del lugar, al tiempo que sabía, por el otro lado, que era hora de

partir. Siempre dejé Choroní en medio de dos sensaciones: la primera, que no desaprovecharía nunca la posibilidad de volver a pisar sus costas y, la segunda, que cada vez que decidía alejarme, me iba sabiendo que se cumplía una etapa. Al igual que las dos anteriores veces, era hora de dar vuelta una página. Sabía que iba a extrañar pero, lejos de ponerme mal, el sueño por volver algún día me llena en satisfacción, la sola suerte de haber caminado entre la magia de tan preciado paraíso. Sobraban razones para entender que era momento de dejar atrás Choroní. Primeramente, en menos de una semana habían fallecido 6 personas y dicen las malas lenguas que en este poblado “cuando la parca llega de a siete se lleva”, de una sola vez y créanme la tendencia venía arrasando, no queríamos ser el numero restante.

Por su parte, lo sucedido a Claudia de alguna forma nos tocó de lleno por tratarse de una vieja conocida. Tercero, una de las últimas tardes, prácticamente en el lugar en el que nos encontrábamos se escuchó un disparo que provenía de la calle, en lo que luego nos enteramos que se tratabade un fallido intento por secuestrar a una turista española. Cuarto, en medio de una pelea callejera, con un malecón lleno de niños y familias, se lanzó un disparo al aire. Como una especie de metáfora poética, al cabo de seis días de puros sucesos desafortunados, dedujimos que era tiempo de seguir viaje con otros rumbos.

El territorio que nos esperaba; la hermosa y temible Caracas, el valle eterno, tan pequeñapordentroysinembargo tan infinita al verla desde arriba en las montañas. Si bien había estado ya en el lugar tres meses atrás, me tocaba esta vez pasar acompañado. Con Paula, habíamos pensado en recorrer la capital venezolana junto con algún caraqueño. Es decir, conocer la ciudad desde adentro, en profundidad. En la suposición de que no sería lo mismo conocer el lugar con alguien de allí oriundo. Las grandes ciudades suelen esconder esa mezcla que las puede hacer melancólicas y solitarias, o alegres y sociables, según el caso. Así fue que, luego de conocer a Mitus (nuestro nuevo anfitrión, un joven estudiante de psicología, con 20 años de edad), emprendimos la movida, intentando separarnos de la mirada que a diario nos brindaban los medios de comunicación representando una de las ciudades más peligrosas del mundo.

Queríamos simplemente salirnos de esa perspectiva quelo único que hacía era meternos en la cabeza, de forma sistemática, lo inseguro y trágico que podría ser caminar por las calles de tan hermoso entramado urbano. Eso sí, mirando de reojo para todos lados, porque reconozcámoslo, por más que quisiéramos salirnos del sistema, conscienteo inconscientemente, de alguna forma uno termina conformándolo. En unasemana,pormomentoscon Mitus y por momentos sin él, tuvimos la posibilidad de transitar a lo largo y a lo ancho de la gran urbe, sacamos provecho con Pau de algunos consejos y datos que nos habían dejado (desde Choroní) los morochos, caraqueños de origen. Increíblemente, tras conocer parques, museosy grandes edificaciones, habiendo recorrido gran parte del casco histórico y de las afueras, no nos llevamos ni un solo rasguño.

Por otro lado, no vamos a mentir al respecto, sí supimos ser testigos de alguna que otra situación desafortunada. Solo en el lapso de treinta minutos pudimos revertir nuestra imagen cargada con días de tranquilidad, pero no íbamos a caer en un facilismo tal. Fue así que, uno de los días volvíamos de conocer el pico del Ávila, teleférico mediante (de ascenso montaña arriba), y desde adentro del autobús vimos un moto taxista caído en el pavimento, todo bordeado en sangre, inconsciente, pero para nuestra sorpresa también esposado desde el piso, lleno de policías que lo rodeaban. Después nos explicaron que se trataba de una mafia que le robabaa los clientes una vez que se subían a la moto, así como también, propiciaba delitos desde los móviles propiamente, conformando una suerte de engaña-pichanga, haciendo creer a sus víctimas en el medio de la confusión, que sus clientes, sentados atrás, eran parte del robo.

Impresionados recientemente con lo que nuestros ojos habían visto decidimos con Pau parar a tomarnos una cerveza, cuando de repente pasa delante de nosotros una camioneta con el acompañante vestido de chalecoanti bala sacudiendo un revólver para todos lados, desesperado como un gato cuando ve pasar un ratón. Fue instantáneo, no hicimos más que mirarnos con los ojos abiertos de lado a lado para preguntarnos como a coro: ¿viste lo mismo?No fue todo, al ratito nos fuimos apurados porque Mitus nos esperaba para presentarnos a sus amigos en otra parte de la ciudad. Entonces, por no tardar tanto encaramos al metro (tren). Allí, otro episodio de los accidentados nos esperaba. De frente a nosotros, al otro lado del andén, tras más de diez minutos, el tren lleno de gente seguía sin salir (en un contexto de 40° de temperatura, al horario de salida laboral, más precisamente a las 18 horas), mientras que de nuestro lado ni siquiera pasaba. A todo esto, el personal del altavoz sonaba titubeante y pedía por favor la intervención de personal policial en el área. Automáticamente recordé

que en mi estadía anterior en Caracas la gente que viajaba en el metro actuó en (lo que bien se conoce como) “justicia por mano propia”, contra alguien a quien habían encontrado robando, dándole una paliza extrema, dejando a la persona casi inconsciente. Efectívamente, luego nos enteramos que se trataba de un caso similar. Por esta razón, decidimos con Paula salir de la estación y tomarnos el autobús afuera.

Podríamos quedarnos con la idea que, tras los repentinos sucesos, la ciudad es un infierno al que no deberíamos de volver nunca, pero desde nuestra perspectiva entendemos que es mucho más inteligente plantear lo acontecido como de hecho transcurrió, no más de 30 minutos desafortunados tras una semana entera de hermosas e interminables caminatas caraqueñas. Luego de un rato viajando en el autobús nos bajamos en Plaza Altamira, lugar desde el cual teníamos que caminar 10 cuadras, para llegar donde Mitus. La cita era en “Pajaritos”, algo así como un subsuelo, que pasa por una galería de casas, con un quiosco al fondo en el cual jóvenes universitarios se juntan a la salida de la jornada estudiantil. Conocimos entre los amigos de Mitus a uno muy particular, a quien cuando le preguntamos su nombre nos dijo: llámenme gordo. Él fue quien nos invitó a su casa después de las cervezas. En su hogar, el gordo nos presentó un grupo nuevo de amigos con quienes nos quedamos hablando de política, de historia, de la situación que estaba atravesando Venezuela y, porque no, de la academia Racing Club. De allí a la disco, a bailar con el gordo, sus amigos, Mitus y su enamorada, una estudiante de Sociología de 19 años, Oriana.

En nuestra estadía en Caracas dejamos no solo amistadesy anécdotas, sino también lugares, que hicieron de esta ciudad una experiencia inolvidable. El pico del Ávila, subido con el teleférico, mezcla de miedo y excitación;El Calvario, una plaza en altura de la cual se puede ver el

valle que constituye el centro de la ciudad, tras escalar hasta quedarnos sin aliento; los museos, Bellas Artes; Capitolio y un cierre de carnaval con una Plaza Bolívar llena de niños disfrazados, dándole de comer a ardillas negras, mientras que a no menos de una cuadra , por un lado, viejos tocando el cuatro, la mandolina, las maracas y el violín en mediode un cuarteto en el que todos cantaban, al tiempo que, en una plaza ubicada en un subsuelo abierto niños y grandes se mezclaban jugando en los toboganes y mesas de domino, respectivamente. Contrario a lo que cualquiera pudiera imaginarse de la ciudad más insegura del mundo o, en todo caso, cercano a aquellos estudios que proponen que los venezolanos son los más felices de la tierra. Nos fuimos de Caracas encantados, maravillados, llenos.

Como no podía ser de otra forma, a pesar de habernosido gratamente entre calma y tranquilidad, debíamos mantenernos sin bajar la guardia. Entonces, decidimos partir temprano en la mañana para aventajar cualquier imprevisto, altercado, que pudiera aparecerse en el camino. Por empezar, no teníamos efectivo así que íbamos a tener que detenernos en algún cajero. En el centro comercial cercano los que estaban disponibles no nos daban dinero. Por suerte, ahí mismo se encontraba un supermercado que, en su interior, contaba con una sucursal del banco en el que Paula tenía radicada su cuenta.

Y en busca del tan preciado cash, nos chocamos con otro cajero vacío. Igualmente, en lo que suponíamos para nuestra suerte, Paula traía una chequera del banco, con la que venía viajando en caso de emergencia. Así que, sin más rodeos, hizo un cheque a nombre mío. No había nadie enla fila, por lo que no tuve que hacer ninguna condenada cola. Con la mejor de las sonrisas entregué el papel conel monto designado, a lo que el chico al otro lado de la ventanilla me preguntó: ¿Tieneusted cuenta en el banco?

Cosa que no entendí, teniendo en cuenta que se trataba de un cheque. Le dije que no, que era un cheque que se estaba emitiendo a mi nombre y, en seguida, en tono desafiante me preguntó: ¿Es usted venezolano? – Comenzaba ya a percibir otro desenlace negativo en el mundo de los trámites. Mi paciencia y mi cara de alegría se transformaban, al tiempo que me abría camino nuevamente a la realidad accidentada, de amor y odio, por esta pasión llamada Venezuela.

Hacía ya un mes y medio que no mediaba trato alguno con activistas burocráticos del sector servicios. Pero bueno… Así las cosas, la otra alternativa posible, según el empleado del banco, constaba en que el titular de la cuenta (Paula)se hiciera un cheque para sí mismo, lo que hicimos por lo tanto. Entregado el auto – cheque, al mismo muchacho de la entidad bancaria, empezábamos a pensar en el resto de la jornada de cara a nuestro siguiente destino Puerto La Cruz. Pero, sería otra la razón de nuestra demora momentánea. Tenía incorporado en mi cabeza un mecanismo a partir del cualtodotramiterío se debía dar conanticipación, situaciones como esta se hacían demasiado recurrentes ya. El problema ahora debía sus causantes a un cambio de último momento: por cuestiones de seguridad, el banco había tomado la iniciativa de no permitir a sus clientes el uso de chequeras, a menos que estas fueran activadas previamente por internet. Jamás había recibido Paula notificación alguna al respecto, pero a esta altura era lo de menos.

Que los hay los hay, si de accidentes con final feliz se trata. El taxista que nos acarreó a continuación supo ser muy comprensivo, al punto de hacer lo que nadie. Nos puso el precio de viaje hasta la terminal y no lo cambió a pesar de haberse desviado por mucho del camino, en dos ocasiones y a pedido nuestro ambas. Nos llevó hasta el banco más cercano, que se alejaba de la ruta predestinada. Pudimos extraereldineroahorasí.Unavezllegadosa destino,

mientras bajábamos las mochilas, un personal de la estación nos dijo que no salían más de allí los micros a Puerto La Cruz, que debíamos encarar hacia la del oriente. No dudo el taxista ni un instante en ayudarnos a cargar las mochilas nuevamente en su automóvil. Treinta minutos de autopista para llegar, de la mano de este maestro que no hizo más que alegrarnos la jornada, que ya, a poco del mediodía, nos encontraba cansados por tantas vueltas e incertidumbres. Acostumbrados a las largas colas y boleterías desordenadas, la terminal de oriente nos brindaba, por el contrario, una paz infinita y una organización que nada tiene que envidiar a las grandes estaciones modelo. Al punto qué, una hora antes de lo establecido, pedían por altavoz que uno se acerquea la plataforma de espera. Sin embargo, a treinta minutos de lo pactado en el boleto de viaje, nervioso y apurado se nos acercó un inspector preguntando si acaso estábamos esperando por el bus de las 12:30 horas. Cuestión que de hecho era así, a lo que nos avisó que entonces se nos estaba yendo. Salimos a correrlo y terminamos subiendo con lo justo. Siendo las doce con tres minutos, nuestra ruta de viaje tenía finalmente como horizonte Puerto La Cruz.

Por primera vez, el desfase a la hora de tomar un micro nos implicaba media hora de anticipación. Y al contrario de los anteriores sucesos, esta vez los apurados parecían ser ellos. Cargar las mochilas rápido en el maletero, impidiéndome llevar conmigo la de los objetos personales hizo que las cinco horas de las que constaba el viaje no resulten nada sencillas para mí. Más aun, a pesar de haber discutido con el inspector, quien me había advertido que debía dejar mi mochila personal con el resto del equipaje, me topé arriba con algunos de los pasajeros que llevaban consigo las suyas. Embroncado, desafiando los tiempos record de esta nueva administración, me bajé antes de que el micro saliera solo para preguntar cuál era la razón por la que yo debía guardar abajo todo lo que conmigo llevaba. Las explicaciones no

parecían ser de lo más elocuente, nunca antes me había sucedido y con el supuesto, en mi conciencia, de que me habían visto la cara de turista la persecuta comenzóa hacer estragos nuevamente. Le respondí que, en tal caso, era el único entre los pasajeros a quien le habían hecho esa diferencia. Queriendo hacerme sentir un alcahuete replicó que él no tenía ningún apuro y que si yo le mostraba al resto los iba a hacer bajar uno por uno, para proceder con todos de la misma forma. Justamente, por no querer quedar como un buchón dejé ahí la discusión y subí. El tema es que, paranoico como soy, no hice más que imaginar todas las alternativas por las que podría pasar ese preciado bolso antes de retornar a manos mías.

No fue sino hasta que abrieron el maletero y una vez posadas las cosas ante nuestros ojos, la paz se hizo carne en mí. Sabía que sin esa mochila el viaje sería otro, perotal pensamiento era historia ya, es que en ese momento me hizo dar cuenta Paula que se trataba simplemente de una estrategia para cobrarnos 200 bolívares más (algo así como 20 centavos de dólar), por sobrepeso en equipaje. Todas aquellas teorías imaginarias, por las que me suponía robado en mis objetos personales, hicieron que sin más pague ese injusto cargo extra envuelto en una enorme sonrisa.

Una vez en Puerto La Cruz bajamos un cambio respectode Caracas, de hecho el lugar en sí parecía invitar a uno a relajarse de lleno. Ya desde un primer momento, luego de dejar las mochilas en el hotel, pudimos percibir la calma general en quienes tras abandonar sus jornadas laborales diarias disfrutaban del atardecer a orillas del mar. Estamos hablando de una gran ciudad con el movimiento típico de sus respectivas oficinas y comercios, pero con un malecón que ayuda a llevar más apaciblemente lo cotidiano de la

vida. Rodeados por una zona céntrica, con todo lo necesario a mano y con el malecón a solo una cuadra.

Lamentablemente, a pesar del hermoso paisaje con todos allí birra en mano para bajar el calor, nadie se metía al agua. Al día siguiente, nos contaron que esa parte del mar estaba contaminada producto de residuos cloacales urbanos. A juzgar por lo que veían nuestros ojos costaba creer queasí fueran las cosas y lo digo como amplio conocedor, en tanto vecino cercano al riachuelo (en Valentín Alsina), en esta oportunidad no solo el paisaje, sino también, la esencia nada tenía que ver con aquella emanada en el sur de la provincia de Buenos Aires. De todas formas, al corroborar que nadie se metía, no íbamos a ser amigos del rigor, no queríamos contraer nada que pueda alterar nuestra salud, mucho menos jugando de visitantes. Cabe destacarse que, más allá de lo limpio en las inmediaciones, un kilómetroa nuestra derecha constantemente salían monstruosidades de barcos petroleros, no olvidemos que existe en PuertoLa Cruz una de las refinerías más grande del país. No nos metimos en esas profundidades, pero cuatro cuadras después de caminar por la orilla nos topamos con el muelle central, más precisamente el de la cruz (que da nombre al puerto), en donde las lanchas colectivo llegaban llenas de gente. Al igual que en Choroní, se trataba de pequeñas embarcaciones con destino a otras playas en las que pasar el día. Podía uno salir entre las 8 y las 13 horas, a las tres islas cercanas, retornando entre las 16 y las 18 horas a la ciudad portuaria. Al costo de 400 bolívares (menos de medio dólar, ida y vuelta, por persona), disfrutamos en dos ocasiones de las playas paradisiacas; Piumare y El Saco. También, supimos valernos de las playas cercanas, sin tener que cruzar el mar. Tal es el caso de (a pocos kilómetros de Puerto la Cruz, 30 minutos en bus para ser exactos) Barcelona.

El único percance con el que nos chocamos, en los días

puertocruceneses, fruto de caprichos personales, se dio una noche en la que los mesoneros (mozos) parecían conspirar en nuestra contra. Fue un desgaste psicológico de una hora, caminando atrás de una maldita birra. En donde la podían vender ponían precios elevadísimos y en otras tiendas o bares no nos querían brindar aduciendo que iban a cerrar, parecía no haber caso. Lo único que queríamos era tomar una cerveza, pero ni para una gaseosa dio la historia y no justamente por falta de dinero. Tras una larga espera en el último de los locales recorridos, no por la gente sino por lo lenta atención, al guardia de seguridad privada se le ocurre hacer de lo que eran dos colas solo una. Y por alguna loca razón me manda de nuevo atrás, sobre la base de que estaba en la que él, arbitrariamente, proponía como la segunda. Totalmente innecesario siendo que habían dos cajeros. Llevaba 10 minutos entonces, lata de gaseosa en mano y cuando me doy vuelta enojado en aras de protestar, empieza la fila a llenarse de repente. Permaneciendo yo en el mismo lugar, una mal parida señora a mis espaldas (en complicidad con el guardia) me demanda que hiciera la cola de nuevo. Fue mirarla fijo un instante, para darme cuenta ahí mismo que no ameritaba ninguna palabra más. Dejé la lata no recuerdo donde y entre puteadas al aire me fui a dormir re caliente y con las manos vacías.

La fórmula, por suerte, se invertiría al día siguiente. Yendo a la primera de las dos islas, con muy poca economía, nos dimos lugar a improvisar nuestro techo bajo la sombraque el parador de los guardavidas nos daba. Mientras nos metíamos al agua fuimos testigos de cómo una familia se apropiaba de aquella “nuestra sombra”. Nos acercamos al lugar nuevamente y lejos de incomodarnos, por el poco lugar que nos cubría del sol, terminamos por entablar una charla amistosa con ellos, un matrimonio que se encontraba pasando la tarde con su hijo y sobrino, de 2 años de edad (aproximadamente) cada uno de ellos. Podemos decir que

esta pareja nos cambió totalmente la percepción que teníamos de la que sería nuestra siguiente parada: La Isla Margarita De fácil acceso, de costos económicos tanto de llegada como de hospedaje y con miles de lugares a conocer.

Nos explicaron cómo llegar, los costos y dónde era conveniente quedarnos, teniendo en cuenta comodidadesy accesibilidad, porque a pesar de ser una isla es lo suficientemente grande como para andar trasladándose desde las periferias hacia la zona céntrica. Esa misma tarde, tras volver de la isla Piumare, ni lo dudamos y fuimos directo a la terminal de ferry a sacar nuestro boleto a Margarita. Conseguimos para 2 días después. El ticket, tal como nos habían comentado, costó 800 bolívares (casi un dólar al cambio), en un viaje de 4 horas ambientadas por un increíble paisaje, con pequeñas montañas saliendo de las profundidades del mar caribe. Para sorpresa mayor, esta isla al representar un puerto libre de impuestos, los precios (de los productos en general) resultan ser bajísimos si se los compara con el resto de Venezuela (ya de por sí económica). La única incomodidad, al subir al ferry, fue la empleada estatal de seguridad que nos pedía los documentos, algo prepotente, con mi pasaporte en su mano, sugirió que una vez llegado el 19 de marzo debía retirarme definitivamente de Venezuela (¿?).

Felices de poder conocer finalmente este paraíso, una vez allí instalados, caminamos hacia la playa más cercana a 5 cuadras de nuestro hospedaje. De arenas blancas, de aguas cálidas y cristalinas, a pleno sol, nuestra primera tarde isleña ser mejor no podía. Al volver de la playa, nos cruzamos con Andrés, un guía turístico informal quien, tras interceptarnos en nuestro camino, nos mostró un mapa completo del lugar y a la vez fue explicándonos diversos paquetes turísticos,

como para aprovechar en nuestra estadía. Tarde tras tarde, entre charla y charla, nos fuimos haciendo compinches con él al punto de juntarnos a tomar unas birras al final de su jornada laboral. Si bien todos los paquetes ofrecidos parecían ser interesantes, hubo uno de ellosque particularmente nos gustó. Entendimos que era el más conveniente en los términos de costos y lugares a conocer. Más aun, nos rebajó el precio y arreglamos para salir al otro día, desde las 8 de la mañana, incluyendo conocer, entre otras cosas, dos castillos y una ciénaga, retornando a las 6 de la tarde luego de pasear a lo ancho de la isla. Como no contábamos con el efectivo suficiente, arreglamos con la gente de la empresa turística (que Andrés nos presentó) pagar temprano al otro día, al salir, ya que nos pasaban a buscar por el hotel.

Tuvimos que cambiar dinero (a la moneda local) y la verdad no costó mucho conseguir un “arbolito” (hablamos de aquel quien trabaja cambiando dólares, en espacios públicos). Al principio, nos llamó la atención la rapidez con la que se manejó esta persona, sumado a esto, el precio al que nos ofrecía el cambio excedía el que normalmente veníamos negociando en el mercado negro. Era raro ver no solo la rapidez e iniciativa de esta persona, sino también, el hecho de que por sus propios medios se dispuso a salir desfavorecido en la transacción, es decir que no le molestaba hacer menos dinero que cualquiera de sus colegas y para ello ni siquiera fue necesario negociar de parte nuestra. Y como aquel dicho nos confirma: lo barato, a veces, puede terminar saliendo caro. Sintiéndonos ganadores a cuenta, esperamos sentados en un bar a este muchacho que no tardó ni un minuto en traer el fangote de dinero. A todo esto, una comerciante callejera le había advertido a Paula, al paso y en vos baja, que nó cambiáramos con ese tipo.

En el apuro no nos dimos por aludidos y, sin ni siquiera mirar nuestro billete, nos puso rápidamente los bolívares

(moneda venezolana) en nuestro bolso, cuando lo normal es que miren siempre el billete internacional (y vaya quelo hacen) previo a realizarse la transacción definitiva. Instantáneamente, cae un policía al bar, nos dice: no se puede cambiar aquí. Perseguidos con que se trataba deuna vendetta entre quien nos cambiaba y el policía ya nos veíamos detenidos y perdiendo la plata. Mas nó, todo lo contrario, el personal policial nos remató diciendo: no cambien con él, estas personas joden a la gente. Nos dejó ir, pero no sin antes esposar, como para llevar detenido, a este personaje.

En un país con una moneda terriblemente devaluada, con una militarización que deja en evidencia el empoderamiento que se venía dando a las fuerzas armadas en la calle, incluyendo Guardia Nacional y Policía, con una serie de acontecimientos cargados en nuestras espaldas, estábamos más que seguros que ese policía iba a arrestarnos a nosotros, turistas (yo extranjero), teniendo todas las de perder. Sin embargo, no fue así, se apareció espontáneamente, actuando de oficio y en extraño rol de consejero, inmutado en seriedad, nos dijo que siguiéramos y que no cambiemos en la calle. Llegamos al hotel y el conserje nos pasó la data de un árabe que, en la tienda de ropa al lado nuestro, cambiaba. Así fue, en menos de 10 minutos pasamos de vernos detenidos en prisión, perdiendo dinero, a tener el bolso con la tan preciada (para nosotros) moneda venezolana.

Hicimos el tour en el cual, a pesar de recorrer toda la isla, no se cumplió con el itinerario pactado por la empresa de turismo. Así las cosas, podemos decir que nos tomamos las cervezas (gratuitas) brindadas por ellos. La informalidad como partetodadelrecorridonomolestaba,tampocola desorganizaciónydesprolijidad. Alolargodeestos 6 meses, ya nada nos sorprendía y para nuestra suerte, al parecer, la amistad con Andrés había dado sus frutos al

interior de la economía doméstica. Ya cuando nos sentamos en la oficina, notamos cierta incomodidad entre nuestro compinche guía informal y los administrativos al hablardel precio que habíamos convenido por el tour. A su vez, fue él quien nos dijo que le tomemos sin pudor la cerveza que podamos porque eran unas ratas. De hecho, nos dimos cuenta la diferencia económica que habíamos hecho cuando, tras parar unos instantes en una zona turística, se nos sumaron al jeep una pareja de argentinos, quienes se enojaron mucho al enterarse que su tarifa era del doble que la nuestra siendo que iban a hacer exactamente lo mismo que nosotros. Irónicamente, podemos decir que la suerte estaba de nuestro lado esta vez, o bien, en sintonía con la bronca de nuestros colegas turistas, entender que habían sido ellos estafados. Terminado el tour, al otro día, nos cruzamos con Andrés en la calle, le contamos de los argentinos estafados y del suceso con la policía. Se mostró contento por la confianza que depositamos en él y nos contó que al hombre que se llevaron detenido (el arbolito del día anterior) bien merecido lo tenía, que por especuladores como esos muchas veces los extranjeros no volvían ni a la isla en particular, ni a Venezuela en general, que no eran conscientes del daño que le hacen al turismo.

Al parecer, aquel muchachito lo que hacía era vender bien rápido pero en grandes fajos de dinero, tal como lo había hecho con nosotros, y el detalle estaba en que los billetes de los bordes eran de 100, mientras que el resto solo de10 (el billete de 10 bolívares tiene el mismo color y los mismos números que el de 100, lo cual en el apuro prestaa la confusión). Acción conocida entre los isleños como “el cambio chileno”, vaya uno a saber porque. Avivadosde la estafa de la cual inminentemente hubiéramos sido víctimas hicimos una especie de retrospectiva, en orden de configurar un presente paralelo, al mejor estilo “Volver al futuro”, tomando como referencia la concreción del mal

trago. Es decir, qué hubiera sido de nosotros si la estafa hubiera tomado lugar de hecho, o si nos hubieran llevado detenidos, teniendo en cuenta que bien sabíamos de las manipulaciones extorsivas sufridas por extranjeros a manos de policías y guardias nacionales. Tuvimos suerte.

Pasadas 3 semanas aproximadamente, seguíamos en la isla. No es necesario enfatizar en lo cómodos que estábamosy lo mucho que nos gustaba el lugar. Porlamar, la ciudad céntrica que nos brindó el hospedaje y de ahí saliendo hacia los restantes destinos, como ser: Pampatar, con su increíble castillo; Isla deCoche,paradisiacacomoparacerrarlos ojos y pellizcarse corroborando que no se trata de un sueño; Juangriego, bahía infinita en donde los atardeceres no concluyen jamás y sumado a estas locaciones nuestra cálida playa vecina a la que a diario llegábamos caminando. Yarelajados, a pesar de mantenernos en el mismo hotelen todo momento, tuvimosquecambiardehabitaciónen 3 ocasiones. Tras una serie de sucesos, no de los más afortunados, terminamos por encontrarnos en la que fuera la más confortable habitación a lo que llevábamos viajando juntos. Lo que pasa es que, para llegar a esta tercera primero tuvimos que pasar, lógicamente, por dos dormitorios uno de los cuales tenía el aire acondicionado roto, en el sentido que escupía, en toda dirección, pequeñospedazosdeagua congelada cuando lo queríamos usar y en la segunda instalación que se nos dio una gotera caía sin cesar, a la noche, sobre nuestro colchón. En resumen, 5 días en un cuarto en el que estábamos muy felices porque a pesar de no contar con una buena conexión a internet, por primera vez en 2 meses, podíamos usar la computadora sin tener que salir al pasillo, ni tampoco ir a un cyber cercano.

Con baño privado, televisión y hasta una heladerita, pagando lo mismo que en promedio veníamos costeando (para el resto del país), que más podríamos pedir acaso.

Lamentablemente, terminando la primera semana notamos que el aire acondicionado se había congelado y que tiraba pedazos diminutos de hielo y por momentos, también, agua congelada. Dejamos pasar una noche pensando que sería algocircunstancial,peronofueasí.Avisamosa la administración y a riesgo de perder la internet fuimos mudados a uno de los cuartos contiguos. La conexión pasó a ser de medianamente buena a excelente. Sin embargo,al tercer día dos enormes goteras caían sobre la cama. Tempranito, a la mañana siguiente, contamos lo que había ocurrido y otra vez nos movieron en las inmediacionesdel mismo hotel. Era inmejorable nuestra nueva morada, con 2 camas individuales, una matrimonial, 2 escritorios, mucho más extensa y la tan querida heladerita. La conexión a internet era la más rápida del hotel. Y como no fue culpa nuestra el precio se mantuvo, a pesar de tratarse de una habitación más cara por ser más grande.

Como bien sabemos, nada es gratis en este mundo. La señora encargada de la limpieza le dijo al conserje que si nos movíamos otra vez (la segunda en menos de 3 días) limpiemos nosotros la habitación previo dejarla. Obviamente enojado, me acerqué y le contesté que yo no me movía por capricho, que habíamos tenido que poner las almohadas por encima nuestro para no mojarnos en la madrugada, mientras dormíamos. Que vaya a la habitación, que se fije y que entonces ahí me diga que le estoy mintiendo, que no están mojadas por completo esas almohadas. El conserje, testigo del debate, ni lerdo ni perezoso,interfirió,pidiéndome que no me preocupara que él seencargaba.Dicen que todo movimiento tiene sus consecuencias en el espacioy tiempo. Para Paula y para mí fue pasar una semana sin que nos den papel higiénico, sin toallas, sin jabón y sin la limpieza diaria. De todas formas, acostumbrados a valernos por nuestra propia cuenta, no fue sino una semana y media después que nos dimos cuenta de esas faltas. Por defecto, al

volver de una de las playas visitadas, nos encontramos una habitación impecable, con cada cosa en su lugar incluyendo los, recientemente mencionados, artículos de limpieza personal.

“No fue magia” diríamos en Argentina. Es que, la comodidad era tal en el tercer punto en el que nos ubicamos que estábamos aburguesados, al punto de levantarnos a las 3 de la tarde, colgarnos mirando la tele por cable siguiendo a Racing por el campeonato y la Copa Libertadores, trabajando Pau en la compu, llenando la heladerita de comidas, postres y cervezas. Teníamos la playa de Porlamar cerquita y el hecho de levantarnos tarde no impedía pasar el atardecer allí mismo, a la vera del mar. No soy de esas personas amantes de encerrarse entre 4 paredes, mucho menos en faceta de viajante y encima en una isla paradisiaca. De hecho, me molestaba un poco al sentir que había perdido parte del día durmiendo, desaprovechando lo mejor del sol. Durante tres días, atiné a levantarme con la alarma del celular de Paula, pero lo apagaba y seguía durmiendo, producto del sueño por haberme acostado tarde en las madrugadas. Sumado a eso, los días que no pusimos despertador no falto suceso que, temprano en las mañanas, hiciera las veces de quita sueño.

La última de estas tres habitaciones era de cara a la calle. Por lo que lamentablemente pudimos ser testigos, entre otras cosas, de una terrible golpiza al interior de una pareja. Más bien, de la paliza que un joven le propició a su novia. Ambos en estado de ebriedad, terminando los dos en un carro de la policía, esposados, llevados a declarar. También pudimos ver una situación de defensa por mano propia, en la cual un ladrón tras intentar robar una cadenita de oro recibió puñetazos limpios, patadas y palazos por quienes allí se hicieron eco de lo que estaba pasando.Y una divertida, de estas interrupciones, se dio cuando empezamos a escuchar

una serie de gritos cada vez más cerca. Pensábamos que se trataba otra vez de una cuestión violenta. Pero no. Un grupo de jóvenes guardias venían trotando y cantando al unísono (al mejor estilo película de las fuerzas armadas) consignas patrióticas. Era esta una situación ya conocida por mí, de hecho, en mi estadía en Mérida había sabido hospedarme frente a una guardia militar (más precisamente, el cuartel de Milla) y con las primeras luces del amanecer no hubo día en el cual no sonaran esos prominentes coros. Retomando la actualidad isleña, a nuestras jornadas trasnochadas, estos despertares forzosos no significaban ninguna ayuda, por lo contrario nos invitaban a dormir con más ganas.

Así las cosas, pudimos arreglarnospara“madrugar”aeso de las 9 de la mañana de un martes, con destino a la isla de Coche. Un paraíso que significaba una pequeñaisla pegada a la isla mayor, Margarita. Para ser claros el Estado (Provincia para los Argentinos) de Nueva Esparta, comprende en sí, aparte de Margarita (Ciudad capital del Estado), a locaciones tales como: Coche, Cubagua y los Frailes (Las tres pequeñas islas del Estado). Nuestro amigo guía, Andrés, nos había comentado acerca de lo imponente que era este destino a ser visitado y que la mejor alternativa era mandarnos por nuestra cuenta, sin intermediarios, como para encarar una estadía de ensueño, extremadamente barato. No me canso de repetir que todo lo que uno se proponga aquí va a estar siempre seguido de una serie de imprevistos. A sabiendas que la clave era la paciencia, encaramos por nuestros propios medios. Al principio, nadie sabía que bus nos llevaba (hasta el lugar en el que nos tomábamos la lancha, con paradero en Coche). Tras esperar una hora, donde se suponía pasaba el transporte, nos decidimos a tomar un taxi. Menos mal para nosotros, resulta ser que la isleta quedaba a veinte minutos en taxi,lo que puede significar en bus (colectivo) más de una hora. Alejados del hotel, habiendo cambiadoconsiderablemente

nuestro presupuesto (pasando de 60 bolívares a los 1000 que gastamos en el taxi), nos acercamos a sacar el boleto de la lancha a Coche.

Delante de nuestros ojos vimos cómo se iba la que pensábamos la última embarcación del día, pero ahí mismo nos enteramos que todavía quedaba una por salir. Resulta ser que, el transporte no era una lancha sino, más bien, un catamarán. Por su parte, la tarifa tampoco era la que nos habían informado y como una cosa tapa la otra lo quenos salía caro del catamarán, que encima tenía un boletode ida y otro de vuelta, significaba que no habríamos de gastar nada en Coche. Teníamos con nosotros plata de más pensando que la comida saldría cara allí. No duro mucho sin embargo, ya que, contando los pasajes de una isla a otra solo nos sobrarían 80 bolívares (1 peso con 50 Argentinos) podría haber sido peor, quedarnos en Coche con menos plata de la que necesitábamos para volver a Margarita, hubiese sido por demás incómodo. Con la certeza de sabernos afortunados, nos decidimos a disfrutar nuestrodía de tempraneros turísticos enamorados. Imprevistos y accidentes resultan ser de lo más interesante cuando se trata de lugares y tradiciones a conocer. Y como no queremos adjuntar estos términos a consecuencias negativas, nos vemos obligados a transmitir lo lindo de seguir adelante a pesar de no saber con qué nos encontraríamos a lo largo del día.

Luego de bajarnos del catamarán, tras 15 minutos de caminata a la orilla del mar, ya en Coche, pudimos divisar al otro lado de la ruta una imponente salina de colores que iban de rosáceos a azulados, pasando por encandilantes blancos. Con una especie de arrollo seco, 100 metros más adelante el agua que si bien era poca podía sentirla uno caliente. Para nuestro asombro, un espejo de sal nos dio un bronceado caribeño de forma casi instantánea y al devolvernos hacia

la playa, una serie de enormes piedras formadas también por sal nos dejaron atónitos. A simple vista, parecían copos de nieve, con un brillo que confundía al hacer parecer que se trataba de una capa sedosa, blanda. Por el contrario,la dureza de estas paredes constaba de sal petrificada, sólida, disecada generando un marmolado patinoso. Una locura, todo en medio de un desierto que se encontraba a no menos de 100 metros del mar. Para llegar hasta nuestro punto de confort, en la playa, caminamos algunos minutos más. Sentíamos sobre nosotros, lamentablemente, el apuro del tiempo porque el ultimo catamarán salía a las 15,30 y estábamos a menos de dos horas de dicho horario.

Así como lo impredecible se nos venía haciendo costumbre, esta vez terminamos por salir favorecidos. Sobrados en alegría, a pleno sol, pudimos aprovechar el día rodeados por arenas blancas y aguas transparentes. Encima, revisandoen la mochila que habíamos llevado, luego de sacar el ron que teníamos, recordamos que entre nuestros documentos teníamos la tarjeta de débito de Pau. Sin estar segurosde contar con saldo, nos tiramos un lance a comprar dos cervezas, tuvimos éxito y una hora más tarde repetimos la operación otra vez triunfantes. Claro que, entre cervezas y agua salada, sol caribeño mediante, el estómago comenzó a mostrar sus dientes. Y como dinero no teníamos, del hambre no nos pudimos despojar. Sin embargo, minutos después, yo con el ron en la mano y se nos acerca un vendedor playero ofreciéndonos ostras. Le dijimos que no contábamos con efectivo, su réplica no pudo ser inmejorable a los fines de saciar nuestro apetito.

Para ser sinceros, el ron no era de los más ricos, lo habíamos conseguido de oferta y a juzgar por el sabor, parecía más bien de repostería, con lo cual Paula ya casi no lo degustaba y tomándolo solo yo se nos hacía interminable. Todo esto, a cuento de que este vendedor nos propuso cambiar su plato

de ostras por un trago de ron. Así que, sin dinero en nuestras manos pudimos hacernos de dos cervezas, cada uno, sumadas a un regio almuerzo en pleno paraíso, sin exagerar, de esos que uno nunca se olvida. Por lo inesperado, fue para nosotros como un oasis en el desierto.

Ya con el sol bajando, nos despedimos, o por lo menos empezamos a despedirnos de Coche. Nos esperaban, otra vez, 15 cuadras de caminata serpenteando el mar. Pero iluminados como veníamos, sobre la marcha, a escasos metros de nosotros fueron estacionándose una serie de lanchas de pasajeros. Les preguntamos a los choferes si regresaban a Margarita y nos dijeron que sí, que a las 17 horas salían. Teníamos menos plata de la que valía la vuelta pero, tras negociar un rato, uno de los lancheros nos dioel ok. Reemplazábamos el catamarán, estacionado a 1500 metros, por una lancha a nada de distancia, saliendo encima una hora y media después de lo pensado. Llegada la hora notamos al conductor un tanto apurado, razón por la cual en menos de 20 minutos estábamos ya casi pisando Margarita siendo que el catamarán en la ida se había tomado más de una hora de viaje. No fue para nada gracioso “casi” arribar tan rápido.

Con la corriente a contra nuestra los golpes se hacían sentir, sobre todoenlacolayenlaespalda, en una ruta marítimallena de bancos de salto. Pero esto no fue lo peor, ya nos veíamos un poco cansados (todos los pasajeros) tras la jornada playera y con las montañas margariteñas asomando suena el celular del copiloto. El conductor, totalmente alterado, toma el teléfono sacándoselo de la mano a su compañero y acto seguido grita: ¿qué pasa?…Ok vamos para allá. Lejos de entender lo que pasaba nos miramos todos en modo de intriga. No fueron ni segundos que, sobre la marcha, el chofer pegó un volantazo de 180 grados. El movimiento fue tan fuerte y violentamente veloz que de momento nos

hicimos todos creyentes. Gritos de burla y canchereadas por los golpes del oleaje pasaron a transformarse en un silencio eterno. Fue tal el cagaso, que en ese instante nadie se atrevió si quiera a mirar al enfurecido piloto. Mucho menos preguntar por qué retomábamos a Coche habiendo estado tan cercanos a la llegada. Al parecer, se habían olvidado a un operario administrativo que trabajaba en el lugar pero vivía en Margarita. Llegamos finalmente a El Yaque, localidad en la que nos dejaba la lancha, pensando que habíamos perdido el último bus de la tarde (hacia Porlamar), de hecho eso fue lo que los lugareños allí nos dijeron. Sin embargo, subidos ya en el taxi vimos pasar el colectivo que nos hubiera costado 60 bolívares, a diferencia de los 1000 que terminó por costar el viaje. Dinero con el que no contábamos en nuestros bolsillos por lo que, a la llegada, Paula tuvo que esperarme en el auto mientras yo subíaa la habitación en busca del efectivo.

Sería injustosinoaclararalosiguiente:sumandoiday vuelta, cambiando en ambos casos taxi por autobús, hubiéramos ahorrado aproximadamente 2000bolívares.Si bien nos acostumbramos a viajar gastando lo mínimo posible, a la larga es mucho lo que ganamos si se compara con el detalle aislado de un día. Tengamos en cuenta encima, que hablamos de una maravillosa tarde en un paraíso de esos que uno acostumbraba ver solamente por televisión. Y que la pérdida económica representaba poco más de dos dólares al cambio, en una jornada en la quea fines de cuentas no gastamos sino siete dólares. Con un país que llevaba atravesando a lo ancho, en un transcurso cercano a los 6 meses, lleno de nuevas amistades que incansablemente me habían sabido invitar a conocer sus pagos, incluyendo almuerzos, cenas y semanas enteras de puertas abiertas, durmiendo en sus casas, con un cambioen la moneda internacional del cual me veía favorecido y tras haber caminado (siempre en Venezuela)los lugares y

paisajes más increíbles que había visto en mi vida, no podría yo plantear una tasa desfavorable nunca. Eso sí, podemos enmarcar todos los sucesos de la tarde en medio de lo que preferimos llamar: una pasión accidentada.

Mezcla de incertidumbre, nostalgia y algún que otro miedito comenzábamos a transitar la interminable retirada, la dulce despedida. Para ello, el primer paso sería saltarde la isla volviendo a Puerto La Cruz, una vez llegadosnos colgaríamos nuestras mochilas nuevamente, para tomarnos un taxi con destino a la terminal de buses, en donde habríamos de sacar nuestros pasajes a Maracaibo, llegando temprano allí al día siguiente. Luego, la ciudad del calor infinito, el infierno propiamente dicho, implicaba 2 cuestiones: que Paula pueda despedirse de su familia y acercarnos a la frontera con el próximo país a ser conocido por nosotros, Colombia. No es casualidad que los términos recientes hayan sido planteados en modo condicional. Ya que, nada transcurrió según lo previamente planificado.

Por empezar, decidimos no ir de primera a la terminal, sino que, paramos en un hotel en Puerto La Cruz, para pasarallí la noche debido a que nos encontrábamos sumamente cansados. La última de las noches en Margarita no habíamos podido pegar un ojo, seguramente producto de las inquietudes en determinar qué haríamos en nuestros últimos días en Venezuela y en cuanto a cómo sería nuestra salida del país. Cuando uno va viajando por nuevos destinos, cargando la mochila en las espaldas y de a pie, las situaciones más incómodas pueden darse en los pasos fronterizos. Papeles a llenar, guardias y policías celosamente revisando las pertenencias, miradas amenazantes y en algunos casos preguntas incómodas. No es la gran cosa en realidad, de hecho suele durar no más que un instante. Perro que ladra no muerde. En tanto uno no muestre miedo, ni nervios termina por salir como entró.

En efecto, uno de nuestros tantos amigos viajeros argentinos, Rodrigo, nos escribió para contarnos que había pasado sin ningún problema la frontera Táchira-Cúcuta (Venezuela- Colombia, respectivamente), cosa que nos puso muy contentos porque se hablaba de conflictos de intereses entre los gobiernos de ambos países y de una frontera cerrada. De todos modos, entre uno y otro país, existen dos pasos (el anteriormentecitadopor laexperienciadeRodrigo y el otro que separa a Maracaibo de Palomino). Un día antes, dos viejos hippies margariteños nos avisaron que no crucemos a Colombia por vía Maracaibo. Con esta historia, se nos sumaba también la de Brian otro argentino que nos contó que le habían cobrado por pasar desde este último lugar, con lo cual nos advirtió también que crucemos desde Táchira. Los tres relatos coincidían en evitar el camino que en realidad nos quedaba más cómodo, ya que la familia de Paula es de Maracaibo. Es entonces que decidimos que el cierre de nuestra estadía, en tierras bolivarianas, sería unos días después de lo previsto, luego de conocer San Cristóbal, ciudad vecina del paso fronterizo en Táchira.

Lógicamente, todo un replanteo de lo que suponíamos ya planificado. Pero, por otro lado, lo lindo de estos viajeses que los tiempos, los horarios e incluso los cambios de último momento hacen de la intriga el mejor de los desafíos para un viajero. Y, en todo caso, tras habernos hecho ecode estos consejos quizás nos sentimos un tanto alterados, cansados y es por esto que no habíamos dormido bien.Más aun, el ferry, monopolio de la administración pública del gobierno revolucionario, quenostrasladóaPuerto La Cruz, paradójicamente, con dos superproducciones hollywoodenses de guerra a todo volumen y el aire acondicionado pinchado, no fueron un gran acompañante para ganarle al sueño que traíamos con nosotros. Otra cuestión, con el antecedente de la funcionaria que había sido innecesariamente hostil a la ida, pensé que podría implicar

algún problema transportar entre las cosas de mi equipaje bebidas alcohólicas. Que una revisión desafortunada, conllevaría a un momento desagradable. Como podrán imaginarse, nada de eso sucedía, ni siquiera nos palparon. Me quedé trunco en el camino, sin el tan anhelado whisky etiqueta negra, que costaba 6 veces más barato que su precio en Argentina. Podría haberlo llevado tranquilamente, pero la paranoia en mí pudo más.

TERCERA PARTE

  • Puerto La Cruz nuevamente y el gato del Hotel Europa
  • La familia Urdaneta y aquella eterna despedida
  • San Cristóbal y la salida del país
  • Dudas Post-Colombia: Puerto Ordaz o Ciudad Bolívar
  • SantaElenadeUairénynuestra frontera

Así las cosas, el taxi que habría de llevarnos a la terminal cambió por uno con destino a nuestro antes visitado Hotel Europa (recomendación de Rodrigo también). Elsueño que teníamos era tal que al otro día nos levantamos a las

16.30 horas, justamente el momento exacto en el que salía el bus a Maracaibo. Tuvimos que quedarnos otra noche más en Puerto La Cruz. Igualmente, para no escapar a la consigna que nos atrapa, podemos contar que a pesar de habernos aburguesado un poco en Margarita, después de establecernos en la famosa zona de confort, Puerto La Cruz nos devolvía a la realidad, esta vez en forma de heladoy desde hacía tiempo ya tenía ganas de comerme uno de chocolate.

Por alguna extraña razón, ajena a mis conocimientos, las heladerías de la tierra del cacao no presentaban este sabor entre los posibles a degustar. Y esto no es todo, cuando llegamos al hotel dejamos nuestras mochilas y fuimos por algo de comida. En eso vemos una persona aparecer de algún lado con un helado de aquel preciado gusto. Identificamos de dónde había salido. Nos fuimos rápido a almorzar con la idea de pasar luego por nuestro delicioso anhelado postre, nos dejó muy contentos ver que ese local se encontraba casi vacío, con el sueño que cargábamos no teníamos ganas de hacer una cola después de comer. Tal es así que, 20 minutos después ya habíamos devorado nuestro menú de comida rápida. El panorama previo a la esperada siesta no era yael mismo cuando vimos una larga fila de cara al heladito. Y, como “al que quiere celeste que le cueste”, me mandé decidido a bancar esa espera. Cuando llegó mi turno, pedí el postre a lo que me replicaron consultando por el ticket, aduciendo que sin el ticket no podían darme el helado y cansado como estaba no sentía ahora las fuerzas suficientes para ir hasta la caja, que se encontraba del lado opuesto del local, mucho menos de hacer otra vez la cola o negociar con el resto de las personas allí para que me guarden el lugar. Así que, con más ganas que nunca, de lo que sí estaba seguro era de la siesta que me iba a tomar. Frustrado un poco, pero con mucho sueño a la vez.

Fue en esta primera tarde que, terminamos acostándonos, en lo que se suponía una pequeña siesta, a las cinco de la tarde para levantarnos a las 10 de la noche. Obviamente, luego de cenar se nos hizo un poco difícil pegar un ojo, no fue sino a las 6 de la mañana que pudimos dormir. A las 9 (de la mañana) teníamos pensado estar arriba, despiertos, cosa de sacar los pasajes a Maracaibo, no escuchamos la alarma y por ende seguimos acostados. La gente del hotel tenía entendido que solo nos quedaríamos una noche, en realidad era eso lo que le habíamos dicho. En este sentido es que 5 minutos antes del horario establecido de salida (11:30 horas) nos golpearon la puerta para avisarnos que teníamos que dejar la habitación. No estando del todo despiertos, desde la cama, avisamos que nos quedábamos una noche más.

Evidentemente, no nos escucharon porque seguían golpeando la puerta.Desnudocomoestabaentreabríy le dije a la chica del hospedaje que venía golpeando que íbamos a quedarnos otro día más. Antes de que cierre la puerta me respondió que en ese caso debía cancelar (pagar) en el momento, no se me ocurrió nada mejor que afirmar: OK y seguir durmiendo. El tema es que 15 minutos después cayó la gerente delhotelydesde elmismolugar, con un poquito más de fuerza que el anterior personal, dio a portazos como para que se terminaran nuestros dulces sueños. Igualito, puerta entreabierta del otro lado yo desnudo y antes que preguntara o dijera algo hablé yo: Nos quedamos hoy también… y tal como si fuera un replay, del otro lado, no tardó en sonar, pero esta vez en un tono más

demandante, el tan odioso: me tenés que cancelar ahora mismo si te querés quedar… Le di el dinero y tras cerrar la puerta se escuchó del otro lado: ahora sí pueden dormir todo el día si quieren… No voy a negarlo, me dio un poco de bronca y al mismo tiempo gracia. No podía entender porque esta señora tenía que ser tan explícitamente grosera, pero muy equivocada no estaba porque, como ya hemos dicho, optamos por seguir durmiendo hasta las cuatro y media dela tarde aproximadamente.

Al levantarnos, fuimos a tomar unos mates y un poco despejados ya de la mente, pudimos comprender las razones que mantenían enojada a esta señora de grosera actitud. Bastaba con retroceder un día para descifrar el enigma. Cuando llegamos al hotel, un día antes, esta persona fue quien nos recibió y luego de mirarnos de arriba a abajo, nos preguntó si ya habíamos estado en ese hotel un mes atrás, cuestión que de hecho era cierta, pensando que nos recordaba gratamente le confirmamos que estaba en lo correcto. Acto seguido, comenzó a cambiar el trato. Nosotros no nos percatamos de este detalle, sino, hasta la tarde siguiente. Ustedes trajeron un gato… dijo ella en tono sugestivo. Sentimos que era una clase de broma, nos miramos con Paula y nos reímos. De allí, que nos cayó con la pregunta:

¿ustedes no son los que habían venido con un gato?… A punto de estallar en risas, le contesté: ¿Nosotros? ¿Un gato?

¿Dónde lo podríamos traer? ¿En la mochila escondido?… La charla quedo ahí y nos fuimos a la habitación, pero el detalle al que nunca atendimos es que del momento en que empezamos a reírnos las miradas y el trato, por parte de la mujer en cuestión, dejaron de ser amenos. Al parecer ese gato habría sido ingresado clandestinamente por una pareja y, de seguro, debe de haber traído algún que otro problema para la administración de un hotel que no permite el ingreso de animales. De hecho, antes de darnos la llave del cuarto asignado para nosotros, insistió en preguntarnos cuándo nos

retirábamos. Obviamente, que acorde a nuestros planes solo nos quedaríamos esa noche. Tal vez, los malos tragos que le trajo el recuerdo de aquel gato y nuestras risas al saber sobre la cuestión, lejos de caerle con simpatía la pusieron en bronca para con nosotros.

El miércoles de esta misma semana, tras dos noches en Puerto La Cruz, nos levantamos temprano y fui en busca de los pasajes a Maracaibo. En ese momento, nuestra ahora enemiga, increíblemente, nos recibió con una gran sonrisa, nos pidió que nos acercáramos con ella a la terraza y no precisamente para empujarnos al vacío (chiste malo), en ese lugar de cara al cielo nos mostró un eclipse solar, no sin antes aclararnos que observáramos con mucho cuidado porque podía ser peligroso para la vista. Nos quedamos anonadados, lo que nuestros ojos veían resulta difícil de ser descripto, pero en una palabra: maravilloso. Viendo que las aguas, con la señora, estaban ya calmadas, o al menos eso parecía, aproveché para pedirle que nos dejara guardar las cosas en donde fuera posible, en las instalaciones del hotel, porque nuestro bus salía recién a las 4 de la tarde. Almorzamos, tomamos unos mates en la playa y al volver al hotel allí nos esperaba nuestra ex oponente, ahora devenida en gran amiga gran, hablamos de mi país, compartimos otra ronda de mates, preguntó cuál era la moneda utilizada en Argentina, le conté que era el peso y le regalé de paso un billete de dos (pesos). Quiso saber que se podía hacer con esa cantidad de dinero en Argentina y le dije que nada, a menos que le gustaran las golosinas, risas mediante nos despedimos sumamente agradecidos. Cosas que pasan en ese ir y venir de querernos y odiarnos.

Lo que nos espera a continuación, la salida con destinoa Maracaibo. Como no puede ser de otra forma, lleno de situaciones inesperadas y momentos únicos. Por empezar, elbusllegóconunahoradeanticipación,justoen el

momento que íbamos entrando a la terminal. En el apuro, agarré una botella de agua pensando que era la nuestra, pero no. La cuestión es que luego de tomar la escupí automáticamente, estaba caliente y el aroma sonaba a contaminado. Horas después estaconfusiónsignificaráun poema de ruidos y descomposiciones en mi estómago. Pero antes de llegar a esa parte del viaje, debo decir que sucedieron otras pequeñas cosas, como para hacer un poco más intenso el relato. Habiendo cargado las mochilas en el micro y en vistas de que faltaba hacer lo propio a un grupo considerable de personas me fui al baño. En lo que me acercaba a orinar veo que un hombre desde otro mingitorio me mira desafiante y como buen cobarde, por las dudas, intenta sumar votos diciéndole a otra persona: que hace este gringo acá? -refiriéndose a mí- estos vienen a Venezuelaa traer el SIDA, que se vaya… Le devolví la mirada y repliqué: no soy gringo, soy argentino y venezolano… Se quedó mudo, pasó por al lado mío y agacho la cabeza, como haciéndose cargo, o en todo caso demostrando lo cobarde de su actuación. En ningún momento le corrí la vista pensando que en una de esas atinaba golpearme, aprovechando que estaba yo ocupado en lo mío. Al salir del baño, mirando al que limpia, le tiró por abajo: no dejen entrar gringos a este baño, no ves que vienen de Europa a traer el SIDA… miró a todos los allí presentes como quien quiere sumar adeptos a su devoción, pero nada, quedó tan ridículamente expuesto que se fue (solo) gritándole al aire.

Entrar al micro no fue tarea sencilla, nos esperaba la policía para revisar los objetos personales a medida que íbamos subiendo (los pasajeros). Al principio, no me dejaban subir la mochila personal pero luego de que Paula le dijera al chofer que en ella llevaba su laptop y cosas de trabajo, entre idas y vueltas, a modo de discusión, aduciendo que si se mojaban esas cosas nadie de la empresa se haría cargo, fue entonces que nos dejaron subirlas con nosotros. El viaje duró algo así

como 18 horas, saliendo en la hora correspondiente, para una distancia de 1000 kilómetros. En el medio paró 4 veces: 2 por las alcabalas policiales, 1 porque subió un guardia nacional a revisar el micro desde adentro y la restante porque otro guardia subió a pedirnos las cédulas a todos los pasajeros. Cada una de estas paradas duró entre 30 y60 minutos, por suerte no fue necesario detenernos y bajar con nuestras valijas para que las revisen, algo que sí había sucedido en los otros viajes, más aun teniendo en cuenta que íbamos en camino a Maracaibo, lugar que incluye un paso fronterizo. La primera mitad del viaje pasó bastante rápido, sin frenos, las otras 9 horas se hicieron interminables, con el agregado que cada vez que frenaba encendían las luces dentro del autobús.

Maracaibo nos recibió increíblemente, pasamos 5 días comiendo como cerdos, invitados por mamá y papá dePau. Este último (Marcelino), nos advirtió acerca de las dificultades que estaba significando cruzar hacia Colombia. Le comentamos nuestra intención de cruzar por Táchira hacia Cúcuta, entendiendo que sería esa la mejor opción, ya que de esta forma cortábamos Colombia a la mitad, significando eso un ahorro para nuestro presupuesto. Sucede que se nos venía un país caro, si se lo compara con los precios que manejábamos en Venezuela. De hecho, no solo respecto de Venezuela, sino también, de los otros países a recorrer: Ecuador, Perú y Bolivia. Para ser claros, según los cálculos que veníamos manejando, visitar Colombia habría de implicar un gasto, por día, 4 veces mayor que Venezuela y 2 veces mayor que los otros tres países, en líneas generales. Lamentable o afortunadamente, ya no sabemos bien, nada habría de suceder según lo planeado.

En cuanto a los de Pau, abuela y madre ambas de nombre

Ruth, siempre muy tranquilas, de pocas palabras, pero determinantes para conmigo; el anteriormente citado Marcelino, a pura charla, gran anfitrión y compañero; hermana y hermano menores: María Victoria (18) y Pablo (17), respectivamente. Siempre a pura sonrisa, todos. María Victoria, picarona en exceso se tomó el atrevimiento de hacerme alguna que otra broma. Pablo, por su parte, se la pasó junto conmigo, tomando mates y hablando de fútbol, razón por la cual aproveché para hacerlos hinchas, a él yal padre, de Racing. Ese fin de semana, jugaba con Lanús, equipo que terminó ganando el campeonato, pero que habría de perder (2-1) su correspondiente partido contra nuestra amada Acadé. Para suerte futbolera televisaban el juego al exterior, a través del cable, así que viéndolo con toda la euforia de la ocasión, no dudamos en abrazarnos celebrando los goles de Romero y Milito para el triunfo ante los granates.

El primero de los días en Maracaibo, la menor de las hermanitas Urdaneta, parecía algo seria, casi una piedra, no se veía muy feliz con la idea de que Paula se fuera de viaje con un total desconocido al momento. No duró mucho la tosca actitud, de hecho, a los 30 minutos de haber ingresado en la casa, voy al baño y una vez allí se apaga la luz, totalmente a oscuras permanecí sin decir nada, suponiendo la posibilidad de un corte. Al rato nos sentamos a comer y con la misma cara de nada, como manteniendo la distancia, me dice: te apagué la luz mientras estabas en el baño. Acto seguido, corrió la cara y siguió en lo suyo. Al otro día, mientras hablaba con Marcelino, percibo a Paula detrás poniéndome algo en la nuca y, en eso, el sonido de una máquina de rapar el pelo. El salto que pegué fue increíble. No solo eso, me salió del alma replicar: ¿Qué hacés hija de puta?, cuando caí en la cuenta de lo que había sucedido, me encuentro con toda la familia a las carcajadas, incluido Miguel, el novio de M. Victoria, quien al parecer le había

pasado a mi cuñada una aplicación del celular con la cual se simulaba el ruido de una rapadora. Graciosita resultó ser la pequeña.

En lo que llegamos a la fecha de partida, totalmente conmovidos ya que Paula se estaba despidiendo de sus familiares sin saber cuándo los volvería a ver. Ingresamos una hora antes a la terminal, el micro llegó a la mediahora, sin embargo, por alguna razón (nunca sabremos cual) terminamos saliendo a las ocho de la noche, una hora más tarde de lo que marcaba el boleto. Seis veces se detuvoen el camino, siempre prendiendo las luces, despertando obviamente a todo aquel que intentara dormir. La primera de esas tuvimos que bajarnos todos los pasajeros, con nuestros equipajes, para que nos revisen las mochilas por completo. Tuvimos que bajarlas manualmente, una por una, plena madrugada en medio de la ruta, para después, una vez revisadas por los guardias, volver a acomodar los atuendos y reponerlas en el maletero. De las otras 5 detenciones, 4 fueron raramente en lugares descampados, una de ellasen una gasolinera abandonada, mientras que la restante incluyó un guardia nacional subiendo al micro, fusil en mano, observando que no hubiera nada escondido en los cabezales.

Se suponía que, ante el pasodefronteraporTáchira,San Cristóbal sería nuestro último pueblo a recorrer en Venezuela. Tras pasar tres días conociendo, pudimos ver precios muy baratos para algunos productos, que no dudamos en comprar, como para llevar con nosotros en lo que seguía del viaje. Entre lo más destacado, dos pares de borceguíes negros (uno para cada uno), a menos de 10 dólares el par. Zapatos que lealmente nos acompañarían por los caminos restantes. Esta ciudad, de montaña, con temperaturas algo

más bajas que las del resto del país, promedio 22 grados a la luz del sol, nos dejó una hermosa imagen. Con atardeceres rojizos, con un clima ideal, primaveral para los argentinos, frio para los venezolanos, comiendo exquisiteces en menús ejecutivos, los cuales incluían abundantes sopas, un segundo plato (carne, pollo o pescado con su respectiva ensalada) y una jarra de papelón (terrones de la caña de azúcar) con limón, todo a menos de 1 dólar. Habiendo caminado de lado a lado la ciudad, la mirada al nuevo destino se hacía ineludible.

Ya prácticamente sin bolívares en nuestros bolsillos, nos guardamos lo necesario comoparapartirtempranoaldía siguiente, pensando en el cierre de nuestra estadía en Venezuela. Amanecimos con un taxi esperándonos afuera para encarar hacia el cruce fronterizo. Al taxista ya lo conocíamos de nuestra llegada a San Cristóbal y con él arreglamos (teléfono celular mediante) que nos pasara a buscar a las 6.30 de la mañana por el hotel. Nos sorprendió que a las 4.45 horas de la mañana, desvelados, sin haber dormido vimos que el celular se iluminó de golpe, era este chofer diciendo que estaba abajo esperándonos. Pensamos que quizás se adelantó porque hasta la frontera había una hora de viaje aproximadamente. Lo cierto es que llegando a migraciones miró su teléfono y sentenció sorprendido:yo no sé porque no se aclara el cielo aun si ya son las 7de la mañana. Nos miramos con Pau y empezamos a las carcajadas de la risa. No son las 7, son recién las 5.45 dijo ella. Lo bueno de este pequeño desliz: llegamos a la frontera a las 6 de la mañana siendo los primeros en ser atendidos para tramitar la salida del país. Lo malo: no podíamos salir de todas formas.

Algunas cuestiones que nos había comentado Marcelino, el papa de Paula, en Maracaibo, comenzaron a tomar sentido por completo. Resulta ser que los venezolanos no pueden

sellar su salida hacia Colombia. Sabíamos que la frontera estaba cerrada, pero las noticias apuntaban que eso se limitaba a los carros. Se nos explicó que la única forma de salir, para alguien originario de Venezuela, hacia esta patria vecina (Colombia) es teniendo un boleto de avión que vaya de Venezuela a Colombia, o presentando un aéreo también desde este último país a otros destinos, es decir utilizando a Colombia como puente para llegar a otros países.

Lógicamente, no contábamos con el ticket de avión necesario. Nos advirtió una funcionaria demigraciones que no aceptáramos ninguna sugerencia de ticket de avión trucho, porque se trataba de un negocio ya identificadoy que perderíamos plata a manos de unos caranchos, aprovechadores de un estado de desesperación. En medio de tan frustrante y traumática situación, no se me ocurrió más que preguntarle a esta mujer si existía el mismo problema ante un eventual intento de cruzar hacia Brasil. Dijo que no, que el problema solamente era con Colombia. Lo que siguió; rearmar nuestros instantes finales en la patria bolivariana pero con el horizonte puesto en el Amazonas. Cuando subimos al taxi, que nos estaba esperando para volver a San Cristóbal, el chofer nos sugiere aquello que la funcionaria nos había advertido no aceptemos, una tramoya de un ticket de avión falso por 50 mil bolívares (50 dólares). Lo que sigue a continuación está lleno de aventuras y locuras, con un final inimaginable, pero no quiero hablar de todo eso…

Mentiras (jeje), el finalísimo es el esperado, pero, rodeados de todas formas por un sinfín de altercados e imprevistos, siguiendo la lógica misma que hasta aquí nos ha traído. Anticipo todo esto como para prevenir un poco a intolerantes y ansiosos. Sucede que, para llegar al momento decisivo, una serie de acontecimientos pusieron en nosotros pruebas de fortaleza, para no caer, ni bajonearnos, ante cualquier posible adversidad. Por empezar, no dudamos ni un segundo en mirar hacia adelante. Superamos la crisis de la frontera colombiana casi de forma instantánea y enfilamos nuestros horizontes hacia el sur del oriente venezolano, destino futuro: Brasil.

El mismo taxi que nos llevó hasta Táchira nos devolvió a la terminal de autobuses en San Cristóbal. Ahí preguntamos las variables más directas, de cara a la frontera con Brasil y entendimos que la mejor opción era la de ir primero hasta Puerto La Cruz, para después encarar hacia Puerto Ordazy finalmente al paso limítrofe, en Santa Elena. Tuvimos mucha suerte en el camino, a pesar de que nada sucedió como lo habíamos planificado. Todo lo cual no hacía más que generar sensaciones de desgaste y frustración, ya que cada vez que nos alegrábamos, por sabernos más cerca, al minuto se interponía un nuevo obstáculo, más bien un freno en cada avance transitado. Pero en el balance terminamos saliendo favorecidos.

Eran las 8 de la mañana del jueves 17 de marzo de 2016, queríamos llegar a la frontera antes de las 17 horas del sábado próximo, es decir en el transcurso de 48 horas aproximadamente. Supongo que en una situación normal uno puede pasarse incluso hasta 3 días de lo estipulado, pero, dado todo lo sucedido en 6 meses de estadía, en mi

querida Venezuela, sumado a algunas cosas no felices que me habían contado otros extranjeros, no estaba dispuesto a correr el riesgo de andar con el plazo del pasaporte vencido. Más aun, para la semana venidera, Nicolás Maduro había establecido como feriados los 5 días hábiles, en respuestaa la celebración de las pascuas. Con lo cual, de pasarmedel sábado, tendría que estar 10 días más en Venezuela como para que me tramiten la extensión de la estadía pudiendo cruzar luego la frontera con el pasaporte al día. Todos dibujos locos, que uno iba haciendo sobre la marcha, pero sobre los cuales, más frescos en el tiempo, pudimos recapacitar, comprendiendo que se trataba simplemente de una serie de paranoiqueos, seguramente carentes de sentido en lo concreto.

En esto de viajar en las inmensidades de la mente, no será difícil caer en la cuenta de que el apuro por llegar a nuevas tierras (para el caso Brasil) era inminente. Tocaba ahora esperar 8 horas, en una terminal privada, hasta que saliera el micro que nos llevaba a Puerto La Cruz. Un viaje que se suponía de 15 horas pero que terminó por durar más de 22. Saldríamos a las 4 de la tarde, como para llegar tempranoa la mañana del día siguiente. Pero, salimos en realidad a las 5 y arribamos recién a las 3 (de la tarde) a la ciudad portuaria. Cosas que pueden pasar. No teníamos dinero venezolano, así que, en el mientras tanto (en San Cristóbal) Pau aprovechó para contactar al amigo de un amigo, el cual nos cambiaría 30 dólares que Marcelino nos había regalado al despedirnos en Maracaibo. Quién hubiera imaginado que ese regalo iba a ser tan efectivamente necesario.

El recorrido constó de siete paradas, una para cenar, otra en el medio de la ruta no sabemos bien porque y las cinco restantes con militarespidiendocédulasy/orevisandoel interior del bus. Una de ellas, la revisión obligatoria, saliendo de Táchira, en la que tuvimos que bajar todos los

bolsos del equipaje, para ser luego observados (cada uno de ellos) por un mismo guardia. De las cinco revisiones hubo una particularmente detestable. Nos hicieron bajar a todos, mirándonos de forma intimidatoria. Cuando me vio extranjero percibí en sus ojos la forma del signo dólar. Al ver la cédula mía, para hacer un puente y como para no quedar tan en evidencia, me hizo pasar a un costado junto con 2 viejitas colombianas, algo flojas de papeles ellas.Se las sacó de encima bastante rápido, lo que no hizo más que demostrar que su entusiasmo estaba dirigido hacia mi persona. Les dijo (a las 2 mujeres) que ya había terminado con ellas y me llevo a un cuartito. Entre 4 paredes, encerrados los 2, leyó mi nombre y lo repitió al aire, como si se tratara de una consigna… y siguió: argentino, ¿qué tienes para regalarnos a los venezolanos?… se quedó mirándome fijo y le dije que no tenía nada, bajó la mirada y abanicandola cédula y el pasaporte, replicó: Yo huelo a mentira y sé que tú tienes dólares… Mezcla de obscena y caricaturesca pasó a tornarse la situación. Dije otra vez que no, aduciendo que estaba seco y luego de mover su rostro en forma de negación, me contestó que entonces iba a tener que revisar mi mochila. Fui hasta el micro y, tal como el uniformado me lo pidió, saqué la mochila de entre las otras 60 (del resto de los pasajeros del bus) para llevársela nuevamente con destino a esa sala interrogatoria. Empezó otra vez con el mismo rodeo: es muy sencillo Federico, tú me pasas unos dólares y nos ahorramos todo esto… Por tercera vez, le dije que no tenía nada y que revisara tranquilo porque él sabía perfectamente que tenía todo en regla.

Me tuvo retenido aproximadamente 20 minutos (en total), de momento entre silencios inconclusos, bajando la vista, esperando, seguramente, algún quiebre de mi parte. Comenzó a mirar la mochila sin siquiera tocarla y quiso saber porque estaba tan cargada, le comenté que venía viajando desde hacía ya varios meses y como por quinta vez mostró su

insistencia en los fines económicos que nos habían llevado a este momento: entonces sí tienes dinero Federico… ¿cómo consigues dinero entonces?… Sin dudarlo mis palabras fueron: Haciendo malabares y trabajando de mesonero, atendiendo en bares… Lo de los trabajos era incomprobable y por suerte no preguntó mucho más por lo de los malabares (no tenía material alguno y de todas formas hubiera estado en el horno, si me conseguía alguno, porque jamás en mi vida hice malabarismo). Tampoco demostró estar muy avispado, teniendo en cuenta que mi cédula no dice nada acerca de cuándo ingresé al país. Era solo especular conla posibilidad de ganar algo de dinero extra. En resumen, fue recién ahí que bajó la guardia y pensando en vos alta salió de su boca algo así como: Ah, entonces sí estás seco… Me devolvió losdocumentospersonalesdespidiéndoseal saludo de: ¡Vaya nomás Federico!… Reacomodé mi mochila en el bus y al subir noté que todos en el interior tenían su mirada apuntándome.

Mientras le contaba a Paula lo que pasó, todo el procedimiento, nuestros vecinos pasajeros seguían atentamente el diálogo, entre indignados y decepcionados, llenos de impotencia. Parecían estar ellos, incluso, más enojados que yo. Desde un principio, cuando nos hicieron bajar del micro, ávido de las especulaciones que podían tener algunos de estos guardianes de la ley, viendo cómo se estaba manejando este guardia en particular, le comenté a Paula: Qué te apuesto que me lleva a un costado y me pide plata… Nobleza obliga, debo decir que a pesar de la orden de otro guardia y de quienes manejaban el micro, para que todos subieran y se mantuvieran dentro del vehículo, en ningún momento Paula entró, sino hasta que me vio salir del cuartito. Siempre envalentonada ella, mi princesa. Otro pequeño detalle, el uniformado que me interrogó hizo que sacara la mochila entre las otras 60 (aproximadamente) del maletero, siendo que, luego, ni siquiera la tocó. Se tiró un

lance nomás. Sacando este inepto, en el resto de los casos, el trato fue siempre de lo más cordial, pero cada freno significó media hora o más.

Una vez en Puerto La Cruz, una señora y dos muchachas coincidieron otra vez con nosotros en el camino. A partir de ahora, en tanto próxima parada, nosencontrábamos ante tres posibles opciones: Ciudad Bolívar, Puerto Ordaz, o San Félix. Lo gracioso es que nos habían recomendado las 3 opciones, por separado y con fundamentos diversos. En el viaje anterior (desde Táchira hasta Puerto La Cruz) nos habíamos hecho compinches con quien, del lado de la ventanilla, estaba sentado detrás de nosotros. No así consu vecino, sentado de cara al pasillo, quien pasó el rato quejándose de la vida y cuando logró finalmente cerrarlos ojos no pudo conseguir lo propio con la boca, ya que los ronquidos se escuchaban de forma sobrenatural. Las dos muchachas, citadas anteriormente, entendían que lo mejor era seguir con rumbo a San Félix, según la señora Puerto Ordaz era la mejor alternativa y el compañero de atrás (el de la ventanilla, más precisamente) nos recomendó Ciudad Bolívar, estaba él convencido que desde allí salían constantemente pequeñas busetas (camionetas del estilo Volkswagen) y carritos (taxis).

Inmersos en incertidumbre, sinsaberdóndehabríamos de bajar, dejamos fluir el viaje con la sola certeza de queel itinerario nos llevaría primero a Ciudad Bolívar, luegoa Puerto Ordaz y que la de San Félix sería en tal caso la última de las paradas. Por suerte para nosotros, justamente, el micro que tomábamos paraba en las tres y teníamos la opción de sacar pasaje hasta la primera terminal (en este caso Ciudad Bolívar) pudiendo pagar un excedente de seguir hasta la segunda y así sucesivamente de permanecer hasta la última de las tres. Sacamos, por lo tanto, pasaje hasta Ciudad Bolívar.

Una hora antes de llegar se detuvo el micro y desde la ventana pudimos notar que estaban cambiando el neumático derecho de la parte posterior del vehículo. Treinta minutos después, tras escuchar una fuerte explosión, otra rueda fue alcanzada por la misma fortuna. Aterrorizados por el ruido del impacto y del repentino movimiento que amagó con generar un vuelco, no frenó el chofer, sin embargo, hasta encontrarse frente a un peaje, unos 10 minutos después. Algo que nos llamó la atención porque con el anterior caucho reventado había cometido la misma imprudencia, dando stop también frente a una alcabala. No es un dato menor, el tramo Puerto La Cruz-Ciudad Bolívar dícese que es uno de los más peligroso del país. Pasar por esa ruta significa una travesía, una odisea con destino librado al azar. Quedando uno a la buena de Dios, lo más loco es que, contrario al resto del país, las alcabalas en las que nos detuvimos, para reparar el bus, se encontraban vacías, desprotegidas, sin el cuidado ni la custodia de guardián alguno. Qué casualidad, que en el camino de los secuestros, los piedrazos a los carros y los robos, justo en ese tramo del camino, no hubiera ningún personal de la Seguridad. Tenía sentido entonces el hecho de que el chofer haya manejado una parte del trayectocon neumáticos pinchados, deteniendo su motor recién al encontrarse con sitios iluminados. La segunda reparación fue un tanto más duradera, de una hora aproximadamente.

No había ya caucho de repuesto así que tuvieron que sacar la goma de adentro para colocar una nueva e inflarla. La tarea lejos estuvo de ser sencilla. El impacto había sido tan, pero tan, fuerte que saco a la rueda de cuajo, al punto que tuvieron que desatornillarla, incluyendo el pedazo que une con el tren trasero. Sacar la goma fue igual de dificultoso por la forma en la que había quedado. Tuvieron que utilizar martillo y algunos machetes. En eso, vi que una chica tomó sus cosas como para bajarse y le pregunté si podíamos irnos con ella en el caso de que la pasaran a buscar, pensando que

de todas formas no había ya manera de reparar el micro. Me dijo que no había ningún problema, cuando de repente se arregló aquello que instantes atrás parecía imposible. Decididos ahora, seguimos viaje entonces en el bus que hasta aquí nos había traído.

Al rato nomás, Ciudad Bolívar ante nuestros ojos. Más precisamente siendo la 1 de la mañana (dando comienzoal día sábado), aparecimos ante una abandonada y a oscuras terminal, con gente durmiendo allí, tirada en el piso. La gente arriba de nuestro colectivo insistía en queno permaneciéramos en este lugar, que era muy peligroso tomar esa decisión. Bajé solo, pregunté a qué hora pasaban buses hacia Santa Elena y me contestaron que debía esperar hasta las 7 de la mañana. Volví a subir y le dije al chofer que seguíamos hasta Puerto Ordaz, a lo cual, acto seguido, pagamos la diferencia correspondiente. Menos mal que no subimos al carro de la chica que se había bajado antes en la alcabala (mientras se arreglaba el segundo neumático).

Nuestros compinches pasajeros nos reiteraron que habíamos tomado la decisión correcta al permanecer en el micro y que lo mejor sería bajar en la próxima parada (Puerto Ordaz), mucho más segura, por cierto. Y así fue, una hora después, a las 2 de la mañana, estábamos bajando nuestras mochilas nuevamente. La consigna pasaría ahora por definirnos entre 2 posibles ofertas. Era esperar un bus o tomarnos un taxi por puesto. El taxi, por lógica, implicaba un presupuesto más abultado. El bus, por su parte, salía recién a las 7 de la mañana. Con el taxi había otra cuestión, ya que al ser por puesto precisábamos de otras dos personas para llenar los cupos correspondientes. En resumen, nos tomamos el taxi a las 6 de la mañana, cansados tras 3 días dando vueltas, queríamos coronar más allá de la diferencia económica.

El taxista, paradójicamente para nuestra suerte, era un militar

retirado, cosa que nos dio mucha tranquilidad suponiendo que entre piratas no se tocan el parche. Habíamos tenido alguna que otra discusión con este señor porque no era del todo claro con la tarifa, no queríamos ser estafados, pero al mismo tiempo sentíamos la urgencia por llegar rápidamente a destino. Encima, otro taxista, habiéndonos visto medio perdidos, estaba dispuesto a llevarnos, lo cual desató la bronca de quien sería finalmente nuestro chofer. Este ex oficial (de nombre Armando), se plantó ante elcolega suyo haciéndole saber que era contra las reglas pasar por encima del turno de un compañero. El tercero en discordia inmediatamente pidió disculpas y reconoció que Armando estaba en lo cierto. Lo malo, significaba para nosotros esperar a que aparecieran otras dos personas para llenar el taxi, lo bueno, viajar con un militar seguramente habría de implicar un freno directo a las temerosas e interminables demoras, producto de las alcabalas, nada menos que 14de ellas nos esperaban en el tramo final, de camino a la frontera.

Con el sol asomando y con la certeza de que era momento de partir conocimos a nuestros dos nuevos compañeros de viaje, Paulo (brasilero) y su novia Maryuri (venezolana). Nuestras caras (la de Paula y la mía), por primera vez en más de 48 horas, comenzaban a tomar color de satisfacción. Ningún amargor parecía interponerse en el camino. Durante aquellas horas de espera, en lo que Armando aguardabapor los otros dos clientes aprovechaba (entre tanto y tanto) para contarnos lo mucho que conocía el trayecto, que lo respetaban por ser retirado de las fuerzas, fue el quiennos comentó la cantidad de alcabalas que cruzaríamos, alertándonos que en auto se tarda 8 horas, mientras que en bus 16, cosa que a esta altura no nos sorprende. Algunas cosas le creímos, otras nos parecieron un tanto exageradas, en el afán de seducirnos para viajar con él. Pero, por alguna razón (vaya a saber cuál), sentíamos que era el indicado.

Cuando subimos al auto, notamos que de su asiento, Armando, colgaba de abrigo el uniforme de la Guardia Nacional. Por cada alcabala que cruzábamos lo saludaban con la ya conocida insignia de los militares, poniendo los dedos rectos, despegándolos de la sien hacia afuera. Las garitas, tal como nuestro chofer nos había anticipado, fueron 14 y solamente en las últimas 2 nos pidieron los documentos, no significo más que un instante, en medio de un trato amigable ya que bien lo conocían a Armando. Sabía que saliendo a las 6, entre una cosa y otra, llegaríamos a eso de las 15 horas a la frontera, pero no contaba con el tiempo que manejaban nuestros colegas pasajeros del taxi. La ruta fue larguísima, pero nuestro chofer se encargó de sobrevolarla oscilando velocidades entre los 100 y 140 kilómetros por hora. Cuando faltaban 3 horas para llegarel brasilero empezó a pedir insistentemente hielo, con lo cual hubo que hacer una parada para alimentar su extraño capricho, ya que no lo necesitaba para el momento en que llenó su heladerita. Podría haberlo hecho en Santa Helena, en fin. Una hora después la novia demandando a cada rato que frenáramos porque se sentía descompuesta, esperábamos un rato a que se recomponga y retomábamos viaje. La última de las veces que se frenó por ella, el novio algo cansadola alentó a que bajara y probara vomitar en medio de los yuyos, cuestión que de hecho terminó sucediendo, una vez dejado ese hermoso regalito en las inmensidades selváticas del Parque Nacional Canaima continuamos el trayecto. Pero, 30 minutos después, faltando poco más de una hora para llegar a santa Elena, el señor de los caprichos puchereó pidiendo otra parada más, quería nada menos que almorzar en algún restaurant de la ruta.

Todos los parates que no propiciaron las alcabalas parecían llevárselos este amigo carioca junto con su compañera, quienes, según Armando, estaban algo desquiciados, posiblementearrastrandotraumasdeunembarazono

planeado. A todo esto, 10 minutos antes del último capricho, Armando había aclarado que estaba cansadopero que quedaba poco, con lo cual era recomendable no parar hasta Santa Elena y, en todo caso comer una vez allí arribados. 15 minutos después, Míster Caprichito, en un ensayo de portuñol y al mejor estilo niño mimado, pudo más en su insistente pedido, como si no hubiera comidoen semanas. Mientras tanto, yo sentado adelante, del lado del acompañante no hacía más que mirar el reloj. Cadauno en su locura, la mía pasaba por pensar que nos habrían de cerrar la frontera a las 3 de la tarde según se nos había comentado y en tal caso qué sería de mi extensión (podría pasar a estar vencida), todo un sinfín de locuras, persecutas y sin sentidos, pero también pensaba, por otro lado, que estábamos a tiempo y que de momento, si quería llegar tranquilo a la frontera lo peor que podía hacer era ponerme fiero y discutir con un adulto caprichoso que apenas sabía hablar el idioma.

Paramos en un restaurante, y como de todas formas íbamos a demorarnos allí, nos sentamos con Paula también a almorzar. Ella pidió carne guisada y le advirtieron que ese era la última porción que quedaba, señalando el plato que tenían frente a nosotros guardado, del otro lado de la vitrina, a la espera de quien lo deseara. Yo ordené un churrasco. Por esas cosas de la vida, actuando los mesoneros como de reflejo, pude ver que en otra mesa le acercaban a Armando un plato con carne guisada. Automáticamente me hice eco de que en la vitrina faltaba lo que Paula había pedido. Digo que actuaron seguramente por reflejo, o por la rutina de verlo a diario a Armando, porque en ningún momento élse acercó pidiendo el menú que deseaba, sencillamente se lo llevaron hasta su mesa. No les saqué, ni por un instante, el ojo de encima a quienes nos traían la comida y noté que finalmente antes de venir a nosotros se percataron de su pequeño desliz, con lo cual luego de comprender que no

fue con mala leche y un poco cansado ya, traté de ser con ellos sumamente cordial. Trajeron el churrasco y antes de que se hiciera comentario alguno del olvido suscitado, le comuniqué: Dejá, dejá… con este plato estamos bien los dos, lo compartimos… Se sonrió y pidió disculpas.

Habiendo almorzado, siendo las 2 de la tarde, otra vez en el carro de cara a la ruta. A 100 kilómetros de Santa Elena nuestro cómplice de apuro, Armando, puso 5ta (velocidad) antes que 1era, llegamos a destino en menos de 45 minutos.

desmilitarizada

En el último trayecto del viaje, empecé a sentir sueño yla vista de a poco se iba apagando en mí, en alguna que otra ocasión llegué a entrecerrar los ojos. Cansado y todo no podía dejar de pensar en las palabras de nuestro chofer acerca de que se sentía medio dormido, que no quería parar a comer, justamente, como para no alimentar ese sueño. Estaba en mi inconsciente permanecer alerta, sentía queno me podría perdonar quedar dormido. Así que, de golpe, abrí bien los ojos como de emergencia, mirando para todos lados, algo asustado. Armando, al ver mi reacción al extremo no hizo más que reírse. Al paso, todo parecía transcurrir normalmente en el auto cuando, de buenas a primeras, el conductor comenzó a tener una ligera tendencia a manejar de contramano. No había realmente motivo, los ojos los tenía abiertos al tiempo que fumaba su cigarrillo, porque decía que fumando se mantenía despierto. La ruta lejos estaba de encontrarse llena de rectas, más bien eran puras curvas en subida y bajada constantes, con lo cual de aparecerse un auto sería solo de forma repentina, inadvertida. Mi miedo supongo que dio algún fruto, emanando una suerte de energía, porque cada vez que miraba fijamente a Armando este piloto fórmula uno enderezaba el volante.

A la distancia podíamos ver un paisaje único en el mundo, representado por los Tepuy del Roraima. Una especie de formación rocosa, que entre otras cosas alberga especies de ranas que solamente pueden ser encontradasen África, locual pone en evidencia que se trata de un lugar que conserva aún su estructura, de millones de años, anterior a la separación de los continentes. Las montañas del Tepuy presentan suelos rectos al tope, es decir mesetas kilométricas en las alturas. Sería de mi agrado poder describirlo mejor, pero ni siquiera quienes lo han recorrido encuentran las justas palabras para semejante maravilla de la naturaleza. Enloquecidos con lo que nuestros ojos veían, asombrados tal vez por no saber que formaba parte del espectáculo camino a la frontera, no parábamos de sacar fotos. Estábamos, tal vez, ante uno más de los tantos accidentes que nos acercaban a la felicidad. Como desde un principio venimos diciendo, el hecho de hablar en términos accidentales no necesariamente debiera de implicar algo negativo.

Pasadas aquellas 2 últimas alcabalas en las que nos pidieran identificaciones Armando nos avisó que estábamos llegando a Santa Elena. Cabulero, como buen hincha de Racing,no quería precipitarme ni celebrar de antemano. Una vez llegados a la ciudad, nuestro querido amigo chofer nos dejó en una parada de taxi y ahí nos comentó cuanto deberíamos de pagar por la tarifa hasta la frontera. No podía disimular la alegría, a pesar de no perder reparo en seguir cauto hasta que la satisfacción fuera plenamente consumada. El taxi costó lo pautado y, contrario a nuestras pretensiones, nos encontrábamos con una frontera alejada, como a media hora de la ciudad. Creíamos en realidad que estaba la fronteraa un pelo (de Santa Elena) e incluso que la cruzaríamos caminando luego de que Armando nos dejara, sin embargo, la ruta final se hacía interminable, en medio de un horizonte selvático que no permitía mostrar un desenlace. Todo esto, con un cerebro (el mío) que si bien quería tranquilizarse,

por el otro lado, no cerraba aun esa eterna cuenta regresiva ahora enfocada solo en minutos y segundos. Llegar a la frontera a tiempo era la cuestión, 3 y 45 de la tarde marcaba el reloj en el celular de Paula cuando el último taxi nos dejó en el límite de Venezuela con Brasil.

Salimos caminando rapidito, porque los 2 llevábamos una mochila adelante y otra atrás cosa que no nos dejó correr, en vistas de que no sabíamos el horario de cierre de frontera teniendo en cuenta, sobre todo, que veníamos de tres días de haber sido rechazados en la anterior y que no contábamos con los bolívares (pesos venezolanos) suficientes como para un taxi, comida y albergue en santa Elena y a esta altura tampoco queríamos cambiar, porque, sería mucho lo que nos darían (en moneda venezolana) para estar solo un día allí.. Vimos la oficina, más bien el tráiler del SAIME en la frontera, casi vacía, así que entramos prácticamente de prepo. Nos encontrábamos ahora en el lugar en que los pasaportes (el mío y el de Pau) serían sellados, firmando la salida de Venezuela, de cara al reino carioca.

Había una persona atendiendo y otras 2 esperando ser atendidas. El funcionario público nos pidió que saliéramos, que luego él se acercaría, para avisarnos que era nuestro turno, llamándonos de a uno por vez. Esperamos afuera, al sol, sentados en una improvisada sala de espera. A lo que le dije a Pau; la puta madre nos van a tener una hora acá como 2 boludos y no vamos a llegar a sellar la entrada a Brasil. Cuestión que de todas formas era irrelevante porque después nos enteramos que la entrada podía sellarse al otro día. Pero, pareciera ser que cuando se está más cerca delo buscado, más de punta se le ponen los nervios a uno.No termino de acomodar la mochila para sentarme que sale el empleado nuevamente, pero esta vez efectivamente para avisarnos que era nuestro turno. Le pedí a Paula que subiera ella primero, iba a estar mucho más tranquilo sabiendo que

ella tenía su pasaporte sellado, tengamos en cuenta todo lo sucedido en Táchira y las trabas correspondientes al hecho de ser ella venezolana.

Aesta altura ningún vericueto me sorprendería. No veníamos arrastrando mucha suerte a la luz de los funcionarios públicos. No me hubiese molestado tanto cruzar sin mi sello a Brasil, suponiendo que me hicieran alguna historia (no contaba con papel de ingreso a Venezuela 6 meses atrás, más allá del sello del SAIME, el cual me permitía a los 3 meses de estadía permanecer 3 meses más, justamente hasta el 19 de marzo, fecha exactamente en la que nos encontrábamos al momento, cruzando a Brasil), ya que a diferencia de Pau contaba con la cédula del Mercosur, la misma con la cual5 años atrás había cruzado todo Sudamérica, sin tocar el pasaporte.

Siendo Argentina y Brasil países limítrofes suponía que, de no poder hacer el trámite de salida, podría de todas formas mochilear hasta Iguazú y una vez en Argentina problema terminado. Estaba solamente enfocado en Paula y en que la suerte, o quizás los hechos, estén esta vez de su lado. Tres minutos después, salía de adentro de la oficina sonriente y, de alguna forma, como desinflada, con el brillo en los ojos. Le pregunté: Y entonces?… Se sonrió y me abrazó: Listo, ya está, ahora andá vos… Ya estábamos con un pie afuera, la felicite porque a pesar de ser ella una vieja viajante no había salido nunca del país, con lo cual comenzaba una nueva aventura en su vida. Solo nosotros dos sabíamos todo lo que ese simple cambio significaba a partir de ahora. Era como entrar en una nueva etapa de nuestras vidas juntos, los dos. Si bien mi turno debía darse con la misma agilidad, cargaba con una situación pendiente. A mi llegada al aeropuerto de Maiquetía, en Caracas, faltó que se me diera el papel de entrada, mezcla de negligencia por parte de los funcionarios aeroportuarios y también de parte mía por no pedir ese

simple papel, lo cual luego me haría dificultoso los trámites posteriores, en vistas de permanecer (legalmente) 90 días más en Venezuela.

Mi idea, fue en un principio, recorrer por segunda vez Sudamérica sin tocar el pasaporte, cambie rápido de opinión al ver todo lo que eso terminó implicando. Una especie de aventura personal, más bien un capricho ciertamente. De hecho, no hacía concretamente ninguna diferencia. Pero a la hora de la verdad y en plena frontera sabía bien que iban a preguntarme como era que había obtenido la prórroga sin el papel, ni sello que constatara la correspondiente entrada al país.Sabíatambiénquedebíapermanecertranquilo y mostrarme relajado en el momento que surgiera ese probable interrogatorio.

Ese instante en la frontera, con todos sus matices, había rondado por mi cabeza a lo largo de los últimos 3 días de odisea, camino al Brasil. Lo miré fijo al muchacho y con una sonrisa, ambos, comenzamos a entablar un ameno diálogo. No dejó de preguntarme porqué faltaba el papelde entrada a Venezuela, le contesté que era porque había entrado con la cédula y entonces la gente del SAIME, para sellar el pasaporte con la extensión de 90 días más, debía quedarse con mi papel de entrada, como un justificativo para ellos (SAIME). Ah, claro… me respondió – está muy bien Federico!… y ahí nomás me selló, entonces, el pasaporte, la salida. No era cierto lo que le había dicho, sinceramente, no me constaba que sea ese el verdadero procedimiento, pero concretamente funcionó para el caso. No podía decirle que lo había perdido o que no lo llevaba conmigo, mucho menos que había tenido la suerte, casualidad, de conocera un venezolano funcionario del Mercosur, el cual había mediado para que actuaran de oficio en Mérida. Pero, en fin, o la mentira fue buena o el mentidor convincente porque el sello de salida ahí mismo se encontraba. Era un hecho.

Cuando salí del tráiler, con una sonrisa de lado a lado, la miré a Paula y encaré para abrazarla en medio de una extraña sensación de vacío y plenitud, de saber que un montón de miedos y remordimientos quedaban atrás, pero con un agridulce porque no quería salir de este increíble país en estos términos. Era un momento de melancolía, producto del deseo consumado, pero contemplando, al mismo tiempo, la retrospectiva que significaba haber viajado a lo largo de un lugar que seguirá siempre ahí, intacto, como a la espera de una nueva aventura. A pesar de haber sentido en Venezuela la libertad, en todos sus aspectos, no podía dejar atrás lo desgraciado en mi conciencia por haber salido sintiendo que escapaba.

Todo aquello que quedaba atrás incluía, por sobre todo, los momentos de mayor autonomía, aprendizajes y pasiones accidentadas que mi vida haya podido transitar. Venezuela, era la condición y al mismo tiempo el mérito. Incluido el tiro del final, ya que, me iba a inmiscuir en uno de mis viejos sueños, el de cruzar el Amazonas viajando 5 días en barco, a través del río. Cambio de último momento, producto de aquellos sucesos no premeditados, en la era de la Venezuela post Chávez. Extrañamente, sentía que todo se quedaba allí. Momentos que no permitieron nunca ser solitarios, jamás faltó una mano amiga. Trayectos y paraísos únicos en el mundo entero. Familias dispuestas a recibirme en sus hogares, sin que siquiera lo pidiera y, a la vez, no esperando nada a cambio, simplemente permitiéndose correr la voz acerca de la calidez y la solidaridad que ellos, venezolanos, presentan como cualidad característica. Cuestión que es, de por sí, totalmente cierta.

Me encontraba ya un poco cansado, sentía que no podíaser mejor el momento para dar ruedo al nuevo viraje de cara al Machu Picchu, pasando por el norte selvático de la

amazonia brasilera. Nuevas rutas nos esperaban y hasta el

idioma cambiaba en el transcurso de estos nuevos destinos. Seis meses habían sido lo justo como para sentirme conquistado por el corazón de la patria grande, la casa de Simón Bolívar, Venezuela.

Pero, ni en el momento que se suponía el más relajado pudimos, aunque sea por un instante, salirnos del libreto. Ya que luego de cargarme la mochila a mis espaldas escuché mi nombre, como si estuvieran llamándome, efectivamente así fue. Era el funcionario que me había sellado el pasaporte, nuevamente. Saliendo de su oficina (el tráiler) me dice: Venga Federico, un segundo por favor… -Sí, que pasa, pregunté. A lo que me replicó: Usted me dice entonces que su papel de entrada se lo quedó el SAIME al momento de generarle la extensión por 90 días más, porque usted había ingresado al país con la cédula del Mercosur, no es cierto?…

–Correcto, dije yo. –Aja, OK, que tenga un hermoso viaje Federico… y así, sin más, concluía el que habría de ser mi último diálogo (a la fecha) en tierras venezolanas.

No podía ser de otra manera, me fui como había entrado, con los testículos en la garganta. Como esos cuentos circulares en los que se empieza contando el final. Compadeciéndonos de alguna forma con la trama original de esta historia…

A las paranoias precedentes, el desenlace adicionaba una interrupción no apta para cardiacos. ¿Y ahora qué? Pensé al tiempo que oía mi nombre sonar en boca del empleado del paso fronterizo. ¿Con que me van a salir? Y así de rápido se terminaba el delirio en la voz de mi conciencia. Debo ser sincero, si bien no paraba de reírme caminando hacia Brasil, se me habían fruncido un poco las entrañas al escuchar ese último llamado. No tanto por la persona que lo realizaba, de hecho el trámite no podría haber sido más ameno, sino más bien, por todos los sucesos que venían alimentando mis neuronas de 6 meses para acá. Pareciera ser que el suspenso

llegaba, ahora sí, a sus límites.

Me sentía en pleno deja vu, había imaginado este momento en varias ocasiones desde San Cristóbal a la fecha y no entraba en mi cabeza que el final era de hecho un hecho (valga la redundancia).

Nos dimos la mano con el muchacho (empleado estatal de frontera), me despedí de él, bajé del tráiler a la búsqueda de mi compañera y al oído le dije (medio en broma, medio en serio): caminemos rápidoa ver si todavía se arrepienten.

Y otra vez, tras fundirnos en un abrazo, emprendimos camino hacia nuevos horizontes…

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